Al encuentro de las imágenes budistas

El buda de Enkū

Cultura Arte

El monje budista Enkū fue un personaje único. Durante su largo peregrinaje por Japón, talló incansablemente budas en madera, piezas todas que, pese a su tosca factura, rezuman afecto y ternura. Se dice que su número se acerca a 120.000.

¿Por qué nos atraerá hasta este punto esa sonrisa tan toscamente pergeñada?

A principios del periodo Edo, un monje fue tallando budas en madera durante sus largos viajes en solitario. Su nombre era Enkū (1632-1695). Nacido en la provincia de Mino (actual prefectura de Gifu), se hizo practicante del shugendō en el monte Ōmine de Nara. Partiendo de su natal Mino, hizo largos viajes desde la región de Kansai hasta la isla de Hokkaidō, entonces una zona apenas explorada por los japoneses. Allá donde iba, tallaba budas. Según se dice, hizo promesa de llegar a los 120.000 antes de morir. Los hizo tanto para templos que se los encargaban como para personas particulares que lo ayudaron por el camino.

Además de budas, Enkū talló figuras de dioses sintoístas. El atractivo de su arte reside en la absoluta libertad creativa de este monje peregrino, ajena siempre a los cánones de la estatuaria budista tradicional. De una producción total que debió de rondar las prometidas 120.000 piezas, han llegado hasta nosotros algo más de 5.000.

Enkū utilizaba para sus tallas cualquier bloque alargado que caía en sus manos, incluso maderos flotantes o troncos de árboles caídos. Una vez conseguido un prisma cuadrangular, colocaba al frente una de las aristas y tallaba la figura con decisión y soltura, utilizando formón o nata (machete pequeño). La expresión artística de Enkū se caracteriza por su sencillez y su desprecio por el detalle. La superficie aparece osadamente desnuda, sin adornos ni colores. Muchas de las piezas son verdaderos “tarugos búdicos”, extraídos hábilmente de material de desecho sin valor alguno.

La talla recogida en esta entrega presenta ojos oblicuos y expresión aparentemente de ira. Pero si contemplamos esa cara con detenimiento, pronto sentiremos surgir una sonrisa de la comisura de sus labios. Los budas de Enkū siempre sonríen.

Enkū perdió a su madre cuando era todavía un niño y se dice que eligió la vida religiosa para superar la tristeza de la pérdida. Entre los poemas que dejó, hay uno que equipara la importancia de los hábitos budistas que tomó a la de la vida de su madre, como símbolo de la perdurabilidad de la ley de Buda que nos ilumina.

Hace algunos años, en Hashima (prefectura de Gifu) se encontró, en el interior de una figura de Kannon de las Once Caras tallada por Enkū, otra figura del buda Amida, un espejo y otros objetos. Muchos expertos coinciden en pensar que el espejo podría ser un recuerdo de su madre.

Cuando sintió que sus fuerzas vitales se extinguían, Enkū regresó a la orilla del río Nagara donde descansaba el cuerpo de su madre. Allí siguió un estricto ayuno hasta convertirse en una “momia viviente”, estado denominado en japonés sokushinbutsu (“budificado en vida”). Murió de esta manera, a los 64 años. Quién sabe si todas esas sonrisas que afloran en los budas de Enkū no serán plasmación del recuerdo de la afectuosa sonrisa de su madre.

Buda de Enkū

  • Nombre en japonés: Enkūbutsu
  • Altura: 77 cm
  • Época: Periodo Edo (silgo XVII)
  • Colección: Colección privada

Fotografía del encabezado: Buda de Enkū, colección privada. (Fotografía: Muda Tomohiro)

(Traducido al español del original en japonés.)

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