Ozu Yasujirō: Cuentos de Tateshina
Cuentos de Tateshina: Un encuentro insospechado con Ozu
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Cuando uno llega al monte Tateshina en busca del Japón más volcánico, no espera toparse con un secreto a voces de la historia del cine. Recalé aquí por primera vez a finales de agosto de 2020 huyendo del calor y la pandemia, sin sospechar que me encontraría con los últimos años de creación y retiro del director Ozu Yasujirō. Tampoco creí que tardaría unos años en juntar cada rincón de la historia de amor entre el cineasta y este enclave natural.
Bosques de alerces nipones custodian un pasado congelado del cine japonés de los años cincuenta. Así se explica que sesenta años después de la muerte de Ozu, una villa de montaña con techo de paja y suelo de tatami donde ideó sus últimas películas siga en pie. Y que esté abierta al visitante en una zona conocida como Pool Daira, un poblado de paso en la imponente cordillera Yatsugatake, en el centro del país. Y este no es el único lugar en el que transcurrieron los años finales del célebre realizador.
Tateshina es un volcán, un lago y un monte que esconden el relato de una amistad, la de Ozu con el guionista Noda Kōgo. Un camino en el bosque me conduce por una historia apenas conocida. Continúo y tropiezo con un cerezo solitario, descubro una botella de sake en un altar, contemplo una cascada oculta y casualmente me encuentro con el sobrino del cineasta. Voy en busca de una cámara que Ozu regaló a su sobrino y acudo a un festival de cine local en el que se homenajea cada año al director. En 2023, por cierto, se conmemoran los 120 años de su nacimiento.
Mugeisō, la villa del séptimo arte
La casa original que ocupó Ozu durante los años cincuenta se encuentra intacta cerca del lago Tateshina. Convertida hoy en museo, traslada al visitante a la época dorada del cine nipón de posguerra. Sentado frente al hogar encuentro a Fujimori Mitsuyoshi, quien atiza el brasero mientras cuenta cómo trabajaba el director de cine, su gusto insaciable por el refinado sake de la región o las fiestas con cineastas que se celebraban en este mismo lugar.
El autor de Cuentos de Tokio (Tokyo Monogatari, 1953) alquiló en 1956 esta villa de trabajo y asueto rodeada de naturaleza. La nombró Mugeisō para combinar el arte y la nada. O, como describe Fujimori, “para pensar y preparar su próxima película”. Hasta su muerte en 1963 escribió y organizó en ella seis filmes acompañado de un aliado, el guionista Noda Kōgo.
La Asociación de Turismo de Tateshina decidió conservarla intacta y abrirla al público. Desde hace cinco años, Fujimori se encarga de mantener vivo el hogar. Amante del cine de Ozu y de sus huellas, se explaya en los detalles gastronómicos:
“Ozu ponía una olla al fuego, introducía la carne, las verduras y sazonaba con sake y soja. Le gustaba mucho el sukiyaki. Después, si sobraba, hacía arroz con curri pero le añadía demasiado azúcar. Lo ofrecía a sus huéspedes, aunque él no comía. Nadie podía negarse. Tampoco decir que estaba malo”, cuenta Fujimori, quien ha escuchado y leído anécdotas de numerosas fuentes. Hasta que una noche, al actor de Primavera tardía (Banshun, 1956) Ikebe Ryō se le escapó que el plato no era comestible y rompió el encanto.
Tener listo un guion les llevaba una media de tres meses, durante los que discutían y acordaban cada paso. En tándem, director y guionista establecieron una rutina de creación y descanso bajo el paso de las estaciones y la velocidad de las nubes. Mes y medio para elaborar una trama que cosían a retazos de conversaciones y de la propia vida. Después escribían el primer borrador del guion, que la hija de Noda pasaba a limpio, y entonces Ozu organizaba el elenco. De vez en cuando, si los llamaba algún asunto urgente, iban y venían de Tokio, que en aquel entonces quedaba a más de cuatro horas en ferrocarril, hoy solo dos en un expreso que parte de la estación de Shinjuku.
Entremedias de hacer películas se escondían las ganas de recreo y disfrute en compañía. El 18 de agosto de 1954, en la cima del éxito, Ozu llegó a Tateshina por primera vez guiado por Noda, quien dos años atrás había fundado en las inmediaciones Unkosō, su rincón para llamar a las nubes y a la gente, como él mismo dijo.
Unkosō, la otra villa de las nubes
Este recoveco en las montañas de Nagano se convirtió en meca del cine de autor de la era Shōwa (1926-1989), y los mayores cineastas japoneses instalaron aquí una segunda residencia. Después de Noda llegó Ozu y los seguiría Shindō Kaneto, el aclamado director de Los niños de Hiroshima (Genbaku no ko, 1952). Para estos pioneros del cine japonés, las musas aparecían en lo frondoso del bosque, en los pinos esbeltos, los veranos frescos, el otoño rojo, el invierno blanco y en el sake.
El mismo día que Ozu llegó, Noda empezó un proyecto que duraría años, los llamados Diarios de Tateshina. Una crónica escrita a dúo a la que se sumaba todo aquel que los visitara. Consta de 18 cuadernos a lápiz donde ambos esbozaron los momentos transcurridos entre película y película: reflexiones, dibujos, bromas y vida. De su lectura puede saberse que por aquí pasó el actor fetiche de Ozu, Chishū Ryū, “padre universal” del cine para el director Wim Wenders. También recaló la acordeonista de Cuentos de Tokio, Murakami Shigeko, un amor de Ozu.
Siete décadas más tarde, en septiembre de 2020, la villa de las nubes me invita a celebrar la recuperación de los diarios. Gracias a la tecnología de imágenes se ha logrado una réplica exacta de cada hoja de papel de arroz de los cuadernos. Yamanouchi Michiko, albacea del patrimonio documental de Noda, lo considera un logro y un pequeño paso más para difundir este legado artístico.
La nueva Unkoso ha sido transformada en el Museo Noda Kōgo – Centro de Estudios de Guion de Tateshina, un punto de encuentro para amantes e investigadores del cine de Ozu. El archivo contiene los guiones originales de sus obras maestras y otras curiosidades. Sobre el tatami una pantalla reproduce una película inédita rodada por ellos en el entorno: Ozu jugando al golf en los montes, Noda acompañado de su familia, etc. Salgo al bosque que aparece en la cinta y me adentro por el sendero que tantas tardes recorrieron juntos.
El paseo de Ozu
Ozu iba a construirse una casa propia en Tateshina. Ya tenía el lugar escogido y la madera de los árboles centenarios lista, pero no vería culminado este proyecto: falleció a causa de un cáncer el día que cumplía 60 años, el mediodía del 12 de diciembre de 1963 en Tokio. La casa de sus sueños no llegó a construirse nunca, pero la madera que le hubiese abrigado en el bosque no se desperdició. Fue reutilizada por Noda para levantarle un anexo a su hija Reiko.
El lugar ha sido bautizado como el Paseo de Ozu. La ruta se interna, entre pinos y otras villas de madera, en un caudaloso río al final del que divisamos un cerezo. El único cerezo de un vasto bosque. Se encuentra en una loma, rodeado del profundo valle que hace millares de años albergó a la civilización Jōmon. Cuentan que fue aquí donde Ozu y Noda dieron con el título Primavera precoz (Sōshun, 1956).
Un cerezo solitario
Ozu y Noda visitaban este cerezo en su paseo diario, que tenía lugar después de una siesta tras la comida. También había días que les acompañaban Shizu, la mujer de Noda, su hija Reiko o los muchos amigos que venían de visita. Era un paseo ineludible en la vida del director, de ruta única.
Solamente se permitía un ligero cambio en el paisaje diario, el que marcaba el paso de las estaciones en el bosque. Verde y fértil en verano. Dorado en otoño o plateado en invierno. Cruzaban el río por un enclenque puente de madera y ya estaban en la loma. Unos pasos más, y un tesoro los aguardaba: el cerezo solitario. No les importaba que no estuviese en flor. Su suave magnificencia permanece intacta hoy.
En la base del grueso tronco, un pequeño altar de madera –en ocasiones repleto de botellitas de sake– sigue acompañando a Ozu en el más allá. Es constumbre en Japón colocar este tipo de ofrendas. ¿Las habrán dispuesto los pobladores anónimos de Tateshina o admiradores en busca de inspiración? Tal vez las dejen sus sobrinos, que siguen visitando cada año el lugar admirado por su tío.
Baños termales para sanar
Sabemos por las fotografías y los registros que, durante su estancia, Ozu y Noda frecuentaron el onsen Shin’yu, a un paseo de sus villas, para relajarse en las preciadas aguas termales. El alojamiento fue fundado en 1926 y a día de hoy presume de una imponente biblioteca con 30.000 libros.
La fama de estas aguas termales que brotan del volcán se remonta a hace siglos. Las propiedades curativas y el entorno natural atrajeron desde antaño a viajeros de todo el país. Hubo una época en la que los caballos también se zambullían en los cálidos baños tras un largo viaje. Los enfermos acudían con la esperanza de sanar y durante la guerra los soldados buscaban curar sus heridas.
La cascada y un camping secreto
En la llamada montaña de los ciervos, a poca distancia del lago Tateshina, se encuentra oculta la gran cascada Ōtaki. Familias de ciervos se cruzan por doquier y cientos de libélulas rojas buscan los caudales del río para poner sus huevos. Aquí se ubica el camping Ōtaki, uno de los más antiguos de Japón, destino de montañeros avezados. Desde hace dos décadas, Nakao Akihiko, que hoy ronda los 80 años, es el encargado de preservar el lugar. De primavera a otoño, el vigoroso Nakao cuida las cabañas de techo de zinc y las parcelas en este bosque encantado.
Sake de crisantemos y diamantes
Daiya Giku o diamante-crisantemo. Así se llamaba el sake preferido de Ozu. Gran aficionado a la bebida autóctona, cuentan que además de la naturaleza y la calidez de sus gentes, fue el delicioso sake local lo que acabó de cautivarlo.
En septiembre de 2023 la fábrica de sake Toda, la única de la ciudad, sigue a pleno rendimiento en Chino. Barriles de arroz fermentado dan la bienvenida al visitante. El secreto son los ingredientes locales, una combinación de agua del monte Tateshina con el arroz de sus campos. Takahashi Yūsuke, a cargo de la elaboración, explica que para conmemorar el 120.º aniversario del nacimiento del director han lanzado una edición especial haciendo uso de la receta original.
Un festival de cine único
El amor que el creador profesó por este paraje es hoy correspondido por sus habitantes. A un salto de la estación de Chino, la ciudad exhibe un pedazo de esta historia: una voluminosa cámara de cine, mobiliario de la época, fotografías antiguas y por supuesto las vasijas de sake, entre otros recuerdos.
También se aprecian los carteles del festival de cine local que desde 1998 organizan los orgullosos ciudadanos en homenaje a Ozu. El universo del director saltó fronteras y su filmografía es hoy objeto de estudio en todo el mundo. A lo largo del tiempo, numerosos directores de cine han reconocido la gran influencia del hacer de Ozu en sus obras, como el alemán Wim Wenders, el hongkonés Stanley Kwan o más recientemente la española Celia Rico.
Al fondo de la sala de exposiciones hay una vieja cámara de fotos, un regalo de Ozu a su sobrino Nagai Hideyuki, quien compartió de pequeño muchos momentos con su tío. En el verano de 2022, ya octogenario, Nagai me contaba que cuando recibió la compleja máquina no sabía cómo usarla, pero suya es una de las fotografías más emblemáticas de Ozu aquí tomada, parado frente a una arboleda con botas de goma. Una imagen que ha sido utilizada en 2023 por el Festival de Cine de Tateshina para conmemorar al artista en su 120.º aniversario.
Parto de Tateshina cuando asoma el otoño. El volcán permanece impasible al paso del tiempo, ajeno a los secretos que esconden sus bosques. Pero los lugareños son custodios de la historia. El pasado de Ozu está a buen recaudo.
Texto: Carmen Grau Vila
Fotografías: Kodera Kei
(Fotografía del encabezado: Una de las fotografías de Ozu Yasujirō en Tateshina exhibidas durante el Festival de Cine Conmemorativo de Ozu Yasujirō en los Altos de Tateshina. © Museo Kōgo Noda - Centro de Estudios de Guion de Tateshina.)