Al encuentro de las imágenes budistas
Una introducción a la imaginería budista japonesa
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Ante la estatua de un buda, juntamos las palmas de las manos, pero el sentimiento con que se haga dependerá de cada cual. ¿Y luego? Lo ideal sería entablar un diálogo. La estatua, lógicamente, no tiene voz, pero al que a ella se acerca se le exige una cierta receptividad. A quien desee captar su mensaje, le diría que debe tener ciertos conocimientos sobre la imaginería budista y dotarse de una buena “antena”. Un estudio revela que los visitantes de los museos históricos y de arte pasan un promedio de unos 60 segundos delante de cada obra o pieza exhibida, pero es muy dudoso que podamos captar mensaje alguno dedicándole a nuestro encuentro con el buda un tiempo tan corto. Lo más probable es que nos dirijamos a la siguiente estatua sin haber sacado nada en claro.
Al interesado en la materia, yo le aconsejaría que, antes de dirigirse a un templo o a un museo, adquiera algunos conocimientos básicos sobre el modo de apreciación de estas figuras a fin de hacer posible ese diálogo.
Fijémonos en los tipos
Al ponerse frente a una de estas figuras en un templo o en un museo, la mayor parte de la gente posiblemente no sepa por dónde empezar a mirarla. Sería recomendable, en estos casos, buscar los rasgos que caracterizan a cada uno de los tipos de budas.
En la imaginería budista, tenemos los llamados nyorai, los bosatsu, los myōō y los ten. Conocer la existencia de estos cuatro tipos podría ser un buen primer paso en nuestro acercamiento. Veámoslos uno a uno.
1. Los nyorai
Nyorai es la traducción de la idea expresada con la palabra sánscrita tathagata, que designa a la persona que, completada su ascesis, ha alcanzado su iluminación. En su representación escultórica, el nyorai aparece como una figura desprovista ya de cualquier ambición o apetito. Fijémonos, pues, en su grado de simplicidad. Si su cuerpo aparece apenas cubierto por una simple estola, estamos ante un nyorai. Tal es el caso de los nyorai Shaka, Amida y Yakushi. Como excepción que confirma la regla, tenemos a Dainichi.
2. Los bosatsu
La palabra bosatsu deriva del sánscrito bodhisattva, que designa a quien busca la iluminación a través de la ascesis. Su representación escultórica refleja esta condición. Además de la estola muestra algún adorno en la cabeza o en el pecho. También puede portar algo en sus manos. Todos estos son rasgos que identifican al bosatsu. Entre los bosatsu, los más populares son Kannon, Jizō y Miroku.
3. Los myōō
La primera parte de esta palabra, myō, traduce el sánscrito vidya y corresponde también a myōju, es decir, el shingon o mantra del budismo esotérico. Cada una de las letras que forman los mantras tiene un profundo significado y recitando estos se obtienen grandes beneficios. A esta idea expresada por myō se suma ō (rey), que sería ese campeón o persona empoderada por esas palabras de alto valor espiritual. Para meter en vereda a las formas de vida indóciles que no se pliegan a la enseñanza del buda, estos personajes adoptan expresiones coléricas. Cuando veamos, pues, un buda de semblante horripilante, sabremos que estamos ante un myōō. Algunos famosos myōō son Fudō, Aizen y Gōsanze, todos venerados dentro de la tradición del budismo esotérico.
4. Los ten
Ten traduce el sánscrito deva, que significa dios. Muchas deidades vernáculas del brahmanismo y de otras religiones de la India anteriores al budismo fueron incorporadas al panteón budista como dioses protectores o guardianes de la fe. Esta variedad de origen explica que se manifiesten en formas muy diversas. Las imágenes que no quepa clasificar entre los nyorai, ni entre los bosatsu, ni tampoco entre los myōō, podemos aventurar que sean ten. Entre los ten más conocidos están Jikokuten, Zōjōten, Kōmokuten y Tamonten, que forman el grupo de los Shitennō o Cuatro Reyes Celestiales, sin olvidar a Benzaiten ni a Daikokuten.
Comprobemos también la época
La escultura budista japonesa nace a principios del siglo VII. La nueva religión llegó al país durante el reinado del emperador Kinmei (siglo VI) procedente del reino coreano de Paekche (en japonés, Kudara). Las primeras estatuas fabricadas en Japón como objetos de culto tomaron como modelo las importadas. Aunque acerca de la cronología existen diferentes teorías, aquí resumiremos la evolución experimentada por esta imaginería durante los periodos Asuka y Heian desde la perspectiva de la historia del arte.
1. Primera mitad del periodo Asuka (mediados del siglo VI – mediados del VII)
El budismo se transmitió a Japón durante el periodo Asuka. En aquella primera época, la estatuaria todavía no se había desarrollado en Japón y se dependía sobre todo de los modelos chinos. Las imágenes más representativas de esta época son, probablemente, las que forman la tríada de Shaka (Shaka sanzon) que sse guarda en el kondō (edificio principal) del templo Hōryūji de Nara. Si nos fijamos en los rostros, vemos que sus ojos están bien abiertos y que las comisuras de los labios están elevadas, formando una bella sonrisa. Es lo que podríamos llamar una sonrisa arcaica. En cuanto a las vestimentas, sus pliegues están dispuestos simétricamente, formando un esquema muy bonito, pero no demasiado natural. Un rasgo muy interesante de estas estatuas es que son muy delgadas cuando se las mira de perfil. Además, los brazos son cortos y la longitud de las piernas tampoco es la normal. En conjunto, su figura de perfil resulta extraña y esto parece indicar que su autor no las concibió para ser vistas desde ese ángulo.
Hay que fijarse también en las estolas. En las estatuas budistas indias vemos unas en las que la estola cubre ambos hombros y otras en las que solo cubre uno. Estos dos estilos se transmitieron también a China cuando la religión llegó a ese país, en el siglo I, pero a partir del siglo VI comienzan a verse también estatuas en las que el buda lleva vestimentas propias de la nobleza china. Ese influjo explicaría que las estatuas de la tríada del Hōryūji lleven también ese tipo de ropaje.
2. Segunda mitad del periodo Asuka (mediados del siglo VII -710)
Vemos a veces estatuas de buda con mejillas llenas y expresión de infantil inocencia. Con alguna seguridad podemos aventurar que se trata de imágenes hechas en la segunda mitad del siglo VII o durante los primeros años del siglo VIII. Hasta hace poco, hablábamos de la “era Hakuhō” para referirnos a este periodo, pero ahora tiene mayor aceptación incluirlos dentro del periodo Asuka, como su parte final. Trataremos detalladamente estos años en las siguientes entregas de esta serie de artículos.
En 2017 fue declarada tesoro nacional la estatua sedente del nyorai Shaka del templo de Jindaiji, en la ciudad de Chōfu (prefectura de Tokio). Curiosamente, en la capital de Japón no hay otra estatua de buda que haya alcanzado esa calificación. En su rostro vemos la referida inocencia infantil, y sus párpados muestran un pliegue bien definido. Hay que recalcar también que es una estatua sedente, en la que el buda aparece sentado en algo así como un banco.
El origen de esta estatua está envuelto en el misterio. Cuando fue hecha, en la segunda mitad del periodo Asuka, la capital de Japón estaba en Nara. Sorprende encontrar en un lugar tan apartado de la capital una estatua de tan buena factura como esta y sobre este punto hay varias teorías. Según una de ellas, su presencia se explicaría porque en aquella época la actual región de Kantō (Tokio y cercanías) tenía ya un kokubunji (templo budista construido por mandato imperial) y en alguna medida la cultura budista de la capital había llegado hasta ella. Otros estudiosos entienden que la estatua debió de ser tallada en la capital. Esta segunda idea es la que tiene más adeptos, esgrimiéndose como argumento el notable parecido que guarda con la del nyorai Kōyakushi que se encontraba en el templo de Shin’yakushiji de Nara. La del Jindaiji podría haber sido facturada en el mismo taller que esta y trasladada después a su actual emplazamiento. Por cierto, la tradición dice que la estatua del nyorai Kōyakushi toma su nombre del templo homónimo que mandó construir el príncipe Shōtoku (siglos VI-VII) del que antiguamente fue imagen principal.
3. Periodo Tenpyō o Nara (710-783)
Es en este periodo en el que la imaginería budista alcanza su mayor realismo. Las estatuas budistas japonesas han recibido siempre una gran influencia de China, gobernada en aquel entonces por la dinastía Tang. Las estatuas de la época seguían un estilo muy realista que trataba de captar el movimiento. Estas mismas características se contagiaron a las estatuas talladas en Japón.
Pero hay otro aspecto que no hay que olvidar, y es el material en el que están hechas las estatuas. Hasta esta época, eran bien fundidas en bronce, bien talladas en madera, pero se suma a estos dos un tercer método, llamado nenso, consistente en moldear imágenes añadiéndoles sucesivas capas de arcilla u otro material similar. También este método se transmitió a Japón desde la China Tang y fue muy practicado en la era Tenpyō. Se dice que el moldeado en arcilla fue un avance en la búsqueda de un mayor realismo.
Una estatua muy representativa de esta época es la de Ashura del templo Kōfukuji. En los últimos años ha adquirido tal popularidad que hasta tiene un club de fans. ¿Qué es lo que tanto llama la atención en ella? Quizás, esa expresión inefable que muestra, más fácil de hallar en una persona viva vagamente afligida por algo, que en una estatua religiosa. Fue el modelado en arcilla lo que hizo posible esta delicadeza expresiva. Ciertamente, del modelado es más fácil extraer matices expresivos que de la talla. Con la espátula es posible, por ejemplo, resaltar los cabellos uno a uno. Contemplar las estatuas budistas considerando el material en el que están hechas es un buen punto de partida para entablar ese diálogo al que nos referíamos.
4. Periodo Heian (794-1184)
Recorriendo los países de Asia, reparamos en el hecho de que las estatuas budistas presentan rasgos faciales parecidos a los de la gente de ese país. Japón no es una excepción. Hacia el siglo VI, cuando, como hemos dicho, llegó el budismo a nuestro país, las estatuas se hacían siguiendo modelos chinos, y la evolución experimentada por la estatuaria china se ve reflejada también en la japonesa de años sucesivos. Es en el periodo Heian cuando Japón deja atrás esa etapa imitativa y va estableciendo formas propias.
En la primera parte de este periodo, la influencia china es todavía perceptible. Pero en la segunda parte ocurre un hecho de capital importancia: la interrupción en 894 de las embajadas diplomáticas y comerciales que Japón venía haciendo a la China Tang. Con esta interrupción el influjo chino se hace más débil y comienza a instaurarse en la estatuaria budista japonesa algo así como un estilo nacional.
Una gran aportación al establecimiento de ese nuevo estilo la hizo el maestro Jōchō (¿? – 1057), autor de la estatua sedente del nyorai Amida, que es la imagen principal del Hōōdō o Salón del Fénix del templo Byōdōin de Uji (prefectura de Kioto).
Documentos históricos coetáneos a la escultura la califican de “fiel reflejo del buda” y con el paso del tiempo se convirtió en su imagen prototípica. Se caracteriza por su cara redonda, ojos rasgados, nariz y boca pequeñas y cuerpo enjuto. En aquella época, todos debieron de pensar que la estatua del buda tenía cara de japonés.
Cerrado el periodo Heian se abre el de Kamakura (1185-1333), que marca la irrupción de los bushi (clase guerrera) en la política nacional. Fue una época en la que la estatuaria budista japonesa evolucionó a pasos agigantados de la mano de los artistas de la escuela Kei, que tiene en Unkei y Kaikei a sus más conspicuos representantes.
Es mucho lo que hay que decir sobre esta escuela escultórica así que sus obras nos acompañarán a lo largo de las sucesivas entregas de esta serie.
Si nuestro objetivo es, como decíamos, entablar un diálogo con las estatuas budistas, todos estos conocimientos básicos pueden sernos necesarios. De ese diálogo esperamos obtener un mejor entendimiento sobre la sociedad que alumbró estas obras y sobre la actitud con la que la gente se ha acercado a ellas para rezar.
Ilustraciones: Izuka Tsuyoshi.
Fotografía del encabezado: Estatua de bodhisattva conservada en el Museo Nacional de Tokio. Fotografía de Muda Tomohiro.
(Traducido al español del original en japonés.)