Caminar por la línea Yamanote: una nueva forma de descubrir Tokio
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Caminar por la ciudad
El sábado 19 de octubre de 2024 cientos de personas participarán en la decimoquinta edición del Yamathon de Tokio, un paseo con fines caritativos a lo largo de la línea de tren Yamanote. Organizado por el Grupo Internacional de Voluntarios, este evento ofrece a los participantes una oportunidad no solo de poner a prueba sus piernas y su resistencia, sino también de apoyar causas tanto nacionales como internacionales. Desde su creación, el Yamathon ha recaudado la impresionante cantidad de 55 millones de yenes.
Este año toda la recaudación se donará a tres excepcionales organizaciones: Waffle, ONG con sede en Tokio, Tochigi Kankyō Mirai Kichi (“Base para el futuro del medio ambiente de Tochigi”, denominada en inglés Tochigi Conservation Corps) y la Asociación Japonesa de Hospicios para Niños. Estas organizaciones se hallan comprometidas con la promoción de la igualdad de género en la industria tecnológica, la preservación del medioambiente y el apoyo a niños con enfermedades crónicas y a sus familias. El evento suele contar con cerca de mil participantes cada año, y se abre a equipos de entre dos y cuatro miembros, de cualquier nacionalidad.
Recorrer entre 38 y 44 kilómetros en un día, en un máximo de unas doce horas (dependiendo de la ruta que se siga), puede no ser del gusto de todos. Caminar cerca de las vías del tren, además, suena bastante aburrido. Pasear junto a la Yamanote, no obstante, y explorar los distritos a ambos lados de las vías es una forma diferente de conocer mejor Tokio, ya que la línea llega tanto a sitios populares como a rincones menos conocidos de su extensa metrópoli.
Residentes y visitantes aprovechan los excelentes sistemas de tren y metro para llegar a sus destinos. No se puede negar que son métodos convenientes y relativamente baratos de ir a hacer compras en Ginza o Shibuya, echar un vistazo al ambiente otaku de Akihabara o relajarse en un parque de Shinjuku o Ueno. ¿Pero qué pasa con los lugares que quedan entre esas estaciones?
Nuevos descubrimientos a pie
En las últimas décadas la industria de la cultura ha promocionado Tokio como metrópoli joven, dinámica y futurista. La cara ordinaria de la ciudad (sus zonas menos alabadas) se ve siempre eclipsada por un despliegue incesante de espectáculos. Esto no significa, sin embargo, que lo ordinario sea aburrido o carente de valor; solo que se oculta en las sombras, esperando a que los intrépidos caminantes y curiosos exploradores urbanos lo redescubran.
Cada manifestación de lo ordinario (tranquilos callejones residenciales, templos y jardines recónditos, calles comerciales locales) puede ser pequeña, pero en su conjunto todas forman un gran rompecabezas más representativo de Tokio que la torre Skytree o áreas plagadas de turistas, como Asakusa.
Como tanto les gusta decir a los analistas urbanos, Tokio es algo menor que la suma de sus partes. Sus distritos y barrios no se hallan integrados con armonía. Cada uno preserva su personalidad y sus peculiaridades, y la imagen general tiene, como un mosaico, relieves e imperfecciones. ¿Qué mejor forma hay de comparar cada pieza que visitarlas una tras otra, usando el tren como guía?
Se puede, por ejemplo, bajar en Ōsaki —una zona recientemente desarrollada, llena de edificios altos, pero que también cuenta con antiguos templos en la colina—, seguir después el río Meguro (hermoso todo el año, pero sobre todo durante la temporada de floración de los cerezos) y andar por el viejo camino Tōkaidō hacia la estación de Shinagawa.
La línea Yamanote parece haber sido creada específicamente para la exploración urbana. De media cada estación está separada de la siguiente por un kilómetro, en línea recta, así que si nos cansamos podemos subir al tren con facilidad. Pero como he dicho, el propósito de un paseo es tomar desvíos y no tener prisa, disfrutando de cada lugar a nuestro propio ritmo.
Al explorar Tokio debemos considerar de nuevo y por completo cómo acercarnos al entorno urbano. Si creemos que el alma de una ciudad se halla en su diseño y arquitectura, Tokio puede ser decepcionante, incluso carente de alma. Pero si nos tomamos nuestro tiempo para salir de los caminos más transitados y colarnos por sus rincones ocultos, como las casas de la era Shōwa cerca de Ōtsuka, los enclaves panasiáticos alrededor de Ikebukuro y Shin-Ōkubo, o los nuevos distritos residenciales en la ribera, encontraremos el verdadero corazón de la ciudad, a veces incluso en edificios derruidos y sucios callejones.
Tokio anima, ciertamente, a realizar incursiones de profundidad en lugares aparentemente comunes y corrientes. En comparación con muchas grandes ciudades occidentales, por ejemplo, puede no tener tantos parques y jardines de buen tamaño, pero junto a la línea Yamanote hay tres grandes cementerios, muy similares a parques, en la zona de Yanaka (al sur de la estación de Nippori), al norte de la estación de Sugamo y en Zōshigaya (al sureste de Ikebukuro), en los que podemos buscar lápidas de famosos y avistar pájaros. Tras los escaparates de las tiendas y los altos edificios vemos estrechos callejones decorados con coloridas macetas y diminutos santuarios rodeados de árboles antiquísimos. Como en los mundos paralelos de Murakami Haruki, más allá de las carreteras principales, ruidosas y congestionadas, se encuentran lugares íntimos y acogedores donde la vida se vive a un paso más tranquilo.
Aventuras que agudizan los sentidos
El mejor modo de conocer de verdad una ciudad es experimentarla con los sentidos. Como explica el escritor y planificador urbano Charles Landry en The Art of City Making (El arte de hacer ciudades), las ciudades son experiencias sensoriales y emocionales. La experiencia urbana afecta profundamente nuestra psique, y una de las características más encantadoras de Tokio son sus diferentes paisajes sonoros. Los sonidos son penetrantes, y sus connotaciones sociales influyen en nuestra percepción del espacio de la vida cotidiana.
Ya desde principios del siglo XX la rápida industrialización de Japón ha acarreado la característica sonora de la “contaminación acústica” a Tokio y otras grandes ciudades japonesas. Incluso hoy día, al viajar en la línea Yamanote de Shibuya a Shinjuku, Ikebukuro o Ueno, apenas se nota la diferencia. Todas las estaciones comparten los mismos sonidos estridentes y molestos (y a menudo tecnológicos) de cada día.
Caminar, no obstante, nos da la oportunidad de seguir los pasos de Lafcadio Hearn y apreciar cómo cambian los sonidos a nuestro alrededor. Ya en 1898 Hearn describió la cultura sensorial japonesa y su atención a los sonidos ambientales. En el ensayo “Insectos músicos” escribió: “Sin duda tenemos algo que aprender de aquellos en cuyas mentes el simple canto de un grillo puede despertar ejércitos luminosos de suaves y delicados caprichos”.
Las novelas y relatos de Nagai Kafū, retratos del mundo de las geishas, rezuman el sonido melancólico del shamisen. Estos sonidos son mucho menos frecuentes ahora, reemplazados en su mayor parte por las melodías románticas del ubicuo piano colocado en el sitio de honor de muchas salas de estar. Pero un shamisen solitario (o la campana de un templo, o la voz de un monje budista que recita un sutra) aún se pueden oír si pasamos tardes relajadas vagando por las callejuelas de barrios más tradicionales, como Nezu o Yanaka, junto a la estación de Nippori, en la Yamanote. Transmiten un mensaje antiguo y reconfortante, y establecen una conexión con el pasado.
Como Kafū —consumado caminante de Tokio— lo mejor que podemos hacer es elegir un barrio, observar y escuchar, buscar rastros del pasado y ver cómo armonizan o chocan con el presente.
Caminar por Tokio es la mejor forma de experimentar no solo su apariencia y sus sonidos siempre cambiantes sino también su variado panorama olfativo: incienso encendido, flores de temporada, la brisa marina que llega desde la bahía de Tokio, los puestos de comida en el camino a Bentendō, el templo budista del parque de Ueno… “Demasiado a menudo los estímulos urbanos nos inducen a cerrar […] nuestros sentidos” , dice Landry. Cada vez nos aproximamos al mundo con una perspectiva más estrecha, y el extendido uso de los smartphones y los auriculares limita aún más nuestra conciencia de cuanto nos rodea. Un paseo sin tecnología, en cambio, nos ofrece una oportunidad perfecta de practicar con nuestros sentidos y reconectar con nuestro entorno.
Descubrir los detalles de una ciudad imposiblemente grande
La exploración urbana es una oportunidad de ir más allá de la topografía y adentrarse en la corografía; al menos como la define el autor e investigador británico Paul Devereux en Re-Visioning the Earth (“Una nueva visión de la Tierra”): acercarse al “espacio como experiencia, al lugar como espuela de la memoria, la imaginación y la presencia mítica”.
Tokio muestra de forma abierta, descarada e incluso desvergonzada las capas superpuestas de diferentes estilos y materiales arquitectónicos, austeros santuarios de madera que coexisten sin problema con arrogantes rascacielos de hormigón armado y mohosas casas antiguas que se sostienen gracias a paneles de hierro corrugado. El efecto general es un recordatorio de que la historia no es una simple progresión, sino más bien una estratificación de influencias acumuladas.
Por tomar prestada una cita de Michael Moorcock sobre Londres, podemos decir que Tokio es una ciudad que vive en el recuerdo y en la actividad humana. Sus distritos se estructuran menos por su geografía y arquitectura (en Japón, después de todo, todos los edificios se consideran efímeros y desechables) que por lo que hace la gente. Olvidemos la engorrosa presencia de los monumentos. La memoria se halla completa en las historias que flotan sobre las calles de Tokio, alteradas, aumentadas, distorsionadas por los mitos urbanos y a menudo encerradas en nombres de lugares.
En su conjunto, Tokio es inescrutable, indescifrable, y a veces alienante. Pero si somos capaces de cortarla en trozos más digeribles empezaremos a discernir patrones, características y sabor local. Para algunos esta imposibilidad de captar la personalidad total de Tokio puede ser frustrante. Pero también puede ser extremadamente excitante. Crea una experiencia urbana más intrigante y encantadora, sobre todo si rebuscamos por algunos de sus rincones menos conocidos, como el barrio de los joyeros, en Okachimachi, o los restaurantes que esconde el vientre de la propia Yamanote en Yūrakuchō.
Al final, Tokio invita y recompensa a los caminantes curiosos que no tienen miedo de dejar el camino principal para hacer rodeos por capricho, que aguzan oído y olfato para encontrar maravillas escondidas, tanto literal como metafóricamente.
(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: la Yamathon en acción. Cortesía del Grupo Internacional de Voluntarios.)