Historias del ‘Kojiki’

Izanagi e Izanami: el reino de los muertos

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En la segunda historia de la antigua crónica Kojiki, Izanagi sigue a su esposa Izanami a Yomi, el reino de los muertos.

La ira de Izanami

Cuando Izanami murió, Izanagi la siguió a Yomi, el reino de los muertos. En la entrada, donde ella lo saludó, él dijo: “Mi amada esposa, las tierras que estábamos creando continúan incompletas. Vuelve conmigo”.

“Deberías haber venido antes de que comiera el alimento del inframundo”, dijo Izanami. “Pero como has hecho el viaje deseo volver a ti. Se lo pediré a las deidades de Yomi. No me mires hasta que termine”.

Dicho esto regresó al vestíbulo, pero tardaba tanto que Izanagi se cansó de esperar. Rompió una púa del peine que llevaba en el mechón izquierdo de su pelo, la encendió y entró en el vestíbulo. En su interior vio incontables gusanos retorciéndose sobre el cuerpo de su esposa, y ocho deidades del trueno sentadas en torno a ella. Izanagi se asustó y huyó. “¡Me has avergonzado!”, gritó Izanami, lanzando arpías tras él.

Izanagi desató una enredadera que llevaba en torno a su pelo y la dejó caer; la planta se convirtió en una mata de uvas silvestres. Izanagi aprovechó que las arpías se habían detenido para comérselas, y prosiguió a la carrera. Después tiró el peine que llevaba en el mechón derecho de su cabello, y este se convirtió en brotes de bambú. Las arpías se pararon de nuevo a comérselos, e Izanagi prosiguió su escape. Izanami envió tras él, entonces, a las ocho deidades del trueno y a 1.500 guerreros.

Izanagi desenvainó su gran espada y la blandió tras de sí mientras corría, pero aún seguían persiguiéndolo. Cuando llegó a la cuesta que une nuestro mundo con el inframundo arrancó tres melocotones que crecían en el lugar y se los lanzó a sus perseguidores, logrando que todos huyeran. La propia Izanami llegó tras él, al fin, y él alzó una roca gigante para bloquear el camino entre ambos mundos.

(© Stuart Ayre)
(© Stuart Ayre)

De pie, al otro lado de la roca, Izanami dijo: “Debido a tus acciones, mi querido esposo, estrangularé a mil habitantes de tu país cada día”.

“En ese caso”, replicó Izanagi, “construiré mil quinientas chozas para partos cada día”. Esta es la razón por la que cada día mueren mil personas y nacen mil quinientas en nuestro mundo.

Nuevos dioses

Cuando Izanagi regresó de Yomi, dijo: “He visitado una tierra asquerosa y sucia; debo purificarme”. Realizó su ritual de purificación en la desembocadura de un río, arrojando a un lado su báculo, su bolsa y su ropa, prenda por prenda, y de cada objeto surgieron nuevas deidades. “Los rápidos río arriba son demasiado fuertes y los que están río abajo son demasiado débiles”, dijo, y se zambulló en la mitad del arroyo. A medida que se bañaba surgían aún más deidades.

Al lavarse el ojo izquierdo apareció la diosa Amaterasu, a la cual se sumaron Tsukuyomi al lavarse el ojo derecho y Susanoo cuando se lavó la nariz. Izanagi se sentía muy satisfecho con el nacimiento de estos tres últimos hijos suyos. Se quitó un collar que llevaba al cuello, haciendo tintinear sus cuentas, y se lo dio a Amaterasu diciendo: “Ve y gobierna sobre la planicie de los cielos”. Luego dijo a Tsukuyomi: “Ve y gobierna sobre las tierras de la noche”, y a Susanoo: “Ve y gobierna sobre el océano”.

Los dos primeros hicieron como se les había dicho, pero Susanoo siguió gimiendo hasta que creció y se convirtió en un adulto de luenga barba. Sus lamentos marchitaron los árboles de las colinas, secaron ríos y océanos, y atrajeron a deidades malvadas que zumbaban como moscas de verano y causaban un desastre tras otro.

“¿Por qué te pasas todo el tiempo gimiendo, en lugar de gobernar las tierras que te he asignado?”, le preguntó Izanagi.

“Lloro porque quiero ir a Yomi, donde está mi madre”, repuso Susanoo.

Izanagi se enojó. “¡Entonces no puedes vivir aquí!”, dijo, y exilió a Susanoo.

(Artículo traducido al español del original en inglés. Texto original de Richard Medhurst, basado en la historia del Kojiki. Ilustraciones © Stuart Ayre.)

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