Paseos por la historia de Japón
La Restauración Meiji y dos grandes impulsores del capitalismo japonés: Iwasaki y Shibusawa
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Los samuráis pierden sus privilegios
Durante el periodo Edo (1603-1868) el estamento militar o samurái ejerció su dominio sobre campesinos, artesanos y comerciantes, pero al comenzar la era Meiji (1868-1912) el nuevo Gobierno adoptó una política de igualación de los cuatro estamentos. Si bien esto supuso para los samuráis la pérdida de sus privilegios, entre los que figuraban tener apellido, portar espada y hacer uso de ella con impunidad contra quienes los ofendían, incluso después de la abolición de los feudos o señoríos y su sustitución por las prefecturas (provincias), los samuráis, reconvertidos en “caballeros”, siguieron recibiendo periódicamente del Gobierno un pago para su mantenimiento, pago que, además, llegó a representar el 30 % de los gastos del Estado. En 1876 el Gobierno decidió poner fin a estas rentas sustituyéndolas por un pago único mediante la emisión de bonos de la deuda pública (canjeables). Como la cuantía de los bonos era totalmente insuficiente para su sostenimiento, muchos antiguos samuráis invirtieron su valor en negocios que resultaron fallidos las más de las veces y terminaron arruinándose.
Así, entre los samuráis descontentos con el trato que les había deparado el Gobierno, muchos se fueron sumando al movimiento por las libertades y derechos civiles iniciado por Itagaki Taisuke y otros líderes, cuyos objetivos eran el establecimiento de una asamblea nacional representativa, la promulgación de una constitución y el reconocimiento de la libertad de prensa y asociación. Tomaron parte también en este movimiento muchos campesinos, una clase social que durante el periodo Edo no había tenido ninguna participación en la política. Presionado por este raudal de energía popular, el Gobierno decidió la apertura de la Dieta y en 1890 se celebraron las primeras elecciones a la Cámara de Representantes. El resultado fue que los representantes del pueblo llano ocuparon la mayoría de los escaños. En la segunda mitad de la era Meiji, había ya oriundos de las clases campesina y artesanal entre los ministros del Gobierno. Así, la política japonesa, que había estado monopolizada por los samuráis, dio un cambio radical con la restauración.
La educación lo es todo
La irrupción del pueblo llano en la política tuvo su reflejo en el resto de las áreas de la vida social, desde la economía a la educación, pasando por la burocracia. Las cosas habían cambiado y con talento cualquier persona podía llegar lejos, y uno de los hombres que en mayor medida contribuyó a difundir esa esperanza entre la juventud fue Fukuzawa Yukichi. En sus propias palabras, “podemos decir que el cielo no ha dispuesto que haya hombres por encima ni por debajo de otros hombres”. Cabía preguntarse entonces por qué subsistían las diferencias económicas y de posición social, a lo que Yukichi respondió que la clave estaba en haber estudiado o no, pues los humanos no nos distinguíamos por nuestro noble o vil origen. “Aquellos que se aplican al estudio y obtienen una buena comprensión se elevan”, asevera en Gakumon no susume (Estímulo al estudio), “y quienes no lo hacen se empobrecen y rebajan”. Estas palabras dejaron honda impronta en su generación llegando a venderse tres millones de ejemplares de dicha obra, que tuvo un inmenso impacto social al ser, además, leída por muchas más personas que accedieron a la misma mediante préstamo o transcripciones caseras.
Presentaré aquí a dos hombres que, a raíz del surgimiento de esta nueva sociedad igualitaria, llegaron a ser grandes industriales gracias a su esfuerzo personal: Iwasaki Yatarō y Shibusawa Eiichi. Sus respectivos estilos empresariales fueron muy diferentes, pero ambos lograron una rápida expansión de sus negocios e influyeron notablemente en el desarrollo del capitalismo japonés.
Iwasaki Yatarō, una vida de aventuras y desventuras
Iwasaki Yatarō nació en la aldea de Inokuchi, en el señorío de Tosa (actual prefectura de Kōchi) en 1835. Su familia pertenecía a una subclase social denominada entonces jige rōnin, formada por antiguos vasallos del señor de la tierra a quienes, generaciones atrás, la pobreza había obligado a desprenderse de sus títulos. Así pues, pese a su relativamente elevado origen, los Iwasaki habían caído socialmente hasta quedar situados por debajo del shōya (comerciante rico que ejercía de líder de una comunidad rural). Además, Yajirō, padre de Yatarō, era un hombre empecinado y en una ocasión resultó malherido tras recibir una paliza de los esbirros del shōya. Indignado, Yatarō apeló a las autoridades de orden público y cuando vio que sus quejas no tenían eco no tuvo mejor idea de pintarrajear el edificio, a resultas de lo cual fue encarcelado.
Pero no hay mal que por bien no venga: sus días de reclusión le sirvieron a Yatarō para adquirir de su compañero de celda conocimientos de aritmética que luego le serían muy útiles en sus negocios. Además, después de ser liberado conoció a Yoshida Tōyō, uno de los responsables de la política del señorío. Tōyō, que también había sido reprendido y permanecía recluido cerca del lugar donde se encontraba Yatarō, se dio cuenta pronto del talento de este y le concedió un modesto puesto de funcionario. Realmente, los designios de Dios son inescrutables. Ayudado por su facilidad para los números, en 1867 Yatarō fue destinado a la delegación comercial del señorío de Tosa en Nagasaki, donde se ocupó principalmente de los tratos comerciales con los extranjeros. Le fue encomendada también la contabilidad de la Kaientai, una organización para el comercio marítimo con funciones también de armada que había sido creada por Sakamoto Ryōma, con quien Yatarō consiguió una perfecta compenetración. La influencia de Ryōma resultó muy edificante en su vida.
Mitsubishi se convierte en la mayor empresa mercante del país
Después de la Restauración Meiji, Yatarō estableció la naviera Tsukumo, que utilizaba barcos de vapor. Al ser abolidos por el Gobierno los feudos o señoríos, la compañía de Yatarō se independizó bajo el nombre de Mitsubishi. Yatarō motivaba a sus trabajadores diciéndoles que Mitsubishi acabaría echando de Japón a las poderosas navieras extranjeras y establecería sus propias rutas comerciales por los mares de todo el mundo. El impulso definitivo lo obtuvo Mitsubishi de la expedición militar a Taiwán por parte de Japón. Declarándose neutrales, las navieras extranjeras se negaron a participar en el envío de tropas y vituallas. Otras compañías japonesas también declinaron colaborar, temiendo los riesgos que entrañaba. Yatarō fue el único en aceptar de buena gana la petición del Gobierno.
Como él mismo dijo, “en la vida, todos nos encontramos alguna vez con una oportunidad de oro. Pero los mediocres la dejan pasar (…). Para saber aprovecharla, además de lucidez y clarividencia, se necesita una mente atenta y precavida, y más arrestos que los demás” (en la biografía Iwasaki Yatarō-den). Y Yatarō supo ver que la expedición militar a Taiwán resultaría, como efectivamente fue, providencial para su empresa.
Mitsubishi llenó todas las expectativas del Gobierno y se ganó la plena confianza de uno de sus hombres fuertes, Ōkubo Toshimichi, que le encargó también todas las funciones de transporte durante la rebelión de Satsuma. Desde ese momento, Mitsubishi obtuvo la protección y el apoyo incondicional del Gobierno y en muy poco tiempo se convirtió en la principal compañía de transporte marítimo del país.
Ocurrió entonces que Ōkuma Shigenobu, otro destacado político a quien Mitsubishi tenía por valedor tras la muerte de Ōkubo, perdió su posición en el Gobierno. Mitsubishi quedó enemistado con los clanes de los antiguos feudos de Satsuma y Choshū, que entendían que había estado facilitándole fondos a Ōkuma, y el Gobierno comenzó a tomar medidas hostiles contra la compañía.
Empezó creándole competencia mediante el establecimiento del grupo Transportes Kyōdō, para lo que contó con capital de la empresa Mitsui. Yatarō no se arredró y plantó cara al grupo gubernamental, desatándose entre ellos una fiera competencia en tarifas y tiempos de entrega que estuvo a punto de arrastrar a la quiebra a los dos. Asombrado ante esta actitud, el Gobierno trató de fusionar Mitsubishi con su grupo, pero Yatarō se mantuvo en sus trece y no accedió. Esta era la situación cuando un cáncer de estómago se lo llevó. Tenía solo 50 años.
Tomó el relevo en el mando su hermano menor Yanosuke, quien puso fin al estéril enfrentamiento con el Gobierno y se avino a fundir la compañía con Transportes Kyōdō después de haber suprimido la división de transporte marítimo. De este modo, la familia Iwasaki perdió el negocio marítimo montado por Yatarō, pero Yanosuke sentó los cimientos de un nuevo desarrollo para la compañía expandiendo sus negocios a la minería, la construcción naval, la promoción de terrenos para la construcción y la banca, entre otras áreas. Fue así como Mitsubishi se convirtió en un gran zaibatsu (grupo o consorcio de empresas).
Un hombre que dejó su huella en más de 500 empresas
La casa de los Shibusawa, en Chiaraijima, una aldea del antiguo distrito rural de Hanzawa, en el señorío de Musashi (actual ciudad de Fukaya, prefectura de Saitama), era rica y polifacética, pues además de trabajar la tierra criaba gusanos de seda, fabricaba y vendía tintes y prestaba dinero a los lugareños. Eiichi nació en 1840 como primogénito de Shibusawa Ichirōemon. De inteligencia viva desde su más tierna infancia, sus padres depositaron en él grandes esperanzas. Por encima de todo le encantaba la lectura. Se cuenta que un día, a los 12 años, regresó a casa pringado de barro: se había caído en una acequia cuando caminaba enfrascado en uno de sus libros.
Durante los últimos años del Gobierno shogunal (1853-1868), Eiichi se imbuyó de los ideales patrióticos del movimiento sonnō-jōi (“honrar al Emperador y expulsar a los bárbaros”), bajo cuyo influjo abrigó el propósito de atacar el castillo de Takasaki, llevarse las armas que encontrara allí y dirigirse con ellas a Yokohama para limpiarla de extranjeros. Al cabo del tiempo, pasó al servicio de Hitotsubashi Yoshinobu, último shōgun, a quien había sido presentado por Hiraoka Enshirō, y en 1867 formó parte del séquito del hermano menor de Yoshinobu, Akitake, en su visita a la Exposición Universal de París. Con Akitake recorrió varios países europeos, donde acopió conocimientos sobre su cultura e instituciones.
Después de la Restauración Meiji, Eiichi pasó a formar parte del recién formado Gobierno. Fue responsable de la política tributaria del Ministerio de Asuntos Populares y alto funcionario del de Finanzas, donde participó en la redacción de los reglamentos de la banca nacional y en el establecimiento del Banco Nacional Daiichi. En 1873 puso fin a su carrera en el Gobierno y pasó al sector privado, siendo impulsor de empresas como la papelera Ōji, Hilaturas de Osaka, Seguros Marítimos Tokio y del citado grupo de transportes Kyōdō, entre otras. A lo largo de su vida fueron más de 500 las empresas que puso en pie, pero en muchos casos no estuvo guiado por el ánimo de lucro personal. Poseyó muy pocas de las acciones de las empresas en las que se implicó y se retiró de ellas no bien las hubo puesto en órbita. Obraba así porque, a fin de hacer frente al poderío económico de las potencias occidentales, sentía la necesidad de dotar a Japón lo antes posible de una industria moderna y desarrollarla. Con esa intención, organizó diversas entidades de carácter económico, como la Cámara de Comercio e Industria de Tokio, para coordinar esfuerzos dentro del mundo empresarial, y se puso a la cabeza de las mismas para trasladar al Gobierno las demandas de dichos círculos.
Lo increíble de este personaje es que su actividad no se limitó al área empresarial.
Eiichi hizo una gran contribución al desarrollo de la educación moderna participando en la fundación de cinco escuelas técnicas (ferrocarriles, fabricación de seda) y comerciales en Tokio. En sus últimos años se apartó del frente empresarial y focalizó sus energías hacia la beneficencia pública, especialmente hacia los niños desamparados, siendo director de la institución municipal de Tokio Yōikuin. Al mismo tiempo, viajaba a los países occidentales, donde, desde la perspectiva privada, impulsó las relaciones de paz entre las naciones. Shibusawa Eiichi murió en 1931, a los 91 años de edad.
Por caminos distintos y con métodos a veces contrapuestos, estos dos empresarios contribuyeron en gran medida al desarrollo del capitalismo japonés. Pero no hay que olvidar que sin la igualación social que trajo la abolición de los estamentos, esta clase de empresario probablemente nunca habría existido. En ese sentido, podemos decir que la Restauración Meiji fue un gran acontecimiento que introdujo cambios radicales en la sociedad japonesa.
Fotografía del encabezado: Shibusawa Eiichi (izquierda) e Iwasaki Yatarō. (Colección Digital de la Biblioteca Nacional de la Dieta)