Yosano Akiko y la pandemia de gripe de 1918
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Yosano Akiko (1878–1942), la principal poeta femenina del siglo XX en Japón, escribió el poema “Desde un viejo nido” en 1915, pero podría haber sido una oda a estos meses que hemos pasado en confinamiento.
“Desde un viejo nido”
Tormentas del cielo, no me invitéis
mientras vagáis sin rumbo de un lado a otro,
doblando montañas, arrasando los campos...terrestre como soy, no podría aguantarlo.
Fragancia de las flores, no me susurres.
Si hubiera de convertirme en aroma de flor
perfumaría un instante en el tiempo...y me desvanecería después para siempre.
Pájaros en los árboles, no cantéis para mí.
Nacidos con alas, voláis
de rama en rama,cantando en vuestro camino de una flor a otra.
Todas las cosas, todas, apartaos de mí...
Una y otra vez, en voz baja,
repito ese susurro que nunca cambia,y descanso en el nido del primer amor.
(Yomiuri Shimbun, 25 de julio, 1915; Maigoromo, 1916)
El final es una sorpresa: el “viejo” nido del título se convierte en el lugar del “primer” amor. ¿No debería ser un nido nuevo? Pero esa es la cuestión. El amor ha sobrevivido el paso de los años. Incluso en los momentos más difíciles de su matrimonio, eso es lo que creía Akiko. ¿Y qué pasa con ese susurro que no cambia? ¿Son palabras de amor, o algo más? Dejando de lado esos misterios, el poema nos recuerda que puede haber, después de todo, razones por las que quedarse en casa puede ser agradable. En ella hay cosas, a veces, que no podemos encontrar en ningún otro sitio.
El personaje romántico y visionario de este poema es una faceta de Yosano Akiko. Pero también era madre (dio a luz a trece hijos, once de los cuales sobrevivieron hasta la madurez, producto de un matrimonio largo y lleno de amor), y crítica social increíblemente prolífica, recordada sobre todo por el “Debate sobre la protección de la maternidad” (1918-1919), que mantuvo en las páginas de revistas de amplia difusión con sus hermanas feministas Hiratsuka Raichō, Yamakawa Kikue y Yamada Waka. Durante ese mismo periodo y unos años más tarde, nuevamente, Akiko publicó cinco artículos de opinión relacionados con la pandemia de gripe entre 1918 y 1921. Usó como plataforma el Yokohama Bōeki Shimbun, uno de los principales periódicos progresistas del momento.
La escritora y la pandemia
La pandemia de gripe infectó a 500 millones de personas de todo el mundo, y causó entre 17 y 50 millones de muertes, y según algunas estimaciones incluso 100 millones. Más de 20 millones murieron en la Primera Guerra Mundial, de modo que la pandemia fue tan mortífera como la guerra, si no más. En Japón, como en otras partes, no se pueden conseguir números exactos, pero los mejores cálculos estiman que un 42 % de los japoneses se contagiaron y que murieron unos 400.000. A nivel mundial, la pandemia tuvo tres oleadas, con fechas ligeramente diferentes según el país. En Japón la primera oleada sucedió entre agosto de 1918 y julio de 1919, la segunda (y la más virulenta) entre octubre de 1919 y julio de 1920, y la tercera entre agosto de 1920 y julio de 1921.
En noviembre de 1918, en el auge de la primera oleada, Akiko publicó “Kanbō no toko kara” (Desde la cama, con gripe), sus pensamientos mientras ella misma y otros diez miembros de su familia de trece personas estaban enfermos de gripe. La primera mitad se centraba en la epidemia. Comenzaba diciendo que el progreso en los transportes globales hacía inevitable que la gripe viajara por todo el mundo, pero el fuerte carácter contagioso de esa variante era algo nuevo. Y la velocidad con la que podía pasar de fiebre a neumonía y a una muerte súbita hacía imperativo tomar medidas para contenerla.
Por desgracia -continuaba- la propensión de los japoneses de hundir la cabeza en la arena en lugar de hacer frente a los problemas había empeorado la situación. “¿Por qué no ordenó el Gobierno desde un principio, de forma preventiva, el cierre de lugares donde se reúne la gente en espacios reducidos, como grandes tiendas de ultramarinos, escuelas, lugares de esparcimiento, grandes fábricas, exposiciones y demás?”, rabiaba Yosano. En términos del siglo XXI, la escritora estaba indicando la falta de un liderazgo proactivo y fuerte, y la irresponsabilidad para mantener un distanciamiento social y evitar el gentío. Ese era su primer argumento.
El segundo se basaba en la opinión médica de que la gripe, con sus altas fiebres, conducía a la neumonía, la cual provocaba la muerte. Por lo tanto la medicación más importante eran los antipiréticos. Por desgracia los mejores eran demasiado caros para los pobres, por lo que Akiko recomendaba que los sectores públicos y privados trabajaran juntos para proporcionarlos a precios más bajos. Con su típica fusión de lo clásico y lo moderno, Akiko concluía citando a antiguos filósofos chinos para apoyar su moderna ética democrática:
“Rousseau no fue el primero en dialogar sobre la igualdad. Confucio dijo: ‘No me lamento de la pobreza, sino de la desigualdad’. Y Liezi dijo: ‘La igualdad es el ideal bajo los cielos’. A la luz de nuestra nueva conciencia ética de hoy día, creo que es en verdad irracional que nuestro prójimo, también seres humanos, se vea privado de la mejor medicina y deba soportar así aún más sufrimiento y ansiedad, solo por la razón material de que es pobre”.
“Rodeada de muerte por todas partes”
Akiko discutió la pandemia de nuevo en una sección de “Oriori no kansō” (Pensamientos e impresiones), publicada el 12 de febrero de 1919. A esas alturas la primera oleada había comenzado a perder fuerza, pero se dio un ligero rebrote. “La gripe global ha regresado”, escribió Akiko, informando de que tanto su marido como ella la habían padecido dos veces desde el año anterior, mientras sus hijos la iban sufriendo uno tras otro. La escritora sentía pavor ante el estado primitivo de la higiene urbana, como por ejemplo los tranvías atestados de gente “como cajas para infectar a la fuerza con gérmenes a las personas”, y sus “asquerosas correas de cuero” que nadie desinfectaba nunca, por no mencionar la mala higiene de las escuelas: falta de calefacción decente, lavado de manos y gárgaras. Deploraba el total desinterés del Ministerio de Educación por estos problemas, y declaró que, aunque creía en los jardines de infancia (una innovación moderna), iba a mantener en casa al hijo que estaba en edad de acudir a uno de ellos.
Desde mediados de enero la segunda oleada se hallaba en su momento álgido, y durante tres terribles semanas la pandemia llegó a su culmen. La tasa de contagios era menor, pero la de mortalidad era muy superior, y la gripe ocupaba de nuevo la primera plana de los periódicos. Fue en ese momento, el 25 de enero de 1920, cuando Akiko publicó “Shi no kyōfu” (El miedo a la muerte). A diferencia de los dos ensayos anteriores, dedicados a asuntos prácticos y médicos, este estaba dedicado por completo a los efectos psicológicos de la pandemia. Comenzaba así: “Al ver la desolación creada por la rabiosa epidemia, cómo pueden caer enfermas y morir en cinco o siete días personas perfectamente sanas, los pensamientos se vuelven hacia la mutabilidad de la vida, hacia la muerte misma. De ordinario damos la vida por supuesta y pensamos solamente cómo podemos vivir mejor; pero al ver esto nos sentimos como un creyente budista: terriblemente consciente de lo efímero de la vida. El miedo a la muerte ha pasado a ocupar un lugar aún mayor en nuestra consciencia que la lucha por la comida, la cual ha consumido las vidas de aquellos que deben trabajar para vivir, sea con sus mentes o con sus cuerpos, durante los últimos cuatro o cinco años”.
El clímax del ensayo se encuentra en este breve pasaje: “Ahora nos vemos rodeados de muerte por todas partes. Solo en Tokio y Yokohama mueren cada día cuatrocientas personas. Puede que mañana nos toque a nosotros, pero quiero defenderme sabiamente hasta el final, manteniendo bien alta la bandera de la vida, contra esta muerte antinatural”.
Concluía con estas palabras: “He conocido el miedo a la muerte al dar a luz, y también en respuesta a la epidemia de gripe de hoy día, y es en esos momentos en los que he sentido cómo se agudizaba más mi deseo de vivir, no para mi propio ser individual, sino para poder criar a mis hijos. Cuando los seres humanos se convierten en padres empiezan a sentir una densidad diferente, un nuevo color en su apego a la vida. El amor por los seres humanos que han venido al mundo a través de tu propio cuerpo se expande para incluir el amor a toda la humanidad”.
Pensamientos sobre la mortalidad
En mitad de la tercera oleada, cuando el número de casos y muertes estaba ya descendiendo, Akiko trató de nuevo la pandemia de gripe en sus escritos, esta vez como parte de su ensayo “Eisei to chiryō” (Higiene y tratamiento, octubre de 1920). Obviamente a estas alturas había empezado a creer que resultaba inútil pedirle al Gobierno que hiciera más de lo que estaba haciendo, pese a que desde su punto de vista distaba mucho de ser suficiente. Todos sus comentarios versan sobre lo que cada uno puede hacer para su familia y para sí mismo, y supone que las epidemias de gripe no van a desaparecer (como de hecho ha ocurrido). Así pues, comienza: “La temporada en la que despierta de nuevo el aterrador ogro de la gripe ha llegado”.
En “El miedo a la muerte” había prometido hacer todo lo que pudiera, como individuo, para resistir la enfermedad. En “Higiene y tratamiento” nos cuenta, efectivamente, cómo lleva a cabo su promesa. Sus métodos son casi iguales a los que se usan hoy en día. Lo primero era una buena nutrición; después hacer gárgaras para eliminar toxinas, sobre todo después de volver a casa tras haber estado entre el gentío. Recomendaba a los empleados de empresas y fábricas que tuvieran todos algún enjuague bucal y lo usaran a menudo mientras estuvieran trabajando. Luego revelaba que también estaba recibiendo inyecciones periódicas diseñadas por su ginecólogo y antiguo amigo, el doctor Ōmi Kōzō. A pesar de que la opinión generalizada entre especialistas era que vacunarse no servía para nada, Akiko pensaba que la eficacia de las inyecciones del doctor Ōmi quedaba probada por el hecho de que ninguno de sus pacientes ni la familia de Akiko había contraído la gripe. En el artículo consignaba la dirección de la clínica del doctor Ōmi para quienes quisieran probarla. Aquí vemos el lado más práctico de nuestra poeta, que se encargaba con cariño de la salud de su familia.
Akiko habló del problema de la muerte una segunda vez en “Shi no kyōi” (El pavor de la muerte), publicado el 12 de febrero de 1923. En aquel momento parecía haber un número inusual de notas necrológicas y obituarios en los periódicos, y un médico al que ella conocía le dijo que la gripe estaba rondando. Sus propios hijos caían en cama con fiebre y tos, uno tras otro. Un día notificaron a la familia de que un sobrino de su marido, un joven estudiante de Medicina en Berlín, había muerto de pulmonía la noche antes de su regreso a Japón. Un joven que aún no había cumplido los treinta, muerto de la noche a la mañana. La fragilidad de la vida humana se le hizo muy presente, y temió que sus propios hijos podían hallarse en peligro.
La aceptación y calma con las que Mori Ōgai (1862-1922), el gran novelista y amigo de Akiko, había llegado a su muerte el año anterior la llenaba de admiración. Personas como él “No sienten miedo como la gente común. Cuando llega la muerte, mueren como si regresaran a casa”. Pero ella no creía ser capaz de tal ecuanimidad. Era una de esas “personas comunes” (bonjin) que sienten una intensa ansiedad hacia la muerte. Concluía dando la misma razón que había dado antes, en “El miedo a la muerte”: como padre, “No puedo permitirme morir”. Y por eso, “Como la madre que ahora soy, lucharía contra la muerte hasta mi último aliento, sin sentir ninguna vergüenza por ser una cobarde impenitente”.
Regresar renacida
Y sin embargo hay algo más en todo esto: antes, en el ensayo, Akiko habla sobre un miedo general a la muerte, que atribuye a su edad (tenía entonces 45 años), el hecho de que en su familia se dieron casos de apoplejía, además del hecho de que tanto su padre como su madre habían muerto de hemorragia cerebral. Cuando le hablaban de la muerte de alguien, “Tiemblo como si ello fuera un presagio de mi propia muerte. Mi corazón parece entonces derretirse como nieve fina”. Y a pesar de eso, continúa: “Desde lo profundo de mi corazón, tan asustado y deprimido por la muerte, surge de algún modo una rebeldía y un valor misteriosos. No puedo morir. Pase lo que pase, debo vivir”.
La razón racional, la racionalización, pueden ser los hijos. Pero también existen esa osadía y ese valor, irracionales e inexplicables, una especie de energía vital que brotan en su interior como respuesta al temor a la muerte, y cuya fuente ni siquiera trata de explicarse. En todos sus escritos sobre la epidemia esta es la única mención que hace de ello, pero parece más inherente a su naturaleza que ninguna de las otras razones que da.
En el mundo de Akiko las enfermedades contagiosas como el cólera y la tuberculosis eran muy comunes. La gente moría en casa más a menudo que en hospitales, de modo que es probable que hubiera visto la muerte de cerca, quizá cuando tenía nueve años y su abuela paterna, que vivía con su familia, murió. Fue entonces cuando, según su vívida narración en Watakushi no oitachi (“Mi infancia”, publicado en inglés como My Childhood), Akiko se hizo consciente de la muerte y comenzó a temerla. Como adolescente, contaba en Aru asa (Una mañana), el miedo a la muerte llegó a obsesionarla, y se convirtió en una atracción secreta. La oscuridad solo se desvaneció cuando encontró la poesía y el amor y, como dijo más tarde, “salió a la luz a bailar”.
Y sin embargo la consciencia de que la muerte ronda bajo la superficie de la vida, a veces como una amenaza y a veces como una atracción, continuó para ella. Sus embarazos y partos se vieron descritos en poesía y prosa como enfrentamientos con la muerte de los que regresó renacida. Su temor a la muerte se vio desde luego mitigado por la ferocidad de su amor maternal, y no obstante también escribió poemas durante sus épocas de enfermedad que describen un deseo de rendirse y morir, y otros que describen sueños de un hermoso mundo más allá de la vida. Al mismo tiempo, en el momento de elegir, siempre se oponía a la muerte un misterioso impulso vital que brotaba de su interior desde algún lugar que desconocía, inescrutable y munífico. Así era el Eros y el Tánatos de Yosano Akiko.
(Traducido al español del original en inglés. Fotografía del encabezado: unos estudiantes llevan mascarilla para protegerse de la gripe, en febrero de 1919. © Mainichi Newspapers/Aflo.)