La antigua Iglesia de la Unificación y la cultura religiosa de los japoneses
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¿Es la Iglesia de la Unificación una secta?
¿Qué es una secta religiosa? Según el profesor Sakurai, no existe un concepto de secta común a todo el mundo. En Estados Unidos, caen en esa calificación los grupos que no pertenecen a la tradición de las religiones principales, en especial las formas heréticas de cristianismo. A partir de los años 60, comenzó a utilizarse profusamente la expresión new religion o secta para denominar a cualquier grupo de pequeñas dimensiones que se mostrase especialmente activo. Suelen distinguirse, dentro de estos grupos, aquellos que causan daños a la sociedad, que son entonces tachados de sectas destructivas.
En Japón, la idea de que una secta (japonés: karuto, del inglés cult) es un grupo antisocial y fanático está extendida desde 1995, cuando se revelaron los crímenes cometidos por el grupo Aum Shinrikyō, también conocido como La Verdad Suprema. Mientras que los expertos suelen hablar de minorías religiosas, los medios de comunicación se fijan en si dichos grupos han cometido algún delito sin que, por el momento, haya unidad de criterios ni se haya encontrado una definición clara de la palabra secta.
La antigua Iglesia de la Unificación (en adelante, Iglesia de la Unificación) no sería, según Sakurai, una secta en el sentido de minoría religiosa. “Desde su fundación han pasado ya cerca de setenta años y el número de fieles en Japón se sitúa entre los 50.000 y los 70.000. Por sus dimensiones como grupo y por su duración en el tiempo, excede lo que se considera una secta”.
Aunque nació en Corea del Sur, en su país de origen no ha conseguido ni la mitad de los fieles que tiene en Japón. La organización tiene sucursales en otros muchos países y Sakurai estima que el total de fieles debe de situarse varias decenas de miles por encima de los 100.000.
“Una de sus características es que actúa en estrecha complicidad con la política. Nunca ocupa el primer plano. Por ejemplo, Aum Shinrikyō partía de la quimera de que ellos se bastarían para dominar Japón. Creían que el número de sus fieles iría aumentando y que si se presentaban a las elecciones acabarían ganándolas. La Iglesia de la Unificación, por el contrario, demuestra tener más juicio. Saben que presentando sus propios candidatos no podrán ganar, pero que conectando con ciertos políticos y ofreciéndose el voto de la organización en bloque, podrán ganar influencia a nivel nacional”.
Un “pseudohogar” que ofrece un ambiente acogedor
Desde la antigüedad, en Japón se ha hecho objeto de adoración a muchos seres, como revela la expresión yaorozu no kami (“literalmente, los ocho millones de dioses”). En el siglo VI, cuando penetró el budismo, la nueva religión quedó enfrentada al sintoísmo, pero ya en el periodo Nara (710-784) surgió la idea de que los dioses japoneses no eran otra cosa que encarnaciones o avatares de los budas, una forma de sincretismo religioso conocida como shinbutsu shūgō.
“Desde su transmisión a Japón, el budismo ha experimentado una transformación tras otra. A partir de la era Meiji (1868-1912) adopta un carácter muy especial que lo diferencia del budismo de otros países, pues los monjes pueden casarse y tener hijos, y los templos se heredan. De estos esquemas mentales es de donde han ido surgiendo, sufriendo más y más alteraciones, las nuevas religiones de cuño budista, que no exigen celibato ni apartamiento de la vida secular”.
Por otra parte, el cristianismo ha tenido un gran influjo en la visión religiosa de los japoneses a partir de la era Meiji.
“Cundió la idea de que la religión exige tener un objeto de fe claro, pertenecer a una organización y seguir una liturgia determinada. En la mentalidad japonesa, ser un danka (fiel adscrito a un templo budista) o un ujiko (nacido en un vecindario situado bajo la protección de algún dios local sintoísta) no implicaba tener fe. En su mayoría, los japoneses hacen la acostumbrada visita de Año Nuevo a un templo budista o santuario sintoísta, visitan las tumbas de sus antepasados y participan en ciertas ceremonias religiosas sin por ello considerarse creyentes”.
En el Estudio sobre el Carácter Nacional de los Japoneses realizado cada cinco años por el Instituto de Matemáticas Estadísticas, quienes afirman no creer en ninguna religión, grupo mayoritario desde 1953, llegaron en 2018 al 74 % de la población. La pregunta sería, entonces, por qué proliferan las nuevas religiones en un país en que tantas personas se declaran arreligiosas.
“La mayor proliferación se dio en las décadas de 1950 y 1960, sobre un trasfondo social de rápido crecimiento económico y grandes masas de población que se desplazaban del campo a la ciudad, donde buscaban su lugar en el mundo”.
“Fueron las nuevas religiones de cuño budista las que dieron a esas personas que trabajaban en pequeños talleres y comercios urbanos ese lugar en la vida, y las que las organizaron hábilmente. La Sōka Gakkai captó en ese periodo entre seis y siete millones de socios. Con sus reuniones una vez al mes a nivel de barrio y una actitud de compromiso entre los miembros para permanecer siempre en contacto, funcionó como un pseudohogar que suplantaba a la aldea que aquellas personas habían dejado atrás”.
Ocultaciones y métodos fraudulentos
Por su parte, la Iglesia de la Unificación comenzó a expandirse entre los universitarios. Fue fundada en Seúl en 1954 por el fallecido Moon Sun-Myung. En 1964 obtuvo el reconocimiento como entidad religiosa en Japón. Entre los años 60 y 70 fue muy activa en ambientes universitarios, donde propagó sus ideas bajo el nombre de Genri kenkyūkai (“Sociedad de Estudios de los Principios”). En 1968 estableció la Federación Internacional para la Victoria sobre el Comunismo, desde la que luchó para derrotar a esa ideología. En los años 80, comenzó a vender a domicilio ciertos productos, entre ellos té de ginseng importado de Corea del Sur y vasijas de mármol, pero estas prácticas, que combinaba con la adivinación a partir de la grafía del nombre (seimei handan) y el peritaje o valoración del árbol genealógico familiar (kakeizu kantei) pronto llamaron la atención de la sociedad como negocios fraudulentos, y fueron denunciados varias veces ante los tribunales.
“Desde la segunda mitad de la década de 1980, la Iglesia de la Unificación se vio obligada a predicar sin revelar públicamente su nombre. Como métodos de entrada, siguieron utilizando supuestas artes adivinatorias como la quiromancia o la onomancia, pero dirigiéndose ahora tanto a los jóvenes como a los adultos, para quienes comenzaron a organizar seminarios. En vez de tratar de embaucar con prácticas fraudulentas al público en general, se concentraron en conseguir donaciones de sus fieles”.
La madre de Yamagami Tetsuya, el hombre detenido por el asesinato del ex primer ministro de Japón Abe Shinzō, arruinó a su familia canalizando a la Iglesia de la Unificación todo el dinero que cobró del seguro de vida de su marido y el resto de su patrimonio, hasta caer en la insolvencia.
“Hay una limitación inherente a la libertad de credo. Cada cual es libre de creer en lo que quiera. Lo que no puede hacerse es vulnerar la libertad de credo de los demás. No puede permitirse hacer proselitismo ocultándose bajo otros nombres, exhortar a hacer donaciones con promesas de liberar al donante de supuestos errores o pecados cometidos por sus antepasados, privar a la gente de su autonomía mental alentando en ella temores, o pedirle que done cantidades exorbitantes de dinero”.
De las consultas realizadas al Centro Nacional de Defensa del Consumidor se desprende que los fieles de la Iglesia de la Unificación donan un promedio cercano a los 2,7 millones de yenes. Entre quienes llamaron a la línea telefónica de asistencia a las víctimas establecida por el Gobierno en septiembre, algunos preguntaron si sería posible recuperar el dinero que habían entregado en relación con ciertas creencias que la iglesia difundía sobre los antepasados fallecidos, para lo que habían hecho muchos pagos a lo largo de 10 años, con cuantías de entre 100.000 y varios millones de yenes.
Moon, segundo intento de Dios después del fracaso de Jesucristo
Según la doctrina de la Iglesia de la Unificación, Eva cometió adulterio con Lucifer, un ángel caído que luego se convertiría en Satán, y todo el género humano ha heredado, a través de Adán, esa sangre rebelde a Dios. Posteriormente, Dios envió a la tierra a Jesús con la idea de hacer que tomase por esposa a una mujer y que entre ambos dejasen descendientes libres de aquel pecado original, pero sus planes se frustraron, por lo que tuvo que idear un “segundo advenimiento” protagonizado por Moon Sun-Myung. Corea del Sur sería el “País de Adán”, mientras que Japón sería el “País de Eva”, y puesto que Eva fue la culpable de la corrupción de Adán, es lógico que a Japón le corresponda el papel de “prestar servicios” a Corea del Sur. En las multitudinarias ceremonias de boda en las que se casan parejas formadas por el “advenido” Moon, se forman hogares centrados en Dios y en los que nacen niños libres del pecado original. Hasta hoy, son aproximadamente 7.000 las mujeres japonesas que se han casado de este modo y residen en Corea del Sur.
“En su país de origen, muchos ven la Iglesia de la Unificación como un zaibatsu (gran consorcio empresarial). La función de la Iglesia de la Unificación de Japón es reunir fondos y enviarlos a Corea del Sur”.
En Estados Unidos, es propietaria del periódico conservador Washington Times y actúa como lobby o grupo de presión. Desarrolla abiertamente otros grandes negocios, siendo propietaria, por ejemplo, del grupo empresarial True World Foods, que vende pescado a muchos restaurantes de sushi del país.
“¿Cómo se las arregla una entidad religiosa de doctrina tan antijaponesa para conseguir tantos fieles en Japón? Es una pregunta que se oye a menudo en los medios de comunicación extranjeros. Una de las principales razones es que los japoneses no tienen conocimientos que los prevengan frente a las religiones. Por eso, aunque oigan cosas como el segundo advenimiento del mesías o boda colectiva, no se extrañan. Acaban aceptando cosas como que sus antepasados están sufriendo en el infierno, y que no será posible salvarlos si no hacen buenas obras (donaciones). Si tuvieran un mejor conocimiento de las principales formas de cristianismo o de las formas tradicionales de culto a los antepasados existentes en Japón no se harían fieles”.
Aum Shinrikyō, un capítulo por cerrar
En la época anterior a la Segunda Guerra Mundial prevalecía en Japón una forma estatal de sintoísmo cuyas consecuencias exigieron una profunda reflexión. La Constitución de Japón promulgada tras la guerra estableció la separación de Estado y religión, y la libertad de credo. Lo único que se prohíbe en la educación pública es enseñar una determinada religión, pero en la práctica los alumnos apenas tienen oportunidad de adquirir conocimientos generales sobre las religiones.
“Entre los conocimientos impartidos en la escuela, desde la educación primaria deberían incluirse algunos conocimientos básicos sobre la religión, por ejemplo, sobre la diversidad religiosa del mundo. De esa forma, sería posible conseguir ciertos criterios comunes, cultivar un sentido común social sobre el tema. La gente estaría más precavida frente a los grupos que se desvían claramente de ese sentido común. Sin esa cultura religiosa, aunque nos vengan con cosas sin fundamento tratando de convencernos de ellas, no nos damos cuenta de que son absurdas. Estamos en una situación de total indefensión”.
Durante muchos años, Sakurai ha recibido consultas de alumnos angustiados por su relación con alguna secta, así como de sus padres.
“Lo que se puede conseguir atendiendo estas consultas no es mucho. Por ejemplo, en Sapporo, donde está el campus de la Universidad de Hokkaidō, hay dos centros de Aleph, la entidad sucesora de Aum Shinrikyō. Algunos alumnos de la universidad que ingresaron en Aleph seguían dentro al graduarse de la universidad. Aleph sigue teniendo fe en el líder de Aum Shinrikyō, Asahara Shōkō, y sigue haciendo proselitismo entre los estudiantes de todo el país. El problema de Aum no ha sido resuelto”.
Últimamente, Aleph y otros muchos grupos religiosos están usando las redes sociales. “Las primeras comunicaciones las hacen a distancia y sin identificarse. Solo cuando creen que pueden sintonizar con alguien lo invitan a una cafetería o a algún otro lugar para tratar de ganárselo. Se toman todo el tiempo necesario para ir atrayéndolo poco a poco. Muchos jóvenes que durante la pandemia no han podido hacer amigos aceptan la invitación sin sospechar nada”.
La orden de disolución como forma de forzar la apertura informativa
El principio de separación entre la religión y el Gobierno supone que al Estado se le prohíbe tener una relación especial con una religión determinada, pero no implica la prohibición de que las entidades religiosas participen en las elecciones o en otros asuntos políticos. Además de la citada Sōka Gakkai, otras muchas entidades religiosas colaboran en las elecciones con los partidos.
“En el caso de la Iglesia de la Unificación, el problema es que los políticos habían ocultado sus vínculos con ella. Reconocer en público que habían recibido ayuda organizativa de una entidad que está causado daños a la ciudadanía con sus prácticas comerciales fraudulentas y sus exigencias de grandes donaciones sería como reconocer que están anteponiendo su beneficio personal a los intereses de los ciudadanos o del país”.
¿Y qué puede hacer la Administración ahora que todo se ha sacado a relucir?
“Lo más realista es emitir una orden de disolución, con fundamento en el Punto 1 del Artículo 81 de la Ley de Entidades Religiosas. Esa posibilidad debería ser debatida primero en un consejo consultivo en el que participen juristas, expertos en religiones y representantes de grupos religiosos, y las conclusiones a que se llegue deberían ser comunicadas a la ciudadanía”.
Según dicho artículo, si se comprueba que una entidad religiosa ha hecho algo que causa graves daños al bienestar público, el organismo gubernamental con jurisdicción, en este caso la Agencia de Cultura, o la propia Fiscalía están facultadas para solicitar a los tribunales que emitan una orden de disolución.
La primera vez en que se emitió una orden de disolución en Japón siguiendo este procedimiento fue en 1995 y recayó sobre Aum Shinrikyō. Después solo se ha emitido una orden más, en 2002, contra la entidad Myōkakuji, que vendía objetos alegando que podían contrarrestar ciertos influjos maléficos. Debido a que ningún responsable de la antigua Iglesia de la Unificación ha sido detenido ni enjuiciado hasta ahora, en el Gobierno predomina la idea de que hay que ser muy prudentes a la hora de iniciar el trámite de disolución y esta actitud, considerada demasiado tibia, está provocando muchas críticas. El 17 de octubre el primer ministro Kishida Fumio anunció que iniciaría una investigación sobre la base de la Ley de Entidades Religiosas. Esto se ha visto como una puerta abierta hacia la posibilidad de emitir una orden de disolución.
“Si ocurriera eso, este grupo religioso se vería también obligado a revelar muchas informaciones para defenderse y se daría una apertura informativa sobre su gestión. Si queda claro que, como entidad religiosa, ha hecho cosas que ameritan la apertura del procedimiento de disolución, van a ser muy pocos los políticos que deseen seguir teniendo tratos con ella. Es una forma muy sencilla y eficaz de revisar las relaciones entre política y religión. Y como la alerta se extenderá entre toda la población, los efectos van a ser considerables”.
De todos modos, aunque el grupo pierda el reconocimiento oficial como entidad religiosa con personalidad jurídica, podrá seguir existiendo como un simple grupo religioso. “Podrían, por ejemplo, reconvertirse organizativamente y proseguir sus actividades utilizando las organizaciones no gubernamentales del grupo, como la Federación para la Paz Universal o la Federación de Mujeres por la Paz Mundial. Las regulaciones que pueden hacerse dentro del marco legal son limitadas. Por eso tenemos que ser capaces de defendernos por nosotros mismos, profundizando nuestra cultura religiosa”.
Fotografía del encabezado: Manifestación llevada a cabo en Seúl (Corea del Sur) el 18 de agosto de 2022, en la que participaron principalmente mujeres japonesas casadas con coreanos en bodas colectivas organizadas por la antigua Iglesia de la Unificación. Los participantes se quejaban de la opresión que sufren en Japón los creyentes de este grupo religioso. (AFP Jiji Press)