
La edad dorada del arancel estadounidense: opciones para Japón
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¿Un comienzo cálido para días más fríos?
El 7 de febrero de 2025 el presidente estadounidense, Donald Trump, y el primer ministro japonés, Ishiba Shigeru, concluyeron una muy esperada reunión de líderes. La interacción entre ambos fue cordial, y los temas potencialmente divisivos (el déficit comercial y el reparto de la carga de defensa) no se robaron el show. Además, su declaración conjunta no solo confirmó los cimientos de la alianza, sino que habló de una próxima edad de oro para las relaciones entre Estados Unidos y Japón.
Durante la cumbre, el primer ministro Ishiba resaltó la contribución de las empresas japonesas a la economía estadounidense a través de la inversión extranjera directa, y ofreció un objetivo irresistible para Trump: que la inversión extranjera directa (FDI, por sus siglas en inglés) japonesa supere el billón de dólares. Además, Japón prometió comprar más gas natural licuado y equipos de defensa a Estados Unidos como parte de sus esfuerzos de reducción del déficit comercial.
Algunos acuerdos comerciales importantes parecían tener nuevas esperanzas, ya que Trump acogió con satisfacción la inversión de Nippon Steel en US Steel (pero no su adquisición) y alardeó de los beneficios estratégicos de que Japón invirtiera en un gasoducto de gas natural en Alaska. Sin embargo, la ejecución de estos proyectos será complicada, ya que una participación minoritaria puede no ser del gusto de Nippon Steel, y el gasoducto de Alaska supondrá un precio elevado.
Pero ni siquiera esta reunión de líderes cuidadosamente coreografiada pudo disipar la profunda inquietud que produce la constatación de que se avecinan los aranceles de Trump, de que Japón no saldrá indemne y esta vez el presidente de los Estados Unidos está llevando una bola de demolición al sistema multilateral de comercio.
Un nuevo día de gloria para el arancel estadounidense
Trump tiene opiniones muy arraigadas sobre el comercio y los aranceles: que los déficits son consecuencia de las prácticas desleales de otros, mientras que los aranceles nivelan el terreno de juego y pueden propiciar el renacimiento de la industria manufacturera estadounidense. Al actuar de acuerdo con estas opiniones durante su primer mandato, el proteccionismo de Trump tuvo efectos adversos en Japón: Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), las multinacionales japonesas se vieron atrapadas en medio de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y Japón, pese a ser su aliado, no se libró de los aranceles del 25 % al acero y del 10 % al aluminio, aplicados por supuestos riesgos para la seguridad nacional. En aquel momento, Japón hizo gala de un liderazgo (al rescatar el TPP) y un pragmatismo (negociando un acuerdo comercial bilateral para evitar más fricciones comerciales) sin precedentes. Esta vez, sin embargo, Japón se verá sometido a una prueba mucho más severa.
Apenas un mes tras el inicio del segundo Gobierno de Trump, el aluvión de anuncios de política comercial y amenazas arancelarias ha sembrado gran confusión. Pero hay una cosa clara: estamos entrando en un nuevo apogeo de los aranceles estadounidenses. La política comercial de Trump 2.0 será cualitativa y cuantitativamente diferente a la de su primer mandato por varias razones.
En primer lugar, las restricciones internas al uso desenfrenado de aranceles por parte del presidente se han debilitado mucho. Durante años, el Congreso ha cedido sus poderes para regular el comercio exterior al poder ejecutivo, pero en el estreno del segundo mandato de Trump ha quedado marginado. La fusión de economía y seguridad nacional ha dado a los presidentes estadounidenses más rienda suelta a la hora de imponer restricciones comerciales mediante, por ejemplo, el uso de la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional. Y tanto las administraciones demócratas como las republicanas han rechazado la noción de que los aranceles estadounidenses guiados por la seguridad nacional puedan estar sujetos al mecanismo de solución de diferencias de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Trump 2.0 ha llevado a Estados Unidos aún más lejos por este camino a través de la Orden Ejecutiva de Política Comercial America First, publicada el día de la toma de posesión, en la que se afirma que los déficits comerciales socavan la seguridad nacional. Esto proporciona un cheque en blanco para cualquier acción que la actual administración considere oportuno imponer en aras de “redimensionar” la balanza comercial.
En segundo lugar, Trump ha intensificado el uso de aranceles como herramientas de diplomacia coercitiva: aranceles punitivos del 25 % contra Colombia por no aceptar la repatriación de inmigrantes en aviones militares estadounidenses, aranceles del 25 % contra Canadá y México por cuestiones relacionadas con la inmigración y los flujos de fentanilo, y del 20 % contra China por el envío de precursores de fentanilo. Es un pequeño consuelo que Trump pareciera satisfecho con victorias simbólicas para evitar las amenazas arancelarias (Colombia proporcionó su propio transporte para la repatriación), dado que, a pesar de la cooperación de México y Canadá en materia de drogas y migración, impuso aranceles el 4 de marzo y tan solo un día después ofrecía un alivio parcial y temporal. La cruda realidad es que este presidente estadounidense está dispuesto a explotar las dependencias económicas no solo contra competidores estratégicos o como herramientas de disuasión, sino para presionar a aliados y socios.
En tercer lugar, la escala de los aranceles contemplados hoy va mucho mas allá del primer mandato de Trump. El 10 de febrero Trump anunció el restablecimiento de los aranceles al acero y al aluminio (ahora ambos del 25 %), sin exclusiones ni exenciones para socios comerciales de EE. UU. como Corea del Sur, Japón, la Unión Europea, México o Canadá. Los aranceles sobre el metal, que ahora afectarán a algunos productos derivados, entraron en vigor el 12 de marzo. Otros sectores clave de la economía mundial —automóviles, productos farmacéuticos y semiconductores— también se hallan en el punto de mira de los aranceles estadounidenses. Trump ha planteado la posibilidad de imponer un arancel del 25 % a los automóviles tan pronto como el 2 de abril. Pero el pronunciamiento político más audaz, de alcance mundial, es la propuesta que actualmente están estudiando de adoptar aranceles “recíprocos”. El objetivo es que Estados Unidos iguale los aranceles más altos que imponen otros países en un nuevo sistema que también tendría en cuenta los tipos de cambio, los impuestos sobre el valor añadido, las subvenciones y/o las regulaciones gubernamentales.
Este régimen arancelario propuesto no solo será rígido e ineficaz (al crear listas arancelarias únicas para cada socio comercial que abarcarán miles de productos), sino que no logrará la equidad que pretende conseguir. Washington no tiene previsto reducir sus propios aranceles para equipararlos a los de los demás, y fijará unilateralmente nuevos niveles arancelarios eligiendo a su discreción entre una variada lista de políticas económicas de socios a las que se opone.
La nueva era que anuncia la política comercial America First no es de oro, sino dorada, reminiscencia de épocas anteriores en las que el capitalismo de connivencia prosperaba y el ejercicio del poderío económico definía los términos de comercio entre naciones. En Estados Unidos, el cabildeo florecerá a medida que las empresas traten de ganarse el favor de los políticos para presionar a favor de muros arancelarios más altos o de exclusiones arancelarias. En el extranjero, Trump se está erigiendo en maestro negociador al hacer saber a sus socios comerciales que pueden evitar los aranceles “recíprocos” más elevados si ofrecen concesiones en la mesa de negociaciones.
Las opciones de Japón
Los aranceles de Trump tendrán efectos adversos en las empresas y la economía japonesas. El coste del aumento de los aranceles sobre los automóviles será elevado, teniendo en cuenta que un tercio de las exportaciones japonesas a Estados Unidos corresponden al sector automovilístico. Algunos modelos predicen un descenso de casi el 14 % en la producción automovilística de Japón y del 0,34 % en el PIB real. Los aranceles directos que se impongan a Japón no son la única perturbación en el horizonte. Las empresas japonesas han realizado grandes inversiones en toda Norteamérica, creando redes de producción muy integradas. Por eso las pérdidas estimadas de las seis mayores empresas automovilísticas de Japón se duplican con creces, hasta los 21.000 millones de dólares, si se tienen en cuenta no solo los aranceles directos sobre los automóviles, sino también los gravámenes sobre los productos enviados desde Canadá y México. No es de extrañar que en una reciente encuesta de Reuters el 86 % de las empresas japonesas esperen un deterioro del entorno empresarial por las políticas de Trump, con la subida de aranceles como principal preocupación.
El renacido mercantilismo estadounidense también obstaculizará la diplomacia económica japonesa. Durante su presidencia del G7, en 2023, Tokio impulsó la adopción de una plataforma común de seguridad económica. Pero ahora que Trump ha convertido el comercio en un arma contra sus aliados será mucho más difícil mantener la unidad en la lucha contra la coerción económica. Además, el rechazo de America First a los principios básicos del sistema de comercio mundial —la no discriminación y el respeto a las normas internacionales— erosiona un pilar de la diplomacia japonesa: su compromiso con el multilateralismo.
Japón respondió al primer Gobierno de Trump posicionándose como líder del libre comercio. Como tal, hoy tiene mayores responsabilidades, pero también se enfrenta a retos de mayor envergadura. El clásico manual de Tokio para hacer frente a Trump ya se va dejando entrever: desviar las fricciones comerciales haciendo hincapié en las contribuciones de Japón a la economía estadounidense y negociar para escapar de la peor parte de los aranceles. La diversificación a través de megaacuerdos comerciales que Japón ha negociado en los últimos años continuará a buen ritmo. Es el territorio desconocido el que presenta las opciones más difíciles. La última vez Tokio se abstuvo de litigios y represalias para evitar tensiones con su garante de seguridad y consciente de los riesgos de una espiral de guerras comerciales. Aunque combatir el unilateralismo con unilateralismo es inútil, Tokio debería reconsiderar la adopción de contramedidas sancionadas por la OMC, tanto porque supondría un voto de confianza en las normas comerciales atacadas, como porque la única restricción factible para el “hombre de los aranceles” es el coste político que habrá que pagar a nivel nacional por el aumento de la inflación y la pérdida de mercados de exportación para importantes grupos del electorado.
La reducción del riesgo americano es un planteamiento completamente nuevo. Se está formando una nueva conciencia sobre los peligros de la excesiva dependencia en Estados Unidos. Será una transformación silenciosa pero profunda. Los méritos de redoblar los estrechos vínculos económicos con Estados Unidos deben sopesarse ahora con los riesgos de fomentar dependencias que un presidente estadounidense voluble pueda explotar en el futuro. Esto dista mucho de ser una receta para la grandeza estadounidense, pues solo anima a nuestros socios más próximos a adentrarse en un mundo multipolar.
(Artículo traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: automóviles producidos en Japón esperan su exportación al mercado, incluyendo a Estados Unidos, en Kawasaki, prefectura de Kanagawa; febrero de 2025 - © Kyōdō.)
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