Las opciones de Japón para hacer frente a ‘Trump 2.0’
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Las elecciones en EE. UU.: un “regalo” de Navidad que no se puede devolver
La reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos no debería haber sido, en definitiva, tan sorprendente. En sus elementos más simples, hay tres cosas que los estadounidenses se preguntan cuando eligen a un presidente. ¿Parece el candidato un líder fuerte? ¿Me tomaría una cerveza con él? ¿Es probable que mejoren mis medios de vida de alguna manera?
Aunque Trump no apruebe el segundo de estos criterios, sí parece aprobar los otros dos. Durante la campaña electoral se le dio especialmente bien destacar el tercero, sobre todo en los temas de la inflación y la inmigración ilegal. Era capaz de apelar al electorado en estos términos: “¿Teníamos una inflación tan alta cuando fui presidente la primera vez? También dejé entrar a muy pocos inmigrantes ilegales. ¿No se ha disparado esto con Biden?”.
La vicepresidenta Kamala Harris, por su parte, no le pareció al electorado una líder fuerte, y nadie estaba seguro de si era una persona simpática y agradable. Harris caía menos mal que Trump, pero el grado en que era activamente “querida” era también menor de lo que hubiera deseado su equipo. Por último, Harris no pudo evitar que se la asociara con las políticas económicas de la administración del presidente Joe Biden, las cuales no habían contribuido a mejorar los medios de vida del pueblo estadounidense, según percibía este.
En un principio no estaba nada convencido de que Trump fuera a ganar. Sin embargo, los datos de las encuestas de los estados disputados, que en un momento dado parecían inclinarse hacia Harris, empezaron a cambiar a favor de Trump en los últimos diez días antes de las elecciones. A la vista de esto, empecé a creer que era probable que Trump se impusiera.
Hace tiempo que digo que las elecciones presidenciales estadounidenses son, en cierto modo, como recibir un regalo de Navidad. Cuando empiezas a desenvolver el regalo, no importa lo que resulte ser, sabes que tienes que actuar como si fuera algo que hubieras querido todo el tiempo. No podemos ser quisquillosos. Al igual que con un regalo, solo podemos conformarnos, sacar lo mejor de la situación e intentar llevarnos lo mejor posible con Estados Unidos.
La diplomacia japonesa debe estar ojo avizor
Hay quienes se preocupan por las implicaciones de la administración “Trump 2.0” para la diplomacia de Japón. Y sin embargo, Tokio necesita adaptarse a lo que venga. Trump es un hombre que asume riesgos y al que le gusta hacer tratos. Si mostramos debilidad y pánico, puede verse tentado a aprovecharse. Al igual que un jugador de póquer, aunque nos toque una mala mano debemos mantener la calma y jugarla lo mejor que podamos. Los líderes de Japón tienen que ser capaces de decir con confianza: “Estamos haciendo exactamente lo que tenemos que hacer. ¿Tiene algún problema al respecto?”
El ex primer ministro Abe Shinzō funcionó bien con el presidente Trump por tres razones: en primer lugar, estableció con éxito una relación de tú a tú con él a través del golf y otras actividades; en segundo lugar, creó un mapa y explicó repetidamente a Trump cómo las empresas japonesas se estaban expandiendo en Estados Unidos hasta el punto de que esta conciencia quedó grabada en Trump. En tercer lugar, basándose en la aprobación de la legislación de paz y seguridad de 2015 que permitía parcialmente a Japón ejercer el derecho de autodefensa colectiva, Abe pudo señalar el aumento de los esfuerzos de defensa de Japón en el seno de la alianza y neutralizar en cierta medida las antiguas quejas de Trump sobre Japón.
El ex primer ministro japonés Kishida Fumio siguió mejorando la postura de defensa de Japón incluso tras el fin de la primera administración Trump. Se comprometió a duplicar el gasto en defensa de Japón para 2027 y a comprar 400 unidades de misiles de crucero Tomahawk a Estados Unidos para dotar al país de capacidad de contraataque. También estableció un proceso por el que las Fuerzas de Autodefensa pondrán en marcha un mando conjunto con el ejército estadounidense, lo que permitirá al mismo tiempo una mejor interoperabilidad y coordinación en caso de emergencia. El actual primer ministro Ishiba Shigeru debería heredar este enfoque. Si Trump y otros cuestionan si Tokio está “aprovechándose”, Ishiba debe ser capaz de señalar ejemplos concretos de la postura de defensa mejorada de Japón y de sus contribuciones a la alianza entre ambos países.
Este enfoque debería aplicarse también cuando se trata de asuntos económicos. Por ejemplo, un primer ministro japonés puede señalar el hecho de que los fabricantes japoneses producen 2,8 millones de vehículos en Estados Unidos, casi el doble de los 1,5 millones de vehículos que Japón exporta al país. Incluso si incluimos los 1,2 millones de vehículos japoneses fabricados en México y enviados al mercado estadounidense, Estados Unidos produce tantos vehículos japoneses como los que importa. Ciertamente, la forma en que las políticas comerciales de Trump y las prometidas subidas de aranceles afectarán a la producción en México podría ser un problema para los fabricantes de automóviles japoneses. Aquí es donde estos fabricantes tal vez tengan que cambiar de marcha y adaptarse.
Japón debe confiar en Zelenski
Cómo afectará la reelección de Trump a la guerra en Ucrania es también un importante tema de debate. El nuevo presidente ha declarado con audacia que pondrá fin a la guerra en Ucrania en un plazo de 24 horas, y parece ver de modo más favorable al líder ruso Vladímir Putin que el actual presidente Biden. Es posible, pues, que Trump haga concesiones a Putin para tratar de poner fin a la guerra, consiguiendo que Ucrania ceda la región del Dombás y otras zonas a Rusia. El propio vicepresidente de Trump, J.D. Vance, propuso anteriormente un plan de este tipo. Esto sería sin duda una victoria total para Rusia.
Sin embargo, es en última instancia el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, quien decidirá el curso de acción. Si Estados Unidos deja de apoyar a Ucrania con equipamiento militar y financiación, es probable que otros países de la OTAN también reduzcan su apoyo. Es probable que Zelenski comprenda que en algún momento puede ser necesario llegar a un compromiso y no se resista obstinadamente, para no ver perecer a su nación.
Una posible forma de que Zelenski guarde las apariencias sería aceptar un alto el fuego sin llegar a ceder formalmente el territorio ocupado. Ucrania seguiría manteniendo una reclamación sobre el territorio que podría volver a abrir en el futuro. Resulta inimaginable que Ucrania entregue simplemente ese territorio a Rusia. Al mismo tiempo, Rusia probablemente asumirá que Ucrania se ha rendido y aceptará de buen grado el alto el fuego. Así pues, si el presidente Zelenski decide hacer una concesión, Japón debería apoyarlo.
Por supuesto, apoyar un compromiso de este tipo puede no ser necesariamente un buen precedente que aceptar, para Japón, en lo que se refiere a la cuestión de los Territorios del Norte. No sería deseable que la comunidad internacional permitiera que Rusia, miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, violara de forma gratuita el artículo 2 de la Carta de la ONU, que afirma el principio de abstenerse del uso de la fuerza, invadiendo un país vecino y beneficiándose esencialmente de ello. Sin embargo, si el propio presidente Zelenski decide que el compromiso es inevitable, Japón no estará en posición de pedirle que se esfuerce más, solo por tener su propia disputa territorial con Rusia.
No estoy diciendo que debamos postrarnos a los pies de Estados Unidos, o de cualquier otra superpotencia, cumpliendo sus órdenes simplemente porque sí. Ya se trate de casos como Myanmar o Irán, Japón ya ha demostrado su capacidad para seguir una política exterior diferente a la de Estados Unidos basándose en sus propios intereses y principios. Japón nunca ha estado ni estará a merced de Estados Unidos. Sin embargo, poco se puede conseguir insistiendo obstinadamente en que “no vamos a hacer lo que ustedes digan” en respuesta a los nuevos acontecimientos.
No hay que sermonear al presidente Trump
Reino Unido, Alemania y Canadá fracasaron en sus tratos con Trump durante su primer mandato. La entonces primera ministra británica, Theresa May, la canciller alemana, Angela Merkel, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, cada uno trató de sermonear públicamente al presidente Trump, en diferentes momentos, sobre la democracia y sobre cómo “se supone que debe funcionar”. La respuesta de Trump siempre fue una variación de “¡Qué descaro tienen! Soy el presidente de Estados Unidos”.
Sin embargo, el primer ministro Abe nunca intentó hacer eso mismo con Trump porque sabía que no funcionaría. Los líderes japoneses seguirán el enfoque de Abe. A la hora de pensar en cómo tratar con Estados Unidos, país que eligió democráticamente a Trump, no tiene mucho sentido lamentarse y reaccionar de forma exagerada, como si ya estuviéramos en apuros.
Afortunadamente para Japón, el ahora senador Bill Hagerty, que fue embajador en Japón de 2017 a 2019, tiene un peso significativo en el Partido Republicano. Antes de ser embajador fue director de personal de la campaña de Trump. Durante su estancia en Tokio, se convirtió en un amigo de Japón. No había nadie así en la primera administración Trump, nadie que respondiera por Japón. Esto por sí solo representa una gran diferencia. Creo que la administración Ishiba debería acercarse proactivamente a Hagerty, aprovechar esta relación y ampliar su red de contactos para influir en la administración Trump.
(Artículo basado en una entrevista realizada por Koga Kō de nippon.com y publicado originalmente en japonés. Traducción al español de su versión en inglés. Imagen del encabezado: los simpatizantes de Trump se regocijan tras su reelección como presidente de Estados Unidos; cerca de Detroit, Michigan - © David Guralnick/The Detroit News/Kyōdō.)
Estados Unidos Ishiba Shigeru Donald Trump Relaciones Japón-EE. UU.