Viajes de postureo por la poesía clásica japonesa
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Batallas sobre el tatami
Cuando estaba estudiando en la universidad, tuve una época en la que me dio por las competiciones de karuta, un juego de cartas tradicional aquí en Japón.
La inmensa popularidad del manga Chihayafuru ha contribuido a que este tipo de competiciones sean mucho más conocidas desde 2010. Con todo, aún siguen siendo pocas las personas que participan en ellas, de ahí que se trate de una forma de entretenimiento minoritaria. Cada año se celebra en Japón un torneo para elegir al mejor jugador y a la mejor jugadora, respectivamente; sin embargo, a diferencia de juegos de mesa tradicionales como el go y el shōgi, quienes compiten no pueden ganarse la vida así, de ahí que la mayoría de los campeones tenga otra actividad primaria.
Aunque no haya profesionales que vivan de ello, las competiciones de karuta no son algo que se deba subestimar. El objetivo de estas difiere de cuando se juega a las cartas por diversión, por ejemplo, en Año Nuevo, o en los torneos de primaria sobre la antología de poemas clásicos Hyakunin isshu; en estos casos, simplemente se esparcen las cartas y empieza la partida. Sin embargo, en las competiciones a las que yo me refiero, es fundamental saberse de memoria las cien cartas, así como recordar ciertos aspectos: los primeros caracteres de cada poema, el orden en el que van las cartas dentro de la colección, la posición que ocupan... En definitiva, el nivel requerido simplemente para participar ya es alto. Por otro lado, durante la partida en sí hay que meterse en la cabeza, en tan solo 15 minutos, la disposición de las 50 cartas propias y enemigas, y las 50 restantes que no se utilizarán, ser capaz de reconocer los sonidos que lee la persona que recita los poemas y reaccionar con la carta correspondiente en cuestión de segundos. Además, al tratarse de una competición que dura más de una hora, es necesario mantener la concentración, tener el oído afinado, las rodillas fortalecidas, una capacidad de respuesta aguda, una memoria de elefante y mucha paciencia. Cuando se habla de los torneos de karuta, se dice a menudo que son batallas sobre el tatami, una denominación para nada exagerada. Cuando se enfrentan jugadores de primer nivel, el tiempo de respuesta es de apenas 0,01 segundos.
Por cierto, yo me inicié en este tipo de competiciones en 2011, cuando era estudiante de intercambio en la Universidad Waseda. Supe de ellas cuando me topé con un estand de la Asociación de Karuta durante las jornadas en las que los clubes estudiantiles buscan captar nuevos miembros. Decidí apuntarme al club tras una única visita para conocer de cerca sus actividades y, una vez que ya estaba dentro, me aprendí los caracteres de inicio de los poemas, las reglas de competición, etc. Me metí de lleno —bueno, todo lo que se puede durante un año de estudios—. En 2012 volví a Taiwán y echaba de menos jugar, así que, cuando regresé a Japón en 2013 para cursar un posgrado, me empeñé en alquilar un apartamento que tuviera una habitación de tatami y así poder practicar con las cartas. Así de enganchada estaba (al final, por cuestiones relacionadas con el precio del alquiler, me vi obligada a renunciar a ello).
Hablando de la Asociación de Karuta de la Universidad Waseda, a ella pertenecía el campeón de Japón de aquella época, Saigō Naoki(*1), que a veces venía cuando estábamos practicando. Además, nuestro club colaboraba en una sección informativa sobre las competiciones de karuta que se emitía después del anime Chihayafuru, titulada Chihaya HOO!, e incluso yo misma tuve la oportunidad de asistir a la grabación. Para mí, que no era más que una estudiante internacional en aquella época, fue una experiencia muy interesante.
En Chihayafuru hay una escena famosa en la que el maestro Harada, experto en competiciones de karuta, intenta convencer a Taichi, uno de los protagonistas, diciéndole que debe consagrar su juventud al juego de cartas. Lamentablemente, yo no pude hacerlo. Seguí jugando durante un tiempo tras empezar el posgrado, pero no tardé mucho en dejar de poder ir a practicar por varios motivos, entre ellos, que carecía de fuerza física, estaba ocupada con mis investigaciones y no logré acostumbrarme al ambiente que se genera en torno a los clubes deportivos. A día de hoy, tengo un vago recuerdo de los caracteres iniciales de los poemas y de la posición de las cartas.
Un amor más doloroso que la propia muerte
Por cierto, mi poema favorito de la antología Ogura hyakunin isshu es el número 50, una composición de Fujiwara no Yoshitaka:
Kimi ga tame
Oshi karazarishi
Inochi sae
Nagaku mogana to
Omoi keru kanaPor ti
habría dado
hasta la vida.
Y, sin embargo, ahora quiero
vivir muchos años.
Esta carta es bastante especial en las competiciones, puesto que es imposible identificar el poema completo si no se escucha hasta la sexta sílaba. No obstante, este no es el motivo por el que me gusta. El poema trata de la mañana posterior a un encuentro amoroso entre una mujer y su amante; en definitiva, es un poema de amor, sí, pero el concepto de amor que muestra es peculiar e interesante: “Creía que no me daría pena renunciar a mi vida, pero me he dado cuenta de que, si es por ti, me gustaría vivir lo máximo posible”. Me parece una composición sin tapujos.
En la poesía clásica china hay muchas obras de temática amorosa. Suelen ser del estilo de “Moriría por ti” o “Quiero estar contigo hasta que se acabe el mundo”. En concreto, me vienen a la cabeza dos que todo el mundo se sabe. La primera de ellas es de Liu Yong, un poeta de la Dinastía Song del Norte, y viene a decir lo siguiente: “Por mucho que adelgace y la ropa me quede grande, jamás me arrepentiré, pues acabar demacrado tiene valor si es por la persona amada”. La segunda es un poema compuesto al estilo de la canción popular y podría traducirse como: “Algún día las montañas se hundirán y desaparecerán sus crestas; las aguas del Yangtsé se secarán y habrá truenos en invierno y nieve en verano; el cielo y la tierra serán uno. Cuando llegue ese día, será la primera vez que me separe de ti”. Ambos poemas son muy bonitos, pero se basan en la premisa de que la vida propia no vale nada. Creo que por eso mismo no hay composiciones en la poesía clásica china como la de Fujiwara no Yoshitaka. En otras palabras, podría decirse que el concepto que expresa es sumamente nipón.
En la cultura china la muerte se considera a menudo el último estado al que se enfrentan los seres humanos, de ahí que resulte efectivo hacer mención a ella para demostrar el amor. En los poemas japoneses tanka encontramos muchos conceptos como este, directos; sin embargo, es necesario puntualizar que el de Fujiwara no Yoshitaka expresa lo contrario; o sea, la muerte no es el último estado, sino que el deseo de morir aparece como un sentimiento por defecto. Además, se habla de vivir muchos años, una situación más dolorosa que la muerte, y se utiliza ese estado para demostrar el amor. Me llega al corazón que en este poema se contemple la noción de una vida larga y aburrida durante la cual se desea morir. Me parece una de las mejores composiciones poéticas sobre amor.
El santuario Ōmi
No sé si fue por mi afición a las competiciones de karuta, pero el caso es que incluso yo, que apenas tengo ni cultura ni saber sobre la poesía waka, acabé cogiéndole cierto cariño únicamente a la antología Ogura hyakunin isshu. Por eso, siempre estoy pensando en que quiero ir a los sitios que aparecen en los poemas (los montes Ogura y Amanokagu, Amanohashidate, Awaji-shima, el río Uji, etc.) y me pongo muy contenta cuando, durante mis viajes, me topo por casualidad con algún enclave relacionado con la antología. Bueno, en cierto sentido, supongo que es una cuestión de postureo.
De todos los lugares vinculados de alguna forma con el Ogura hyakunin isshu que he visitado hasta la fecha, el que más me ha impactado es, sin duda alguna, el santuario Ōmi (prefectura de Shiga), donde estuve en 2014.
Fui a mediados de marzo; hacía fresco y los cerezos no habían florecido aún. Me bajé del tren en la estación Ōtsukyō (JR) y me cambié a la línea Keihan Ōtsu. En esa época justo acababan de poner en circulación unos trenes cuyos vagones estaban decorados en su parte exterior con motivos de las series de animación Chihayafuru y Chūnibyō demo koi ga shitai!. Ambas me encantan, así que me puse como una niña con zapatos nuevos. Compré un pase de uso ilimitado para un día y me subí y me bajé un montón de veces. Apenas había turistas, así que tuve la suerte de que tanto los vagones como los andenes estuvieran desiertos.
Me bajé en la estación Ōmi-jingūmae y, después de caminar un rato por una zona residencial tranquila, me topé con un torii de madera de gran tamaño. Tras pasar por debajo del pórtico sintoísta, subí por las escaleras de piedra inclinadas; al llegar arriba me encontré, en medio de la nada, la puerta bermellón de dos pisos que tantas veces había visto en Chihayafuru.
Construido en 1940, el santuario Ōmi es relativamente nuevo y está consagrado al emperador Tenji, que llevó a cabo las Reformas Taika. El monarca es el autor del primer poema de la antología Hyakunin isshu:
Aki no ta no
Kariho no io no
Toma o arami
Waga koromode wa
Tsuyu ni nuretsutsuLa gruesa paja
de la choza
del arrozal de otoño.
El rocío me humedece
las mangas.
Consecuentemente, el santuario tiene unos vínculos profundos con la antología y las competiciones de karuta y se ha convertido en la sede de distintos torneos, entre ellos la cita en la que se elige a los mejores jugador y jugadora de Japón, de la que he hablado anteriormente. Ōmi es a las competiciones de karuta lo que el Kōshien al béisbol; o sea, una meca. Como cabía esperar, el santuario aparece también en la serie de animación Chihayafuru, de ahí que sea otro tipo de meca para quienes la siguen.
Precisamente por sus vínculos con el Hyakunin isshu, por el recinto del santuario se encuentran repartidos diversos monumentos de piedra con poemas tanka y haikus grabados, así como una sala donde se exponen unas láminas de papel con las obras de la antología. El oráculo omikuji estaba disponible en dos versiones: una de Chihayafuru, con poemas del Hyakunin isshu, y otra normal, que lleva poemas waka ajenos a la obra citada. Además, vendían amuletos (omamori) decorados con bordados del emperador Tenji y de su composición poética.
Las competiciones de karuta se celebran en un pabellón situado en el recinto del santuario, el Ōmi Kangakukan. Mediados de marzo no coincide con la temporada de torneos, de ahí que no hubiera ni un alma ni en la zona de descanso ni en las habitaciones con tatami escenario de las contiendas, unos lugares en silencio. Me invade un sentimiento extraño al pensar en que los nervios y la pasión se apoderan de los jugadores durante las competiciones. No tengo ni el más mínimo interés en el béisbol, el fútbol o el rugbi, pero sí que me gustaría ver un torneo de karuta en vivo y en directo al menos una vez en la vida.
Hablando de Chihayafuru, el poema más famoso es el que le da título al manga, una composición de Ariwara no Narihira:
Chihayaburu
Kamiyo mo kikazu
Tatsutagawa
Karakurenai ni
Mizu kukuru to waInsólito incluso
en la era de los dioses.
Las aguas del río Tatsuta
se tornan carmesís.
Al final pude ir a dicho río en 2020, seis años después de haber estado en el santuario Ōmi. Además, lo hice en otoño, que justamente es la época en la que las hojas cambian de color. Tenía ganas de acercarme allí porque la zona, situada en la prefectura de Nara, es famosa desde tiempos antiguos por la belleza de sus paisajes otoñales, hasta tal punto que existe el dicho “Los cerezos de Yoshino y las hojas rojas del río Tatsuta”.
Estuve buscando información antes de ir y me enteré de que a orillas del río Tatsuta hay un parque homónimo, de gestión prefectural, donde el paisaje otoñal es particularmente hermoso. Decidí coger un taxi desde la estación de tren más cercana, la de Ōji, pero ni el propio taxista sabía dónde estaba. No parece que sea un lugar famoso entre los turistas. De hecho, en este parque estrecho y largo que bordea el Tatsuta, no había ni un solo turista, sino gente —presumiblemente, que vive en la zona— con niños o paseando perros; supongo que yo era la única persona que había llegado allí desde lejos por pura curiosidad.
Lo más importante de mi visita era ver las hojas rojas; sin embargo, por desgracia, apenas había. El paisaje no era tan bonito como el que evocaba el poema de Ariwara no Narihira, o este del monje Nōin (Tachibana no Nagayasu):
Arashi fuku
Mimuro no yama no
Momijiba wa
Tatsuta no kawa no
Nishiki narikeriEl fuerte viento
esparce las hojas rojas
del monte Mimuro,
que cubren el río Tatsuta como un bello manto.
Por cierto, el monte Mimuro es una pequeña colina situada en las inmediaciones del parque. Lo cierto es que el enrojecimiento de las hojas se produce bastante tarde en esta zona en comparación con el resto de la prefectura de Nara, así que no tenía que haber ido allí a mediados de noviembre. Por otra parte, el río Tatsuta que salía en poemas antiguos como los de la antología Hyakunin isshu y el actual parecían lugares distintos.
Mis lugares de postureo relacionados con la poesía
No sé si fue debido al éxito de Chihayafuru, pero el caso es que las competiciones de karuta han tenido cabida incluso en la trama de Detective Conan. En Detective Conan: La carta de amor carmesí, película estrenada en 2017, vemos que el propio título está inspirado en el poema de Ariwara no Narihira que he mencionado anteriormente. Obviamente, la manera en que se muestran los torneos no es tan realista como en Chihayafuru, pero quedé totalmente prendada del tema principal de la banda sonora, la canción Togetsukyō, kimi omou, de Kuraki Mai, así como del videoclip de esta, de lo bonitos que eran ambos. A pesar de que el puente Togetsu (Kioto) no aparece en ninguno de los poemas de la antología, yo misma he decidido que sí sea un enclave vinculado con el Hyakunin isshu. Vamos, que lo mío es puro postureo.
El reglamento estipula que los jugadores deben estar adscritos a alguna asociación. Saigō Naoki, de la de Waseda, se convirtió en 1999, a los 21 años, en el campeón más joven de la historia. Desde entonces y hasta 2013, cuando se retiró del torneo, ganó 14 ediciones consecutivas, un récord histórico que le valió el título de campeón de por vida. Conviene aclarar que, para lograrlo, es necesario acumular cinco victorias seguidas o un total de siete no consecutivas. En su caso, cumplía los requisitos con creces, de ahí que sea considerado una leyenda entre quienes compiten en este mundillo.
El Togetsu es un puente grande que atraviesa el río Katsura. Ver sobre él las rápidas corrientes de estas aguas que llegan desde la zona alejada de Arashiyama, teñida de rojo, es todo un espectáculo. Aunque yo me acerqué aprovechando mi visita a Nara, lo cierto es que se trata de un lugar tan turístico que incluso en una tarde de un día entre semana el puente era un hormiguero de gente. La mayoría eran escolares que estaban de viaje de estudios, así que tampoco es que hubiera mucho que se pudiera hacer.
La zona de Kameyama, perteneciente al parque de Arashiyama y situada en las inmediaciones del puente, alberga varios monumentos de piedra con inscripciones de los poemas de la antología. Es muy divertido pasear en busca de estas composiciones, leerlas y recordar la magnífica cultura de las dinastías de otros tiempos. Resulta que también hay algún poema actual en chino obra de Zhou Enlai, algo que genera cierta confusión, como si hubiéramos viajado en el tiempo. Si avanzamos un poco más, nos encontramos con un caminito entre bambúes, un lugar sereno y repleto de naturaleza, y con el templo Tenryū, cuyo follaje de otoño se encontraba en el punto perfecto para su contemplación. El contraste entre el verde y el rojo me pareció maravilloso. De hecho, dediqué tanto tiempo a esa zona que, por un margen de unos escasos minutos, se me pasó la hora de cierre y me quedé sin entrar al templo Jōjakkō, un lugar esencial en la edición del Hyakunin isshu: allí es donde se encuentran las ruinas de Shigure-tei, la casa de Fujiwara no Teika en el monte Ogura. Fue un error garrafal. Espero volver algún día.
La pandemia de 2020 ha tenido su repercusión también en el mundo de las competiciones de karuta, puesto que hubo que cancelar muchos torneos. Ahora que por fin vuelven a celebrarse, los jugadores deben llevar mascarilla y no se puede gritar durante las partidas, lo cual puede llegar a ser toda una inconveniencia. Los jugadores deben de tener dificultades para respirar con la mascarilla puesta durante tanto tiempo de competición y algo tan tosco como este accesorio protector no queda nada bien con una prenda tan elegante como el hakama. Escribo este ensayo a finales de 2020 y, con la esperanza de que el año que está a punto de comenzar traiga mejoras y marque un nuevo comienzo, decido terminarlo citando el poema que suele recitarse al inicio de un torneo de karuta:
Naniwa-zu ni
Saku ya kono hana
Fuyu gomori
Ima o harube to
Saku ya kono hanaEn la bahía de Naniwa
florecen las flores
tras el sueño invernal.
Ahora llega la primavera
y las flores florecen.
Imagen del encabezado: El bonito contraste entre las hojas rojas y un bosque de bambú (esta y el resto de las fotografías son de la autora)
(Traducción al español del original en japonés)
(*1) ^ El reglamento estipula que los jugadores deben estar adscritos a alguna asociación. Saigō Naoki, de la de Waseda, se convirtió en 1999, a los 21 años, en el campeón más joven de la historia. Desde entonces y hasta 2013, cuando se retiró del torneo, ganó 14 ediciones consecutivas, un récord histórico que le valió el título de campeón de por vida. Conviene aclarar que, para lograrlo, es necesario acumular cinco victorias seguidas o un total de siete no consecutivas. En su caso, cumplía los requisitos con creces, de ahí que sea considerado una leyenda entre quienes compiten en este mundillo.