Los ‘jizō’: unos budas muy cercanos, pero poco conocidos
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Son unos budas que rescatan a la gente del infierno
A menudo se refieren a él cariñosamente como jizō-san o jizō-sama, pero su nombre oficial es jizō bosatsu. La sílaba ji de jizō significa “tierra” y zō significa “almacén”. Por otra parte, la palabra bosatsu quiere decir “aquel que practica en busca de la iluminación”. En otras palabras: como la tierra fértil, un jizō es un ser que da a luz todo tipo de cosas, que las almacena como fuerzas para salvar a la gente y que se entrena para ello.
El culto a los jizō se introdujo en Japón alrededor del siglo VIII, y en el libro Jūrinkyō (Sutra de los diez anillos) del periodo Nara (710-794), que recoge las primeras creencias, se describe al jizō bosatsu como una persona a la que Buda encomendó estar cerca de la gente. Aunque no hay pruebas de que jizō bosatsu fuera tan devotamente venerado al principio, a principios del periodo Heian (794-1185), los nobles caídos buscaban la ayuda de un jizō.
En el periodo Heian fue el apogeo de la política de regencia, y mientras el clan Fujiwara, que ocupaba los puestos de regencia y de consejeros del Emperador, disfrutaba de un periodo de prosperidad, la nobleza inferior tenía un estatus bajo y era tratada con frialdad. Estos nobles desesperaban al ver una sociedad centrada en los Fujiwara, y esto provocó que gradualmente su visión se transformase en la rikudō shisō (filosofía de los seis reinos del samsara).
La filosofía consiste en que la gente se reencarna en seis reinos: el reino celestial, el reino humano, el reino de las batallas, el reino de los animales, el reino de los ogros hambrientos y el reino del infierno, de los cuales el reino del infierno era temido como el mundo más duro y de mayor sufrimiento.
Aquellos que caían en la vida humana actual, ya no tenían esperanza. Aunque muriesen, estarían condenados a luchar en el infierno, y aunque se reencarnasen en la vida actual, volverían a sufrir. Por eso, se pensó que cuando estas almas regresaban al reino humano desde el infierno, se necesitaba un ser que les salvara y se confió su deseo al jizō bosatsu.
Las seis estatuas jizō alineadas en las entradas de los pueblos locales se basan en la filosofía de los seis reinos. Se cree que despiden calurosamente a los que mueren y renacen en reinos diferentes, y los protegen del sufrimiento. De ahí la creencia de que protegen a la comunidad de los malos espíritus, las epidemias y otras calamidades.
Unos budas que protegen a los niños y los poblados
Muchos de los aristócratas caídos se convirtieron en monjes budistas llamados hijiri. Estos monjes propagaron el culto a los jizō entre el pueblo, y en el proceso la fe se expandió en diversas formas.
Durante el periodo Edo (1603-1868) se extendió la creencia en los jizō como budas protectores de los niños. Era una época en la que la tasa de mortalidad infantil era mucho mayor que en la actualidad. Se creía que los niños que morían a una edad temprana debían expiar los pecados de haber muerto antes que sus padres y los hacían sufrir construyendo una pagoda con piedras a orillas del río Sai (limbo de los niños) que se encuentra antes de llegar al río Sanzu (equivalente budista del río Estigia). Cuando los niños amontonaban las piedras, los ogros las derrumbaban sin piedad y los pobres niños tenían que volver a amontonarlas entre llantos. Y era el jizō bosatsu el encargado de salvar a esos niños de su sufrimiento. A partir de esto, el festival Jizō Bosatsu se convirtió en costumbre como evento religioso en el que los niños podían participar.
Se dice que la razón por la que los vecinos de cada lugar ponen abrigos, delantales o baberos y gorritos a los jizō-sama, que han estado expuestos a la intemperie durante muchos años, es porque ven la imagen de un niño superpuesta sobre los jizō, un buda que protege a los pequeños.
Además, los migawari jizō y togenuki jizō también asumen las enfermedades y dolores de la gente en su lugar. El templo de Jōtoku-ji, en el distrito Bunkyō, Tokio, cuenta la leyenda de que un monje que estaba a punto de quedarse ciego del ojo derecho rezó a un jizō y se recuperó, solo para descubrir que en su lugar se había inflado el ojo del jizō.
El templo Kōgan-ji, en Sugamo, distrito de Toshima, es conocido como Togenuki jizō. El templo se hizo popular debido a una anécdota sobre una doncella que servía a un samurái que se tragó una aguja y sufría de dolor, pero cuando le dieron a beber un trozo de papel con la imagen de un jizō bosatsu, escupió de nuevo la aguja que atravesaba el jizō, es decir, éste se encargó del dolor causado por la aguja.
El jizō bosatsu tiene la silueta de monje rapado que suele sostener un báculo de madera anillado (shakujō) en la mano derecha y una joya en la izquierda, símbolo de las enseñanzas de Buda. Su aspecto sencillo transmite el mensaje de que siempre está cerca de la gente. Esta familiaridad también ha hecho que se establezca el término ojizō-sama, que lo convierte en el buda más conocido por el pueblo japonés.
Bibliografía de referencia
- Jizō shinkō (El culto a los jizō) Hayami Yuki / Ed. Hanawa Shinsho.
- Yominaosu nihonshi kan’non jizō fudō (Releyendo la historia de Japón: Kannon, Jizō y Fudo), Hayami Yuki / Ed. Yoshikawa Kōbunkan.
- Jizō bosatsu jigoku o sukuu robō no hotoke (Jizō Bosatsu, Hotoke de carretera para salvar el infierno), Shimoizumi Zengyō / Ed. Shunjū-sha.
- Goriyaku betsu butsuzō omairi nyūmon / El primer libro de la serie, “Introducción a la peregrinación de estatuas budistas por beneficios”, supervisado por Matsushima Ryūkai / Ed. Natsume-sha.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: © Pixta.)