La fe de los samuráis: una perspectiva única sobre la historia religiosa de Japón

Cultura Historia

El panorama religioso de Japón es famoso por su complejidad: se remonta miles de años atrás y mezcla elementos nativos del sintoísmo con importaciones asiáticas como el budismo y, más recientemente, el cristianismo. Hongō Kazuto, del Instituto Historiográfico de la Universidad de Tokio, ha elaborado una fascinante introducción a la gran extensión de esta historia.

La clase samurái y la montaña sagrada

Este nuevo libro de Hongō Kazuto abarca todos los acontecimientos importantes y clásicos que cabría esperar encontrar en una historia convencional de la religión en Japón, desde la era mitológica de los textos antiguos hasta la llegada del budismo en el siglo VI. Sin embargo, el principal interés del libro reside en los argumentos del autor sobre la relación entre la religión y los generales de la guerra samurái durante el periodo Sengoku (1467-1568) que terminó con la reunificación del país bajo el clan Tokugawa a principios del siglo XVII.

Desde el periodo Heian (794-1185) hasta el periodo Kamakura (1185-1333), los kokushi (gobernadores provinciales) solían organizar un gran evento llamado la Gran Cacería (Ōgari). Los animales capturados en la cacería se consideraban regalos de los dioses, y el hecho de que a alguien se le permitiera participar era prueba de que era reconocido como samurái de pleno derecho. Según el Azuma kagami, la crónica oficial del shogunato de Kamakura, Minamoto Yoritomo organizó una Gran Cacería en las faldas del monte Fuji. Durante esta cacería, su hijo de 12 años impresionó a su padre disparando y matando a un ciervo, lo que llevó a Yoritomo a reconocerlo como heredero.

La influencia de la clase samurái también puede apreciarse en las prácticas religiosas japonesas asociadas al monte Fuji. Muchas de las figuras clave del shogunato de Kamakura procedían de las provincias de Suruga, Izu (actual prefectura de Shizuoka), Sagami (Kanagawa) y Musashi (Tokio y alrededores), en la llanura de Kantō. Todas ellas eran provincias desde las que era visible el monte Fuji. El autor sugiere que el mero hecho de pertenecer a una zona cercana a la montaña sagrada pudo haber sido suficiente para conferir influencia y poder dentro del shogunato. El fundador del shogunato de Edo (1603- 1867), Tokugawa Ieyasu, se trasladó a Sunpu, Shizuoka, en sus últimos años –cerca del monte Fuji–, y numerosas localidades de Edo tenían nombres como Fujimi-zaka (“cuesta con vistas al Fuji”), muchos de los cuales aún perduran en Tokio hoy en día.

El budismo japonés como religión de la aristocracia

En el periodo Nara (710-794) la corte otorgó un papel importante a lo que se conoció como las Seis escuelas Nara del budismo, representadas sobre todo por la secta Kegon (Huayan), con sede en Tōdaiji, y la secta Hossō (Yogacara), cuyo templo principal estaba en Yakushiji, con el objetivo de crear una nueva forma de Estado centralizado al estilo chino, protegido por las nuevas y sofisticadas escuelas del budismo mahayana importado del continente y que ahora gozaban del patrocinio de la corte. Pero tras el traslado de la capital a Heian (actual Kioto) en 794, nuevas sectas, entre ellas la Tendai, fundada por Saichō, y la Shingon, fundada por Kūkai, se establecieron en la sociedad de la corte, asegurándose una posición de poder y prestigio que permaneció inamovible hasta el periodo Muromachi (1333-1568). El autor ofrece un relato sólido y convincente del trasfondo histórico de esta evolución.

Pero como religión que se había vinculado estrechamente a la élite privilegiada, el budismo en Japón en esta etapa no contaba con el concepto de ofrecer la salvación a las masas. Comparado con el cristianismo en el mismo periodo, que afirmaba ser una religión que ofrecía la salvación para todos, “la enorme brecha que existía en cuanto al propósito y papel de ambas religiones es un punto históricamente interesante”, señala el autor.

Fue en el periodo Kamakura cuando surgieron en Japón sectas religiosas que ofrecían la salvación a las masas, representadas por las sectas de la Tierra Pura fundadas por Hōnen (Jōdoshū) y Shinran (Jōdoshinshū) y la secta salvífica de Nichiren, basada en su lectura del Sutra del Loto. Estas nuevas sectas ganaron apoyo entre la gente corriente y ampliaron rápidamente su influencia y poder. Sin embargo, la forma de fe más popular entre la clase samurái no era ninguna de estas sectas, sino el budismo zen. ¿A qué se debía esto? El autor ofrece una exploración fascinante y perspicaz de este enigma.

En última instancia, estas formas de budismo, populares entre las masas, parecen haber sido incompatibles con la clase samurái. Oda Nobunaga consideraba a la Ikkō-shū (una rama militante de la secta Jōdōshinshū) como sus enemigos jurados, y en la década de 1570 masacró a un gran número de sus seguidores en lugares como Ise Nagashima y Echizen, donde la secta era influyente. Fundamentalmente, dice el autor, los generales de la guerra y los samuráis que competían por la supremacía en el periodo Sengoku luchaban por el éxito y las riquezas en el mundo del presente, mientras que la secta Ikkō-shū se centraba en la otra vida y enseñaba a sus seguidores a despreciar las riquezas de este mundo. “Estas enseñanzas”, escribe, “eran una irritación y un desafío para los daimyō, los generales militares de la época”.

¿‘Dainichi’ como ‘Deus’?

Los capítulos en los que se analiza la relación entre los samuráis y el cristianismo son especialmente atractivos. Durante el gobierno de Toyotomi Hideyoshi tras la reunificación del país, el cristianismo era la religión que representaba una amenaza para la paz y la unidad. En 1549, Francisco Javier llegó a Japón y rápidamente consiguió conversos a la nueva fe, aunque el autor sugiere que esto se debió, al menos en parte, a problemas con la traducción. En las etapas iniciales de los esfuerzos de proselitismo cristiano, la palabra utilizada para traducir “Deus” (Dios) era “Dainichi Nyorai”, el mismo término utilizado para describir al Buda Vairocana. Muchos japoneses abrazaron fácilmente las enseñanzas, creyendo que no eran más que un nuevo giro de las doctrinas budistas que ya conocían.

Al principio, Hideyoshi adoptó una actitud conciliadora hacia los recién llegados, pero sus recelos se fueron acentuando poco a poco. Varios daimyō se convirtieron en fervientes creyentes y la riqueza de Japón comenzó a salir del país. Hubo historias de japoneses pobres vendidos como esclavos y, finalmente, Hideyoshi proclamó el famoso Edicto de Expulsión de Bateren de 1587, expulsando a los sacerdotes y misioneros.

En 1600, Ieyasu salió victorioso de la batalla de Sekigahara, pero tuvieron que pasar 15 años para que acabara aplastando a sus rivales del clan Toyotomi en el asedio de Osaka. ¿Por qué tardó tanto? La perspectiva única del autor, que señala la presencia de cristianos en Japón como uno de los factores de fondo, ofrece una explicación convincente de por qué la supresión de la religión tomó un cariz tan despiadado en los años siguientes.

A partir de ahí, el relato del autor avanza hasta la Restauración Meiji, donde explora las causas de la violencia iconoclasta contra el budismo (haibutsu kishaku) en los años que siguieron a la restauración del dominio imperial. Su discusión se amplía para considerar la cuestión de si el sintoísmo puede entenderse realmente como una religión. También ofrece un interesante argumento según el cual los burdeles de los barrios de placer desempeñaron un papel clave en el apoyo a las peregrinaciones masivas a Ise, sede del santuario sintoísta más importante durante esos años. Esta capacidad de ampliar su campo de visión para abarcar la historia de la vida ordinaria en los pueblos y ciudades es uno de los puntos fuertes del autor.

En conjunto, este libro ofrece una guía reflexiva para explorar lo que la religión significa realmente para los japoneses.

Shūkyō no Nihonshi (La historia de la religión en Japón)

Publicado por Fusōsha en noviembre de 2024
ISBN: 978-4-594-09770-7

(Artículo publicado originalmente en japonés, y traducido al español de la versión en inglés. Imagen del encabezado: un torii (pórtico) sintoísta marca la entrada a Seishōgū, en el interior del templo Hongokuji de Kioto - © Pixta.)

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