
Una mirada al final de la vida en la sociedad superenvejecida de Japón
Un camión de venta ambulante, un salvavidas para las personas vulnerables
Vida Sociedad- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Conversaciones animadas que se oyen por la calle
—He oído que las almejas de agua dulce saben mejor si las congelas.
—¡Hala, menudo truco!
—Muy bien. El total asciende a 1.489 yenes. ¡Qué cantidad de dinero suelto! ¡Pero si tiene ahí una pequeña fortuna!
Las interacciones que genera el camión de venta son de lo más entrañable.
Estamos en Hino, un pueblo situado en el suroeste de la prefectura de Tottori, la zona menos poblada de Japón. En la cuenca del río Hino, que pasa por el centro del pueblo, prosperó desde antiguo un tipo de forja de arena ferrífera conocido como tatara. Ahora la despoblación y el envejecimiento hacen estragos en la zona. En 2019 más del 50 % de sus habitantes tenían más de 65 años y pasó a ser un genkai shūraku, un municipio despoblado en peligro de desaparición.
El río Hino, que nace en Okuizumo, evoca vívidamente un mundo mitológico. (© Ōnishi Naruaki)
Quien lleva el camión de venta ambulante es Takada Akinori. En 2010, a los 27 años, se puso a trabajar como agricultor. Aprendiendo el oficio de la mano de veteranos que querían formar a sus sucesores en el campo, alquiló tierras y maquinaria agrícola y empezó por cultivar arroz.
El pueblo, que contaba con 3.900 habitantes hace 15 años, apenas supera los 2.600 en la actualidad. Los terrenos que los agricultores ancianos de la zona cedieron a Takada porque no daban abasto acabaron sumando un total de 10 hectáreas repartidas en siete aldeas. Es la mayor explotación agrícola gestionada por un agricultor de todo el municipio.
Su esposa Miki nació en el pueblo de al lado, Nichinan, y crio a sus tres hijos mientras trabajaba como enfermera escolar.
Takada cosecha cebolletas blancas en un campo bonito y bien organizado. (© Ōnishi Naruaki)
“Si no va a hacerlo nadie, ¡ya lo hago yo!”
La vida de Takada, que se dedicaba a trabajar el campo, dio un giro inesperado en 2022, cuando Aikyō, el único supermercado de la zona, cerró después de unos 30 años de servicio frente a la estación de Kurosaka de la línea JR Hakubi.
Mientras el pueblo lanzaba una convocatoria pública para encontrar a quien se encargara del supermercado, los propios dueños pidieron a Takada que tomara el relevo. El agricultor, que siempre había disfrutado tratando con la gente, a menudo organizaba fiestas en casa a las que invitaba a un montón de personas de todos los géneros y edades. En aquellas ocasiones solía encargar sashimi al supermercado y fue su popularidad lo que hizo que pensaran en él como candidato para continuar con el negocio.
“Uy, no. Sí que es un problema que nos quedemos sin supermercado, pero yo soy agricultor. ¿Cómo voy a llevar un supermercado? Menudo disparate. Eso también le cambiaría la vida a mi mujer”, respondió Takada ante aquella propuesta en un primer momento.
Con todo, le preocupaba la despoblación progresiva del pueblo. Si desaparecía el supermercado, los que iban a salir más perjudicados iban a ser los ancianos y las ancianas de la zona.
“Aunque por delante de la estación pasaba poca gente, no podía permitir que el pueblo se quedara sin luz. Y decidí que, si no iba a hacerlo nadie, lo haría yo. Pero eso sí: ¡el pueblo iba a tener que colaborar!”.
Takada abrió una empresa como gerente, asumió el relevo de Aikyō y siguió ofreciendo el servicio de venta ambulante con la ayuda del pueblo. La Asamblea Municipal decidió encargarle la función de “velar por los ancianos” aprovechando su ruta comercial.
Ya han pasado dos años desde que —medio arrastrados por la corriente, medio por voluntad propia— Takada y su esposa, que abandonó su trabajo como enfermera escolar, empezaran su nueva andadura profesional.
El supermercado Aikyō sobrevive en la calle desierta que hay frente a la estación. (© Ōnishi Naruaki)
El pescado fresco, producto estrella de la venta ambulante
La familia al completo. Miki, la esposa, es una trabajadora entregada que se encarga tanto de llevar el supermercado como de la venta ambulante. (© Ōnishi Naruaki)
Las mañanas, cuando se preparan para abrir, son un momento de gran ajetreo en el supermercado. Miki empaqueta y pone precio a los productos rápidamente. Takada también acude a diario, pero quienes llevan el establecimiento son principalmente Miki y sus algo más de diez empleados. El encargado, Miseki Noboru, también gestiona el departamento de pescado fresco. Es un veterano con 40 años de experiencia en la venta ambulante que trabajó en la cooperativa de la zona y en el anterior Aikyō. Todas las mañanas a las 6 va al mercado de Sakaiminato.
El producto estrella del supermercado es el pescado fresco. Saborear un género pescado el mismo día por la mañana viviendo en un pueblo de montaña es sin duda un enorme atractivo.
“Si pude tomar el relevo del supermercado, fue porque Miseki aceptó trabajar con nosotros”, declara Takada, demostrando la enorme confianza que tiene a su pescadero. (© Ōnishi Naruaki)
Elige los productos que cargará en el camión pensando en los gustos de los clientes de la ruta que toca hacer ese día. (© Ōnishi Naruaki)
Después de cargar los productos en un camión ligero que lleva un dibujo de una seta shiitake, producto típico del pueblo, Takada emprende su ruta. (© Ōnishi Naruaki)
“Nos salva la vida”
Takada recorre una ruta comercial distinta por el pueblo según el día de la semana. Los clientes de la venta ambulante son personas que devolvieron su licencia de conducir, que perdieron a la persona que conducía o que solo pueden ir a comprar el fin de semana porque los llevan familiares. Todos son de la tercera edad.
La venta ambulante llega hasta los rincones más recónditos de las pequeñas aldeas de la zona. Anuncia su llegada la canción local Tottori Sakyū (Las dunas de Tottori), interpretada por Mizumori Kaori. (© Ōnishi Naruaki)
Una vecina de 90 años compra calamar: “Lo coceré esta noche”. (© Ōnishi Naruaki)
Uno de los clientes adora el sashimi. Cuando Takada le dice “¡El género de hoy es delicioso!”, él responde “Vuestro pescado es muy fresco. Lo cortáis distinto. El daikon para la guarnición también está bien crujiente”.
“Espero con ilusión el día que viene el camión de la venta ambulante”, dice mientras llena la cesta de paquetes de sashimi. (© Ōnishi Naruaki)
Takada ayudando a llevar la compra de una clienta a casa. (© Ōnishi Naruaki)
Se apunta rápidamente las peticiones de los clientes: “¿Tienes vinagre en botella grande?”. “El próximo día te lo traigo”. (© Ōnishi Naruaki)
“Es de gran ayuda. Nos salva la vida”, sentencia una mujer con toda sinceridad. Hoy Takada ha pasado por 20 casas. El sol se ha puesto y ya es noche cerrada. Cuando regresa al supermercado y ordena los productos, al fin termina su jornada.
El futuro de la venta ambulante
Los métodos de venta que no implican establecimientos permanentes, como los puestos de comida callejeros (yatai) o los vendedores ambulantes (gyōshō), existen desde hace mucho tiempo.
Pasé la infancia en un rincón remoto de Nara. Esperaba con ilusión la visita periódica del “señor” que acudía en bici con un remolque cargado hasta arriba de artículos de uso cotidiano y alimentos. Se formaba un alboroto como si se hubieran reunido una tienda de juguetes, una tienda de objetos de casa, una verdulería y una pescadería. Aún conservo el vivo recuerdo de lo bien que lo pasábamos los niños traviesos del vecindario cuando acudíamos a charlar con el vendedor.
Al aumentar el nivel de vida, el pueblo prosperó y la gente empezó a ir a comprar a las tiendas. Sin embargo, en la época actual de baja natalidad y envejecimiento demográfico, los pueblos de provincias han perdido su vitalidad. Los comercios no pueden mantener el negocio e incluso las cooperativas que se dedican a la entrega a domicilio van abandonando la zona.
Pensando en los tiempos venideros, Takada propone: “Creo que la venta ambulante también desaparecerá en el futuro. Ahora desempeño el papel de acompañar el final de la industria minorista, que se está extinguiendo lentamente. Pero, hablando en plata, se trata de una infraestructura. La comida es un suministro básico. Las administraciones locales son quienes deberían mantenerlo y sostenerlo”.
“Las generaciones posteriores a la del baby boom de la posguerra saben hacer pedidos a través de tabletas. El futuro en que, por ejemplo, los grandes supermercados carguen los productos en el tejado y los repartan a domicilio con drones está a la vuelta de la esquina”.
Ya han pasado 60 años desde aquel vendedor ambulante que iba en una bici con remolque que recuerdo de la infancia. Si me paro a pensarlo, veo lo lejos que hemos llegado desde entonces. Hablar con el personal de las tiendas, sentir el calor de sus manos cuando nos entregaban los productos… Era una época en la que comprar implicaba el contacto físico. De repente me pregunto si realmente nos estamos dirigiendo hacia un futuro feliz.
La función de “vela” encargada por el ayuntamiento
La lista de personas por las que Takada debe velar le llega actualizada cada mes. (© Ōnishi Naruaki)
Junto con la toma del relevo del supermercado Aikyō, Takada también asumió el trabajo de “velar por los ancianos”, que desempeña en colaboración con la División de Bienestar Social y Salud Pública del Ayuntamiento y el Consejo de Bienestar Social del pueblo. Consiste en comprobar mensualmente la situación de unas 200 personas mayores del municipio y ayudarlas si lo necesitan.
“No es nada formal. Paso por sus casas y les digo ‘¡Buenas! ¿Está vivo? ¿Le duele algo?’ y ellos me responden ‘¡Me duele todo!’ y nos reímos”.
Si las personas por las que hay que velar son clientes de la venta ambulante, Takada los ve en el momento de la compra, o bien en el campo si están allí trabajando cuando él hace su ruta. Si no los ve de esta manera, va hasta sus casas y, en caso de que tengan algún problema, se lo comunica al ayuntamiento.
“A la hora de comprar se nota fácilmente si hay algún cambio. Si no usan suelto para pagar o no pueden calcular el cambio, es motivo de alerta y debo informar de que tal vez empiezan a sufrir alguna demencia”.
Los Numata son un matrimonio de 90 años que Takada conoce desde hace mucho. Aunque no viven solos, están en la lista de personas por las que debe velar por su edad avanzada. (© Ōnishi Naruaki)
Gracias al respaldo de la Asamblea Municipal
Respaldar a Takada en su negocio es cosa del ayuntamiento. Nakahara Nobuo, presidente de la Asamblea Municipal de Hino, recuerda la situación de hace dos años.
“Si hubiera cerrado el supermercado, habría perjudicado a muchas personas. Él vino a Hino desde otro lugar, tomó el relevo de los campos que los ancianos ya no podían labrar y se esfuerza en su trabajo como agricultor. Encima, se ofreció para continuar con el supermercado. Ahora es una persona irremplazable para el pueblo”.
Takada y Nakahara charlan y ríen en un cobertizo lleno de puerros. (© Ōnishi Naruaki)
“También es importante atraer a nuevos jóvenes para que vengan a vivir al pueblo, pero lo primero es lograr que los pocos que hay ahora se queden. Para eso hay que poderles ofrecer trabajo y vivienda. Buscamos crear una comunidad atractiva”, añade Nakahara, esperanzado con Takada.
La mejor forma de contribuir para agradecer lo recibido
(© Ōnishi Naruaki)
Takada nació y creció en Fukuoka, pero decidió estudiar en la Universidad de Tottori porque le interesaban la forestación de los desiertos y los problemas alimentarios. Su afición por el sake hizo que, tras graduarse, compaginara dos trabajos: elaborar sake en una bodega en invierno y labrar el campo de primavera a otoño. ¿Por qué decidió quedarse en Tottori? “Pensé que, siendo la zona menos poblada, sería la que ofrecería más oportunidades de hacer cosas”. Si hubiera más jóvenes que pensaran como él, las zonas despobladas no estarían condenadas.
Kawakita transporta arroz pulido. Dice que algún día quiere establecerse por su cuenta en Hino. (© Ōnishi Naruaki)
Kawakita Kōki, de 30 años, es natural de la prefectura de Yamaguchi. Llegó a Hino hace seis años con un programa gubernamental llamado Voluntarios de Cooperación para el Desarrollo Regional para dinamizar zonas despobladas. Cuando acabó el proyecto, decidió quedarse en el pueblo y ya lleva más de dos años trabajando para Takada.
“Le pregunté a Kawakita qué productos quería cosechar. Estoy dispuesto a comprarle la maquinaria que necesite y a prestarle el dinero que haga falta. Si encuentra unos terrenos que le gusten, le arreglo el papeleo. Mi sueño es que se establezca por su cuenta aquí y voy a ayudarlo hasta que lo consiga”, afirma Takada.
“Ya que recibo subsidios del pueblo, quiero crear puestos de trabajo. Lo mismo piensan Kawakita y los empleados de Aikyō. Queremos contribuir en Hino creando un lugar donde las próximas generaciones que se queden aquí puedan trabajar y formando recursos humanos. Creo que eso es lo mejor que podemos hacer”.
Takada aborda su misión de salvar el pueblo pensando en el futuro tanto de los mayores como de los jóvenes. Su desafío no ha hecho más que empezar.
Fotografías y texto: Ōnishi Naruaki.
Fotografía del encabezado: Atendiendo a una clienta durante el servicio de venta ambulante. (© Ōnishi Naruaki)
(Traducido al español del original en japonés.)