Dioses de los mitos y leyendas de Japón
Dioses antiguos y nuevos: los distintos tipos de deidades japonesas
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Kamis de la naturaleza: montañas, árboles y rocas sagradas
En Japón se cree, incluso hoy en día, que los dioses habitan en todo tipo de elementos de la naturaleza, y como tal son adorados en ciertos lugares. El monte Fuji, el más representativo del paisaje japonés, es también una montaña sagrada. En ocasiones el viajero puede encontrar en todo tipo de lugares árboles o rocas cuyo estatus sagrado se indica por medio de una cuerda con colgantes blancos, denominada shimenawa.
Esta creencia sobre la naturaleza proviene, al parecer, del periodo Yayoi (entre el año 300 a. C. y el 250 d. C., aunque existen distintas teorías sobre el inicio de dicho período), cuando se empezó a extender el cultivo del arroz por cada región y la cosecha se fue convirtiendo en plegaria a los dioses. En aquel entonces se consideraban divinidades el sol, la lluvia, los árboles, los montes… todo aquello que se hallaba en la naturaleza, y la naturaleza misma. Por supuesto, en tiempos aún más antiguos ya existía el culto a los dioses y a la naturaleza, con toda probabilidad, pero no se puede saber a ciencia cierta qué forma adoptaba.
Un buen ejemplo del aspecto que podía presentar el culto a los dioses en tiempos antiguos proviene del monte Miwa, en Sakurai, en la prefectura de Nara. Posee una hermosa forma cónica, y hay ruinas en ella que datan de los siglos IV al VI, en las que se han excavado magatama (cuentas en forma de coma, normalmente hechas de piedras semipreciosas), y otros objetos bajo enormes rocas.
Dioses mitológicos: seres imperfectos que cometen errores
Ya desde la antigüedad comenzaron a aparecer dioses con personalidad.
Hay cerca de 80.000 santuarios en todo Japón consagrados a una variedad de deidades. Las más comunes son los dioses mitológicos. La mitología japonesa se narra sobre todo en Kojiki y Nihon shoki, así como en los fudoki, registros del siglo VIII. Kojiki y Nihon shoki son documentos que buscaban transmitir a las generaciones futuras la historia, los mitos de la formación del país y los orígenes de la familia imperial. Los fudoki, por otra parte, registran la etimología de los topónimos, la tradición oral y los productos de cada región. Aunque existía una intención política tras esas compilaciones, las imágenes de los dioses representadas en ellas no solo están relacionadas con la historia y la política, sino que también reflejan vívidamente la cosmovisión, las costumbres y la cultura de las gentes de antaño.
Entre los dioses que conforman la mitología japonesa, el primero que se debe conocer es la deidad suprema, Amaterasu (Amaterasu Ōmikami). Su nombre significa “la diosa que ilumina el cielo”; por eso se dice que es diosa del sol.
Las pruebas de Amaterasu
En la mitología japonesa las islas y el mundo natural fueron creados por la unión entre dos deidades llamadas Izanaki e Izanami.
En Kojiki, la historia del “alumbramiento del país” y la de Amaterasu se cuentan de la siguiente manera.
Izanaki e Izanami, de pie sobre un puente que cruzaba los cielos, clavaron una lanza en el mar, y al agitarla y sacarla de las aguas, la sal goteó de la punta y se solidificó formando una isla. Ambos dioses contrajeron matrimonio en ella, y comenzaron a dar origen a las otras islas, que se convertirían en el archipiélago japonés.
A continuación dieron al mundo la naturaleza: montañas, ríos, plantas... Izanami finalmente dio a luz al dios del fuego, y murió a causa de graves quemaduras que el parto le produjo. Izanaki, tratando de recuperar a su esposa, descendió a la tierra de Yomi; su misión no tuvo éxito, no obstante, y tras regresar realizó un ritual de purificación llamado misogi. Al lavarse la cara al final del ritual, la diosa Amaterasu nació del ojo izquierdo, Tsukuyomi, el dios de la luna (de quien, por alguna razón, apenas se habla en Kojiki), nació del ojo derecho, y Susanoo nació de la nariz.
Según Nihon shoki, por otro lado, Izanaki e Izanami consultan y crean a Amaterasu para gobernar el mundo. Desde el momento en que nace es un ser precioso y especial.
Amaterasu gobierna Takamanohara, la planicie de los cielos, pero un día le llega una prueba. Su hermano menor, Susanoo, llega al lugar con un aspecto amenazante. Amaterasu, pensando que ha venido a robarle el mando de Takamanohara, se equipa con sus armas y le hace frente.
Los hermanos deciden predecir si Susanoo tiene malas intenciones al dar a luz a hijos a partir de las posesiones de cada uno. De las pertenencias de Amaterasu nacen cinco dioses masculinos, y tres diosas de las pertenencias de Susanoo. Al haber traído al mundo a “diosas débiles” Susanoo insiste en que no tiene malas intenciones, y en su victoria hace estragos en Takamanohara; al final, una de las tejedoras de Amaterasu muere frente a ella. La diosa queda impactada y se encierra en una cueva llamada Ama no Iwaya (“La roca del cielo”).
Con la diosa del sol oculta, el mundo queda sumido en la oscuridad y ocurren varios desastres. Los atribulados dioses consultan y deciden realizar un ritual ante la cueva, durante el cual la diosa Amenouzume baila animadamente para hacer reír a los presentes. Amaterasu escucha las risas desde el interior de la cueva y se pregunta por qué todos ríen aunque ella no está entre ellos, así que abre un poco la puerta de la cueva hasta que llega a verse en un espejo. Como resultado, la luz vuelve al mundo.
El Yata no Kagami (ese “espejo gigante” en el que se ve Amaterasu) y la Yasakani no Magatama (“gran magatama”) colocados frente a la entrada de la cueva son parte de los “Tres Tesoros Sagrados”, transmitidos de generación en generación por la familia imperial.
De este mito aprendemos que Amaterasu, diosa del sol, comete errores y a veces no responde bien a ciertas situaciones; incluso una deidad suprema no es perfecta, a diferencia del Dios monoteísta. Como resultado de este incidente, Amaterasu aprende de sus errores y crece aún más; en lo sucesivo se ocupará de todo tipo de problemas sin dejar de consultar con los otros dioses. Enviará a su nieto Hononinigi (el hijo de uno de los cinco dioses masculinos nacidos por medio de la mencionada adivinación de Amaterasu y Susanoo) a la Tierra como gobernante, y se convertirá también en la diosa ancestral de la familia imperial.
Hoy día el santuario principal en Japón es Ise Jingū (aunque el nombre oficial es solo “Jingū”, sin topónimo), ubicado en la prefectura de Mie y consagrado a Amaterasu. En el resto del país existen, además, un número de santuarios llamados shinmeigū (como el santuario Asagaya Shinmeigū, en Tokio), también consagrados a Amaterasu.
Dioses populares: moradores del universo
Aunque sus nombres no se mencionan en Kojiki o Nihon shoki, hay dioses que los japoneses han adorado como deidades familiares desde la antigüedad. Un ejemplo muy representativo es Ebisu.
Hablar de Ebisu suele traer a la mente su figura con una caña de pescar y una dorada recién cobrada. Es el único de las siete deidades de la fortuna que procede de Japón, y se cree que nació como dios de los pescadores. Cuando delfines o ballenas llegaban muertos a la costa, los pescadores, que denominaban a ese tipo de botín imprevisto ebisu, pensaban que eran presagio de una gran captura; también denominaban así a los cuerpos de los ahogados en el mar. Quizá supieran que los cambios en las corrientes oceánicas traen objetos a la deriva que normalmente no se ven.
Ebisu significaba en origen “forastero”. Se trata de un dios que trae buena suerte desde el otro lado del océano. El santuario Nishinomiya, en la prefectura de Hyōgo, es uno de los principales santuarios en los que se adora a Ebisu. En él se cuenta que Ebisu era en realidad Hiruko, hijo de Izanaki e Izanami que aparece en Kojiki y Nihon shoki, al que arrojaron al mar debido a sus malformaciones. Los dioses nacidos del folclore suelen verse vinculados de esta manera a los de la mitología.
Otros dioses nacidos del folclore son Kōjin, el dios del hogar, Dōsojin, que impide que los espíritus malignos entren en las aldeas, Toshigami, el dios del Año Nuevo, Tanokami, el dios de los arrozales, Ugajin, el de los cereales, representado con cabeza humana y cuerpo de serpiente, y Oshirasama, adorado en la región de Tōhoku como dios de los gusanos de seda. Entre ellos, Dōsojin a veces es identificado en algunos santuarios como Sarutahiko, figura que aparece en Kojiki y Nihon shoki. Se trata de un dios gigantesco, de nariz larga, que según dicen guió al nieto de Amaterasu mientras descendía a la Tierra, y al parecer es el origen del tengu.
Entre los dioses nacidos de las creencias populares, el más conocido es Inarinokami, también conocido simplemente como Inari. Dejaremos la presentación más detallada de este dios para otro artículo.
Dioses que eran humanos
Según las religiones monoteístas, como el cristianismo y el islam, los humanos son creados por Dios y no pueden alcanzar la divinidad. En Japón, sin embargo, quizá porque los dioses a veces llegan a residir en los humanos mismos, las personas son a veces consagradas como dioses, en altares. Buen ejemplo es Sugawara no Michizane (845-903).
Michizane fue un erudito y político activo durante el período Heian (794-1185); a medida que su estatus político aumentaba otros poderosos lo envidiaban, y tuvo que enfrentarse a falsas acusaciones según las cuales planeaba rebelarse contra el Emperador. Se vio degradado y enviado a Dazaifu (oficinas del Gobierno ubicadas en la provincia de Chikuzen, la actual prefectura de Fukuoka), donde falleció. Después de su muerte ocurrieron muchos desastres naturales en la capital, y se decía que el responsable era el fantasma vengativo de Michizane. Debido a la muerte del príncipe heredero, y de una persona que había participado en las falsas acusaciones contra Michizane, cuando un rayo cayó sobre la Corte Imperial, el pueblo comenzó a temer a Michizane y a identificarlo con el dios Tenjin, al que se consagró un santuario de Kioto. Se dice que este es el origen del actual santuario Kitano Tenmangū.
Tenjin (Sugawara no Michizane) era temido como espíritu vengativo que había muerto dejando tras de sí todo su rencor, pero el pueblo recordó poco a poco que también había sido un erudito y excelente poeta, y llegó a ser adorado como el dios del aprendizaje. Hoy en día, los santuarios de Tenjin de todo el país son frecuentados por quienes desean aprobar algún examen. La naturaleza de los dioses y los beneficios que otorgan van cambiando con el tiempo.
Con el paso de los años no solo se consagró a personas en santuarios para consolar y apaciguar a los espíritus vengativos, sino que también se consideró deidades a aquellos que habían realizado grandes hazañas. Un ejemplo típico es Tokugawa Ieyasu, que fue consagrado como Tōshō Daigongen en el santuario Nikkō Tōshōgū (prefectura de Tochigi).
En la próxima entrega nos centraremos en la relación entre los santuarios más representativos, las deidades a las que están consagrados y sus bendiciones.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado de Satō Tadashi.)