Grandes figuras de la historia de Japón
Uemura Naomi, el recordado aventurero de los polos
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Uemura Naomi, un aventurero de nuestro tiempo que hizo increíbles hazañas, tenía 43 años cuando se lo tragaron las nieves del monte Denali (antiguo McKinley, cordillera de Alaska) en el invierno de 1984. La brevedad de su vida nos hace pensar en el gran legado y en el no menor vacío que nos dejó.
Cuatro años y cinco meses vagando por el mundo
Uemura nació el 12 de febrero de 1941 en la aldea de Kokufu, perteneciente entonces al distrito rural de Kinosaki e integrada hoy en la ciudad de Toyooka (prefectura de Hyōgo). Era el último de los siete hijos de una familia dedicada a las labores del campo. Criaban vacas de la raza Tajima, de carne muy estimada, y el pequeño Naomi, siendo todavía alumno de primaria, tenía que llevarlas todos los días a pastar a la ribera del río Maruyama, que fluía junto a la granja familiar. Como al resto de los niños, a Naomi le encantaba jugar en el río y así continuaron sus años de secundaria.
La región de Tajima, que ocupa la parte norte de la prefectura, ofrece grandes bellezas naturales. Situada en la costa del Mar del Japón, en invierno recibe de lleno el viento del noroeste procedente de Siberia, que trae grandes nevadas. Los duros inviernos han modelado el carácter de los pobladores de la tierra. Si, por una parte, son empeñosos y siempre dispuestos a hacer un nuevo esfuerzo, por otra son rudos y poco dados a las agudezas. Si su comportamiento tiende a ser reservado en cualquier situación, se las arreglan siempre para llevar a cabo lo que se proponen. Muchas de sus características las vemos condensadas en Uemura Naomi, un hombre que nunca se dio por vencido y que siempre buscó el reconocimiento de los demás siendo fiel a sí mismo.
Después de ingresar en la Universidad de Meiji, Uemura pasó a formar parte del club universitario de alpinismo, que curtió su carácter. Para dar la bienvenida a sus nuevos miembros, estos clubes suelen preparar una actividad especial y la elegida para aquella ocasión fue la ascensión al monte Shirouma. Uemura, con muy poca experiencia en esas lides, fue incapaz de seguir al grupo hasta la cumbre y hubo de desistir. Fue muy duro para él, pero supo aprovechar aquella rabia para impulsarse creando su propio método de entrenamiento. Forjó un físico resistente, pasando cada año entre 120 y 130 días en la montaña, y pronto consiguió liderazgo dentro del club. Ardía por conocer los Alpes, un deseo espoleado por sus muchas lecturas de literatura extranjera sobre el tema, y cuando un buen amigo de su misma edad se fue a Alaska para recorrer un glaciar, sus ansias de aventura se hicieron ya insoportables. Justo entonces la posibilidad de hacer realidad sus sueños se abrió al eliminarse las trabas a los movimientos de divisas, a consecuencia de la liberalización del comercio exterior de 1964.
Terminados los estudios universitarios, en vez de buscarse un trabajo estable Uemura tomó uno de aquellos “barcos de la emigración”, que lo condujo a Los Ángeles con solo 110 dólares en el bolsillo. En Estados Unidos hizo trabajos ocasionales para reunir algún dinero y de allí se fue a Francia, donde siguió engrosando sus ahorros trabajando en estaciones de esquí. En este mismo periodo se incorporó también a la expedición al Ngojunba Kang (Himalaya), organizada por su universidad, tras lo cual hizo en solitario un descenso en balsa por el Amazonas de 6.000 kilómetros, ascendió al Mont Blanc, al Kilimanjaro, al Aconcagua y a otros famosos picos del mundo, viviendo aventuras en las regiones más inhóspitas. Fueron cuatro años y cinco meses de vida errante por todo el planeta.
De los ascensos en grupo a los ascensos en solitario
No bien hubo vuelto a Japón, en mayo de 1970, participó en la expedición al Everest organizada por el Club Japonés de Alpinismo, siendo el primer japonés y la vigesimocuarta persona en alcanzar el techo del mundo. En agosto de ese año, solo tres meses después, alcanzó también la cima del Denali en solitario, convirtiéndose así en la primera persona en haber coronado los picos más altos de los cinco continentes.
Ascensos de Uemura a los picos más altos de los cinco continentes
Pico | Altura | Fecha | Edad |
---|---|---|---|
Mont Blanc (Italia) | 4.807 m | Jul. 1966 | 25 años |
Kilimanjaro (Tanzania) | 5.895 m | Oct. 1966 | 25 años |
Aconcagua (Argentina) | 6.960 m | Feb. 1968 | 26 años |
Everest (China-Nepal) | 8.848 m | May. 1970 | 29 años |
Denali (McKinley) (Estados Unidos) | 6.194 m | Ago. 1970 | 29 años |
Pero dos sucesos vinieron a forzar un replanteamiento de su vida aventurera en 1971. El primero fue la accidentada escalada a la cara norte de las Grandes Jorasses, en el macizo del Mont Blanc, una expedición realizada en lo más crudo del invierno (enero) a la que fue invitado y que, pese a ser coronada con éxito, se vio dificultada por una tormenta que acarreó la pérdida de un total de 25 dedos para los cinco miembros del equipo. El segundo, la frustrada ascensión al Everest en febrero, en la que todos los sacrificios hechos por Uemura, que se prestó a portear grandes cargas de material, no fueron suficientes para impedir que el internacional grupo se disolviera por culpa de los egoísmos nacionales.
Uemura debió de pensar que algo fallaba. El ascenso al Ngojumba Kang había sido organizado por la Universidad de Meiji y los dos ascensos al Everest por el Club Japonés de Alpinismo y por una organización internacional. Uemura disfrutaba notablemente de aquellas aventuras colectivas y hasta el momento no había sentido una particular predilección por las ascensiones en solitario. Pero los daños físicos sufridos por sus compañeros y la falta de solidaridad que percibió en el equipo internacional le dieron que pensar y finalmente lo inclinaron hacia las expediciones individuales. No es que tuviera alguna prevención hacia las ascensiones organizadas, pero sentía que su propia consideración hacia el resto limitaba sus posibilidades de acción y esto no le gustaba.
El placer que experimentó en su ascensión en solitario al Denali lo empujaría, con el tiempo, a afrontar sin compañía la travesía de la Antártida. Su eje de acción se trasladó de las alturas a las inhóspitas regiones polares. La travesía antártica, hasta entonces apenas un difuso proyecto largamente acariciado, comenzó a presentársele como un proyecto bien definido.
Probablemente, Uemura estaba un poco harto de las ascensiones organizadas y poder afrontar un reto en soledad se había convertido para él en un deleite. Porque, le gustase o no, las expediciones colectivas significaban entrega al grupo, consideración por el estado de los compañeros y un comportamiento comedido, todos ellos rasgos positivos de su personalidad, y creía que actuando solo podría liberarse de todas las ataduras que había ido interiorizando. Así, su atracción hacia el Polo Sur y su deseo de hacer expediciones en solitario fueron convergiendo y resucitaron la sensación de liberación y la dulce exaltación que había sentido en sus primeros años de vagabundeo.
Una travesía descabellada que lo lanza a la fama mundial
Uemura soñaba con afrontar el continente blanco en solitario, pero simultáneamente iba concretando sus planes de viajar al otro extremo de la Tierra. Los indígenas del Polo Norte son los esquimales o inuit, un pueblo con una cultura muy particular. Uemura estaba dotado de una flexibilidad innata que le permitía familiarizarse rápidamente con otras culturas e integrarse en las comunidades locales. En 1972 se trasladó a la aldea de Siorapaluk, la más septentrional de Groenlandia, en pleno Círculo Polar Ártico, donde convivió con los esquimales, aprendiendo sus costumbres, su idioma y todas sus técnicas de supervivencia en una región de clima tan extremo, incluyendo el manejo de los trineos tirados por perros.
Con esta exhaustiva preparación, en abril de 1973 realizó con éxito una travesía de 3.000 kilómetros en solitario con trineo de perros por la zona costera noroccidental de Groenlandia. Y entre diciembre de 1974 y mayo de 1976 ganó renombre internacional con una nueva proeza: una travesía de 12.000 kilómetros, también en solitario y con trineo de perros, a lo largo de las regiones boreales de Groenlandia, Canadá y Alaska.
Hace seis años preparé la edición de bolsillo del libro de Uemura Hokkyokuken 12,000 kiro (“12.000 kilómetros por el Círculo Polar Ártico”). Recuerdo aquella lectura con mucha nostalgia, la fuerza de sus descripciones, cómo me iban absorbiendo conforme pasaba las páginas. Aquella vez que los perros se le escaparon nada más iniciar el recorrido dejándolo sin saber qué hacer, el terror que sintió al encontrarse con un oso polar..., escenas que se dibujaban en mi mente con nitidez. Tuve la viva sensación de haberlo acompañado en su travesía de 12.000 kilómetros.
Y me propuse seguir sus pasos, no ya a través de sus relatos, sino en el mundo real. En marzo de 2015, terminada la temporada de noche polar, pasé un mes en Siorapaluk. Uemura vivió allí 10 meses y dejó muchas huellas. En todas las casas tenían algo que decirme sobre él.
“Yo tenía ocho o nueve años y le enseñaba nuestra lengua a Naomi. ¡Aprendía rapidísimo, era asombroso!”, me dijo risueño uno de los lugareños. La retentiva de Uemura lo dejó impresionado, por lo visto.
Uemura estaba dotado de un espíritu tenaz y resistente e, impulsado por él, volvió a correr aventuras parecidas a aquella travesía de 12.000 kilómetros. Dos años después, en abril de 1978 alcanzó el polo norte y en agosto de ese año cruzó Groenlandia de norte a sur. Siempre en solitario.
Un aventurero irrepetible que supo encarar la naturaleza con humildad
Mientras recorría las regiones boreales, Uemura no dejaba de pensar en el otro extremo de la Tierra. La ocasión la vio en enero de 1982 y hacia allí se dirigió, partiendo de Argentina. Pero cuando ultimaba sus preparativos en una base militar de este país en la península antártica, estalló, en el mes de abril, la guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido. Un acontecimiento externo frustraba así un sueño al que llevaba 10 años dando forma. Podemos imaginar su sentimiento de impotencia al chocar con una dura realidad ante la que nada podía su probado entusiasmo.
Y llegó el fatídico invierno de 1984. Acometía, con renovados ánimos, el monte Denali. Precisamente el día de su 43 cumpleaños había logrado alcanzar la cima en solitario. Desapareció al día siguiente, durante el descenso.
Creo que Uemura tuvo la suerte de vivir en una época hecha para él. Los poco más de dos decenios que transcurrieron entre su graduación en 1960 y su desaparición en 1984 fueron para Japón un periodo de continuo ascenso. Dejada atrás la época de tensión social y protestas universitarias causadas por circunstancias políticas, Japón se internó en la fase de desarrollo económico conocida mundialmente como “milagro japonés”. Justo el año en que las trabas impuestas a los viajes al extranjero fueron retiradas, Uemura inició su deambular por el mundo. Se sentía esa “línea ascendente” que mostraban las estadísticas, como si la vitalidad procediera de la propia época. Él supo captar aquella marea desde el primer momento. Gracias a su originalidad y a su tenacidad, no permitió que sus sueños quedasen en eso, en meros sueños. Y no hay que olvidar que en aquella época, todavía quedaban en muchos rincones de la Tierra grandes extensiones apenas exploradas.
En junio de 2014 visité la aldea de Cotzebue, en el norte de Alaska, que fue el punto final de la magna travesía polar de Uemura. Pese a que nuestro pequeño avión recorría el cielo a buena velocidad, por más tiempo que pasaba no podía apreciarse ningún cambio en la tundra ni los grandes ríos que serpeaban por ella. Los interminables glaciales, el misterioso brillo del Denali... La belleza de la región deja mudo a cualquiera. Y en sus pobladores se siente una inmensa modestia, ese temeroso respeto hacia la naturaleza que es propio de quien conoce sus rigores.
En su actitud ante la naturaleza, pueden encontrarse muchos nexos con el pensamiento de Uemura. Este compartía con ellos ese temeroso respeto, pero cada día hacía frente y desafiaba a sus rigores. Cuando, en compañía de las gentes que pueblan las apartadas regiones que Uemura visitó, pude yo también experimentar aquel entorno, creí entender un poco mejor por qué no se extingue la memoria de este gran aventurero que lideró una época.
Fotografía del encabezado: con una sonrisa, Uemura Naomi celebra el momento en que alcanzó el polo norte después de una travesía en solitario con trineo de perros, el 29 de abril de 1978. (Cortesía de Bungei Shunjū)