¿Y si Trump regresa? Poco de lo que preocuparse en las relaciones Japón-EE. UU.
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Pocos analistas se atreven a hacer pronósticos para las presidenciales estadounidenses de 2024. En el puñado de estados considerados clave, los sondeos muestran una ligera ventaja para el republicano Donald Trump y esto ha desatado todo tipo de conjeturas sobre las consecuencias que acarrearía su reelección. En el presente artículo analizaremos cómo influiría en las relaciones Japón – Estados Unidos una hipotética “administración Trump 2.0”.
Una alianza estable en el marco del antagonismo EE. UU. - China
Desde el punto de vista geopolítico, la alianza nipo-estadounidense tiene una gran estabilidad, una estabilidad fundamentada en la importante función que desempeña Japón como país situado en la primera línea de contención del avance chino hacia el Pacífico, y como aliado que acoge en su territorio bases militares estadounidenses.
La primera en identificar a China como principal rival geopolítico de Estados Unidos fue la administración de Trump. En el documento Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, se dice que “China y Rusia desafían el poder, la influencia y los intereses de Estados Unidos, tratando de socavar la seguridad y la prosperidad norteamericanas” y que “sostener equilibrios de poder favorables a Estados Unidos requiere un fuerte compromiso y una estrecha cooperación con aliados y socios”. Pero esto no refleja el pensamiento de Trump, sino del staff del Consejo de Seguridad Nacional de aquella época. Trump, personalmente, tiende a tomar una postura dura frente a los aliados que “se aprovechan” del poderío militar norteamericano. Pero, como hombre de negocios que es, no muestra tanta dureza hacia los cumplidores que “pagan la cuota que les corresponde”.
En un discurso pronunciado en Carolina del Sur este mes de febrero, que tuvo mucha repercusión en Europa, Trump recordó una supuesta conversación mantenida con un innominado líder de un país europeo perteneciente a la OTAN, el cual le preguntó si Estados Unidos estaría dispuesto a defender a un aliado de la organización que fuera atacado por Rusia sin estar pagando sus cuotas a la organización, a lo que Trump respondió que no solo no lo defendería, sino que alentaría (a Rusia) a hacer con dicho país lo que le viniera en gana, porque las cuotas están para ser pagadas. Se ve aquí que Trump muestra un especial celo al reclamar el cumplimiento de los compromisos económicos. Y la intención del primer ministro japonés, Kishida Fumio, de dar un fuerte impulso al gasto en defensa elevándolo del actual 1 % del PIB hacia una meta del 2 % para 2027, es un aval para Japón.
Pero para poder hacer vaticinios sobre cómo irán las relaciones bilaterales entre nuestros dos países, hay que empezar por saber quiénes estarán en el staff de seguridad nacional de esa “administración Trump 2.0”. Se barajan ya algunos nombres, como el de Robert O´Brien, ex consejero de Seguridad Nacional, el de Elbridge Colby, exsubsecretario adjunto de defensa, o el de Michael Pillsbury, investigador senior del Instituto Hudson. Todos se han significado por sus duras posturas frente a China y por su apoyo a Taiwán, actitudes que juegan también a favor de la estabilidad en la alianza nipo-estadounidense.
¿Cuál es la máxima prioridad para Trump?
Igualmente importante es saber cuál será la máxima prioridad para Trump en caso de que sea reelegido para la presidencia. Dicho lisa y llanamente, Trump utilizará todo el poder que le otorga su cargo de presidente para tratar de salir con las mínimas cargas posibles de los cuatro procesos penales abiertos contra él y de la demanda civil interpuesta contra su empresa inmobiliaria Trump Organization, entre otras acusaciones. De otra forma, una vez terminado su mandato cuatro años después correría el riesgo de perder todo el patrimonio que ha acumulado para hacer frente a dichas acusaciones.
Durante su anterior mandato, Trump afirmó repetidas veces que entre sus atribuciones estaba la de autoindultarse. Sin embargo, cuando el presidente Richard Nixon iba a ser denunciado por el caso Watergate, el dictamen del Departamento de Justicia fue que el presidente de Estados Unidos no tiene atribuciones para hacer una cosa así. Hay que notar, en todo caso, que Nixon renunció a su cargo antes de sufrir el impeachment por parte del Congreso y que fue Gerald Ford, aupado a la presidencia desde su puesto de vicepresidente, el que le concedió el indulto alegando que serviría para dar cohesión al país en un momento de gran división. Este indulto recibió grandes críticas en su momento, pero posteriormente ha sido defendido por muchos, en consonancia con la mayor valoración histórica que están recibiendo los logros de Nixon en política exterior. Y es que Nixon, con la cooperación del consejero presidencial en materia de Defensa Nacional Henry Kissinger, fue quien sacó a Estados Unidos del barrizal de la guerra de Vietnam. El 23 de enero de 1973, Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz por los Acuerdos de París que firmó con Vietnam del Norte como enviado especial de la Administración Nixon. El propio Nixon podría haber sido galardonado también si no hubiera sido por el escándalo del Watergate. El interés de Trump por recibir el Nobel de la Paz es más explicable en ese contexto. Se cree que la máxima prioridad en política exterior de una hipotética nueva administración Trump sería, en sus propias palabras, “obtener un alto el fuego en Ucrania en 24 horas”, lo que le podría hacer acreedor al Nobel. Con un logro así en su haber, si eventualmente su vicepresidente lo sustituye en la presidencia, no sería tan difícil que le concediera un indulto.
Por todo lo anterior, parece muy probable que durante los cuatro años de su hipotético segundo mandato Trump priorice una política exterior dirigida a obtener resultados firmes. Así, dará preferencia a cuestiones como el alto el fuego en Ucrania o la obtención de un acuerdo con Corea del Norte sobre armamento nuclear, dejando en un segundo plano otros asuntos más espinosos que podrían requerir más tiempo si topan con resistencias internas, como los tratos con China en torno al estatus de Taiwán.
Si regresa a la Casa Blanca, Trump estará muy interesado en ganarle a China la batalla comercial y también a ese fin la alianza nipo-estadounidense, con la presión que supone sobre Pekín, será vista como un instrumento de utilidad. Habiendo cumplido ya un mandato de cuatro años de los dos que le permite la ley, Trump tampoco dispondrá de demasiado tiempo, razón de más para concentrar sus esfuerzos en los asuntos de máxima prioridad.
¿Será posible establecer de nuevo una buena relación personal?
El malogrado Abe Shinzō se las arregló para establecer una cordial relación personal con el entonces presidente Trump. Pero existen dudas sobre la capacidad de los actuales mandatarios japoneses para reeditar esa relación. En Japón, Abe contaba con el apoyo del núcleo conservador del país y su popularidad posibilitó una larga permanencia en su cargo. Además, Abe consideraba que mantener una sólida alianza con Estados Unidos era lo más beneficioso para los intereses nacionales y estaba dispuesto a establecer una relación cordial con cualquier líder.
Uno de mis conocidos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón me comentó, durante el mandato de Abe, que este mostraba un gran respeto por Trump y que esa actitud había sido una de las claves en la buena relación existente entre ambos. A la inversa, puede decirse que si no fue posible conseguir relaciones personales estrechas entre Trump y los líderes occidentales fue precisamente porque estos coincidían en no mostrarle ningún respeto.
Por ejemplo, durante la cumbre de la OTAN de diciembre de 2019 se filtraron los comentarios burlescos que intercambiaban el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y su homólogo británico Boris Johnson a propósito de una larga rueda de prensa improvisada por Trump. El presidente norteamericano canceló la rueda de prensa que tenía prevista para después de la cumbre y volvió a su país acusando a Trudeau de “tener dos caras”.
Podemos imaginar que Trump, que no comparte con sus socios de alianza ni sus valores democráticos ni su visión de la propia alianza y que, además, no se siente cómodo en la peculiar atmósfera de club de elite que se forma en torno a los líderes occidentales, se sintiera fuera de su ambiente en aquella cumbre.
Por el contrario, dos años antes Abe había conseguido una cierta intimidad con Trump jugando al golf durante la visita del mandatario norteamericano a Japón en noviembre de 2017. Otra de mis amistades en el citado ministerio me dijo que en aquella ocasión Trump, que tenía muy poca experiencia en cumbres internacionales, le había hecho muchas preguntas a Abe sobre el ambiente que se respiraba en las del G7. Le hubiera resultado muy violento tener que formularlas a los líderes europeos, con sus pretensiones elitistas.
Kishida, como cualquier otro posible sucesor en el cargo de primer ministro de Japón, tiene mucho que aprender de la experiencia de Abe. Tratar a Trump con respeto no debería ser una tarea difícil para un político conservador japonés. Pero los buenos modales no serán suficientes para conseguir una buena relación con Trump a nivel humano. Deberá haberse conseguido también un cierto capital político interno.
El mandato de Trump comenzó en enero de 2017, pero para entonces habían transcurrido ya cuatro años desde que Abe tomó las riendas del Gobierno por segunda vez y su nivel de apoyo era alto. Esa base de apoyo tan estable le aseguraba un capital político que le hacía inmune a las críticas que le dirigían la oposición y los medios de comunicación liberales por su acercamiento a Trump.
Es poco probable que el hombre que dirija el Gobierno de Japón al comenzar ese hipotético segundo mandato de Trump disfrute de un capital político comparable al de Abe.
Kishida, que fue ministro de Asuntos Exteriores con Abe, ha permanecido en su cargo de primer ministro desde octubre de 2021, lo cual no es poco en Japón, pero su actual índice de popularidad es bajo y su reelección como presidente del Partido Liberal Democrático en los comicios internos previstos para este otoño no está ni mucho menos garantizada.
En ese sentido, nadie sabe si quien ocupe el puesto de primer ministro de Japón será capaz de establecer con Trump una relación tan buena como la que consiguió Abe. En todo caso, tenemos a nuestro favor que geopolíticamente la alianza con Japón nunca ha sido tan importante para Estados Unidos como ahora y que personas que son buenas conocedoras de este hecho tienen muchas posibilidades de pasar a formar parte del equipo de esa posible “administración Trump 2.0”.
Fotografía del encabezado: el expresidente de Estados Unidos Donald Trump pronuncia, con ocasión de su 78 cumpleaños, un discurso durante una reunión en West Palm Beach (Florida), localidad próxima a su residencia, el 14 de junio de 2024. (Fotografía: AFP, Jiji Press)
(Traducido al español del original en japonés.)