Paseos por la historia de Japón
El sueño unificador de Oda Nobunaga
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Los daimios Sengoku
Oda Nobunaga nació en 1534, en pleno periodo Sengoku (de los Países en Guerra o Países Beligerantes), que tiene sus primeras manifestaciones en las rebeliones ocurridas en la mitad oriental del país a raíz del asesinato en 1454 del responsable militar de Kantō, Uesugi Noritada, quien murió víctima de un complot orquestado por el entonces kubō o jefe del gobierno regional de Kamakura, Ashikaga Shigeuji, de quien Uesugi era lugarteniente. La inestabilidad resultante, que duró cerca de 30 años, hizo inoperante dicho gobierno regional y, sin solución de continuidad, todo Japón acabó internándose en el referido periodo de los Países en Guerra.
Tampoco había calma en las regiones occidentales. En 1467, los shugo daimyō o daimios protectores, agrupados en dos bandos, comenzaron a batallar en Kioto por ciertas disputas que afectaba a la sucesión del sogún, Ashikaga Yoshimasa, y a la de su kanryō o lugarteniente. Es la llamada guerra de Ōnin (Ōnin no ran), que duró 11 años y que debilitó tanto al sogunato que su poder efectivo acabó reduciéndose al señorío o feudo de Yamashiro, en torno a la capital. En esta situación, surgieron en las provincias hombres fuertes que tomaban la iniciativa para establecer sus propios señoríos sobre la tierra disponible. Son los llamados daimios Sengoku. Para manejar a sus vasallos y controlar el territorio, los daimios establecieron en sus respectivos señoríos una legislación propia (bunkokuhō), en forma de “leyes de la casa gobernante” (kahō) y bandos (hekisho). En muchas de esas disposiciones se seguía el principio de castigar por igual a quienes se enzarzaran en cualquier disputa armada, sin atender a sus razonamientos o justificaciones. Se ponía así coto a todo tipo de disensiones “privadas” entre vasallos, siendo el daimio quien impartía justicia. Estas leyes apuntaban, pues, a la concentración del poder en manos del daimio y a la estabilización de su dominio sobre el suelo. Se legisló también en materia de matrimonios, se puso límites a la compraventa de terrenos y se trató también de impedir acciones de resistencia por parte de los campesinos, como los impagos de tributos anuales o las huidas colectivas. Los daimios de este periodo obligaban a sus vasallos a declarar la extensión de sus terrenos y la cuantía de los ingresos que les reportaban, todo lo cual quedaba registrado en un catastro. Este sistema de declaración obligatoria permitía a los daimios obtener una visión muy real de su situación económica, pues todos los ingresos de sus vasallos, fuera cual fuera la forma que tomasen, eran convertidos en un valor monetario siguiendo un mismo criterio (kandaka). Así, a cambio de garantizar a sus vasallos su posición e ingresos, los ponían a su servicio asignándoles una determinada carga militar. También los tributos anuales que debían pagar los campesinos venían fijados por esos mismos criterios unificados.
Asimismo, los daimios Sengoku idearon un sistema para ir consolidando el entramado de vasallos de alto y bajo nivel, haciendo que las casas de los samuráis locales de bajo rango confiasen a algunos de sus miembros a las casas de los vasallos más poderosos (sistema yorioya-yoriko). En caso de guerra, ambos eran dispuestos en una misma unidad militar, fuese de lanceros o de arcabuceros. Gracias a este sistema fue posible preparar estrategias militares de grupo basadas en la infantería. Los campesinos también eran enviados a los campos de batalla, donde desempeñaban funciones de transporte de efectivos e intendencia. En esta época, guerreros y campesinos todavía no estaban perfectamente separados.
Para hacer prosperar sus señoríos, los daimios promovieron la roturación y adecuación de nuevos arrozales, la minería y otras industrias. Las minas de plata de Ōmori, en el señorío de Iwami, o las de Ikuno, en el de Tajima, las de oro de Kai, Sado y Echigo y varias otras fueron explotadas en este periodo. Los daimios fueron también muy activos en la realización de obras de encauzamiento de ríos y en la planificación de regadíos. Por ejemplo, Takeda Shingen construyó diques de gran solidez para evitar desbordamientos en la zona de confluencia de los ríos Kamanashigawa y Midaigawa. Fue, en todo caso, en esta época cuando Nobunaga, hijo legítimo de Oda Nobuhide, señor feudal de Owari, dio sus primeros vagidos. Con el tiempo, Nobunaga acrecentaría su poderío hasta quedar a un paso de conseguir la unificación completa de Japón. Veamos ahora cómo maniobró para tratar de poner orden en el país, lo que nos servirá también para ofrecer una panorámica de la época.
Hacia la unificación de Owari
En 1560, Imagawa Yoshimoto, señor de Suruga y Tōtōmi, atacó el vecino señorío de Owari al frente de un ejército que algunas fuentes cifran en 40.000 soldados. Pero Nobunaga, que había salido a su encuentro con un contingente de 2.000 guerreros de elite, logró descabezar la incursión matando rápidamente a su líder (batalla de Okehazama), una victoria tan aplastante como inesperada. Seguidamente, Nobunaga se alió con Matsudaira Motoyasu (quien pasaría a la historia bajo el nombre de Tokugawa Ieyasu) para pacificar las regiones del Este del señorío, al tiempo que daba comienzo a las hostilidades contra Saitō Yoshitatsu para hacerse con el señorío de Mino, al Oeste.
En la región occidental de Chūgoku, Mōri Motonari, señor de Aki, había destruido a los Ōuchi (en la figura de Sue Harukata) en la batalla de Itsukushima y les había arrebatado el feudo de Suō, tras lo cual continuó su expansión atacando Izumo, que entonces pertenecía a los Amago. En la región central de Kōshin´etsu, Takeda Shingen acabó con el poder de los Suwa en Shinano; en la batalla de Kawanakajima, había medido fuerzas con Uesugi Kenshin, por el control de Shinano. En la región de Kantō, desde su castillo de Odawara, Hōjō Ujiyasu controlaba Izu, Sagami y Musashi, y estaba extendiendo sus dominios hacia Simōsa y Kazusa. En Kyūshū, Ōtomo Sōrin, señor de Bungo, amenazaba con hacerse con todo el norte de la isla.
La llegada de los europeos y la evangelización
Ōtomo Sōrin destaca entre los otros daimios de su época por la cálida acogida que dio al jesuita Francisco de Javier, llegado a Japón para misionar, a quien permitió que predicara en su feudo. Este amistoso trato fue una de las razones por las que muchos otros misioneros europeos comenzaron a llegar a Kyūshū, donde el cristianismo fue extendiéndose con rapidez. Europa estaba entonces en plena era de la navegación y los mercaderes y predicadores portugueses y españoles partían hacia todos los rincones del mundo en busca de nuevos mercados y de almas que convertir. En el siglo XVI llegaron hasta las costas del Sudeste Asiático y de China y, finalmente, en 1543, los portugueses arribaron accidentalmente a la japonesa isla de Tanegashima, próxima a Kyūshū. Fue entonces cuando los arcabuces se introdujeron por primera vez en Japón.
Si los daimios de Kyūshū fueron tan permeables a los deseos evangelizadores fue porque deseaban comerciar con los entonces llamados “bárbaros del sur” (namban) para conseguir armas y otras preciadas mercancías. Los barcos mercantes portugueses no anclaban nunca en los puertos de los señoríos donde no estaba permitido misionar. Los religiosos, por su parte, pusieron empeño en hacer obra social construyendo hospitales y escuelas, y esto explica la rápida propagación de la nueva religión. También tuvo su papel en el éxito la costumbre de compartir con los japoneses la repostería de azúcar y huevo, y los platos de carne de vacuno, como se evidenciaba en las críticas hechas a esas actividades por los bonzos budistas.
Medidas económicas de Oda Nobunaga en su intento unificador
Oda Nobunaga, que en 1567 había conquistado Mino y expulsado a Saitō Yoshitatsu, hizo del castillo de Inabayama, al que rebautizó como castillo de Gifu, su nuevo bastión, fomentando paralelamente el desarrollo comercial de la ciudad que se formó en torno a él con diversas medidas. Mediante la disolución de las tradicionales za (corporaciones profesionales de carácter monopolístico) creó un entorno legal adecuado para que los comerciantes pudieran realizar sus actividades libremente, beneficiándose además de rebajas en los impuestos. Se ocupó además de dotar a la ciudad de buenos accesos por carretera y de abolir los peajes o aduanajes entre señoríos. Con todas estas medidas, la ciudad vivió un gran auge.
A partir de esta época, Nobunaga comenzó a utilizar en su documentación un sello con la leyenda “tenka fubu”, que condensa su intención de ejercer un dominio militar que abarcase la totalidad del país. Al año siguiente, sirviendo a Yoshiaki, de la casa de los sogunes Ashikaga, se dirigió a Kioto al mando de un nutrido ejército con el que, además de restaurar el amenazado gobierno sogunal de Muromachi, logró ampliar su influencia en la región de Kinai, en torno a la capital. Nobunaga abrigaba también la intención de poner freno al poderío ostentado por grandes monasterios budistas como Ishiyamahongan-ji o Enryaku-ji, este último en el monte Hiei, para lo cual se sirvió del cristianismo, religión que protegió. Llamó a su presencia a misioneros como Luis Frois y mostró un gran interés en asimilar todos los saberes occidentales.
Sin embargo, Nobunaga quedó en una situación crítica cuando el sogún Yoshiaki, con quien se había enfrentado, comprometió a daimios de diversas regiones en una operación para ponerle cerco. Para salir del trance, Nobunaga se rodeó de samuráis de baja condición pero tan competentes como Hashiba Hideyoshi (el futuro Toyotomi) o Akechi Mitsuhide, junto a quienes, con paciencia y tesón, logró ir aplastando uno a uno a sus enemigos. Además de entregar a las llamas el citado monasterio de Enryaku-ji, acabó con sus rivales Asai Nagamasa y Asakura Yoshikage y sometió a un largo y exhaustivo cerco al monasterio de Ishiyamahongan-ji. En 1572 Takeda Shingen arremetió contra él desde Kai al mando de un gran ejército, pero al año siguiente su intentó quedó truncado por una mortal enfermedad. Libre ya de todos los peligros que lo acechaban, Nobunaga expulsó a Yoshiaki de Kioto poniendo así fin al sogunato de Muromachi.
Las armas de fuego, una nueva baza a su favor
Los arcabuces, de los que decíamos que habían entrado en Japón por Tanegashima, pasaron enseguida a ser fabricados en serie en Kunitomo (señorío de Ōmi) y en Sakai (Izumi), cosa explicable en una época tan belicosa. Ocurría, sin embargo, que su alcance efectivo no iba mucho más allá de los 100 metros siendo necesario, además, un cierto tiempo para cargarlos y accionarlos, por lo que, según se entendía, no se prestaban demasiado a su uso práctico en el campo de batalla. Pero Nobunaga cambió completamente la idea que se tenía de estas armas.
En 1575 Nobunaga e Ieyasu chocaron en Shitaragahara con Takeda Katsuyori, de Kai. Traía este un ejército que se preciaba de ser el más poderoso del país, pero Nobunaga logró reunir la entonces enorme cifra de 3.000 arcabuceros (algunos disienten con estos números) y lo derrotó en la batalla de Nagashino. Demostró así Nobunaga que ese artilugio que aisladamente tenía fama de poco práctico podía convertirse, si se usaba en masa y simultáneamente, en un arma invencible. Esto marcó un antes y un después en la estrategia militar japonesa y desde aquel momento el arcabuz tuvo un papel fundamental en los campos de batalla.
Todo se frustró en el templo de Honnō-ji
Un año después, Nobunaga comenzó a construir sobre unos amplios terrenos a la orilla del lago Biwa el castillo de Azuchi, una construcción con impresionante base de piedra que sería su nuevo bastión. Daba carácter al conjunto un torreón de sótano y seis pisos de más de 30 metros de altura, que fue el primero en su estilo en construirse en Japón y serviría de modelo a los castillos que se construyeron a partir de la edad moderna (principios del siglo XVII).
En 1580 Nobunaga puso punto final a la guerra de Ishiyama (el cerco al templo de Ishiyamahongan-ji). Su aliado Hashiba Hideyoshi, a quien había enviado a la región de Chūgoku, estaba poniendo a prueba la resistencia de los Mōri, y su vasallo Shibata Katsuie, enviado a la región de Hokuriku, había conseguido arrebatar terrenos pertenecientes a los Uesugi. En marzo de 1582 Nobunaga logró por fin subyugar a los Takeda de Kai. De seguir en esa línea, habría conseguido, muy probablemente, hacerse dueño y señor de todo el país. Pero el dos de junio de dicho año cayó inesperadamente víctima de un complot urdido por su vasallo Akechi Mitsuhide en el templo Honnō-ji de Kioto. Fue un final que nadie esperaba.
Mitsuhide debía haberse dirigido, partiendo de su castillo de Kameyama, a la región de Chūgoku, donde Nobunaga le había encomendado apoyar a Hideyoshi en su campaña contra los Mōri. El propio Nobunaga pensaba tomar más tarde esa misma dirección. Pero Mitsuhide, que comandaba una tropa de 13.000 hombres, se desvió súbitamente de su ruta y acometió por sorpresa el Honnō-ji, un templo en el que Nobunaga se alojaba provisionalmente. En ese momento se encontraba en Kioto, en el palacio de Nijō, el hijo legítimo de Nobunaga, llamado Nobutada, a quien también dio muerte Mitsuhide.
Una traición que sigue envuelta en un velo de misterio
Pero, ¿por qué habría Mitsuhide de revolverse contra Nobunaga? Aunque siguen teniendo apoyos las teorías de que Mitsuhide envidiaba a Nobunaga o que perseguía la supremacía, existen también otras teorías más “conspiratorias”, que involucran a la Corte, al sogún Yoshiaki o a Hideyoshi. En los últimos tiempos ha tomado cuerpo otra explicación que pone en relación el complot con los movimientos que se daban en la isla de Shikoku. Mitsuhide había servido de mediador en la alianza entre Nobunaga y Chōsokabe Motochika, señor de Tosa, que había obtenido de aquel carta blanca para adueñarse de toda la isla de Shikoku. Sin embargo, Nobunaga cambió repentinamente de opinión y anunció que solo permitiría avances del clan Chōsokabe sobre una porción del señorío de Awa. Cuando Motochika le mostró su rechazo, Nobunaga comenzó a preparar su ataque. En esta situación, Mitsuhide se personó ante Motochika para que aceptase las nuevas condiciones y logró finalmente convencerlo. Pero se supo entonces que Nobunaga había reunido ya a sus tropas en el castillo de Ōsaka y estaba a punto de cruzar el mar en dirección a Shikoku para perpetrar su ataque. Según esta teoría, fue esta jugada ignominiosa lo que causó la ira de Mitsuhide y la que explicaría que se revolviera contra Nobunaga. Pero la teoría no acaba de encontrar fundamento y la verdad sobre las motivaciones de Mitsuhide continúa sin ver la luz.
Lo único cierto es que Oda Nobunaga perdió la vida a manos de uno de sus vasallos cuando se encontraba apenas a un paso de ver cumplido su sueño de extender su dominio a todo el país. La ambiciosa empresa fue asumida después por Hideyoshi, que vengó la muerte de su señor derrotando a Mitsuhide en la batalla de Yamazaki.
Fotografía del encabezado: Oda Nobunaga. (Aflo)