El emperador Naruhito recupera en Okinawa el contacto directo con los japoneses
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“En Okinawa muchos problemas siguen sin resolverse”
Okinawa fue escenario en 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, de una sangrienta batalla terrestre que dejó un saldo aproximado de 190.000 víctimas mortales. Los okinawenses perdieron, además, casi todo su patrimonio. Tras la guerra, Okinawa estuvo bajo dominio estadounidense durante 27 años. Japón recuperó su soberanía sobre ella en 1972, de lo cual se cumple ahora medio siglo. Sin embargo, hoy en día la prefectura de Okinawa, que representa solo el 0,6 % del territorio nacional de Japón, aloja el 70 % de las instalaciones militares norteamericanas y está a la cola de las 47 prefecturas del país en cuanto a renta per cápita.
El Emperador de Japón tiene por costumbre no hacer declaraciones de carácter político, pero en el discurso que dirigió durante la ceremonia celebrada en mayo por el quincuagésimo aniversario de la reincorporación de Okinawa a Japón, a la que asistió en línea, realizó una apreciación que ha suscitado interés: “En Okinawa muchos problemas siguen sin resolverse”. Entre estos problemas habría que citar, en primer lugar, el antagonismo entre el Gobierno nacional y el prefectural de Okinawa por temas tan espinosos como la reubicación en Henoko del aeródromo que posee la Infantería de Marina de los Estados Unidos en Futenma, un área urbana densamente poblada. De este aeródromo suele decirse que es la base aérea más peligrosa del mundo. Los Gobiernos de Tokio y de Naha deberían darse la mano en pos del desarrollo de Okinawa, pero en la práctica no es eso lo que sucede y esta preocupante situación es la que, a mi entender, arrancó al Emperador dicho comentario.
Estar al lado del pueblo en su sufrimiento, un deber
Las tres últimas generaciones imperiales han mostrado siempre una especial consideración por Okinawa. Hirohito, que después de la Segunda Guerra Mundial recorrió todo el país para insuflar ánimos a la ciudadanía en aquella difícil etapa, no pudo extender su gira a Okinawa por haber quedado, como se ha dicho, bajo dominio norteamericano. En 1921, siendo todavía príncipe heredero, Hirohito había pasado por Okinawa durante un viaje a países europeos. En la isla, visitó el Gobierno prefectural y el antiguo palacio real de Ryūkyū en Shuri, entre otros lugares. Una vez en el trono y terminada ya la guerra, Hirohito siempre deseó visitar aquella prefectura duramente castigada por la guerra, pues consideraba su deber presentar sus respetos a las víctimas, y reunirse con sus familiares y con todos los okinawenses para consolarlos por sus largos padecimientos.
Hirohito expresó claramente ese deseo en muchas ocasiones y después de la devolución de Okinawa a Japón, la Agencia de la Casa Imperial estudió cómo y cuándo hacerlo realidad. Sin embargo, en un lugar donde uno de cada cuatro habitantes había muerto en la guerra, la situación era complicada, pues existía un sentimiento popular contrario al Emperador y a la Casa Imperial, y se estimó que no se daban las condiciones apropiadas para garantizar un buen recibimiento.
23 de junio, un día para el recuerdo
En el verano de 1975, tres años después de la devolución, ocurrió un violento incidente durante la primera visita del entonces príncipe heredero (actual emperador emérito Akihito) a Okinawa con ocasión de la Exposición Internacional de Okinawa (Expo ‘75). Un extremista que se oponía a la visita arrojó un cóctel molotov contra la pareja junto al monumento Himeyuri-no-tō, elevado en honor de las 224 estudiantes movilizadas como enfermeras durante la guerra, que encontraron allí un trágico final. Los príncipes, que resultaron ilesos en el atentado, continuaron cumpliendo su agenda como si nada hubiera ocurrido, y su sincera actitud de acercarse a los supervivientes de la guerra para oír sus testimonios fue ganándose poco a poco el corazón de los okinawenses.
Durante sus años como príncipe heredero, Akihito, con otros miembros de su familia, siguió guardando un minuto de silencio durante los “cuatro días que ningún japonés debería olvidar”: el fin de la guerra, los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y la jornada final de la batalla de Okinawa (23 de junio), que recibe el nombre de Día en Memoria de los Fallecidos en Okinawa.
Además, desde 1963, con Okinawa todavía bajo dominio estadounidense, siguió en permanente contacto con Okinawa reuniéndose con grupos de alumnos de escuelas okinawenses de primaria y secundaria que eran enviados a las islas principales de Japón todos los años como aprendices de reportero. En estas reuniones participaron también los miembros de su familia. Otra actividad que ha realizo con gran interés y que le ha permitido profundizar en su conocimiento de Okinawa es el estudio del ryūka, un género poético propio de las islas. Desde fechas muy tempranas, Akihito fue consciente de que solidarizarse con los okinawenses en las penalidades que les ha deparado su devenir histórico era un deber para la Casa Imperial, una enseñanza que su hijo y actual emperador Naruhito aprendió desde niño.
Una triple visita que no fue posible
En 1987, cuando habían pasado 15 años desde la reintegración de Okinawa, se decidió por fin hacer realidad la visita tan largos años deseada por el emperador Hirohito. La ocasión la dio el Kokutai o Festival Nacional del Deporte. Se planificaron tres visitas consecutivas: primero, en septiembre, el príncipe Naruhito presidiría las competiciones de verano; después, en octubre, el emperador Hirohito estaría presente en las de otoño, y finalmente, en noviembre, el heredero Akihito haría lo propio con las competiciones de atletas con discapacidad. Se trataba, pues, de asegurar la presencia en Okinawa de las tres generaciones imperiales y estos planes se siguieron con mucho interés.
El día 19 de septiembre tuve el honor de acompañar como reportero encargado de cubrir las noticias de la Agencia de la Casa Imperial al príncipe Naruhito. Su rostro habitualmente risueño se ensombreció al llegar a los lugares del extremo sur de la isla de Okinawa donde se libraron aquellas cruentas batallas que tantas víctimas dejaron. Allí, con expresión seria, escuchó las explicaciones de los supervivientes. En el Museo de la Paz estuvo observando de cerca los instrumentos que fueron utilizados en los suicidios colectivos, los restos de ropas chamuscadas por los lanzallamas del ejército estadounidense y otros objetos.
Contemplando desde lo alto de una colina los campos de batalla, dejó escapar que se había sumido en una honda tristeza al pensar en tantas valiosas vidas perdidas y en el sufrimiento de los familiares. Concluido el recorrido, dijo haberse hecho una imagen muy viva y dolorosa de los horrores de aquella batalla, y que se habían redoblado sus deseos de que nunca más volviera a repetirse una guerra como aquella.
Una visita que se resistió
El mismo día en que el príncipe Naruhito renovaba sus deseos de paz, los medios de comunicación informaban de que el estado de salud del emperador Hirohito se había deteriorado y de que esta circunstancia frustraría su deseada visita a Okinawa. El Emperador fue operado inmediatamente, pero sus deseos no pudieron cumplirse. Lo sustituyó en su visita su hijo, el príncipe heredero Akihito, quien pronunció un discurso en nombre de su padre ante los supervivientes de la guerra y representantes del pueblo de Okinawa, en el Salón de la Paz de Mabuni, en la ciudad de Itoman, donde habían muerto muchas personas. En él, el Emperador manifestaba que los padecimientos de Okinawa a lo largo de tantos años lo llenaban de tristeza y dolor, y que sentía mucho que, cuando habían pasado ya 42 años desde el fin de la guerra, aquella repentina enfermedad frustrase su visita a Okinawa y le impidiera conocer en persona su realidad actual y sentir la cercanía de su pueblo, lo cual había sido siempre su deseo. Años después, el Emperador condensó en un poema su desilusión al ver frustrado su deseo por aquella enfermedad.
También entonces pude acompañar al príncipe heredero Akihito y su esposa, y pregunté a la gente de Okinawa por la impresión que le habían causado las palabras de aquel. Recuerdo que muchos estaban insatisfechos por no haber podido oír las condolencias directamente de boca del Emperador, lo que les habría permitido, en cierto modo, dar por cerrado ese tema.
Okinawa fue, para el Emperador de la era Shōwa (1926-1989), una tierra muy especial, una tierra a la que siempre quiso ir, pero a la que nunca pudo hacerlo. A su muerte lo sucedió Akihito, quien durante la era Heisei (1898-2019) consiguió acercar a los okinawenses la Casa Imperial, visitándolos y departiendo con ellos en muchos lugares. Aunque entre la prefectura y el Gobierno central haya habido sus más y sus menos, las visitas del emperador han sido bien recibidas como una forma de limar asperezas, incluso se ha dicho que el pueblo okinawense buscaba con ansiedad el socorro de la Casa Imperial.
En la celebración de su último cumpleaños durante su reinado, en diciembre de 2018, Akihito expresó que él y su familia nunca dejarían de solidarizarse con los sacrificios que se han visto obligados a hacer los okinawenses durante tanto tiempo. “Sacrificio” no es una palabra que suela aparecer en los discursos del Emperador y al pronunciarla su voz tembló ligeramente.
Una mayor comprensión ciudadana hacia Okinawa
Naruhito, el actual Emperador, ha heredado este espíritu de su abuelo y de su padre, pero la pandemia le ha impedido visitar antes las regiones del país, incluyendo Okinawa. Durante la citada ceremonia por el quincuagésimo aniversario de la reincorporación de Okinawa a Japón a la que el Emperador asistió en línea, después de señalar que eran muchos los problemas que quedaban pendientes, continuó así: “Tengo la esperanza de que todos los ciudadanos, incluyendo a los más jóvenes, vayan adquiriendo una más profunda comprensión de Okinawa (...), y deseo de corazón que sea posible construir un futuro generoso para Okinawa”.
El Emperador mostraba así su compromiso en la promoción de una mejor comprensión ciudadana hacia los problemas de Okinawa. Antes de su entronización, había estado cinco veces en la prefectura más meridional de Japón. Siendo príncipe heredero, estuvo allí con su esposa Masako en 1997, cuando se cumplían los 25 años de la reincorporación. En aquella ocasión, visitó el monumento Heiwa no ishiji (“Piedra angular de la paz”) en el que se están grabados los nombres de quienes perdieron su vida durante la guerra.
Ya como emperador, la primera oportunidad para visitar a Okinawa la ha dado en este cuarto año de reinado el Festival Nacional de la Cultura, en cuya inauguración estuvo presente. Para la emperatriz Masako, habían pasado 25 años desde su anterior visita. Aunque la persistencia de la pandemia impone algunas restricciones, la presencia de los Emperadores y su cercanía con el pueblo no deja de ser muy significativa. Esperemos que esto marque el inicio de la recuperación de un contacto directo y cercano entre los Emperadores y los ciudadanos, que había quedado interrumpido por dichas circunstancias, y que pueda mantenerse a los mismos niveles que durante la era del anterior Emperador.
Fotografía del encabezado: El Emperador de Japón pronuncia un discurso durante su asistencia en línea a la ceremonia por el quincuagésimo aniversario de la reincorporación de Okinawa a Japón, que se celebró el 15 de mayo de 2022 en la ciudad de Ginowan. (Jiji Press)
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