
‘La belleza del japonés’: una nueva faceta de Donald Keene
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Conocido y admirado
Fuera de Japón, Donald Keene (1922-2019) logró fama internacional como uno de los principales traductores, intérpretes y académicos sobre Japón en tiempos modernos, pero fue aún más conocido y admirado en Japón. Sus libros más importantes, incluyendo su magistral multivolumen History of Japanese Literature (Historia de la literatura japonesa), se publicaron traducidos al japonés —algunos de ellos incluso antes que sus versiones en inglés— y obtuvieron una serie de prestigiosos premios. También fue elegido por contribuciones a las revistas literarias de vanguardia en Japón. Incluso en su barrio de Tokio, cuando salía a hacer compras en las tiendas locales, a menudo lo paraban los ancianos simplemente para estrecharle la mano (algo que, me dijo, le encantaba). Eventualmente Keene logró un cierto carisma de celebridad que hizo de su obtención de la ciudadanía japonesa a edad avanzada material de titulares.
Los lectores japoneses no solo se interesaban por los conocimientos de Keene sobre Japón; también querían saber sus opiniones personales, la historia de su vida, qué lo impulsaba. Esto derivó en varios libros escritos específicamente para el público japonés, incluyendo Nihongo no bi (“La belleza del japonés”), publicado por Chūō Kōron en 2000.
La forma en que Nihongo no bi vio la luz representa toda una historia por derecho propio. Cuando Keene tenía 62 años, la revista mensual Chūō Kōron le pidió que escribiera una serie de breves ensayos personales para abrir cada número durante dos años, de enero de 1985 a diciembre de 1986. Keene decidió analizar las cualidades distintivas de la lengua japonesa y componer los ensayos en japonés en lugar de traducirlos del inglés, como había sido su costumbre para obras más largas. La decisión le resultó natural, ya que para entonces podía afirmar con comprensible orgullo que “el japonés no es una lengua extranjera para mí” (私にとって日本語は外国語ではない。). Estos ensayos se combinaron posteriormente con otros que había escrito en japonés durante los años ochenta y principios de los noventa, dando lugar a Nihongo no bi.
Impulsos escapistas
El libro se divide en tres partes. La primera comprende los veinticuatro ensayos breves descritos anteriormente, un bazar de hechos poco conocidos y observaciones punzantes sobre la lengua japonesa. Los ensayos de la segunda parte (que, todo hay que decirlo, a veces se solapan con sus escritos en inglés) giran en torno a su amistad con diversos artistas, académicos e intelectuales de renombre, como Abe Kōbō, Mishima Yukio, Edwin Reischauer, Shiba Ryōtarō y la pianista Nakamura Hiroko, así como reflexiones sobre Ishikawa Takuboku y Tokuda Shūsei, escritores de una época anterior, y el erudito Tsunoda Ryūsaku, a quien llamaba “mi maestro”. (A decir verdad, el año pasado me pidieron que tradujera al inglés tres ensayos de la segunda parte, empeño al que debo mi descubrimiento del libro). La tercera sección comprende ensayos sobre la propia vida y pensamientos de Keene, incluido un largo relato de su viaje por la Ruta de la Seda.
He leído casi todo lo que Keene escribió sobre sí mismo en inglés, pero hay cosas en esta sección que desconocía sobre él. Destacan dos ensayos en particular: “Escape as a Way of Life” (“La huida como forma de vida”) y “Thoughts on Death” (“Pensamientos sobre la muerte”).
“La huida como forma de vida” traza el deseo de escapar, arraigado en la soledad infantil, como el leitmotiv de toda su vida. Aquí está mi traducción de la sección inicial del ensayo:
De niño debí de estar repleto de sueños, pero hoy solo recuerdo uno, el sueño de escapar. A lo largo de mis años escolares, desde la escuela primaria hasta el instituto, siempre fui el niño más bajo de mi curso. Por pequeño que fuera, estoy seguro de que si hubiera realizado un esfuerzo consciente podría haber mostrado un desempeño respetable en las competiciones deportivas y demás, pero estaba acostumbrado a superar los estudios sin problema, y nunca se me ocurrió la idea de esforzarme en el atletismo para ganarme el respeto de mis compañeros. Mi único pensamiento era que si no reconocían el verdadero valor que escondía mi enjuto cuerpo, prefería escapar a un mundo diferente, en el que me comprendieran como era debido.
El cine era la forma más sencilla de evadirse. Como no solía tener dinero, no podía pasarme por allí cada vez que me apetecía, pero me las arreglaba para ir al menos todos los sábados. También había un estudio de cine no muy lejos de mi casa, en Brooklyn, y de vez en cuando me quedaba merodeando por la entrada. De alguna manera me imaginaba que algún productor o director saldría a verme y exclamaría: ‘¡Eres justo el chico que estábamos buscando para interpretar este papel!’. Por desgracia, por muchas veces que me presentara, siempre pasaba desapercibido. Nadie me dijo siquiera ‘¡Lárgate de aquí, chaval!’, en la jerga de entonces.
Otro método de evasión que tenía era estudiar detenidamente un mapa del mundo en busca de un lugar en el que pudiera vivir feliz para siempre. En aquella época coleccionaba sellos, así que conocía los paisajes de muchos países y los rostros de muchos personajes famosos. Atraído por su paisaje, su clima y su lejanía de otras islas, me decidí por la isla de Reunión, un territorio francés en el océano Índico, como mi refugio imaginario.
No pensé en cómo me mantendría en Reunión una vez que consiguiera escapar. Supongo que me imaginaba pasando el tiempo felizmente admirando las innumerables cascadas que tantas veces había visto en mis sellos, y visitando la oficina de correos para comprar nuevas emisiones de sellos. Lo que importaba era la huida en sí, no el después, así que dejaba de lado los asuntos materiales, como la forma de ganarme la vida.
Para cuando pude llegar por fin a Reunión era 1963, y yo tenía 41 años. Hacía tiempo que había renunciado a mis sueños de evasión, pero por la noche, mientras paseaba por las calles oscuras y sin farolas de la ciudad, me preguntaba en qué tipo de persona me habría convertido si mi sueño de infancia se hubiera hecho realidad. A la mañana siguiente, siguiendo las recomendaciones del recepcionista del hotel, partí hacia los lugares más bellos de la isla. Había, en efecto, muchas cascadas. También fui al cementerio de Hell-Bourg, un encantador pueblo de montaña. A medida que deambulaba entre las lápidas leyendo las inscripciones, algunas de hacía más de doscientos años, no pude evitar preguntarme si los franceses allí enterrados habían encontrado la felicidad en su lugar de refugio.
Keene continúa explorando los impulsos escapistas que lo llevaron a estudiar chino y luego japonés, y que le gobernaron incluso cuando sirvió como soldado en la Segunda Guerra Mundial. Luego, tras enumerar todas las desventajas de ser un escapista, declara que la mayor alegría de su vida es que su escapismo lo llevó, paradójicamente, al trabajo que realmente lo llena. Dado el público al que se dirige no necesita explicar en detalle cuál es ese trabajo, pero se trata, por supuesto, de su carrera como intérprete de Japón y de la literatura japonesa.
Antes de leer “La huida como forma de vida”, siempre había pensado que la pasión de Keene por Japón y la literatura japonesa había comenzado en la universidad, cuando se encontró por primera vez con La historia de Genji, sobre la que escribía a menudo en inglés. Nunca se me había ocurrido relacionar su soledad infantil y su deseo de escapar con los impulsos que lo hicieron tan receptivo al japonés.
Después de morir
“Pensamientos sobre la muerte” es una extraordinaria recopilación de viñetas, casi una meditación consciente sobre las diversas formas en que ha encontrado la muerte en los demás. A mitad de camino se detiene, de repente, y volviéndose hacia sí mismo, pregunta:
¿En qué quiero convertirme después de morir? Debo confesar, por extraño que parezca, que nunca he imaginado mi propia muerte. Para una persona joven eso sería natural, pero incluso ahora, a los 67 años, no tengo una fuerte sensación de que mi propia muerte vaya a llegar en un futuro no muy lejano.
Tras declarar que nunca ha imaginado su propia muerte, Keene, como si la negativa afirmara su propio opuesto, pasa a hacer exactamente eso. Escribir el ensayo parece haberle hecho empezar a pensar en sí mismo de nuevas formas. En las últimas líneas considera juguetonamente dónde le gustaría que lo enterrasen, y con qué objetos. Tal vez, piensa, algunos libros y algunas de sus cerámicas favoritas (era un gran coleccionista) estarían bien. Pero entonces, tras barajar varios escenarios, la discusión vuelve a dar un giro repentino y declara:
En realidad no necesito una tumba. Si hay alguien tan amable como para recordarme, cualquier cosa servirá. Es como dijo Shunzei en su poema hace mucho tiempo:
¿Quién recordará de nuevo entre / los naranjos silvestres?
¿Quién recordará / y añorará?
Cuando yo también pertenezca al pasado…
Es como si Keene se dejara llevar suavemente de la mano para pensar, a través del poema, en la vida después de la muerte. Quizá el hermoso poema de Fujiwara Shunzei (1114-1204), que aparece en la colección Shin kokinshū de 1205, le infundiera valor.
Nihongo no bi contiene muchos ensayos fascinantes, pero para mí, interesada como estoy en el mundo emocional privado de Keene, destacan “Escape as a Way of Life” y “Thoughts on Death”. En conjunto, muestran cómo aquel chico de Brooklyn al que le encantaba el cine se convirtió en un erudito y traductor que se sentía como en casa en dos idiomas, dos culturas y dos países.
Nihongo no bi (La belleza del japonés)
De Donald Keene
Publicado por Chūō Kōron en 2000
ISBN: 978-4122035720
(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: Donald Keene sostiene un libro introductorio al poeta Ishikawa Takuboku en su estudio de Tokio, el 29 de marzo de 2016 - © Miyazawa Masaaki.)