Japón se retira de la comisión ballenera: “el Gobierno debe dar explicaciones”
Política Economía- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
El 26 de diciembre de 2018 Suga Yoshihide, el secretario general del Gabinete de Abe, declaró formalmente que Japón dejaría de ser miembro de la Comisión Ballenera Internacional (CBI). Dicha retirada entrará en vigor el 1 de julio de 2019, y a partir de esa fecha la flota japonesa reanudará la pesca de ballenas con fines comerciales dentro de la zona económica exclusiva (EEZ, por sus siglas en inglés).
En un principio me sorprendí mucho al escuchar ese anuncio: Japón es un país pacífico y respetuoso, y pocos podían imaginar que elegiría tal vía de independencia en la comunidad internacional. A nivel nacional se ha criticado duramente la decisión como “apresurada”, y algunos se preguntan si el Gobierno no estará imitando el proteccionismo de Trump, y claman por negociaciones más y más duras. El debate nacional en los medios había demostrado hasta ahora un fuerte apoyo al Gobierno en este tema, pero la reacción ante este anuncio representa un cambio sorprendente.
La Comisión, bloqueada por posturas emocionales
Personalmente yo creo que salir de la comisión fue una decisión correcta: resulta evidente su falta de utilidad como organismo internacional. He cubierto ya tres de sus asambleas generales, y en cada ocasión me han sorprendido lo emocional de las posturas adoptadas y la cerrazón de cara a acercarse a la opinión del otro o alcanzar un compromiso con él. Me pareció increíble que existiera un organismo internacional así, atrapado en tal inmovilismo.
La CBI se fundó en 1948 para implementar la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas. El objetivo era que los países balleneros se reunieran para discutir la correcta administración de las “reservas de ballenas” y planificar el desarrollo de las actividades balleneras; es decir, que pudieran seguir pescando estos cetáceos de forma sostenible. Sin embargo la Comisión se ha convertido en algo bastante diferente, hoy día. Simplemente con observar la lista de países miembros podremos comprobarlo: de los 89 países que enviaron delegaciones a la asamblea general de 2018 (en Florianópolis, Brasil), solo tres eran países con actividades balleneras: Japón, Noruega e Islandia. Otros cuatro países contaban con poblaciones indígenas que cazan ballenas a pequeña escala como parte de sus tradiciones culturales, como los inuit, en Estados Unidos. Los otros 82 países no tienen ninguna relación con la caza de ballenas; algunos ni siquiera tienen mar, como Mongolia o Austria. Y entre todos ellos se mantiene un debate infructuoso que ya dura decenios: a un lado, quienes abogan por la caza sostenible, para utilizar la ballena como recurso natural, y al otro, los países que desean preservar las ballenas y evitar por todos los medios que sean cazadas.
Parte de la reacción negativa hacia la precipitada decisión de retirarse de la CBI se debe a la sensación de que quizá haya sido impulsada por un pequeño grupo de políticos de ideas algo extremistas. Pero el profesor Morishita Jōji, de la Universidad de Ciencias y Tecnologías del Mar de Tokio, asegura que esa decisión le ha llevado al Gobierno cinco años de preparativos. Morishita lleva casi treinta años en la vanguardia de la Comisión, trabajando como miembro del Comité Científico y parte de las delegaciones japonesas a las asambleas generales.
Hasta ahora se han realizado diversos intentos por salir de esta situación, pero todos han fallado. Pese a que algunos países desean utilizar la caza de ballenas de cara a la obtención de recursos naturales, otro grupo aún mayor de países se opone a dar muerte a uno solo de esos animales, por considerar esa actividad moralmente reprobable. Si la CBI fuera un organismo internacional en correcto funcionamiento se podría llegar a compromisos por parte de ambos bandos, pero la situación es bien distinta. Y la razón estriba, como dice Morishita, en que para muchos de los países que se oponen a la caza de ballenas reconocer la posibilidad de la pesca sostenible de estos cetáceos equivale casi a negociar con terroristas. Si algún miembro de la comisión negociara con Japón u otros países partidarios de las actividades balleneras, llegando así a un mínimo reconocimiento de la caza, su Gobierno se vería inundado de críticas por parte de la opinión pública y las organizaciones no gubernamentales, como si la consigna fuera “No negociamos con terroristas”, según asegura Morishita. Esto hace que los delegados japoneses no puedan siquiera discutir abiertamente con sus colegas las razones por las que estos se oponen de tal manera a la caza de ballenas.
Los “amigos protectores de las ballenas” rechazan la propuesta japonesa de coexistencia
La delegación japonesa de 2018 en Brasil, con muchos años de experiencia en estas lides, realizó una propuesta innovadora que podría considerarse un último intento de conciliación. Se trataba de buscar un compromiso para que los dos grupos de miembros de la CBI, con visiones radicalmente opuestas sobre la caza de ballenas, pudieran coexistir bajo un mismo techo. La Comisión crearía dos subcomités, uno denominado Comité para las Actividades Balleneras Sostenibles (procaza de ballenas) y otro llamado Comité de Conservación (anticaza de ballenas), y ambos tomarían decisiones por cuenta propia y las compartirían en las asambleas generales de la CBI, una forma de intentar que “Ambas partes no se molestaran entre sí”. Es decir, que la Comisión Ballenera Internacional sería el lugar para confirmar oficialmente las decisiones de los subcomités, pero no tomaría sus propias decisiones. Mientras tanto Brasil, país anfitrión del evento que se opone fuertemente a la caza de ballenas, presentó algo que se podría considerar una contrapropuesta al plan japonés. Se trata de la Declaración de Florianópolis, que podríamos resumir como “La Comisión Ballenera Internacional ha evolucionado. Todos debemos esforzarnos en lo sucesivo para proteger las ballenas”. La propuesta brasileña se aprobó, y la japonesa se rechazó.
Morishita, el primer presidente japonés de la asamblea en cincuenta años, asegura que esta experiencia le ha hecho darse cuenta de cuánto ha cambiado la CBI hasta llegar a lo que es hoy día. En asambleas previas se realizaban discusiones con base en datos que proporcionaba el comité científico, y aunque se peleaba duramente no se había llegado al estado actual, en el que la Comisión entera está en manos de las naciones que se oponen a la caza de ballenas, algo que Morishita siente como un “club de amigos protectores de ballenas” que no prestan oídos a opiniones ajenas.
Cuando cubrí otras asambleas pasadas también noté un ambiente tenso entre ambas facciones. Pero ahora que ya ni siquiera queda esa sensación Japón no podrá realizar ningún progreso, por mucho que lo intente. Puedo comprender por qué el Gobierno ha considerado que no tenía otra opción más que retirarse de la CBI.
Cuando la “tradición ballenera de Japón” ya no suscita simpatías
Japón tiene ante sí la crucial tarea, casi imposible, de ganarse la comprensión de la comunidad internacional sobre este problema. Hasta ahora, uno de los principales motivos por los que Japón ha fallado en el ámbito ballenero ha sido su incapacidad para comunicarse eficazmente. Cuando cubrí las asambleas generales de la CBI Japón solo realizaba ruedas de prensa para periodistas japoneses, y solo en japonés. Muchas veces escuché cómo se quejaban los periodistas extranjeros: por mucho que solicitaran entrevistas con los delegados, siempre eran rechazados. Sin embargo, las delegaciones y ONGs de los países anticaza aceptaban esas peticiones con gusto. No es de extrañar, pues, que los medios solo ofrecieran información de estos países, que no favorecía para nada a Japón.
También podemos preguntarnos por qué Japón se empeña en seguir cazando ballenas a pesar de las fuertes críticas de la comunidad internacional. Tiene la obligación de explicar sus razones de forma que resulten comprensibles y empatizables. Solo con decir que “es una tradición japonesa” no se llega a ninguna parte: la forma de entender las tradiciones de un occidental y un japonés es muy diferente. El primero suele considerar si las tradiciones que se han mantenido desde hace mucho tiempo tienen sentido teniendo en cuenta la época presente, y si se juzga que no es así, son descartadas. Esto quiere decir que pueden llegar a la misma conclusión con respecto a la caza de ballenas: que se trata de una tradición desfasada y salvaje, como la esclavitud o el suicidio ritual, y debe prohibirse.
En lugar de centrarse únicamente en la tradición, Japón debería mostrar las diferencias en la relación entre el ser humano y la naturaleza, entre las personas y los animales, diferencias que parten de los sustratos religiosos de los japoneses y los occidentales: ¿qué significa la caza de ballenas para los japoneses? El Gobierno debe explicar adecuadamente que en las zonas del país en las que se practica esta caza desde hace siglos, ésta forma parte de la identidad de los habitantes y es más que un medio de obtener alimentos o sustentar la economía: es una fuente de orgullo comunitario. El debate sobre la caza de ballenas también posee un aspecto de la guerra de la información: ha empeorado gravemente la imagen que la comunidad internacional tiene de Japón, y el Gobierno haría bien en contratar a especialistas que puedan desarrollar estrategias de relaciones públicas con las que paliar estos daños.
Comunicarse sin miedo a las críticas
Cuando estrené en 2018 en Estados Unidos mi documental Okujira sama (“La señora ballena”, A Whale of a Tale, en su versión en inglés) recibió reacciones mucho más positivas de lo que había esperado. La película está ambientada en el pequeño pueblo pesquero de Taiji, en la prefectura de Wakayama, que cuenta con unos 3.000 habitantes. En la obra muestro un torrente de activistas extranjeros que acuden a Taiji para protestar por la caza de ballenas, actividad que en esa zona se lleva realizando desde hace más de 400 años, y al hacerlo crean resentimiento en los lugareños.
Muchos de quienes vieron la película me dijeron que, aunque seguían sin querer que se cazaran ballenas o delfines, en Estados Unidos también matan y comen cerdos o vacas en grandes cantidades; que les parecía un error ir hasta un pueblecito de Japón a imponer unos valores ajenos, y decir que matar ballenas es “salvajismo”; y que ahora veían el tema desde un punto de vista completamente nuevo. Los estadounidenses también piensan, si disponen de información con la que hacerlo. Allí recordé lo importante que resulta comunicarse, sin tener miedo a las críticas.
El problema en cuestión va más allá de considerar si debemos cazar ballenas o no; representa muchos otros problemas. La población mundial no deja de crecer; ¿quién posee el derecho a decidir sobre lo que es lícito comer y lo que no? ¿Cómo debemos tratar las culturas y tradiciones de cada región, en esta era en la que ciertos valores globales se extienden por todas partes del mundo? ¿Hemos de proteger las normas globales o las locales?
Todos tenemos valores distintos, según nuestra raza, religión o nacionalidad. No siempre tenemos que comprender y compartir esos valores. Pero sí que debemos aceptarlos, aprender a convivir con ellos, y no rechazarlos simplemente porque sean diferentes. Debemos mantener un diálogo en el que reforcemos la idea de que la verdadera diversidad consiste en hacer precisamente esto. Quizá en la asamblea de la CBI no se lograra alcanzar esa coexistencia, pero no debemos dejar de esforzarnos por entendernos unos a otros, en nuestra vida diaria y en la vida comunitaria.
(Artículo traducido al español del original en japonés, escrito en marzo de 2019. Imagen del encabezado: elevan una ballena de minke común en el puerto de Kushiro, en la prefectura de Hokkaidō, el 4 de septiembre de 2017, como parte del programa japonés de “actividades balleneras de investigación”.)