Compartir una casa con el hombre interminable: un americano en Ghibli
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En 1996 Steve Alpert se incorporó a Studio Ghibli durante la producción de la película de Miyazaki Hayao Mononoke hime (La princesa Mononoke, 1997). Los siguientes quince años su trabajo consistiría en hacer que las películas del legendario estudio de animación se distribuyeran fuera de Japón. Esto trajo consigo ciertas obligaciones inesperadas sobre la marcha, sobre todo cuando le tocó asistir a varias ceremonias internacionales de premios en lugar de Miyazaki.
Sus memorias, Sharing a House with the Never-Ending Man (Compartir una casa con el hombre interminable), se centran en los azarosos primeros años que pasó en el estudio, cuando Miyazaki ganaba elogios por todo el mundo gracias a Mononoke hime y a Sen to Chihiro no kamikakushi (El viaje de Chihiro, 2001). El “hombre interminable” del título se refiere a Miyazaki, y deriva de la frase con la que el productor de Ghibli Suzuki Toshio se refería al director, sugiriendo su perfeccionismo: owaranai hito (“el hombre que no termina”).
Junto a sus conocimientos sobre la perspectiva artística y la personalidad de Miyazaki, así como sobre el papel esencial que desempeñaba en el estudio Suzuki, con su experiencia en el negocio, el libro presenta al fanfarrón y poderoso Tokuma Yasuyoshi, líder de la editorial Tokuma Shoten, empresa matriz de Ghibli hasta 2005. Alpert también documenta los constantes choques culturales que surgieron entre la visión de Ghibli y los distribuidores de Disney, orientados a los negocios, además de los viajes al extranjero con Miyazaki y Suzuki, que a menudo sirvieron como inspiración creativa.
Ghibli y Disney
Alpert explicaba por videoconferencia cómo había conseguido el trabajo en el estudio. Llevaba diez años trabajando en Tokio, y conoció en Disney a Suzuki, el cual había acudido en un par de ocasiones para hablar sobre la posibilidad de que la empresa estadounidense distribuyera las películas de Ghibli. “Disney quería transferirme a Hong Kong. Yo no quería ir, así que dejé mi trabajo y Suzuki me ofreció otro”.
Como Miyazaki Hayao se hallaba inmerso en la producción de Mononoke hime, Alpert no habló mucho con él, al principio. “Fue la última gran película que hicieron con animación tradicional en celuloide, a mano. De modo que estaba ocupado”. Alpert tuvo la impresión de que Miyazaki “hizo más por sí mismo en aquella película de lo que nadie haya hecho nunca en ninguna otra”. Más adelante, sin embargo, pasaron más tiempo juntos. “Durante una temporada compartimos la misma oficina. Me hacía café, y si estaba de humor simplemente hablaba”.
Alpert fue testigo allí de extrañas interacciones entre Miyazaki y Disney, como la vez en la que la empresa compró los derechos de un libro infantil que el director había mencionado. Se trataba de la historia de un chico, un monstruo misterioso y una roca parlante del espacio exterior. “El chico vive en una granja pequeña y paupérrima con sus abuelos, que son gente dura y silenciosa, y no muestran sus emociones o afecto abiertamente”. Para cuando Disney le presentó a su vez la idea a Miyazaki, pidiéndole que la codirigiera, el monstruo se había convertido en un elfo, la roca parlante contenía una princesa hada, y el chico contaba con unos tíos abiertamente amorosos. Miyazaki rechazó la oferta educadamente.
Otro ejemplo memorable de las diferencias entre el equipo creativo y orientado al detalle de Ghibli y los especialistas en mercadotecnia de Disney ocurrió durante las discusiones sobre el lanzamiento en 1998 de Majo no takkyūbin (“Nicky, la aprendiz de bruja” en España, “Kiki: Entregas a domicilio” / “El delivery de Kiki” en Latinoamérica). Suzuki les preguntó por qué habían hecho a Kiki zurda en sus imágenes. Explicó que en la película la joven bruja siempre usaba su mano derecha, la más hábil, para agarrarse a su escoba voladora con todas sus fuerzas. En los dibujos de Disney no parecía estar agarrándose en absoluto. “¿Cómo creen que conseguía manejar la escoba?” Uno de los especialistas finalmente abrió la boca: “¿Que cómo maneja la escoba? Es magia. Es simplemente magia, así vuela. M-a-g-i-a”.
Codeándose con las estrellas
Cuando Sen to Chihiro no kamikakushi (El viaje de Chihiro) ganó una ristra de premios en 2002 y 2003, llamaron a Alpert para que fuera a recoger la mayoría. Tras terminar por aceptar un Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín, porque Miyazaki no quiso hacerlo, se convirtió en una especie de superstición para el estudio. Así fue como Alpert se codeó una y otra vez con estrellas de cine, pese a que no se le permitió aceptar el Óscar a la Mejor Película de Animación debido a las reglas de la Academia. En la videoconferencia Alpert comentó con remordimiento: “Siempre pensé que debieron de hacer subir a algún japonés al escenario”.
Alpert considera que se pone a veces demasiado énfasis en las anécdotas sobre Miyazaki y no el suficiente sobre lo que lo hace un gran artista. “Se le da muy bien decidir exactamente qué imágenes usar para contar una historia. Su sentido del ritmo es increíble. Es como una actuación visual de música de jazz; su habilidad para equilibrar elementos, dónde colocar la cámara, cuánto tiempo mantener el plano, cuándo debe subir y cuándo bajar, cuándo desplazarse a un lado... Es como un director de orquesta que también sabe tocar todos los instrumentos”.
Sharing a House with the Never-Ending Man proporciona una visión única desde el interior del fenómeno Ghibli, desde el punto de vista de un estadounidense. En una época en la que el anime se ha convertido en parte de la cultura establecida por todo el mundo, también sirve para recordar el tiempo en el que los profesionales de la mercadotecnia de Estados Unidos lo miraban con suspicacia, incapaces de creer que el público fuera a aceptarlo.
(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: La cubierta de Sharing a House with the Never-Ending Man muestra el personaje Kastorp de Kaze tachinu (El viento se levanta); su aspecto se basa en Steve Alpert.)