Ser negro en Japón: un cambio de narrativa
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Negros en el mundo
Multitudes de manifestantes se juntan en grandes ciudades de todo el planeta para mostrar su solidaridad con el movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) tras el asesinato de George Floyd durante su detención. Por todo el mundo la gente, lejos de obedecer los llamamientos de los Gobiernos a permanecer en sus hogares y evitar nuevas oleadas de la COVID-19, se moviliza tanto en la red como fuera de ella para luchar contra lo que se ve como un virus mucho más apremiante y mortal: el racismo. Sorprendentemente, las protestas han llegado incluso a Japón, donde se han convocado manifestaciones en grandes ciudades como Tokio, Osaka y Kioto. Personas de todo tipo de trasfondos quieren saber, ahora más que nunca, cómo pueden mostrar su apoyo y comprender qué significa para una persona negra existir en el mundo.
Aunque los artículos de los medios y los vídeos virales que describen casos de brutalidad policial y racismo cotidiano desempeñan un papel importante a la hora de concienciar sobre las dificultades de la vida de los negros, también alimentan una narrativa dominante según la cual estas personas únicamente experimentan opresión. Esta es una narrativa global que no solo se aplica a países con grandes poblaciones de diáspora africana. Lo ubicuo de esas historias descorazonadoras y la falta de imágenes positivas sobre la experiencia de ser negro en otros países ha servido durante mucho tiempo para que muchos negros opten por no viajar fuera de su país (enlace en inglés), sobre todo a lugares que consideran extraños o lejanos. Nuestra imaginación sobre la experiencia de los negros, pues, se ha visto así limitada y confinada en gran parte.
Encontrar nuevas narrativas en Japón
“Quería explorar y arrojar algo de luz sobre lo que es ser negro en Japón; cambiar la narrativa global sobre nuestra experiencia y desmentir cualquier error generalizado. Nuestras historias suelen marginarse o no se cuentan”, dice Laranzo (Ranzo) Dacres, un jamaicano emigrado a Tokio que lanzó el canal de YouTube Black Experience Japan (BEJ, “experiencia negra en Japón”; enlace en inglés) en 2017. Añade: “Es un trabajo que me es muy querido, ya que deseo inspirar a la nueva generación de jóvenes negros de todo el mundo por medio de una variedad de modelos de conducta”. Los vídeos se presentan como entrevistas informales; BEJ ha entrevistado hasta ahora más de 200 personas que se identifican como negras, por todo Japón y otras partes de Asia. A pesar de encontrarse en el ya muy saturado campo del j-vlogging (blogs en vídeo con temática o factura japonesa), la explosiva popularidad del canal sugiere que Ranzo ha sabido identificar un nicho importante en el mercado. El canal cuenta con 200.000 suscriptores, y su entrevista más popular ha sido vista más de 2,5 millones de veces. “El público de BEJ es notablemente diverso. Los negros representan solo una porción de los seguidores del canal, y las historias que compartimos llegan a gente de todos los trasfondos”, nos cuenta.
Aunque los j-vlogs siguen el patrón de exploraciones en primera persona de la cultura, la sociedad o el idioma japoneses, para BEJ Japón es simplemente un medio por el cual aprender más sobre qué significa ser negro y cómo el hecho de vivir en ciertos países puede afectar a esa experiencia. El canal se ha expandido para cubrir también vidas de negros en el Este y el Sudeste Asiático. Ranzo enfatiza que en lo más básico cada historia no es simplemente una “historia de negros”, sino una historia humana. Opina que la distancia aumenta los malentendidos. “Pero si somos capaces de salvar la brecha manteniendo conversaciones auténticas y francas mientras pasamos tiempo con personas diferentes a nosotros mismos descubriremos muchas veces que tenemos mucho en común”, dice. “Creo que eso es parte de la influencia que BEJ tiene sobre su público no negro. Crea un puente con el que pueden aventurarse hacia el otro lado. Para nuestro foco primario, nuestro público negro, el canal genera inspiración”.
Un tema consistente que se mantiene a lo largo de casi todas las conversaciones de Ranzo con inmigrantes negros en Japón es la “sensación palpable de seguridad”. Los entrevistados citan con regularidad el miedo a la brutalidad policial, el racismo contra los negros y los problemas de los barrios empobrecidos de sus propios países, y contrastan todo esto con la sensación de libertad que sienten en Japón. De modo similar existe la impresión de que en Japón existen oportunidades para construirse una vida y explorar con libertad la identidad propia, basándose simplemente en intereses y talentos y trabajando duro. No deben luchar sin descanso contra barreras institucionales que impiden el progreso de los negros. Tampoco sienten las ataduras de las “miradas blancas”, que sirven de sistema invisible de vigilancia para la policía y limitan la expresión de los negros. Las mujeres negras no se ven silenciadas bajo estereotipos de “mujeres negras enojadas”, sino inspiradas para encontrar sus propias voces creando plataformas y comunidades para contar sus historias. Japón funciona como inusitada fuente de empoderamiento ya que proporciona un espacio seguro en el que sentirse tranquilas. Este sentimiento se repite, de hecho, a un nivel más amplio, algo que demuestran los medios destinados a miembros negros de la generación Y, cuyas historias de afroamericanos que se mudan para escapar del racismo están cobrando cada vez más popularidad.
Resulta indudable que los negros llaman la atención, en Japón. Es normal hoy día ver caras blancas en los medios, en anuncios, como profesores de escuela y como turistas, de modo que, especialmente en las grandes ciudades, las personas de raza caucásica pueden parecerles “extranjeros familiares” a los autóctonos. Pero la gente negra y marrón sigue siendo una rareza, y provoca curiosidad y confusión. Y al mismo tiempo las personas negras se consideran, por lo general, simplemente otro tipo de extranjero. Se agrupan en la gran meta-categoría de los gaikokujin, que se suele aplicar a los no japoneses que son visiblemente diferentes. Esto, irónicamente, deja a todos al mismo nivel. Aunque un pasajero japonés dude a la hora de sentarse junto a un extranjero negro en el tren, hará lo mismo si se trata de uno blanco, y quizá deje pasar la preciada oportunidad de sentarse en un tren lleno de gente.
Los extranjeros en Japón comparten pues esta experiencia de ser “ninguneados” por los residentes japoneses. Existen pensiones para extranjeros, dormitorios universitarios para estudiantes internacionales, y en el lugar de trabajo algunos colegas extranjeros cultivan a menudo amistades basadas en un idioma común o en el hecho de ser foráneos. Esto puede crear una dinámica en la que los extranjeros en Japón habitan espacios similares y consiguen una cierta solidaridad de su minoría. Mientras que las redes de sus países natales sean quizá menos diversas y se formen siguiendo divisiones raciales o culturales, Japón crea un ambiente en el que personas de trasfondos completamente diferentes establecen lazos, encuentran puntos en común y ven más allá del color de la piel. Para muchas personas negras, sobre todo quienes vienen de sociedades occidentales, ser tratados como “otro extranjero más” (por parte de los japoneses) y “un extranjero como yo” (por parte de otros extranjeros) puede ser la primera -y profunda- experiencia de sentirse simplemente una persona más.
Japón y los negros
Aunque ya es una historia en gran parte olvidada, Japón ha sido históricamente una fuente de inspiración y empoderamiento para los negros. La rápida modernización del Japón de la era Meiji, a finales del siglo XIX, y su victoria como nación no blanca en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 convenció a prominentes intelectuales negros como W. E. B. Du Bois de que el mito de la superioridad blanca había sido destruido. Los afroamericanos imaginaron una solidaridad trasnacional con los japoneses como otra “raza oscura”. Para Marcus Garvey, un líder del panafricanismo de principios del siglo XX, Japón era un país que había eliminado la sofocante rodilla de la supremacía blanca de su cuello, y podía servir como un modelo que seguiría la raza negra.
La historia más reciente de Japón ha significado que su lugar especial como campeón de las personas negras se ha desvanecido. Pese a la irresolución de ciertos problemas relacionados con su pasado colonial y a que hace la vista gorda ante las minorías que existen en su territorio, para la mayoría de los japoneses el racismo y la discriminación son problemas exclusivamente extranjeros que poseen poca relevancia para la armoniosa y homogénea sociedad japonesa y su escasa inmigración.
Japón no es ninguna utopía post-racial. La estereotipación es algo común y las representaciones de los negros en los medios populares se ven normalmente limitadas a personajes de corte bufonesco, o valorados por su musculatura. Más recientemente la televisión japonesa ha recibido críticas por la falta de tacto de ciertos humoristas que se pintan la cara de negro, o caricaturizaciones ofensivas de manifestantes del movimiento “Las vidas negras importan”. Está claro que los estereotipos de personas negras como agresivas, hipersexualizadas o comediantes sin cerebro no son algo único de Japón, y se interpretan más fácilmente como un reflejo de los tropos sobre los negros que se originaron y se perpetúan en Occidente. Aunque tampoco resulta extraño ver comediantes de cara blanca en papeles de payaso, en la televisión japonesa existe una representación más extendida y positiva de los blancos como expertos, educadores e ideales estéticos.
La aspiración de Japón por tener la piel cada vez más blanca va mucho más allá de una simple importación de estándares occidentales de belleza, y posee raíces culturales más profundas que unen esa blancura a niveles socioeconómicos más altos. A pesar de ser muy visibles en Japón, irónicamente, las mujeres negras pueden sentirse invisibles y pasadas por alto por no parecerse a la imagen japonesa de la princesas de Disney. Incluso aparentes expresiones de aprecio pueden verse a veces como algo invasivo. La famosa educación japonesa brilla por su ausencia cuando los japoneses estiran la mano para tocar el pelo de una mujer negra, u otras partes de su cuerpo, o cuando las convierten en fetiche comentando abiertamente sobre la figura de cuerpo “erótico” o “sexy”.
Los estereotipos raciales y el colorismo en Japón muestran quizá sus efectos sociales y psicológicos más profundos en las vidas de las personas que son mezcla de japonés y negro (un tipo de hāfu), criadas en Japón. No solo se ven obligadas a enfrentarse a problemas de identidad por no ser aceptadas como enteramente japoneses, sino que su visibilidad por poseer un tono de piel más oscuro también acentúa su aparente condición foránea, lo cual quiere decir que deben a un tiempo luchar por su reconocimiento y luchar contra estereotipos dañinos. Dada la falta de representación de la diversidad, no es ninguna sorpresa ver que los hāfus más famosos pertenecen a los campos del deporte y el entretenimiento.
Diversidad entre los negros
La noción de una jerarquía de culturas nacionales es algo con profundas raíces en Japón. Pensadores japoneses del siglo XIX, como Fukuzawa Yukichi, postulaban una teoría de la civilización que imaginaba una jerarquía dinámica con Occidente como su eje. Fukuzawa concluía que era responsabilidad de Japón trepar por el tótem y dejar atrás a las naciones menos civilizadas. Las suposiciones sobre la superioridad occidental siguen permeando la sociedad japonesa incluso hoy día. Los inmigrantes negros en Japón (sobre todo aquellos que son hablantes nativos de inglés), procedentes de países occidentales, pueden lograr un cierto capital cultural mediante su asociación al “Oeste avanzado”; algo así como un cierto “privilegio blanco”. Dicho de otro modo: proceder de Norteamérica, Europa o Australia puede ser un factor determinante de mayor peso para la percepción y el trato que el hecho de ser negro. Aunque esto no significa que todos los negros occidentales se beneficien de ello, sí que les proporciona la oportunidad de ser juzgados en base a su carácter, en lugar del color de su piel. Y sin embargo esto no es algo que se les conceda libremente a todos, ya que los inmigrantes de países considerados “en desarrollo” pueden toparse con trabas burocráticas y sesgos inconscientes basados en un Japón culturalmente superior.
Y de hecho uno de los mensajes principales de Black in Tokyo (Negros en Tokio), un cortometraje documental con más de un millón de visitas en YouTube en 2017, producido por la creadora nigeriano-estadounidense Amarachi Nwosu, es la gran diversidad de la experiencia negra. Resulta imperativo recordar que “los negros no son unidimensionales”, dijo Amarachi durante su exposición de fotografía de 2019 Black History Month (Mes de historia negra), y la proyección de su película en Tokio. Como fundadora de su propia agencia de marcas, Melanin Unscripted, Amarachi es consciente de la importancia de la propiedad. Cree que la diversidad de la experiencia negra solo deja ver su brillo cuando los negros están empoderados para poder contar sus historias. “A menudo, en Japón”, explica, “no veía un reflejo de mi identidad, de mi cultura o mi experiencia. Eso me obligaba a correr el riesgo de crear esa narrativa yo misma, más que esperar indefinidamente a que alguien que no se parece a mí me representara”.
Ranzo añade que los negros se enfrentan a un reto complejo y paradójico, “porque todos somos únicos, y ser negro no es algo monolítico; pero al mismo tiempo muchos sienten el peso de la responsabilidad de mejorar la imagen del colectivo disipando las ideas falsas que existen”. Aunque puede resultar tentador generalizar la experiencia negra, ser negro en Japón subraya el hecho de que hay en realidad infinitas maneras de ser negro, y esas historias tan solo están empezando a ser narradas.
(Traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: manifestación en Osaka de Las vidas negras importan. © Rodney Smith.)