Kesennuma, una ciudad preparada para un gran tsunami
Prevención de desastres Sociedad- English
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Decididos a vivir junto al mar
Para poder seguir viviendo junto al mar es necesario estar preparados psicológicamente para un tsunami.
La ciudad de Kesennuma se encuentra en una zona propensa a los tsunamis, por lo que incluso antes del Gran Terremoto del Este de Japón ya contaba con una cultura de prevención ante este tipo de desastres naturales. Las autoridades compartían con los ciudadanos las proyecciones de posibles tsunamis, se contaba con un mapa con rutas de evacuación y se llevaban a cabo simulacros de manera regular. Sin embargo, algunas personas se ciñeron demasiado a las predicciones y no escaparon a tiempo, puesto que no se encontraban en zonas consideradas de peligro de inundación. Como consecuencia, el tsunami, de dimensiones muy superiores a lo previsto, se cobró la vida de 1.246 lugareños.
Para no olvidar esta dura lección se decidió conservar intactas las ruinas de un instituto de la prefectura dañado por el tsunami.
En una de las paredes del tercer piso del instituto se puede observar la marca que dejó el golpe de una planta de procesamiento de productos marinos arrastrada por el tsunami. En el segundo piso, hay un automóvil atrapado que trajo la corriente y libros de texto desperdigados por las aulas, tal como quedaron tras el paso del tsunami.
Después de visitar las ruinas del instituto el visitante puede pasar por el museo anexo que se construyó en su recinto. En uno de los videos que se presentan se pueden ver imágenes de la ceremonia de graduación celebrada en el gimnasio de la escuela secundaria Hashikami, que sirvió como un refugio tras el desastre. En él, el representante de los estudiantes graduados, generación que perdió a tres compañeros en el tsunami, intenta reprimir el llanto mientras dice que tuvieron que pagar un precio demasiado alto para comprender el verdadero valor de la vida. Sin embargo, también señala que a pesar de lo sucedido no tienen resentimientos ya que su misión en la vida es aceptar su destino y ser solidarios con los demás. Esto nos demuestra la severidad de su determinación de vivir con el mar.
El mar es temible, pero también muy bondadoso.
Un año después del desastre se celebró una ceremonia en honor a las víctimas en la ciudad de Kesennuma. El discurso de la ceremonia estuvo a cargo de una joven de tercer año de instituto que perdió a los siete familiares con los que vivía: sus padres, sus hermanas y sus abuelos. El tsunami la dejó completamente sola. Sus palabras fueron firmes y conmovedoras: “el mar me arrebató recuerdos valiosos y a mis seres queridos, pero, a pesar de todo, me gusta. Amo el mar donde descansa mi familia. Igual que antes y para siempre”.
La decisión de 9.000 familias afectadas por el tsunami
Se prepararon todas las medidas de prevención necesarias en caso de un tsunami, pero las opiniones de los damnificados se dividieron entre quienes querían seguir viviendo junto al mar y quienes preferían mudarse a otras zonas.
De las aproximadamente 9.000 familias afectadas por el tsunami, cerca del 10 % decidió trasladarse a los conjuntos residenciales para damnificados y un 20 % se decantó por viviendas públicas para damnificados. Por otra parte, unas 140 familias prefirieron trasladarse a terrenos que fueron elevados como parte del plan de reajuste del territorio. El resto optó por reparar sus casas, buscar por sí mismos un nuevo hogar o alquilar viviendas privadas.
Fue difícil encontrar terrenos en zonas seguras para construir los conjuntos residenciales y viviendas públicas para los damnificados. La prioridad era construir viviendas temporales, para lo que se utilizaron los grandes terrenos disponibles en zonas alejadas del mar. Los espacios restantes necesitaban muchas obras o la construcción de caminos de acceso para poder ser utilizados. Tomó más tiempo de lo previsto encontrar un lugar dónde almacenar la tierra que salió de las obras al comenzar los trabajos.
La totalidad de las viviendas públicas terminó de ser construida en 2017; las mudanzas grupales a conjuntos residenciales se extendieron hasta 2019. En ese periodo, la estructura familiar de ciertos hogares cambió como consecuencia del envejecimiento y otros motivos, por lo que aumentó el número de familias que optó por solicitar una vivienda pública para damnificados.
Ahora, veamos el caso del distrito de Minami Kesennuma, donde las obras de ajuste de terrenos concluyeron en septiembre de 2020 y la mayoría de las personas se trasladó a zonas más elevadas.
Antes del desastre, en este distrito había cerca de 1.560 familias, entre comercios, centros de procesamiento de productos marinos y hogares particulares. Esta zona urbana azotada por un tsunami de entre cinco y siete metros fue creada ganándole terreno al mar durante el periodo de rápido crecimiento económico de Japón. Como medida de prevención contra los tsunamis, los terrenos se han elevado unos tres metros y ahí se han venido inaugurando establecimientos como una gran librería, farmacias y clínicas, entre otros. Para el final de 2020, el número de hogares aumentó hasta los 501, pero 344 de estos habitaban en viviendas públicas para los damnificados.
Para conseguir un mayor aprovechamiento de las tierras, se utilizó un sistema de ayuda en el que se enlazaba a los dueños de terrenos sin planes de uso, con personas que quisieran adquirirlos o alquilarlos. A pesar de los intentos, no se ha conseguido recuperar la vitalidad que esta zona tenía antes del desastre. Por otra parte, una de las razones por las que el distrito continúa teniendo una población tan baja es que los terrenos que no contaban con algún proyecto de uso se utilizaron para parques y plazas conmemorativas de la reconstrucción y la prevención de desastres, mientras que en otros se construyeron centros de procesamiento de productos marinos. Además, aunque los terrenos se hayan elevado a alturas seguras, es natural que los damnificados tuvieran recelo de volver a la zona afectada por el tsunami.
También ha influido el retraso de casi dos años y medio en el plan de reajuste de terrenos. Para llevar a cabo las obras de elevación de tierras fue necesario retirar los edificios que se habían reparado después del tsunami y conseguir hogares temporales de quienes habían regresado a la zona, además del tiempo que tomaron las obras de traslado de acueductos y alcantarillas y otras.
Asimismo se presentaron problemas en la provisión de tierras. Se necesitaban 13 millones de metros cúbicos de tierras para los trabajos de recuperación y reconstrucción de la ciudad, entre los que se incluían la dotación de terraplenes en la costa y la construcción de rompeolas. Sin embargo, solo se obtuvieron 10 millones de las montañas que se desmontaron para la construcción de conjuntos residenciales, por lo que el resto tuvo que ser comprado. Además, algo que complicó todavía más el proceso fue la necesidad de conseguir un lugar de almacenamiento, ya que no coincidían los tiempos entre la salida de tierras de la montaña con el momento de terraplenar la costa.
Un volquete de grandes dimensiones tiene capacidad para transportar entre cinco y seis metros cúbicos a la vez. Trasladar casi dos millones de volquetes en los comienzos de la reconstrucción fue una tarea titánica que provocó una congestión fuerte del tráfico.
Como resultado, aunque la gente decidió vivir con el mar se ha disminuido drásticamente el número de personas que piensan vivir cerca de este. Antes del desastre, disfrutar de la brisa marina era parte de la vida cotidiana, esto es un ejemplo perfecto de que uno no sabe lo feliz que es con lo que tiene hasta que lo pierde.
El futuro más allá de la reconstrucción
Analizando en retrospectiva los 10 años que han pasado desde el desastre, podemos decir que durante el primer año las labores se centraron en la construcción de viviendas temporales, la retirada de los escombros y el restablecimiento de las necesidades básicas para la vida diaria. En el segundo, se empezó a pensar seriamente sobre reconstrucción de la región y la vida. Y en el cuarto año empezaron a completarse el conjunto de viviendas y las viviendas públicas para los damnificados y, ya asentados, por fin se pudo comenzar el diálogo sobre asuntos como los rompeolas. Después del sexto año se restablecieron instalaciones turísticas y otros centros públicos, se construyeron nuevos hospitales y mercados de pescado y mariscos, así como centros comerciales. También se inauguraron las carreteras de Sanriku y Ōshima Ōhashi y se recibió la buena noticia de que la ciudad sería el escenario de “Okaeri Mone”, la telenovela matutina de NHK que se estrenaría en la primavera de 2021.
Tanto la ciudad como los habitantes de Kesennuma han trabajado activamente en favor de una “reconstrucción creativa”. Por ejemplo, se fundó una nueva organización de promoción turística tras visitar la ciudad de Zermat, en Suiza; también se inauguraron programas para apoyar los proyectos de los jóvenes y quienes migraron a Kesennuma, se construyó una anhelada cancha de golf de parque, se realizó un complejo de astilleros entre empresas rivales, además de que están avanzando las negociaciones para el establecimiento de una fábrica de cervezas. Los impulsores de todo esto son los jóvenes que, algunos después de ser voluntarios en la zona, decidieron establecerse en Kesennuma y los supervivientes del desastre que se han levantado con nuevos bríos tras lo sucedido.
Sin embargo, a pesar de que tan solo en la ciudad de Kesennuma se ha utilizado más de un billón de yenes de gasto público para la reconstrucción, la población disminuye rápidamente.
En febrero de 2011, la ciudad contaba con 74.000 habitantes, pero para finales de enero de 2021 la población había disminuido hasta los 61.000. Además de las personas que murieron en el desastre, el impacto de la rapidez con la que avanzan la baja natalidad y el exceso de emigrantes está obligando a fusionar colegios y guarderías pese a los esfuerzos de reconstrucción. Según proyecciones del Instituto Nacional de Investigación sobre la Población y la Seguridad Social, para 2045 la población disminuirá a 33.000 personas y también se tiene previsto que se reduzca el volumen de pesca, industria fundamental para la zona. A pesar de que los lugareños tienen puestas sus esperanzas en la reconstrucción, estas situaciones han ensombrecido su ánimo con respecto al futuro.
Los distritos que no fueron afectados por el desastre ocuparon los 10 años posteriores a la gran fusión de municipalidades del periodo Heisei (1989-2019) preparándose para la transición a una sociedad con una población en declive, por medio de la reestructuración del número de trabajadores y de sus labores. Por el contrario, las zonas arrasadas por el tsunami tuvieron que concentrar sus esfuerzos en la reconstrucción y se han retrasado en esas tareas. Ahora que han concluido los 10 años de trabajos de reconstrucción, deben ponerse al día con los asuntos postergados. Sin embargo, ya han gastado muchas de sus energías.
La pandemia vista por los damnificados del Gran Terremoto del Este de Japón
Imaginaba una vida diferente en el décimo aniversario del desastre.
Pensaba que estas fechas serían pura alegría y estarían llenas de ceremonias de agradecimiento por la reconstrucción, en las que se reencontrarían las organizaciones, voluntarios y trabajadores que apoyaron en las labores. Confiaba en que las tiendas y restaurantes que se reconstruyeron estarían llenos de gente. Además, pensaba que la ciudad rebosaría de turistas, porque ya estarían reabiertas las carreteras de Sanriku y porque Kesennuma sería el escenario de la telenovela matutina de NHK.
La pandemia ha afectado por igual la zona arrasada por el tsunami. Lo más duro es que, justamente ahora, cinco años después de la etapa más álgida de reconstrucción de casas y negocios, empieza a vencer el periodo de gracia de los créditos hipotecarios y los damnificados tienen que comenzar a pagar sus deudas. También hay quienes están destruidos anímicamente. Además de la tristeza de haber perdido a sus seres queridos o los lugares que habitaban y la necesidad de una gran cantidad de energía para la reconstrucción, ahora se tienen que enfrentar al estrés que ocasionan las limitaciones impuestas por la pandemia y que los obliga a estar alejados de sus compañeros, amigos y voluntarios, cuya compañía se había convertido en un remanso de paz.
No obstante, la experiencia de haberse recuperado de un desastre se ha transformado en una fuente de energía para seguir adelante. No hay mal que dure cien años, ahora sabemos la importancia que tiene la solidaridad en los momentos más difíciles. También comprendimos que es muy complicado poner en una balanza y conciliar las dos cosas, proteger la vida y conservar el trabajo y el sustento mientras se enfrentan desastres naturales y pandemias.
Espero que puedan venir a atestiguar la reconstrucción de Kesennuma cuando termine la pandemia, como una prueba de lo mencionado. Seguramente podrán sentir en carne propia el verdadero significado de vivir con el mar.
Todas la fotografías fueron tomadas por el autor.
Fotografía del encabezado: ceremonia tradicional Debune Okuri, en la que la gente de Kesennuma despide a un barco con música y banderas de buen augurio para pedir por una buena pesca y la tranquilidad de las aguas, 10 de marzo de 2020 (Kyōdō).
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