Ozu Yasujirō: Cuentos de Tateshina
Al otro lado de la cámara: Ozu Yasujirō en familia
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A 120 años del nacimiento y 60 de la muerte del aclamado cineasta Ozu Yasujirō, nos acercamos al hombre que fue detrás de la cámara. Conversamos con su familia para mostrar el lado más desconocido del director japonés y regresar con otra mirada a su mundo en movimiento.
El octogenario Nagai Hideyuki bucea en la vida cotidiana del gran director más allá de la fama. El que fuese un artesano del cine para el mundo, fue para él una figura casi paternal. En este contraste, hay un ser muy querido en la intimidad familiar que logró plasmar en el celuloide el Japón de su época. Para Ozu Akiko, el recuerdo de su tío se remonta a casi las primeras papillas, aunque esté teñido de sake y travesuras. Hoy vela por mantener viva su memoria. Una infancia y juventud junto a Ozu nos transportan a la vibrante era Shōwa (1926-1989), una época compleja de la historia japonesa, pero en la que también se produjo una revolución en el mundo del séptimo arte.
Los orígenes
Ozu nació en un barrio popular de Tokio, a orillas del río Fukagawa, el 12 de diciembre de 1903, hace 120 años. Segundo de cinco hermanos, su infancia transcurre primero en la gran capital junto a su madre Asae y su hermano mayor Shin’ichi, mientras su padre, Toranosuke, se ocupa de la venta de un producto muy demandado, la harina de sardina, en aquel entonces utilizada como fertilizante para el campo, especialmente para el cultivo de algodón.
En 1913 la familia deja la capital y pone rumbo a Matsusaka, en la prefectura de Mie, ciudad natal del padre y donde Ozu acabará la escuela, practicará judo y esbozará dibujos y diarios. Ya de adolescente se escabullirá a los primeros cinematógrafos para deleitarse con el cine mudo estadounidense. Tras acabar el instituto abandona los deseos de su padre de entrar en la universidad y trabaja como maestro sustituto en una escuela rural. Finalmente, en 1923 regresa a Tokio y decide probar suerte en la industria del cine.
Aunque no procedía de una familia de artistas, su sobrino Nagai Hideyuki cree que “nació en un buen momento” y que su vocación fue fruto de la época en la que vivió. Su vida tampoco estuvo exenta de dificultades. Aunque entró a los estudios Sōchiku queriendo ser director, empezó como asistente de directores. “Se esforzaba mucho en su trabajo”, recuerda. Su empeño se tradujo en más de cincuenta cintas, desde un debut en el cine mudo con La espada de la penitencia (Zange no yaiba, 1927) a su última obra a color El sabor del sake (Sanma no aji, 1962).
Los niños de Ozu
Amable, divertido y sin imponerse a los niños. Así permanece en la memoria de sus sobrinos. Ozu no tuvo hijos, pero otros niños le rodearon y la visión que tenía de la infancia quedó reflejada en el idioma de sus películas, como en Primavera tardía (Banshun, 1949) o Buenos días (Ohayō, 1959).
Nagai Hideyuki es hijo de Toki, la hermana pequeña de Ozu y tercera de la familia. Toki, que se llevaba cuatro años con Ozu, enviudó muy joven y “Yasujirō fue un gran apoyo para ella”, recuerda Nagai. Ozu Akiko coincide con su primo mayor. Hija de Nobuzō, el hermano más pequeño del director, el primer recuerdo que tiene con su tío se remonta a poco después de la guerra, siendo ella muy pequeña.
Akiko cuenta que su tío regresó de Singapur el 11 de febrero de 1946, tras la contienda. Fue directo a su barrio en busca de su madre, pero ella había abandonado Tokio tras el Gran Bombardeo del 10 de marzo de 1945 y ahora vivía con su hija en Noda, una ciudad agrícola de la prefectura de Chiba a dos horas en tren de la capital. Le dieron recado de dónde encontrarles y tras hacer noche en Tokio, puso rumbo.
Los primeros años de posguerra los pasó en esta localidad, donde al caer la noche la familia se juntaba alrededor de una botella de sake y conversaba. La pequeña Akiko siempre acababa enroscada como un gato en las rodillas de su tío, quien a modo de juego mojaba un dedo en el sake y se lo hacía probar: “Se comportaba como un niño travieso, jugaba con nosotros al mismo nivel”.
El papel de Ozu en la vida de los pequeños de la familia fue más allá del juego, en especial para Nagai: “Sus principios eran no molestar a los otros y no decir mentiras. Tenía una gran moral y me enseñó muchas cosas, pero tal vez esas fuesen las más importantes”.
Ya de joven, su tío le invitaba a salir y beber juntos. “Siéntate conmigo”, me decía. “Hablábamos mucho. Me recomendaba libros. Natsume Sōseki, por ejemplo. También películas que yo no entendía muy bien”. Con 19 años y siendo estudiante universitario, Nagai lo visitó numerosas veces en el que será el último rincón creativo de Ozu, un paraje volcánico llamado los Altos de Tateshina.
El sabor del sake
Ozu tenía por costumbre anotar los nombres y las direcciones de los restaurantes que frecuentaba en Tokio. Un compendio que él mismo bautizó como “Cuadernos gourmet”. Podría darnos la impresión de estar ante un sibarita. Nada más lejos de la realidad.
Quienes compartieron con él mesa, como Nagai, tuvieron otra experiencia: una en la que disfrutaron de platos típicos de la gastronomía japonesa en barrios populares de la capital o en Kamakura, ciudad costera al sur, adonde se mudaría el cineasta en 1952.
Desplazándose en tren o en el auto de algún amigo del director, tío y sobrino recorrían Tokio en busca de una codiciada anguila en Kitasenju, al norte, por eso que dicen en Japón de que alarga la vida. O un buen tonkatsu en Hōraiya, en el ajetreado Okachimachi, barrio donde residía un colega, el también director Ikeda Tadao. El plato de jugosos filetes de cerdo empanado que, por cierto, mencionaría en Primavera tardía (Akibiyori, 1960) y El sabor del sake (Sanma no Aji, 1962).
Ozu era un habitual del sushi en un restaurante cercano a la estación de Kamakura, pero en el recuerdo de Nagai, “bebía más que comía”. Que fuese un gran amante del sake es algo en lo que todos parecen coincidir. Especialmente si el beber era en buena compañía. “No iba a lugares lujosos, lo que le gustaba era juntarse con gente. Disfrutaba de las personas”.
Las musas de Ozu
“Pienso que pudo hacer todo lo que hizo porque era soltero”, responde Nagai a la cuestión de por qué el cineasta nunca se casó. Durante años esta fue una pregunta recurrente en los medios de comunicación. Pero eso no quita que no tuviese amores. Distintas mujeres desempeñaron además un papel fundamental en su vida y obra.
La figura materna de Asae estuvo siempre muy presente en la vida del creador. Una estrecha relación que duró hasta el final de sus días. Madre e hijo vivieron bajo el mismo techo la mayor parte del tiempo y murieron con apenas un año de diferencia.
Hubo además otras circunstancias familiares. El hermano mayor estaba casado y Ozu pronto fue testigo de la compleja relación suegra-nuera. En el Japón tradicional, el hijo primogénito asumía el cuidado de sus padres, pero en este caso fue él quien veló de cerca por su madre.
Ozu Akiko cuenta que a los tres años de edad una meningitis puso al pequeño Ozu entre la vida y la muerte y entonces Asae dedicó cuerpo y alma a su recuperación, algo por lo que Ozu siempre guardó un profundo agradecimiento. Pero Akiko también cree que a pesar de que le gustaba estar rodeado de gente, en el fondo era muy tímido. Que ella sepa, le gustaron por lo menos tres chicas, “pero era incapaz de declararse y mientras tanto otros se le adelantaban”.
En la faceta profesional, “a Ozu no le gustaba establecer una relación personal con las actrices”, afirma Nagai. Hacia el final de sus años, apareció Murakami Shigeko, una acordeonista que amenizó una escena de Cuentos de Tokio. “Fue una persona muy querida”, recuerda de este amor tardío el sobrino.
Será la eterna Hara Setsuko la figura femenina con la que más se le relacionará. La actriz protagonizó de 1949 a 1953 la trilogía de la ingobernable Noriko, con papeles de joven viuda de posguerra o muchacha que rechaza el matrimonio, lo que los inmortalizó juntos en la historia del cine. Más allá del celuloide, los rumores sobre una posible boda entre actriz y director se sucedieron, pero “él la respetaba mucho y nunca tuvo intenciones de casarse con ella. Ambos eran profesionales del cine”, explica Nagai.
Hara Setsuko tampoco llegó a casarse y sorpresivamente se retiró a la muerte de Ozu en 1963, despertando nuevos rumores y alimentando un misterio que nadie ha logrado resolver. Se apartó de los focos y nunca más concedió una entrevista. Ni siquiera a su biógrafa, que intentó durante años desvelar los motivos .
Para el sobrino, la respuesta es sencilla: “A Hara le gustaba mucho trabajar con Ozu porque sacaba lo mejor de ella”. Ambos se llevaban 12 años, así que cuando él murió ella ya era mayor, explica. “Lamentablemente, mayor para el cine”, matiza. “Tenía más de cuarenta años y se retiró porque no quería salir en películas de menos nivel. Su carrera estaba en lo mejor”.
En opinión de Nagai, la actriz estaba muy adelantada a su época, y su influencia en una industria principalmente dominada por hombres no debería menospreciarse. “Se le concede el mérito a Ozu sensei, pero ella fue muy buena y tuvo su propio mérito”. Una crítica al mundo del cine pasado, pero también actual. En 2015, cuando la actriz falleció con 95 años, Nagai lamentó la pobre cobertura mediática que se dio en Japón en comparación con la internacional.
Los últimos recuerdos
Hubo anécdotas con otros grandes del cine nipón. “Kurosawa sentía simpatía por Ozu, le dijo que le había gustado mucho Cuentos de Tokio”, rememora el sobrino. La película emocionó también a Yamada Yōji, otro grande del séptimo arte, quien acudía a casa del maestro Kurosawa y juntos revisitaban la cinta. En 2013, Yamada estrenó Una familia de Tokio (Tokyo Kazoku), homenaje moderno a ese pasado.
Como ser humano “era humilde, no se daba aires de grandeza. Era considerado y de disposición amable”. Así le gustaría a Nagai que fuese recordado, “aunque también le gustaban los chistes verdes”, bromea.
Frugal y vitalista, los numerosos premios que recibió en Japón no afectaron a su trabajo. De sus últimos años componiendo guiones en medio de un bosque en Tateshina, Nagai dice que fue una etapa muy buena: “Era un hombre de su época y no le importaba la vida del monte y su crudeza”.
En invierno ideaba y en verano rodaba. Durante casi una década repitió junto a su amigo y guionista Noda Kōgo un ciclo de creación y descanso en una villa que todavía se conserva en las montañas de Nagano. Hasta que enfermó en 1963. Aunque en su obra no saldrán nunca estos paisajes, “Tateshina siempre estuvo en su corazón”.
Se sentaban en un porche rodeado de pinos y pensaban el desarrollo del guion. Con bufanda, botas altas de goma y bastón paseaban un día tío y sobrino por el monte cuando este le sacó a Ozu una fotografía. La cámara era un valioso obsequio de su tío, un regalo que Nagai siempre conservó, hasta que en 2016 la donó a la sala de exposiciones de la ciudad de Chino, agradecido por el cariño de sus habitantes. Cada año, los vecinos organizan aquí un festival de cine en honor al cineasta.
El último recuerdo junto a su tío en estos parajes se remonta a 1963, cuando por primera vez el televisor llegó a Unkosō, la otra villa del guionista Noda. “Vimos todos juntos el canal público en una pequeña tele”.
Higanbana, la flor del equinoccio
Ozu Akiko también participa cada año en el festival de cine de Tateshina que homenajea al creador. El otoño de 2023 no fue una excepción y durante el evento se acercó a Mugeisō, la última villa de trabajo del director. Unas flores rojas brotan en el jardín. Son lirios de araña, una flor que gustaba especialmente al cineasta, también por su color.
El mismo rojo intenso aparecía en sus filmes a color y la flor llegó a titular una cinta de 1958, Higanbana. ¿Qué representaba en la vida de Ozu? Su sobrina Akiko cree que la clave está en el joven que fue, concretamente en una anotación del 25 de septiembre de 1927 que dejó en un diario. Aquel día Ozu viajaba desde casa de su abuela hacia la estación de Hisai, en Mie, donde pasó parte de su infancia y adolescencia. Por la ventana y mientras se alejaba el tren, Ozu pudo apreciar el apogeo rojo de las flores del equinoccio de otoño alzándose a ambos lados de las vías.
La llamada flor del equinoccio evoca en Japón los recuerdos perdidos. Fue idea de Akiko traer higanbana hasta el último rincón de Ozu para que estallen en rojo cada año al llegar el otoño.
Entrevistas y texto: Carmen Grau Vila
Fotografías: Kodera Kei
(Fotografía del encabezado: Nagai Hideyuki y Ozu Akiko durante las entrevistas realizadas por Carmen Grau en la ciudad de Chino, en el Festival de Cine Conmemorativo de Ozu Yasujirō en los Altos de Tateshina.)