Amor por la imprenta y el papel: libros usados y antiguos en Japón

‘Wahon’, la historia del libro japonés

Historia Cultura

La palabra wahon designa una variedad de libros tradicionales producidos en Japón hasta finales del siglo XIX. Este artículo examina su evolución a lo largo de los siglos a medida que avanzaba la tecnología y se ampliaba el público lector.

Obras difundidas por las copias hechas por los lectores

La Historia de Genji es ahora reconocida en todo el mundo como un clásico de la literatura japonesa, pero cuando Murasaki Shikibu la escribió en el periodo Heian (794-1185) se consideraba de baja categoría. La historia de cómo esta obra maestra llegó a los lectores ofrece un camino hacia la historia del wahon, o libro tradicional japonés.

El florecimiento del budismo en Japón en el siglo VIII condujo a la producción de numerosos libros sagrados. Los artesanos que copiaban a mano los sutras llegaron a responsabilizarse de todo el proceso de encuadernación. Para mediados del periodo Heian, los fabricantes de papel desarrollaron materiales resistentes y de alta calidad, y los libros formales en chino literario (kanbun) —incluidos los textos budistas, los registros históricos y los diarios de los nobles— se producían como makimono, largos rollos de papel que los lectores desenrollaban lentamente para revelar el texto y que se guardaban cuidadosamente durante siglos. También se utilizaban imprentas xilográficas en los templos y sus alrededores, pero la tecnología no circuló ampliamente.

Mientras tanto, como explica el experto en libros antiguos Hashiguchi Kōnosuke, los monogatari (“cuentos”) de ficción se transmitían oralmente, y durante un tiempo nadie creyó necesario escribirlos. En el periodo Heian, los monogatari también se asociaban con los mononoke (espíritus maliciosos), a los que se creía poder someter contando dichos cuentos.

Hashiguchi Kōnosuke pertenece a la segunda generación de propietarios de la librería Seishindō de Jinbōchō, Tokio, dedicada a libros tradicionales y caligrafía. Tras trabajar en el mundo editorial, en 1974 comenzó a trabajar en la tienda, fundada por su suegro, y en 1984 lo sucedió como gerente. Ha escrito varias obras relacionadas con libros tradicionales, entre ellas Wahon e no shōtai (Una invitación a los libros japoneses). (© nippon.com)
Hashiguchi Kōnosuke pertenece a la segunda generación de propietarios de la librería Seishindō de Jinbōchō, Tokio, dedicada a libros tradicionales y caligrafía. Tras trabajar en el mundo editorial, en 1974 comenzó a trabajar en la tienda, fundada por su suegro, y en 1984 lo sucedió como gerente. Ha escrito varias obras relacionadas con libros tradicionales, entre ellas Wahon e no shōtai (Una invitación a los libros japoneses). (© nippon.com)

“La idea de convertir los monogatari en libros surgió a mediados del periodo Heian, hacia principios del siglo XI, cuando se estaba creando la Historia de Genji”, afirma Hashiguchi. “Escritores como Murasaki Shikibu y Sei Shōnagon escribieron desde el principio con el objetivo de que los leyeran. Al principio, la gente que quería leer las obras las copiaba, y luego se las pasaban o prestaban a otros”.

Las mujeres no estaban obligadas a escribir en chino literario, por lo que las obras de autoras, como Genji y El libro de la almohada de Sei Shōnagon, se escribieron con la escritura kana desarrollada en Japón. Los libros en kana tenían un estatus inferior y, en lugar de makimono, se convertían en textos encuadernados conocidos como sōshi.

El diario de Murasaki Shikibu describe cómo pidió a calígrafos expertos que copiaran el texto y lo hizo encuadernar.

Una versión del capítulo “Wakamurasaki” de la Historia de Genji copiada por Fujiwara no Teika, descubierta en 2019. Parece mostrar sus revisiones posteriores. (© Jiji Press)
Una versión del capítulo “Wakamurasaki” de la Historia de Genji copiada por Fujiwara no Teika, descubierta en 2019. Parece mostrar sus revisiones posteriores. (© Jiji Press)

“En lugar de escribir toda la obra de una sola vez, Murasaki Shikibu fue añadiendo capítulos poco a poco, por lo que construyó la obra como una serie”, afirma Hashiguchi. “Cuando los nuevos lectores la copiaban cometían muchos errores, y algunos incluso cambiaban la historia. No queda ningún original, por lo que no podemos saber cómo era el texto inicial. No fue hasta dos siglos después cuando el poeta y erudito Fujiwara no Teika comenzó a trabajar en un texto revisado, basado en las diferentes versiones, y finalmente lo fijó en cincuenta y cuatro capítulos”.

La cultura de la lectura crece

En el periodo Muromachi (1333-1568), el número de obras makimono comenzó a disminuir y los libros itotoji, encuadernados con hilo, se convirtieron en la corriente dominante. Cuando Kioto revivió en el siglo XVI bajo Toyotomi Hideyoshi, tras su devastación en la Guerra Ōnin de 1467-1477, los ciudadanos conocidos como machishū, entre los que se encontraban comerciantes y artesanos, formaron comunidades autogobernadas, y entre ellos surgieron los libreros, que se dedicaban principalmente a las obras antiguas.

La imprenta tipográfica se introdujo entre finales del siglo XVI y principios del XVII. La impresión por parte de los templos no solo de las escrituras budistas sino también de obras literarias como el Cuento de Ise en ediciones en hiragana fue revolucionaria, pero existían limitaciones tecnológicas.

“A diferencia de Europa, donde la imprenta podía arreglárselas con la disposición de un pequeño conjunto de letras, en Japón era necesario preparar tipos para varios miles de kana y kanji”, afirma Hashiguchi. “A medida que crecía el público lector se iba haciendo imposible seguir el ritmo con imprentas tipográficas, lo que llevó a redescubrir las ventajas de la imprenta xilográfica. Esto facilitó las tiradas adicionales y los resistentes bloques de impresión podían utilizarse durante siglos. Los comerciantes que antes solo se dedicaban a los libros antiguos aprovecharon la oportunidad para abrir tiendas y probar suerte en el mundo editorial”.

“El siglo XVII destaca por el crecimiento de la cultura de la lectura, que hasta entonces había estado centrada en el estudio de los sacerdotes budistas y los nobles de la corte. En el periodo Edo (1603-1868) los samuráis también empezaron a estudiar, y se desarrolló así una clase mercantil. Estas personas llegaron a disfrutar de la lectura, y quedaron fascinadas no solo por los textos técnicos sino también por obras de ficción como Genji y ensayos como Tsurezuregusa (Ensayos en ociosidad), que leían en versiones xilográficas”.

“La tradición oral dramática de los intérpretes medievales itinerantes, como las sekkyō-bushi (baladas-sermón), se escribía y publicaba en libros, y se incorporaba a los guiones del teatro de marionetas bunraku y del kabuki, que también se publicaban. El kabuki era popular en Edo (la actual Tokio) y el bunraku en Kansai, y hubo muchas colaboraciones, como la de Chikamatsu Monzaemon, quien escribiera obras nuevas de bunraku para su publicación”.

Siguiendo los esfuerzos de Teika por producir una versión autorizada, aparecieron muchas otras ediciones anotadas de la Historia de Genji. Tras haber sido considerada inferior en el periodo Heian, alcanzaba ahora su estatus de clásico literario.

Una edición ilustrada de 1654 de la Historia de Genji muestra una escena de “Wakamurasaki”. (Cortesía de la Biblioteca Digital de la Universidad Sugiyama Jogakuen)
Una edición ilustrada de 1654 de la Historia de Genji muestra una escena de “Wakamurasaki”. (Cortesía de la Biblioteca Digital de la Universidad Sugiyama Jogakuen)

Genji se convirtió en un libro que las mujeres de mercaderes y samuráis recibían al casarse”, señala Hashiguchi. “El texto estaba escrito por calígrafos y los libros eran bellamente encuadernados. Debía de ser difícil adquirir los cincuenta y cuatro capítulos sin ser considerablemente rico, pero los plebeyos podían comprar versiones en xilografía relativamente baratas. Estas siempre traían ilustraciones, y muchos ilustradores competían para que se incluyera su trabajo”.

Demanda de literatura popular

En el periodo Edo algunas editoriales producían libros serios sobre temas técnicos o relacionados con el budismo, mientras que otras dirigían volúmenes baratos al mercado de masas. Este último grupo creció en Kioto gracias a la publicación de obras de teatro de marionetas y en Osaka gracias a la popularidad del escritor Ihara Saikaku.

A medida que las ediciones comerciales florecían en estas ciudades, las versiones pirateadas y plagiadas inundaban el mercado. Los editores se agruparon para pedir a las autoridades que tomaran medidas enérgicas contra este comercio, a cambio de promesas de no publicar materiales prohibidos, como textos cristianos u obscenos. Esto condujo a la formación de gremios de editores, cuya afiliación otorgaba el derecho de publicación y venta de libros. Esos derechos de publicación podían negociarse libremente entre los editores, para lo cual se establecían bolsas de intercambio.

En Edo no se llegaron a establecer editores populares hasta más tarde, pero evolucionaron de forma independiente de los de Kansai, gradualmente. Al principio, producían principalmente obras con cubiertas rojas para niños o con cubiertas negras para chicos mayores y jóvenes, pero hacia mediados del siglo XVIII, cuando Edo estableció sus propios gremios, el negocio pasó a centrarse en obras con cubiertas amarillas destinadas a adultos. Al igual que los mangas actuales, se centraban en las imágenes, con textos que mostraban las palabras de los personajes y la explicación de la escena. Se vendían por el equivalente moderno de varios cientos de yenes.

“La literatura popular se desarrolló durante el periodo Edo, y se produjeron muchos libros divertidos que hacían un uso generoso de los juegos de palabras y la parodia”, explica Hashiguchi. “El editor Tsutaya Jūzaburō estuvo en el centro de todo ello. Descubrió a artistas como Kitagawa Utamaro y Tōshūsai Sharaku, junto con el escritor de ficción Santō Kyōden. El apogeo de la cultura editorial de Edo coincidió con la época de actividad de Tsutaya, a finales del siglo XVIII”.

Una obra de 1793 de Santō Kyōden, Kanninbukuro ojime no zendama (Espíritus malignos, bolsas llenas de paciencia), publicada por Tsutaya Jūzaburō. Muestra a Tsutaya (a la derecha) visitando a Kyōden (a la izquierda) en su casa para recoger un manuscrito. (Cortesía de la Biblioteca Nacional de la Dieta)
Una obra de 1793 de Santō Kyōden, Kanninbukuro ojime no zendama (Espíritus malignos, bolsas llenas de paciencia), publicada por Tsutaya Jūzaburō. Muestra a Tsutaya (a la derecha) visitando a Kyōden (a la izquierda) en su casa para recoger un manuscrito. (Cortesía de la Biblioteca Nacional de la Dieta)

Hashiguchi afirma: “La razón por la que este tipo de libros se vendían bien fue el aumento de la alfabetización en Japón. Las escuelas terakoya contribuyeron en gran medida. Cuanto más avanzado estaba el periodo Edo, mayor era la población lectora”.

“Además de publicar y vender libros nuevos, la gente del negocio también manejaba libros antiguos. Mis investigaciones indican que en el periodo Edo había más comercio de libros antiguos que de nuevos“, señala Hashiguchi. “Esto se debía a la aparición de coleccionistas bibliófilos entre los vasallos del shogunato y los daimyōs. Los libros de antaño eran raros y caros, lo que propiciaba un buen comercio. Como lugares donde se reunían libros antiguos, las bolsas de intercambio de derechos de edición también se convirtieron en mercados para estos artículos”.

La diversificación era pues algo habitual en el negocio de los libros. La demanda de literatura popular hizo crecer los negocios que alquilaban libros a clientes, y Hashiguchi dice que los registros demuestran que había 656 en Edo, en 1808.

Los libros de estilo occidental se convierten en norma

Tras la caída del shogunato en 1868, sus vasallos y los daimyō vendieron o se deshicieron de otro modo de bibliotecas a veces considerables, y el precio de los libros antiguos cayó en picado. Los aficionados extranjeros que vivieron en Japón desde los últimos años del shogunato hasta principios de la era Meiji (1868-1912) no tardaron en aprovecharse. Individuos como el diplomático e intérprete británico Ernest Satow y el profesor de la Universidad Imperial de Tokio Basil Hall Chamberlain, uno de los muchos especialistas extranjeros contratados por el gobierno Meiji, se hallaban entre quienes quedaron fascinados por los libros clásicos y adquirieron enormes bibliotecas de obras.

Desde el punto de vista legal, el Gobierno Meiji clasificaba los libros viejos como de segunda mano o antiguos y, por tanto, bastante diferentes de los libros nuevos. El Ministerio del Interior exigía la notificación de cada publicación y ya no era necesario pertenecer a un gremio para adquirir los derechos. Esto trajo cambios a la industria del libro.

Hashiguchi lo explica: “Se desarrolló un sistema en el que las notificaciones sobre libros nuevos iban al Ministerio del Interior, mientras que las de títulos antiguos iban a la policía. Si se hacía el trámite, se podía comerciar con ambos. Pero el Gobierno endureció gradualmente su censura editorial, y la policía supervisó más de cerca las ventas de libros antiguos con el objetivo de evitar el comercio de libros robados. Se hizo más difícil hacer negocio al mismo tiempo de libros antiguos y nuevos”.

“Con la adopción de la impresión tipográfica, la encuadernación y el papel occidentales se convirtieron en el nuevo estándar y sustituyeron a las variedades japonesas. Para 1887, los libros japoneses xilografiados habían disminuido drásticamente en medio de una avalancha de libros impresos al estilo occidental, y la mayoría de los que habían comerciado con libros desde el periodo Edo abandonaron el negocio”.

Se estableció una red nacional de distribución de libros de texto escolares y revistas, y la edición, la venta de libros nuevos, la distribución y el comercio de libros antiguos se convirtieron en negocios separados, una situación que ha continuado hasta nuestros días.

“Los anticuarios actuales se especializan como estrategia de supervivencia”, afirma Hashiguchi. “Ahora hay 130 tiendas de este tipo en Jinbōchō, y cada una de ellas está especializada en diferentes campos, desde los clásicos a la literatura moderna, pasando por el cine, el manga, los deportes, etc., como las estanterías de una biblioteca. En cierto modo, toda la zona es una gran biblioteca”.

La librería Seishindō abrió sus puertas en 1930. (© nippon.com)
La librería Seishindō abrió sus puertas en 1930. (© nippon.com)

Hashiguchi afirma que la historia del wahon es una expresión condensada del amor de los japoneses por los libros. “Murasaki Shikibu eligió cuidadosamente el papel y convirtió su Genji en un libro con el ardiente deseo de que todo el mundo lo leyera. Se difundió aún más a medida que los lectores lo copiaban y se convirtió en un clásico muy querido en el periodo Edo, ya fuera como una copia manuscrita bellamente encuadernada o como una edición ilustrada en xilografías. Mientras tanto, la ficción popular del periodo Edo, rebosante de inventiva, atraía a los lectores; algunos libros eran incluso similares al manga actual. La gente dice que la lectura está en declive, pero disfrutar de un libro electrónico en un smartphone es una nueva forma de lectura, y hay libros que son desechables y otros que los lectores quieren conservar. Es lo mismo ahora que siempre. Estoy seguro de que el amor de los japoneses por los libros no ha cambiado esencialmente en más de mil años”.

(Escrito originalmente por Itakura Kimie de nippon.com y publicado en japonés el 26 de abril de 2024; traducido al español de la versión inglesa. Imagen del encabezado: detalle de la obra de Jippensha Ikku de 1802 Atariyashita jihondoiya (Un gran éxito para el comercio local de libros), que muestra el proceso de producción de un libro del periodo Edo. Esta ilustración muestra a los compradores agolpándose ante una tienda para conseguir libros nuevos. Cortesía de la Biblioteca Nacional de la Dieta.)

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