El Emperador como símbolo de la unidad del pueblo: una imagen que cambia con la época
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Ante la difícil perspectiva de tener que celebrar los Juegos Olímpicos durante la pandemia, en Japón muchos se posicionaron a favor de su suspensión. Algunos llegaron a pedir, incluso, que el Emperador, presidente honorario de los juegos, hiciera pública su oposición a los mismos. Pero el Emperador, cuya función es puramente simbólica, no tiene atribuciones para realizar ese tipo de manifestaciones, digamos, políticas. Por esta razón, fue Nishimura Yasuhiko, director de la Agencia de la Casa Imperial, quien se encargó de transmitir indirectamente el estado de ánimo de aquel ante el evento, diciendo que lo había visto muy preocupado ante la propagación del virus. Es por estos medios como se trata de preservar el equilibrio que debe guardar el “emperador-símbolo”.
Un “símbolo” que se estrenó con las visitas del Emperador Shōwa a las regiones
Estos funambulismos estaban presentes ya en la Constitución Imperial, elaborada en la era Meiji y vigente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en la que se hablaba, por una parte, de un emperador de autoridad absoluta mantenida ininterrumpidamente en la historia por medio de un único linaje y, por la otra, de un emperador que ejercía poderes fundamentados en dicha Constitución. Para llevar adelante su proyecto nacional, el Estado Meiji tuvo que guiarse simultáneamente por dos lógicas: una, interna, para legitimar el derrocamiento del régimen de los shogunes. Otra, de cara al exterior, con la que se pretendía insertar a Japón en una comunidad internacional regida por países que seguían el modelo de la monarquía constitucional. En el Japón anterior a la guerra, estas dos lógicas fueron apareciendo sucesivamente en las diversas fases históricas, siendo antepuesta una a la otra según las necesidades del momento.
Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, todo hacía pensar que la institución imperial sería rediseñada. En los países aliados se alzaban voces a favor de exigir al Emperador de Japón responsabilidades de guerra, y la propia continuidad de la institución fue puesta en entredicho. Pero el Cuartel General Aliado, cuyo objetivo máximo era democratizar el país, tenía sus propios planes. Ya desde antes de iniciarse la ocupación, sus rectores estaban convencidos de que, si querían llevar a cabo sus medidas políticas sin alentar la rebelión, era totalmente imprescindible mantener la institución imperial.
Pero dejando la institución imperial sin modificaciones, tal como estaba, tampoco era posible obtener el favor de la opinión pública de los países vencedores. Esa es la razón de que, para conseguir un efecto claro de democratización institucional, se hicieran cosas como exigir que el Emperador proclamase públicamente su “humanidad”. La idea de que el emperador es un “símbolo”, consagrada por la nueva Constitución de Japón, fue la forma resultante de esa serie de movimiento. Limitando los actos del emperador a sus funciones estatales definidas en la Constitución, fue posible mostrar a la comunidad internacional que la institución imperial ya no era la de la preguerra.
Por la parte japonesa, incluso después de la derrota, se pensaba que podría responderse a la situación con algo similar a lo que había sido la institución a principios del siglo XX, pero finalmente no hubo más remedio que aceptar el proyecto de constitución presentado por el Cuartel General Aliado y el Emperador quedó consagrado como un “símbolo”. Pero este es un concepto muy ambiguo que se presta, según la interpretación que se haga de él, a un acercamiento a las pretensiones de los japoneses de la época. Puede decirse que, tras la guerra, el camino seguido por la institución imperial ha sido de tanteo y búsqueda.
Una de esas exploraciones fueron las visitas que el Emperador Shōwa (Hirohito) comenzó a prodigar a las regiones del país después de la derrota bélica. Que el Emperador tenga que viajar a las regiones no es algo que aparezca en el texto constitucional, es decir, no entra dentro de sus “funciones estatales”. Hoy en día se entiende que es precisamente la consideración simbólica del Emperador lo que hace que estos viajes formen parte de sus funciones públicas. Con estas visitas, el Cuartel General Aliado pretendía que el Emperador tuviera un trato directo con la gente, para así poder mostrar al mundo cómo Japón se había democratizado. Pensaba, al mismo tiempo, que estas visitas a todos los rincones del país serían necesarias para ganarse el favor de un pueblo totalmente desmoralizado tras la derrota.
Se trataba, pues, de dar reconocimiento a la autoridad moral del Emperador y servirse de ella inteligentemente. La parte japonesa tenía una idea similar. Las visitas imperiales se realizaron, pues, sobre una coincidencia de intereses de ambas partes. La gente educada en los valores de preguerra lo entendió como un acto autoritario del Emperador, pero los medios de comunicación lo airearon como una muestra de los cambios que estaba experimentando la institución imperial y entre la ciudadanía fueron muchos los que dieron la bienvenida a esta nueva forma de entenderla.
Es decir, que unas visitas concebidas en principio para consolidar y ampliar la autoridad y atribuciones del Emperador, fueron entendidas por muchos como una demostración de que el Japón de la posguerra se encaminaba hacia su democratización. Lógicamente, estas dos formas de entender este punto dieron lugar a muchas disensiones.
El papel simbólico del Emperador después del boom Michiko
Los tanteos que se hacían con el nuevo “emperador-símbolo” fueron variando según los tiempos y las situaciones y lo mismo ocurrió con la recepción social de su figura. En los años 50, el príncipe heredero Akihito era ya un joven que empezaba a asomar a la escena pública y su figura quedó unida a la de un país que se ponían de nuevo en marcha una vez firmada definitivamente la paz y conseguida la independencia. En él no había nada que pudiera relacionarse con la guerra y su frescura cautivó a la prensa. La gente comenzó a esperar mucho de él.
En 1958 se anunciaron los esponsales del príncipe heredero. Su pareja era Shōda Michiko, que en apenas un año alcanzó una popularidad explosiva. Cuando todo el mundo pensaba que el heredero se casaría con algún miembro de algunas de las ramas más apartadas de la familia imperial, su inminente matrimonio con una “plebeya” causó un gran asombro. Y cuando se extendieron rumores de que, además, su unión había partido de una atracción mutua, muy en concordancia con el artículo de la Constitución que habla del mutuo consentimiento como premisa de la unión matrimonial, esto contribuyó a que la ciudadanía sintiese una cercanía todavía mayor con el emperador como símbolo.
Los medios de comunicación, que a lo largo del periodo de crecimiento económico acelerado adquirieron una creciente resonancia, competían por encontrar y difundir cualquier anécdota sobre la pareja. En aquellos años, el sector informativo se diversificó, pues nacieron muchas revistas femeninas y el televisor se instaló en los hogares. Todo ese auge redundó en una mayor popularidad de la pareja. Los valores democráticos de la época posterior a la guerra, fundamentados en la Constitución, fueron calando en la mente popular y, en aquel contexto de apogeo económico, la figura de un príncipe heredero-símbolo obtuvo aceptación.
En aquella época, el Gobierno hacía una interpretación extensiva del término “símbolo” y trataba de acercar la figura del Emperador a la de un jefe de Estado. Pero este acercamiento conceptual no afectó a la terminología, pues el emperador-símbolo nunca fue denominado “jefe de Estado”. Se quería una imagen del emperador que no fuese autoritaria, pues con la experiencia de la democratización se había producido una idealización, de la que el boom causado por Michiko es un buen ejemplo, y la figura de un Emperador simplemente simbólico había echado raíces. En todo esto, como se ha dicho antes, influyeron no poco los medios de comunicación.
En la vorágine del boom Michiko, los príncipes siguieron interpretando su papel, pero también debió de acompañarlos la incertidumbre. Aquel boom que tanto fervor popular había producido se enfrió con rapidez pasado algún tiempo. Los príncipes exploraron entonces nuevas áreas donde ejercer su función simbólica. Ni la Constitución ni la Ley de la Casa Imperial estipulaban qué funciones debían desempeñar los príncipes, así que tuvieron que ser ellos mismos quienes las encontraran.
Se encontró entonces una veta en la implicación de los príncipes con los colectivos socialmente más vulnerables. Comenzaron a visitar las instituciones de asistencia social y a contactar directamente con los residentes. También se implicaron en la memoria de la guerra, al sustituir al Emperador en algunas de sus visitas al extranjero. Fue a través de esos repetidos tanteos y pruebas como trataron de ir dando una forma concreta a la figura del Emperador-símbolo venidero. Los príncipes, aunando los rasgos propios de un monarca constitucional europeo y los tradicionalmente atribuidos al Emperador de Japón, comprendieron que el mejor papel que podía desempeñar un Emperador era el de acompañar al pueblo en sus penas y en sus alegrías. Y para encarnar esa figura, el concepto de “símbolo” venía como anillo al dedo.
El actual Emperador, en la línea de su predecesor
Pero a partir de la segunda mitad de los años 60, los medios de comunicación no siempre transmitieron con la necesaria amplitud todo este empeño de los príncipes. Su periodo como príncipes fue largo, y tanto en los medios como en el propio pueblo se notaba un cierto hartazgo respecto a las informaciones sobre la familia imperial. En los siguientes años el interés se dirigió fundamentalmente hacia el crecimiento económico y hacia las condiciones de la vida diaria, quedando relegada la institución imperial y su simbolismo a un segundo plano informativo.
Fue la entronización de 1989 la que abrió un nuevo ciclo. Con el acontecimiento, el interés hacia el emperador-símbolo volvió a despertarse. La nueva pareja imperial siguió indagando a la busca de las actividades y conductas más adecuadas para seguir ejerciendo su papel simbólico y las visitas a los escenarios bélicos donde se recuerda la muerte de combatientes y civiles durante la Segunda Guerra Mundial fueron parte de ese esfuerzo. Esto obtuvo una amplia cobertura mediática y marcó un nuevo estilo, que fue bautizado como “estilo Heisei” en referencia a la era recién abierta. La difusión de estas visitas permitió hacer llegar de una forma más palpable a la ciudadanía tanto las actividades como los pensamientos de la pareja imperial. La mayoría de los ciudadanos vio con simpatía que, en una fase histórica en que la generación que había experimentado la guerra iba envejeciendo y desapareciendo, el Emperador fuera al encuentro de esa memoria histórica, lo cual se entendió como una manifestación del simbolismo de la institución.
Con la era Heisei (1989-2019), numerosos desastres naturales azotaron Japón y los emperadores, que ya habían acompañado a los afectados en años anteriores, continuaron en su línea de apoyo y solidaridad, que también prodigaron en sus habituales visitas a las instituciones de asistencia social en un momento en que se abrían brechas económicas. Fue una forma de realizar el ideal de acompañar al pueblo en sus penas y en sus alegrías y pasó a formar parte del “estilo Heisei”. Los desplazamientos del Emperador en la era Heisei ya no eran entendidos de la misma forma en que lo fueron durante la anterior era, Shōwa (1926-1989). Arraigó la idea de que el Emperador viajaba para conocer y compartir las penalidades de la gente y este fue el relevo que pasó de la era Heisei a la actual de Reiwa.
Actualmente, cuando Japón sufre todavía bajo la pandemia, el Emperador se pronuncia al respecto y toma diversas acciones de una forma que nos permite confirmar la continuidad con la era anterior. Las citadas declaraciones del director de la Agencia de la Casa Imperial en las que transmitía la preocupación del Emperador por la propagación del virus vienen como una muestra de consideración hacia quienes se han opuesto a la celebración de los Juegos Olímpicos. También son muchos los que han trabajado arduamente en los preparativos de los Juegos. En reconocimiento a ese esfuerzo, el Emperador fue nombrado presidente honorario de los mismos y pronunció el discurso de apertura. En esta fase histórica donde se ahondan las brechas y disensiones sociales, puede decirse que el Emperador está tomando iniciativas como “símbolo” de la unidad del pueblo japonés.
Fotografía del encabezado: El Emperador Naruhito y la Emperatriz Masako visitan una de las aulas de manualidades de la instalación de difusión cultural Shippō Art Village, en la ciudad de Ama (prefectura de Aichi) el 1 de junio de 2019. (Jiji Press)
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