Ogata Sadako y el reto del internacionalismo en la diplomacia japonesa
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Desde que Ogata Sadako falleciera en octubre de 2019, se le han dedicado incontables obituarios, tanto dentro como fuera de Japón. En este artículo nos proponemos retomar las preguntas que planteó, haciendo hincapié en las opiniones sobre las políticas de seguridad y diplomacia de Japón que defendió como politóloga internacional y diplomática profesional, en lugar de centrarnos en sus logros o su personalidad. Ogata destacó por el rarísimo sentido del equilibrio con que aunaba sus inclinaciones internacionalistas y humanistas con el realismo más sobrio.
Si empezamos por la conclusión, debemos reconocer que, por desgracia, los objetivos de Ogata no lograron arraigar en Japón, salvo por algunas excepciones. Paradójicamente, la diplomática contribuyó a profundizar la atención en la situación presente y futura del país, con una genialidad que resultó relevante hasta el final de su vida.
El sentido del equilibrio y la visión histórica
Para hablar del sentido del equilibrio de Ogata Sadako, quisiera empezar por presentar su visión de la historia. Ogata era una enciclopedia andante de la política y la diplomacia niponas desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Habiendo presenciado los Juicios de Tokio cuando todavía era una estudiante, afirmó categóricamente que “no fueron más que un juicio al que los países vencedores sometieron al país perdedor” y que “no pude admitir la premisa de que la expansión de Japón se desarrolló a partir de un plan de invasión a gran escala” (Nobayashi Takeshi y Naya Masatsugu, editores. Kikigaki Ogata Sadako kaisōroku, Memorias dictadas de Ogata Sadako, 2015, Iwanami Shoten, página 52. Todas las declaraciones de Ogata citadas sin fuente a partir de aquí proceden de esta publicación). Resulta chocante el carácter típicamente conservador-derechista de tales declaraciones.
Sin embargo, más adelante Ogata añadía que “la diplomacia japonesa desde el incidente de Manchuria hasta la segunda guerra chino-japonesa y la guerra del Pacífico resultó un claro fracaso” y reconocía abiertamente que “los que tomaron las decisiones políticas fueron sin duda responsables de lo sucedido”. Este tema la motivó como investigadora y la llevó hasta Estados Unidos para escribir una tesis doctoral en que analizaba el proceso de toma de decisiones en relación con el incidente de Manchuria. No debemos olvidar el contexto familiar de Ogata, cuyo bisabuelo fue asesinado en el intento de golpe de Estado que tuvo lugar en Japón el 15 de mayo de 1932.
Además de la sorprendente agudeza y el sentido del equilibrio que demostró ya de tan joven, otro rasgo característico de Ogata era su forma de relacionar directamente los problemas del mundo real con la investigación. La académica afirmaba que “la investigación me resultó útil a la hora de trabajar en diplomacia” (página 84) y que “separar la práctica profesional de la investigación es un disparate” (página 83).
Tal vez pudiera clasificarse a Ogata como una liberal en el sentido clásico del término pero, como revelan las citas de arriba, su visión histórica no coincidía con la de la izquierda japonesa. En realidad, no se enmarcaba en ninguna ideología concreta: buscaba la verdad en la investigación y el progreso concreto en la práctica profesional. Sin ser “ni defensora de los derechos humanos ni de los refugiados” (página 120), se convirtió en una autoridad en ambos campos.
Biografía de Ogata Sadako
1927 | Nacida en Tokio |
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1951 | Graduada por la Universidad del Sagrado Corazón de Tokio |
1958 | Doctorada por la Universidad de California en Berkeley |
1974 | Profesora asociada en la Universidad Cristiana Internacional |
1976 | Delegada de la Misión Permanente de Japón ante las Naciones Unidas |
1980 | Profesora de la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de Sophia |
1991 | Alta comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados (hasta 2000) |
2003 | Directora administrativa de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) (hasta 2012) |
Internacionalismo y humanismo
Ogata veía el mundo como un sistema basado en la interdependencia, en que países del tamaño de Japón han de involucrarse en los asuntos mundiales porque solos no pueden alcanzar la paz y la prosperidad. Esta era la premisa de la que todo partía para ella y la esencia de su internacionalismo. Su postura, coherente e invariable, englobaba también la protección de los refugiados y la ayuda al desarrollo. Por eso Ogata lamentaba especialmente la tendencia de los países —incluido Japón— a replegarse en sí mismos.
Al preguntarle si sus actividades se fundamentaban en el humanismo, Ogata respondió que “no se trata de algo tan grandioso, sino del sentido normal que tenemos como humanos” (página 250). Habiendo observado personas abandonadas en una situación insoportable y lugares en un estado espantoso, comentaba “Una vez has visto lo que ocurre, tienes que hacer algo, ¿no? Te entran ganas de hacer algo. No es una cuestión de lógica”.
Ante la bondad humana y la impactante solidez del humanismo que destila su pensamiento, uno se pregunta hasta qué punto esa filosofía se acepta y se aplica en la sociedad nipona.
La expresión efecto CNN, que estuvo de moda en las relaciones internacionales y las ciencias de la información, se refería al efecto que ejerce sobre la opinión pública la difusión de las guerras desde primera línea por parte de cadenas como la CNN de Estados Unidos. Aunque a veces la opinión pública se decanta por retirarse de las guerras, con el efecto CNN se puso de manifiesto el empleo de los medios de comunicación para favorecer la intervención de los Gobiernos de distintos países en los conflictos armados. Ogata mantenía la premisa de que las personas se sentían incitadas a actuar cuando eran testigos de un problema, pero ese principio no se sostiene a menos que exista ese impulso. ¿En Japón ha existido alguna vez el efecto NHK?
Por poner un ejemplo en relación con lo que acabamos de exponer, delante de las embajadas chinas de Estados Unidos y los países europeos, defensores de los derechos humanos y liberales suelen organizar protestas contra problemas como la opresión de las minorías y la violación de los derechos humanos en China. Este tipo de actos también se producen frente a la Embajada de China en Tokio, pero quienes los convocan son principalmente grupos de derechas. Como desarrollaremos a continuación, se trata de un fenómeno típicamente japonés que no tiene nada de extraño si atendemos al discurso sobre diplomacia y seguridad nacional de Japón.
La estructura indefinida de la implicación internacional de Japón
En cuanto a diplomacia y seguridad, podríamos decir que el interés de Japón por los asuntos internacionales y su mayor implicación en ellos se han desarrollado casi por completo en el contexto de cooperación que establece el Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua entre los Estados Unidos y Japón. Japón amplió su presencia global a través de la colaboración con Estados Unidos, convirtiendo su dependencia de dicho país en una “costumbre arraigada” (página 77), después de la Segunda Guerra Mundial.
Fue el Gobierno conservador del Partido Liberal Democrático (PLD) —tildado de “americanófilo” — quien promovió una dinámica en que Japón, ante las crecientes expectativas y demandas de Estados Unidos, intensificó sus contribuciones internacionales para mantener y desarrollar la relación con dicho país, es decir, como medio para gestionar su alianza.
Las fuerzas de izquierdas y liberales se opusieron tanto a fomentar la alianza entre Japón y Estados Unidos como a expandir el papel de Japón para incluir la actividad de las Fuerzas de Autodefensa en el extranjero. Su oposición no era producto de discrepancias sobre el modo de proceder, sino un antagonismo de base que partía de una postura que puede considerarse aislacionista.
En la composición de ese antagonismo, se erró al desestimar por completo la posibilidad de aumentar la implicación internacional de Japón a partir del internacionalismo y el humanismo, sin limitarla a la cooperación con Estados Unidos. El resultado fue un mapa político en que las fuerzas conservadoras monopolizaban el apoyo a la mayor participación internacional de Japón, mientras que las fuerzas de izquierdas y liberales quedaban relegadas a la oposición. En definitiva, intensificar la presencia mundial de Japón y reforzar la alianza con Estados Unidos devinieron dos conceptos indivisibles.
Con todo, los conceptos que mencionábamos no tienen por qué estar necesariamente vinculados. En la mayoría de los países occidentales, por ejemplo, hay tradición de que los de izquierdas y los liberales apoyen la implicación y la intervención internacional. En Europa también hay fuerzas que, manteniendo las distancias con Estados Unidos, apoyan activamente la intervención humanitaria. El hecho de que estas tendencias no existan en Japón tiene que ver con la debilidad del estrato que defiende una mayor participación global.
La defensa de la intervención internacional por parte de izquierdistas y liberales no está ligada al antagonismo contra Estados Unidos. Ogata tampoco era antiamericana. La diplomática lamentaba que esa “conservación de la seguridad humana” que Japón había promovido no se reflejara en la acción y se limitara a alimentar debates ideológicos.
Tanto el aislacionismo como el refuerzo del papel internacional de Japón con la alianza como medio quedan lejos de la filosofía de Ogata, pero este segundo ofrece resultados que en parte coinciden con sus objetivos. Por eso la diplomática colaboró con los sucesivos Gobiernos japoneses y, aunque al final nunca llegó a concretarse, se barajó la posibilidad de nombrarla ministra de Asuntos Exteriores en incontables ocasiones.
A pesar de todo, los esfuerzos de las distintas administraciones niponas para ampliar el rol internacional del país fueron insuficientes a ojos de Ogata. Sobre la participación en las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, por ejemplo, declaraba “Tenía muchas expectativas puestas en el envío de las Fuerzas de Autodefensa, pero no las destinarán a zonas peligrosas” (Asahi Shimbun, 24 de septiembre de 2015), mientras que en relación con la legislación para la paz y la seguridad, comenta “Las Fuerzas de Autodefensa deberían emplearse cuando puedan contribuir a conservar la seguridad, como se espera internacionalmente” (Nihon Keizai Shimbun, 13 de agosto de 2015).
Este tipo de declaraciones debían de sorprender a las fuerzas que se oponían a la legislación de paz y seguridad, si consideraban a Ogata solo como defensora de la paz y los refugiados. Sin embargo, son una muestra de su realismo.
Ogata criticaba duramente el “pacifismo activo” de la Administración Abe: “Apenas hablan de lo que tenemos que estar dispuestos a sacrificar por ello. Por eso a mí me parecen palabras vacías” (Asahi Shimbun, 24 de septiembre de 2015). Con esta declaración, Ogata no se refería a que la acción gubernamental fuera excesiva sino a que, al contrario, resultaba insuficiente.
Un internacionalismo que no arraigó
Al final, el internacionalismo, tal y como lo concebía Ogata, no llegó a arraigar en Japón. Junto con el pacifismo activo, la Administración Abe defiende “una diplomacia a vista de pájaro”, y es verdad que Japón parece haber extendido su presencia internacional con la estabilidad gubernamental de los últimos años. No obstante, si nos preguntamos si los japoneses se han volcado más hacia el exterior y si están dispuestos a sacrificar más que antes por la paz mundial, la respuesta es que más bien ha sucedido lo opuesto. Ogata nos legó una tarea harto complicada.
En el actual contexto de deterioro de la seguridad y encogimiento demográfico de Japón, son muchos los que defienden que hay que invertir los limitados recursos del país en atajar los problemas de defensa nacional. Aunque el orden de prioridades obligue a distribuir los recursos de este modo, ¿podrá Japón conservar su seguridad y prosperidad a medio y largo plazo? A la hora de plantearnos esta pregunta, puede que el punto de partida sea recuperar la afirmación de Ogata que reza “La clave está en si lograremos establecer un sentimiento de solidaridad con las personas de países lejanos” (Ogata Sadako. Watashi no shigoto, Mi trabajo, 2017, página 377) para dejar de verla solo a través del humanismo y entenderla desde el realismo.
Fotografía del encabezado: Ogata Sadako, trabajando como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados, saluda a un grupo de refugiados ruandeses en un campo de Bukavu, Zaire (actual República Democrática del Congo), el 13 de febrero de 1995. (AFP / Aflo)