Osos en Japón: la convivencia con unos vecinos salvajes
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La escasez de bellotas provoca un aumento de los ataques
De las ocho especies de oso que hay en el mundo, dos viven en estado salvaje en Japón: el oso pardo, que se encuentra en Hokkaidō, y el oso negro asiático, que habita en el norte de Honshū y (en pequeñas cantidades) en Shikoku.
Como parientes cercanos de los osos pardos norteamericanos, los osos pardos de Hokkaidō se encuentran entre las subespecies de oso más grandes, con machos que a menudo alcanzan los dos metros desde el morro hasta la cola. Los osos negros son algo más pequeños, con un tamaño medio de alrededor de 1,2 metros. Aunque el oso negro está extinguido en Kyūshū, y al borde de la extinción en Shikoku, el número total de osos en todo el país ha ido aumentando en las últimas décadas.
“A largo plazo, los osos salvajes se han ido acercando cada vez más a las zonas habitadas por los humanos”, afirma Satō Yoshikazu, investigador de osos de la Universidad Rakunō Gakuen de Hokkaidō. “Desde el año 2000 se han producido numerosos incidentes de osos que han entrado en zonas urbanas cercanas a viviendas humanas. Las bellotas y otros frutos secos forman una parte importante de la dieta de los osos en los meses de otoño, y la disponibilidad de estos alimentos suele seguir un ciclo desigual de años buenos y malos. A veces, hay una mala cosecha de varias especies de bellotas y otros frutos secos en el mismo año. Cuando esto ocurre, es más probable que los osos se desvíen hacia pueblos y ciudades en busca de comida. Este año ha habido más incidentes de este tipo que nunca”.
Según cifras preliminares publicadas por el Ministerio de Medioambiente, desde abril de 2023 hasta finales de noviembre se produjeron 212 ataques de osos a personas en Japón, seis de ellos mortales. Se trata del mayor número de ataques desde que el ministerio empezó a recopilar cifras en 2006.
“En el pasado, los picos en el número de avistamientos de osos en zonas pobladas solían producirse en momentos ligeramente distintos en Hokkaidō y Honshū. Este año, ambas regiones se han visto afectadas al mismo tiempo, lo que no es habitual. Sin embargo, a menos que se tomen medidas adecuadas para abordar el problema ahora, es bastante probable que veamos una racha similar de ataques dentro de unos años”, señala Satō.
La batalla contra el oso pardo
Japón no es el único país que se enfrenta al problema de los “osos urbanos”, animales que viven en los bosques cercanos a las ciudades y hacen incursiones en los asentamientos humanos cuando escasea la comida.
“Los osos negros americanos, por ejemplo –similares a la especie que tenemos en Honshū–, han estado entrando en asentamientos humanos para alimentarse de basura e incluso han sido vistos en piscinas”, explica Satō. “El primo más cercano al oso pardo Ussuri de Hokkaidō es el oso pardo norteamericano, o grizzly. En décadas anteriores, hubo campañas activas para sacrificar a esta especie, lo que redujo su número drásticamente. En la actualidad, la principal población al sur de Canadá se encuentra en el Parque Nacional de Yellowstone y otros lugares protegidos. No viven cerca de zonas urbanas. Su número es mucho menor en Europa. En Hokkaidō, los osos pardos viven junto a Sapporo, una ciudad de dos millones de habitantes. Japón es probablemente el único país del mundo donde hay osos tan cerca de una gran ciudad”.
Hokkaidō tiene una larga historia de conflictos entre osos y personas, que se remonta al menos al inicio de los principales asentamientos y desarrollos japoneses en la isla en la segunda mitad del siglo XIX. Una espeluznante racha de ataques tuvo lugar en Sankebetsu, en el norte de la isla, en diciembre de 1915, cuando un oso pardo entró en dos casas, matando a siete personas, entre ellas niños y una mujer embarazada, e hiriendo a otras tres en el transcurso de tres días. Se han producido varias obras de ficción inspiradas por este incidente, en particular la novela de Yoshimura Akira Kuma arashi (Tormenta de osos), que se convirtió en un bestseller en 1977 y posteriormente fue adaptada para la televisión. En parte como resultado de esta notoriedad, el oso pardo se convirtió en objeto de temor y aversión, considerado por muchos como un enemigo implacable que debía ser aniquilado.
A medida que la población humana crecía en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el aumento de la demanda de viviendas hizo que se talaran amplias zonas de los bosques de Hokkaidō para obtener madera. En 1966 se inició una campaña llamada Sistema de Exterminio del Oso de Primavera, con el uso de trampas y armas de fuego para acabar con los osos cuando salían de la hibernación.
De la exterminación a la conservación
El número de osos pardos y de muchas otras especies salvajes disminuyó drásticamente durante las décadas de 1970 y 1980. Esto empezó a cambiar en la década de 1990, cuando los movimientos ecologistas de todo el mundo empezaron a fomentar la tolerancia y la coexistencia con la naturaleza. Japón ratificó los tratados sobre biodiversidad y cambió a una política de conservación de la vida salvaje y el entorno natural.
Dice Satō: “Durante mucho tiempo, el oso pardo fue considerado una plaga peligrosa, y no había restricciones sobre el número de osos que podían ser sacrificados. Esto devastó la población y también redujo el área de distribución de los osos en todo Hokkaidō. La situación empezó a mejorar en 1990, cuando se abandonó el programa de exterminio en primavera y el Gobierno pasó de sacrificar a los osos a una política de conservación. Los números empezaron a recuperarse, y esto provocó un aumento de los incidentes de osos que entraban en tierras de cultivo y dañaban las cosechas a partir de la segunda mitad de la década de 1990”.
El aumento del número de ciervos Ezo también está afectando a los osos pardos.
“La imagen que tiene la gente es la de osos junto a un río, alimentándose de salmones. En realidad, solo una pequeña proporción de los osos de Hokkaidō vive así, en la península de Shiretoko y otras zonas remotas. E incluso estas poblaciones se han visto afectadas por el drástico descenso del número de salmones y truchas que regresan para desovar en los últimos años. Como resultado, los osos han recurrido a la depredación de ciervos Ezo”.
Los ciervos son rivales para las plantas herbáceas que son uno de los alimentos favoritos de los osos. En los últimos años, los osos han empezado a depredar ciervos, a menudo alimentándose de cadáveres sacrificados cerca de las granjas, así como de recién nacidos y cervatillos vulnerables.
“Sospecho que los osos negros de Honshū probablemente también se alimentan de ciervos. En años como este, en los que la cosecha de bellotas es escasa, es muy probable que los jabalíes lleguen primero a las bellotas y se acaben con la mayor parte de las limitadas reservas antes de que los osos puedan alimentarse”.
La estrategia de biodiversidad del Gobierno nacional es otro de los factores que explican la creciente presencia de osos en zonas urbanas desde el año 2000. Los Gobiernos locales de pueblos y ciudades de todo el país han ido plantando árboles y plantas para reverdecer las zonas situadas a lo largo de las principales carreteras y ríos, creando un vínculo directo entre los bosques y las calles de las zonas urbanizadas. Una consecuencia no deseada es que los animales salvajes han empezado a aparecer con más frecuencia en las zonas urbanas. En Sapporo, se han dado casos de osos pardos que han llegado hasta los barrios residenciales de la ciudad en la última década.
“En las montañas”, comenta Satō, “los osos huyen en cuanto ven gente. Pero los osos que han nacido cerca de asentamientos humanos crecen oyendo el ruido de los coches y están bastante habituados a la presencia de la gente. No tienen experiencia de ser perseguidos por cazadores, ni miedo a los seres humanos”.
El efecto de la disminución de la población humana
Al igual que en muchas zonas predominantemente rurales de Japón, la población de Hokkaidō está disminuyendo y es cada vez más anciana, señala Satō. “En el último medio siglo aproximadamente, el número de familias de agricultores se ha reducido a alrededor de una sexta parte de lo que solía ser. Dado que la superficie total de tierras de cultivo apenas ha variado, esto significa que la familia media cultiva una superficie unas seis veces mayor que la que habría tenido hace cincuenta años. Esto ha ido de la mano de una mecanización masiva del proceso agrícola”.
La automatización de la agricultura creó las condiciones ideales para que los osos accedieran a los cultivos, puesto que ya no había un gran número de trabajadores agrícolas que los mantuvieran alejados. En las zonas de producción lechera, el Gobierno nacional concedió subvenciones para que los agricultores fueran más autosuficientes en pienso para animales, lo que provocó un aumento espectacular de la superficie cultivada de maíz dentado. Junto con la remolacha y el maíz dulce, estos cultivos representan un tentador festín para los osos pardos, convenientemente dispuestos en campos de fácil acceso y listos para la cosecha.
“El apetito de los osos alcanza su punto álgido durante los meses que van desde finales de agosto hasta que entran en hibernación en diciembre. Desde la primavera hasta el final del verano, los alimentos vegetales constituyen la mayor parte de su dieta, sustituidos por bellotas y frutos en otoño. Agosto y septiembre representan un periodo de transición entre estas dos fases. Durante estos meses, hay menos comida disponible para los osos en las montañas. Pero en las zonas agrícolas abunda el maíz, que madura para la cosecha justo en la misma época del año”.
“El problema que estamos observando con los ataques de osos en los últimos años está estrechamente relacionado con la cuestión del envejecimiento de la población japonesa”, afirma Satō. “Este descenso de la población humana de las aldeas agrícolas y los asentamientos de montaña representa un debilitamiento relativo de la influencia humana en las zonas fronterizas donde se cruzan los mundos humano y natural”.
El problema, explica, es que los marcos políticos nacionales no han cambiado para reflejar esta nueva realidad. “Seguimos basándonos en políticas de una época en la que los humanos éramos relativamente más fuertes, en el sentido de que podíamos someter y hacer retroceder a los animales salvajes de estas zonas por la simple fuerza del número. En los últimos años, los responsables políticos han empezado a idear nuevos mecanismos para mantener nuestros niveles actuales de prosperidad social con una población más reducida: iniciativas como las ciudades inteligentes, las ciudades compactas, la agricultura inteligente, etc. Pero ninguna de estas políticas tiene en cuenta a los osos y otros animales salvajes que han recuperado su fuerza en relación con los asentamientos humanos, y nuestra respuesta se ha quedado atrás. Nos toca ponernos al día”.
La necesidad de especialistas formados
A Satō lo que más le preocupa es que una corriente de opinión pública contraria a la idea de intentar siquiera coexistir con los osos pueda dar lugar a políticas desordenadas.
“Desde que los osos empezaron a ampliar su área de distribución hace una década, se ha debatido si es seguro permitir que su número siga creciendo. Como investigadores académicos, nuestra sugerencia ha sido que deberíamos formar especialistas y enviarlos a estas zonas para monitorizar y gestionar la población de osos, ciervos, jabalíes y otros animales salvajes. Pero no se ha hecho casi nada para poner en práctica esta idea”.
Satō afirma que algunas autoridades pioneras de algunas zonas han tomado medidas para crear comunidades locales más resistentes a los osos y otros animales salvajes. En la prefectura de Shimane, por ejemplo, el departamento forestal de la prefectura supervisa un programa integrado de gestión de la fauna salvaje que incorpora políticas de conservación junto con políticas para mitigar los daños causados por la fauna salvaje a la vida y las propiedades humanas. Las organizaciones pertinentes vigilan la fauna local y llevan a cabo estudios de población y otras investigaciones. Estas zonas han avanzado considerablemente en el nombramiento de especialistas en fauna salvaje para pueblos y ciudades, que desempeñan un importante papel de coordinación entre los residentes y los Gobiernos locales, y entre los municipios locales y el Gobierno de la prefectura.
“Pero estas son las excepciones. La mayoría de las veces, las prefecturas lo dejan todo en manos de los municipios, y estos lo dejan en manos de las asociaciones locales de cazadores. Pero se trata de grupos de cazadores recreativos. Para la mayoría de sus miembros, se trata de un pasatiempo: no tienen ninguna formación ni experiencia en conservación o gestión de la fauna salvaje. Aunque estos grupos hacen todo lo posible por abordar el problema del oso por su sentido de la responsabilidad ante sus comunidades, la edad es un problema y en algunas zonas escasean los cazadores”.
“Por eso necesitamos un mecanismo que facilite a las administraciones locales la formación y el empleo de cazadores. No hay motivos para pensar que los daños generalizados que hemos visto este año por ataques de osos hayan sido algo puntual. A menos que los Gobiernos locales desarrollen políticas adecuadas, que incluyan la formación y el despliegue de personal especializado, e incluyan en sus presupuestos fondos para sufragar estas medidas, tarde o temprano volverá a ocurrir lo mismo”.
Hacer más visible la respuesta
Hasta hace poco, un oso pardo identificado como OSO18 aterrorizaba a los residentes de Shibecha, Akkeshi y otras pequeñas localidades de Hokkaidō, donde fue responsable de ataques a 66 reses durante un periodo de cuatro años a partir de 2019. Pero cuando se confirmó que un oso abatido por cazadores en julio de 2023 era OSO18, las autoridades locales recibieron una masa de quejas preguntando por qué era necesario acabar con él. También en la prefectura de Akita ha habido quejas de conservacionistas que se oponen a la política de matar osos tras ataques a personas o ganado.
“Creo que necesitamos un sistema de respuesta a las crisis que la gente pueda entender, independientemente de su postura sobre el tema. Si se colocan vallas eléctricas para mantener alejados a los osos, y se asegura que no se deja fuera comida ni otro tipo de basura que pueda atraerlos, e incluso si después de haber tomado todas estas medidas, un oso se inmiscuye en zonas donde vive y trabaja gente... probablemente una mayoría estaría dispuesta a aceptar la lógica de eliminar al animal en esas circunstancias”.
Satō afirma que le gustaría que se asignaran especialistas a las zonas con grandes poblaciones de osos para monitorizar la población y recopilar datos a diario. Además, señala, a la hora de elaborar medidas concretas para abordar el problema, las políticas deben coordinarse con la opinión local, teniendo en cuenta los puntos de vista de las personas impactadas por los ataques, así como los de quienes no se ven directamente afectados.
“En muchos casos en los que los osos han sido responsables de daños a la vida humana o al ganado, es posible identificar a un culpable individual. Creo que se podría hacer más para que la respuesta fuera visible. Deberíamos facilitar que la gente viera qué oso en concreto es responsable de qué daños, qué osos han sido destruidos y cómo ha mejorado la situación gracias a ello”.
Aprender de la visión ainu
Para los ainu, el pueblo indígena de Hokkaidō, el oso no era simplemente un enemigo o un animal al que cazar. La cultura tradicional ainu entendía el oso pardo como un par de espíritus mutuamente opuestos. Como importante fuente de carne y piel, el oso pardo era venerado como el kimun kamuy (dios de las montañas). La gente celebraba una ceremonia ritual de agradecimiento para enviar el espíritu del oso sacrificado al reino de los dioses y rogar por su regreso.
Pero los osos pardos que dañaban a las personas o al ganado eran considerados wen-kamuy (espíritus malignos). Los ainu se enfrentaban sin vacilar a este tipo de osos y tomaban las medidas necesarias para atraparlos y matarlos, aunque un estricto tabú prohibía comer la carne de este tipo de osos “malignos”.
“En el caso de los ‘osos urbanos’, sacrificar a un wen-kamuy concreto que ha sido responsable de ataques suele reducir el número de encuentros no deseados en otros lugares a cierta distancia del incidente original. En lugar de reducir aleatoriamente el número total de osos cuando aumenta por encima de un determinado nivel, actuar rápidamente para erradicar un wen-kamuy individual protege a la comunidad y también ayuda a mantener la población de osos a largo plazo. Esta es una lección que deberíamos recordar”.
Satō se encontró por primera vez con osos salvajes en 1991, cuando la información sobre avistamientos era mucho más difícil de conseguir que ahora. Participó en un estudio de observación como miembro de un grupo de investigación de la Universidad de Hokkaidō. Recuerda haber visto a una madre osa y sus oseznos alimentándose en un campo junto a un río, con su pelaje dorado a la luz del sol del atardecer y erizado por una suave brisa. Nunca ha olvidado la emoción que le produjo ver por primera vez osos en libertad.
“En este país tenemos la suerte de contar con una población sana de osos que viven una vida salvaje en los bosques de Hokkaidō y el norte de Honshū. Quiero preservar eso para nuestros hijos y nietos. Es vital que protejamos estas poblaciones locales. Mi esperanza es que la gente atesore y disfrute del rico entorno natural que sobrevive y aprenda más sobre los osos y su ecología, y que con el tiempo desarrollemos una nueva forma de coexistir junto a la naturaleza y los animales salvajes”.
(Redactado originalmente en japonés por Itakura Kimie de nippon.com y traducido al español desde su versión inglesa. Fotografía del encabezado: Un oso negro captado por una cámara de tráfico en Kazuno, prefectura de Akita, en julio de 2023. Fotografía cortesía del Departamento de Conservación de la Naturaleza de la prefectura de Akita; © Jiji Press).