Reinventar el deporte corporativo aprovechando la crisis del coronavirus
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El deporte aficionado de Japón, una rareza en el mundo
El deporte corporativo, un formato competitivo nacido en Japón, es una rareza en el resto del mundo. En los países occidentales predominan los clubes regionales que se gestionan con las cuotas de sus miembros y la cooperación de los patrocinadores, como por ejemplo el Fútbol Club Barcelona. El deporte corporativo japonés, en que compiten equipos formados por trabajadores de empresas (llamados “equipos corporativos” o “no profesionales”), existe desde antes de la Segunda Guerra Mundial y proliferó especialmente en el clima de bonanza económica de la era del desarrollo económico acelerado de la posguerra.
En la mayoría de las disciplinas de equipo en que participan los equipos corporativos, se juegan ligas anuales en que se disputa un título. Estos torneos reciben nombres distintos según la disciplina, pero podríamos llamarlas de forma genérica “ligas a la japonesa”. El deporte precursor de este sistema fue el fútbol, que lo adoptó ya antes de que se fundase la J League.
El entrenador de la antigua Alemania Occidental Dettmar Cramer, que lideró a la selección japonesa de fútbol en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 y al que se considera el padre del fútbol nipón, fue quien propuso la creación de la liga de fútbol japonesa (JSL, por sus siglas en inglés).
La idea es que, mientras que en los torneos eliminatorios se juega un número limitado de partidos, en el formato de liga pueden mantenerse multitud de encuentros, lo cual contribuye a elevar el nivel del fútbol en Japón. La creación de la JSL en 1965 desencadenó la aparición de ligas en otros deportes, como el baloncesto y el voleibol. Fue así como empezó a surgir una serie de ligas nacionales que dinamizaron el panorama deportivo nipón en colaboración con la publicidad corporativa.
La función del deporte corporativo se ha ido transformando con los tiempos. Al principio predominaba la vertiente de “bienestar social”, como medida para promover la salud y disipar el estrés de los empleados. Una vez los equipos empezaron a competir, se movilizaron los empleados partidarios y se descubrió la utilidad del deporte para elevar la moral del personal. Cuando la actividad de estos equipos se hubo difundido ampliamente entre la ciudadanía, se pasó a explorar sus efectos publicitarios para las empresas.
El estallido de la burbuja económica y la crisis global de 2008
En el momento en que el deporte corporativo se considera una herramienta publicitaria de las empresas, se convierte en trabajo. Al sumar cada vez más miembros dedicados en exclusiva a la actividad deportiva, sin desempeñar sus funciones laborales en la empresa, el deporte se alejó del lugar de trabajo y dejó de servir para levantar los ánimos de los empleados.
Cuando este efecto negativo empezó a mostrarse, la economía sufrió el embate del estallido de la burbuja financiera. Obligadas a reducir sus gastos, las empresas centraron sus draconianas reformas administrativas en las iniciativas deportivas y culturales (mecenazgo).
Los clubes que más desaparecieron durante la crisis mundial de 2008 fueron los equipos corporativos de béisbol. Observando la evolución del número de clubes registrados en la Federación Japonesa de Béisbol, vemos que mientras que en 1963 —año anterior a los Juegos de Tokio— el número de equipos corporativos ascendía a 237, en 2008 solo quedaban 84, un tercio respecto al punto de máximo apogeo.
Los efectos de la tendencia que acabamos de explicar afectaron incluso a equipos con mucha solera. En el año 2000 se esfumaron dos emblemáticos clubes de voleibol femenino, el Unitika y el Hitachi. El equipo femenino de voleibol que se llevó el oro en Tokio 1964, apodado “las Brujas de Oriente”, estaba íntegramente compuesto por jugadoras del Nichibo Kaizuka (posterior Unitika). Hitachi fue el principal proveedor de jugadoras de la selección nacional a partir de la década de los setenta. Incluso equipos tan potentes como aquellos pasaron a considerarse un lastre para las finanzas corporativas.
Así pues, la mayoría de los equipos se desmantelaron en la “primera ola” que constituyó el estallido de la burbuja económica durante la segunda mitad de los años noventa, mientras que en la “segunda ola”, que llegó con la crisis de 2008, siguieron desapareciendo los clubes empresariales de béisbol, atletismo, fútbol americano y fútbol femenino.
La diversificación del deporte corporativo: de la pertenencia al apoyo
En este contexto, en que los deportistas se están quedando sin bases de soporte para sus disciplinas, han aparecido equipos que pretenden crear nuevas formas de competir. Nippon Steel (actual Nippon Steel & Sumitomo Metal), que tenía varios clubes deportivos, adoptó el concepto “de la pertenencia al apoyo” y convirtió en clubes regionales la mayoría de los equipos que poseía. Los contratos de los jugadores se distribuyeron entre empresas colaboradoras y locales, y varias firmas, además de Nippon Steel, pasaron a promoverlos como patrocinadores. Los Sakai Blazers de voleibol, los Kamaishi Seawaves de rugby y los Kazusa Magic de béisbol son algunos ejemplos de clubes que se crearon de esta manera.
Otras acciones que se emprendieron para contrarrestar la decadencia del deporte corporativo fueron la creación de la liga profesional Shikoku Island League en béisbol y la ampliación de la J League de fútbol a tres grupos. En baloncesto, la liga se dividió y se profesionalizó; la liga B, aparecida en 2016, cuenta con 36 equipos de todo el país entre los dos grupos que la componen.
Los atletas también empezaron a establecerse por su propia cuenta. En el atletismo y otras disciplinas, hubo deportistas que se hicieron profesionales, firmaron contratos con agencias y lograron el patrocinio de varias empresas. En los deportes de equipo —sobre todo en el fútbol— también se multiplicaron los jugadores que pasaron a formar parte de ligas profesionales de otros países.
Las dos olas de desintegración del deporte corporativo terminaron por diversificar el panorama para los deportistas de élite y los de segundo nivel. La asignación de las olimpiadas de 2020 a Tokio constituye asimismo una muestra de que el entorno competitivo de los deportistas japoneses ha mejorado.
El impacto del coronavirus
Se estima que la crisis económica derivada de la repentina llegada de la COVID-19 será larga, y se ignora hasta qué punto las empresas seguirán o podrán seguir apoyando el deporte. La incertidumbre sobre el futuro no solo afecta a los equipos corporativos, sino que abarca también a los clubes profesionales. Aunque los deportistas del nivel de las selecciones nacionales de Japón seguramente tendrán garantizado un entorno que los acoja hasta 2021 —año al que se ha postergado Tokio 2020—, nada asegura que la evolución de la pandemia vaya a permitir celebrar el acontecimiento.
La situación de los deportistas que no pertenecen a la élite es extremadamente delicada. Tras estallar la burbuja inmobiliaria, aumentaron notablemente los deportistas contratados como empleados temporales de empresas o que pertenecían a firmas colaboradoras. También abundaban los deportistas extranjeros con contratos profesionales. Todos ellos disfrutaban de un contexto que les permitía dedicarse exclusivamente a la competición, y su rendimiento en los departamentos a los que pertenecieran carecía de importancia. La contrapartida de poder vivir centrados en el deporte era que, si su equipo desaparecía, debían abandonar la empresa y perdían la posibilidad de competir con ella.
El deporte de empresa constituye una importante base de apoyo para el nivel competitivo de Japón. Sin embargo, los medios de comunicación lo dejan de lado y concentran su atención solo en los deportistas profesionales y olímpicos. El deporte corporativo no puede sobrevivir solo con la función de publicitar a las empresas en los medios mediante sus resultados; las duras experiencias pasadas de la desintegración de clubes en masa lo demuestran. Los responsables del deporte en las empresas deben replantearse su papel antes de que la crisis del coronavirus provoque una “tercera ola” de destrucción en su sector.
Preparase para la “tercera ola”
Proteger el deporte empresarial requiere determinar el sentido de la existencia de sus equipos y pasar a la acción cuanto antes. Ahora que las restricciones de salir a la calle impiden la práctica deportiva en el exterior, algunos deportistas graban sus entrenamientos y los comparten por las redes sociales. Podríamos aprovechar estas iniciativas para buscar formas de reconectar el deporte con la sociedad.
El sentido del deporte corporativo es beneficiar a la sociedad. Las empresas obtienen sus beneficios creando productos y servicios y vendiéndolos a la gente. Podemos afirmar que el deporte corporativo existe para devolver esos beneficios a la sociedad. Los equipos deben servir para conservar el vínculo entre las empresas y la sociedad. Convertirlos en algo más que una fuente de ingresos ha de dar grandes frutos en el futuro.
La realidad, no obstante, es que en la mayoría de los casos, se coloca a los deportistas en un entorno en que se dedican exclusivamente al deporte, sin fijarse ni en la sociedad ni en las actividades de la empresa. Y un buen día, la empresa anuncia a los deportistas que su club va a desaparecer, alegando que no puede asumir unos costes de gestión que ascienden a cientos de millones de yenes anuales. No quiero seguir presenciando este tipo de historias, que se repitieron hasta la saciedad cuando reventó la burbuja financiera.
Quiero que, cuando se retome la actividad competitiva, volvamos a considerar su relación con la comunidad local. El sector que tenemos más cerca en el día a día es el de los equipos juveniles y los niños de la zona. Hay que reforzar los lazos con las escuelas de secundaria y bachillerato, actuando en frentes muy diversos, como las aulas deportivas y la atención a los aficionados. Sin duda internet ofrece también muchas posibilidades. Se puede ampliar el círculo de actividades colaborando con equipos de otras empresas.
Los deportistas también deben exprimirse los sesos para encontrar la forma de ampliar sus horizontes más allá del deporte y se conviertan en un elemento esencial de la comunidad. Si se implican activamente en el plano laboral y refuerzan sus vínculos con los demás empleados, seguro que las empresas no querrán dejar que se vayan.
Existe una organización llamada Japan Top League Alliance, fundada en 2005 y presidida por el exfutbolista Kawabuchi Saburō, a la que pertenecen 310 equipos de todo el país (no solo corporativos, sino también de las ligas profesionales J League y B League) y que abarca 12 ligas de 9 deportes de pelota en equipo distintos. Es hora de reforzar la cooperación entre este tipo de agrupaciones y recomponer el mundo del deporte con la mirada puesta en el futuro después del coronavirus.
Fotografía del encabezado: Los jugadores del desaparecido equipo de fútbol americano Onward Oaks, en plena campaña de recogida de firmas para la reinstauración del equipo. (Jiji Press)