Sarukani Gassen: La batalla del mono y los cangrejos
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Unos hallazgos afortunados
Hace mucho, mucho tiempo, había un cangrejo y un mono que eran compañeros inseparables. Un buen día, salieron a pasear juntos. Mientras el mono correteaba por un sendero de la ladera, descubrió una semilla de caqui. Más tarde, el cangrejo encontró una bola de arroz mientras se movía por la orilla del río. “¡Mira esto!”, dijo el cangrejo, llamando a su compañero. El mono miró fijamente el alimento durante algunos momentos antes de sacar la semilla de caqui de entre su pelaje.
“Eso no es nada. Mira lo que tengo yo”. El mono se ofreció a intercambiar la semilla de caqui por la bola de arroz, pero el cangrejo objetó que era mucho más pequeña. “Ah”, dijo el mono, “pero podrás hacer crecer la semilla en un árbol y comer todos los caquis que quieras”. Entonces, el cangrejo accedió al intercambio, y el mono agarró la bola de arroz y la engulló.
El cangrejo plantó la semilla de caqui en su jardín y la regaba cada día. Pronto, un pequeño brote asomó de la tierra. El cangrejo le cantaba a la planta mientras la regaba. Pasó el tiempo y el brote se convirtió en un árbol. Las hojas colmaban sus firmes ramas y las flores se abrían en primavera. Ahora el cangrejo le cantaba a la maduración de la fruta, y cuando llegó el otoño, por fin las ramas estaban rebosantes de caquis.
Una fruta mortal
Sin embargo, el cangrejo era demasiado bajito para alcanzar ninguno de los caquis con sus pinzas, y sus esfuerzos por trepar por el tronco del árbol tampoco tuvieron éxito alguno. Todo lo que podía hacer era mirar la fruta en lo alto, y quedarse suspirando.
Un día el mono pasó por allí y el cangrejo le ofreció algunos caquis si subía a recogerlos. El mono aceptó enseguida y se encaramó al árbol.
Se atiborró de fruta en lo alto de la copa del árbol donde el cangrejo no podía verlo. “Realmente son deliciosos”, comentó. “Son tan jugosos y dulces”.
“Disfruta de los caquis”, gritó el cangrejo. Luego, un momento después añadió, “Pero bájame unos pocos también”. El mono lamió el jugo de sus manos y miró a su alrededor. Seleccionó un caqui verde y lo tiró cerca del cangrejo.
El cangrejo lo esquivó, pero pronto se quejó: “Este es demasiado amargo. Dame uno maduro”. El mono se rió entre dientes y le arrojó otro caqui que estaba aún más verde. Cuando el cangrejo volvió a protestar, esta vez bufó. El mono cogió el caqui más duro y verde del árbol y lo lanzó directamente contra el cangrejo. El golpe rompió su caparazón con un fuerte crujido y lo mató en el acto.
El mono salió de allí con la panza atiborrada y los brazos llenos de fruta. Los hijos del cangrejo vieron marcharse al mono al acercarse al árbol. Al ver a su padre muerto bajo las ramas rotas del árbol, no paraban de lamentarse. Una castaña vieja vino y preguntó qué pasaba. “Estamos jurando venganza contra aquel mono mentiroso”, le dijeron los hijos del cangrejo. La castaña accedió a ayudarlos, al igual que otro grupo de personajes que pasaban por allí en ese momento: una avispa, una boñiga de vaca y un mortero de madera.
Emboscado en casa
Después de hacer un juramento juntos, el variopinto grupo partió hacia la casa del mono. Al descubrir que no estaba en casa, se prepararon para emboscar a la criatura traicionera. La castaña se enterró en las cenizas del hogar, y la avispa se ocultó detrás de la jarra de agua. La boñiga de vaca se escondió fuera de la puerta, y el pesado mortero subió al techo.
Y cayó el anochecer. El mono regresó, agotado de las actividades de su día, y se desplomó junto al hogar. “Tengo sed”, murmuró para sí mismo, y alcanzó la tetera. Justo en ese momento, la castaña saltó de las cenizas y quemó la nariz del mono. Con un grito de dolor, el mono alargó la mano hacia la jarra de agua para refrescarse la nariz, pero la avispa salió zumbando y le picó en la frente.
El mono huyó de la casa, pero se resbaló sobre el estiércol que ahora estaba en su camino y se estrelló contra el suelo. El mortero se lanzó desde el techo y aplastó al mono debajo de él. Entonces, los hijos del cangrejo se reunieron alrededor del mono y dijeron: “Esta es nuestra venganza por haber asesinado a nuestro padre”. Utilizaron sus afiladas garras y le cortaron la cabeza.
(Este cuento violento suele presentarse con una versión atenuada cuando se les narra a los niños japoneses en la actualidad. Nadie es asesinado, y el mono reconoce el error de su comportamiento. La boñiga de vaca a veces es reemplazada por una pasta igualmente resbaladiza de algas konbu. Texto de Richard Medhurst. Ilustraciones de Stuart Ayre.)