
Desafíos políticos para China y duras decisiones para Japón bajo Trump 2.0
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Un mes después de iniciada la segunda administración del presidente estadounidense Donald Trump, las opiniones divergen ampliamente en cuanto a la trayectoria de las relaciones entre Estados Unidos y China y la diplomacia de Asia Oriental en los próximos cuatro años. Hay tan solo unos pocos supuestos básicos en los que la mayoría de los observadores se ponen de acuerdo.
En primer lugar, aunque podemos observar cierto grado de continuidad con la administración del presidente Joe Biden, también debemos estar preparados para discontinuidades sustanciales, especialmente las derivadas de la personalidad y la idiosincrasia del propio presidente Trump. En segundo lugar, a pesar de las evidentes similitudes con la primera administración Trump, también arraigadas en las propias proclividades de Trump, podemos identificar una serie de diferencias, empezando por la rapidez con la que se anunciaron esta vez los miembros del gabinete y otros nombramientos clave. En tercer lugar, a raíz de acontecimientos como la pandemia de la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania, la situación internacional ha cambiado mucho desde la primera administración Trump.
Con estas premisas en mente, exploremos las implicaciones en política exterior de Trump 2.0 para China, Taiwán y Japón.
Continuidad con la administración Biden
Las tensiones económicas entre Estados Unidos y China se han intensificado desde febrero de 2025, con Trump aumentando o imponiendo aranceles a una serie de importaciones chinas, y China tomando represalias con aranceles propios. Para muchos, estas andanadas se parecen mucho al preludio de una guerra comercial total, pero las líneas generales más amplias de la estrategia de Trump respecto a China siguen sin estar claras.
En lo que respecta a los aranceles, China es hasta ahora solo un objetivo entre muchos otros, incluidos los socios y aliados de Estados Unidos. China necesitará ver cómo encaja en el panorama general para calibrar su propia respuesta. Esta es sin duda una de las razones por las que la reacción de Pekín ha sido relativamente sosegada hasta ahora. Los chinos también estaban mejor preparados para lo que se les venía encima esta vez. Desde Trump 1.0, Pekín conocía bien el enfoque del presidente sobre los aranceles y su énfasis en energía y alimentos. Sus rápidas decisiones en materia de personal también ayudaron a poner sobre aviso a Pekín.
Por supuesto, los aranceles y el comercio son solo un aspecto de la política china de Washington. En el frente de la política exterior y de seguridad, el equipo de liderazgo de Trump incluye a “halcones” anti-China como el secretario de Estado Marco Rubio, el asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz y el subsecretario de Defensa para Política Eldridge Colby. Desde una perspectiva trumpiana, sin duda se les caracterizaría como herederos de los partidarios de la línea dura, como el secretario de Estado Mike Pompeo y el viceconsejero de Seguridad Nacional Matt Pottinger de la segunda mitad de la primera administración Trump. Pero también heredan las políticas de la administración Biden en materia de seguridad económica y Taiwán. También en este caso Pekín ha reaccionado con relativa ecuanimidad ante unos acontecimientos coherentes con su experiencia y expectativas anteriores.
Sin una estrategia clara para China
¿En qué se diferenciará la política china de Trump de la de Biden? La mayor diferencia estará probablemente en el marco político básico.
Bajo el mandato de Joe Biden, tanto Washington como Pekín consideraron la relación como una dura rivalidad estratégica a largo plazo, pero apoyaron el diálogo directo para gestionar una relación compleja, evitando los enfrentamientos abiertos y buscando la cooperación en la medida de lo posible. Y, de hecho, aunque los lazos entre ambos países siguieron siendo tensos, el diálogo directo continuó y se observó cierto nivel de cooperación en ámbitos como el cambio climático.
La segunda administración Trump también ve a China como un competidor estratégico, pero aparte de esta percepción, es poco probable que sobreviva el marco político de Biden. Aunque está por ver qué tipo de política coherente hacia China, si es que surge alguna, aparece de la mezcla de los impulsos mercantilistas de Trump y la línea ideológica dura de su equipo de política exterior, la cooperación bilateral parece mucho menos probable, sobre todo dada la indiferencia de Trump hacia el cambio climático y otras cuestiones medioambientales. El diálogo directo también plantea un reto, ya que al secretario de Estado Rubio se le ha prohibido entrar en China.
Para China, en consecuencia, mucho depende del resultado de las conversaciones de alto nivel entre Xi Jinping y Trump, con su inevitable enfoque en los aranceles. Hasta que de ese diálogo surja un marco básico, muy poco podrá lograrse mediante negociaciones a nivel de trabajo o ministeriales.
El problema básico desde el punto de vista de China es que los nuevos aranceles con los que Trump ha amenazado se basan menos en una comprensión de China que en la lógica de America First de responsabilizar a otros países de problemas internos como la inmigración ilegal y el flujo de fentanilo (un tipo de droga opioide extremadamente adictiva). Será difícil para Xi avanzar en las negociaciones al más alto nivel sin aceptar implícitamente esta lógica de Trump.
China en el contexto mundial
Como ya se ha señalado, Pekín tendrá que evaluar el panorama general de la política exterior bajo Trump 2.0, incluida la diplomacia estadounidense hacia Rusia, Ucrania y Oriente Próximo, antes de trazar su propia política en respuesta. Esto no quiere decir que China sea un actor pasivo en la escena mundial. Pero con respecto a las áreas de la política exterior estadounidense que siguen siendo difíciles de pronosticar, Pekín parece estar adoptando un enfoque de esperar y ver.
A vista de pájaro de la política exterior estadounidense, probablemente podamos conjeturar que la administración Trump se concentrará inicialmente en Europa y Oriente Medio antes de dirigir su atención a Asia Oriental. Hagamos un breve repaso del entorno global que rodea las relaciones entre EE. UU. y China.
En el frente europeo, Trump ha avanzado rápidamente en su promesa de orquestar una paz en Ucrania, pero esto ha aumentado las tensiones con la Unión Europea, cuyos líderes insisten en implicarse. La actitud desdeñosa de Trump hacia los aliados europeos de Estados Unidos podría empujar a la UE a acercarse a China, algo que Pekín acogería sin duda con los brazos abiertos. Por otro lado, los chinos podrían ser menos optimistas respecto a una entente entre Washington y Moscú. China tiene, es cierto, poco que temer en términos de un deshielo total en las relaciones entre EE. UU. y Rusia dado el sesgo ideológico del actual equipo de política exterior de Trump. Pero incluso un acercamiento estratégico sería motivo de preocupación si comprometiera la asociación sino-rusa, “sólida como una roca”, en la que confía Pekín en su intento de desafiar el liderazgo económico occidental y, en última instancia, superar a Estados Unidos.
En Oriente Medio, las perspectivas para China se han deteriorado últimamente. No hace mucho estaba en condiciones de mediar entre Arabia Saudí e Irán, pero los últimos acontecimientos han impulsado el poder relativo de Israel y amenazado la posición de China como principal comprador de petróleo y gas natural de Oriente Medio.
En general, el estatus de China como actor político mundial se ha deteriorado aún más como consecuencia de la pandemia de la COVID-19 y de la guerra en Ucrania. El temor a un “monolito sino-ruso” sigue siendo fuerte dentro del antiguo bloque occidental y entre los vulnerables vecinos de Rusia. Además, como líder del mundo no occidental, China se enfrenta a los desafíos de potencias emergentes como India y Turquía. En este entorno, el presidente Xi puede acoger un cara a cara con Trump como una oportunidad para reafirmar su relevancia en los asuntos internacionales, tanto dentro como fuera de su país.
China y los aliados de Estados Unidos
En el pasado, China ha respondido a menudo a la incertidumbre en el entorno internacional reforzando o arreglando los lazos con sus vecinos más cercanos, y ese patrón se mantiene hoy, mientras Pekín espera a que la administración Trump desarrolle su política hacia China. Otro punto importante de la agenda diplomática china es la mejora de relaciones con los amigos y aliados de Estados Unidos, al tiempo que se esfuerza por explotar las divisiones entre Washington y sus socios. Esta estrategia ha cobrado fuerza gracias a la percepción de que Trump concede poco valor a sus lazos tradicionales con “países afines” o a marcos multilaterales como la OTAN, el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (Australia, India, Japón y Estados Unidos), la alianza de la angloesfera Cinco Ojos (Australia, Gran Bretaña, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos) y los pactos trilaterales de seguridad que Washington ha forjado en Asia Oriental con Japón y Corea del Sur, por un lado, y Japón y Filipinas, por otro.
En cuanto a Corea del Sur, Pekín tiene motivos para esperar que pronto tome las riendas una administración más favorable a China. El Gobierno chino ha adoptado un tono más conciliador hacia el Gobierno del presidente Ferdinand Marcos Jr. en Filipinas e incluso ha hecho insinuaciones al primer ministro japonés Ishiba Shigeru. Sin duda, Pekín se sintió alentado por la reputación previa de Ishiba como defensor de una política exterior independiente, su relación con el difunto primer ministro Tanaka Kakuei (bajo cuyo liderazgo Japón y China establecieron lazos en 1972) y su decisión de excluir de su gabinete a políticos de la antigua facción de Abe (conocida por sus profundos lazos con Taiwán). Desde este punto de vista, el resultado de la reunión de Ishiba con Trump el 7 de febrero fue una gran decepción y un baldazo de realidad para Pekín. Aunque la declaración conjunta de los líderes restó importancia al tema de los valores compartidos subrayado por Biden y el primer ministro Kishida Fumio, al menos reafirmó los lazos de seguridad entre Japón y EE. UU. y dio un paso más en cuanto a la articulación del apoyo a Taiwán.
Trump 2.0 y Taiwán
Hasta ahora, el equipo diplomático y de seguridad de Trump ha reafirmado e incluso reforzado la posición de la administración Biden en apoyo de Taiwán, incluida la eliminación a mediados de febrero de una frase clave de una hoja informativa del Departamento de Estado en la que se afirmaba que Estados Unidos no apoya la independencia de Taiwán. Esto sugiere que podemos anticipar una continuación de políticas como la venta de armas estadounidenses a Taiwán.
Al mismo tiempo, el propio Trump ha estado presionando a Taipei con ominosas referencias a los chips y la amenaza de aranceles radicales. Ciertamente Trump parece considerar a China como el mayor competidor estratégico de Estados Unidos a largo plazo, pero sigue sin estar claro hasta qué punto está dispuesto a desafiar la política de “una sola China”. Mientras tanto, el subsecretario de Defensa Colby y otros han estado insistiendo en la necesidad de que Taiwán se comprometa más con su propia defensa y dependa mucho menos de Estados Unidos. Tales mensajes están suscitando una considerable ansiedad entre los taiwaneses.
La incertidumbre también rodea el futuro de las recientes iniciativas estadounidenses para ayudar a Taiwán a sortear su aislamiento diplomático uniéndose a marcos minilaterales, como la tríada Japón-EE. UU.-Filipinas. En resumen, la política de la administración Trump con respecto a Taiwán (al igual que su política con respecto a China) sigue siendo incipiente, y requerirá una estrecha vigilancia en el futuro.
Nuevos retos para Japón
Como ya se ha señalado, la visita de Ishiba a Washington tuvo más éxito del previsto. Pero Japón no está ni mucho menos fuera de peligro.
Atrás quedaron la sencillez y la claridad de las relaciones internacionales en la época de la Guerra Fría, cuando Japón tenía poco que hacer salvo cumplir su parte del Tratado de Seguridad Japón-Estados Unidos. En el entorno actual, altamente complejo y multidimensional, debemos adoptar un enfoque más activo e independiente de la política exterior, que vaya más allá de nuestra tradicional atención a los marcos internacionales y al Grupo de los Siete. Debemos tener en cuenta las circunstancias de cada región y país, operando simultáneamente a nivel global, regional, multilateral y bilateral.
Esto implicará nuevos modos de diplomacia. En lo que respecta a nuestras relaciones con Estados Unidos, el reto consistirá en responder a las fuerzas políticas internas que impulsan las políticas de Trump. Pero Japón también necesita reforzar sus lazos con otros miembros del mundo industrial a la luz de la imprevisibilidad y la falta de cohesión ideológica de Trump. Debe trabajar activamente para abrir las líneas de comunicación con China, ya que el diálogo entre Washington y Pekín flaquea. Al mismo tiempo, debe perseguir una política exterior abierta a las diversas voces del Sur Global y actuar como puente entre el Sur y el Norte.
Este es el enorme desafío al que se enfrenta la diplomacia japonesa en la era Trump 2.0.
(Artículo publicado originalmente en japonés, y traducido al español de la versión en inglés. Imagen del encabezado: combinación de imágenes creada el 4 de febrero de 2025 que muestra, de izquierda a derecha, al presidente estadounidense Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 3 de febrero de 2025, en Washington DC, y al presidente de China Xi Jinping hablando en Macao el 19 de diciembre de 2024 - © AFP/Jiji.)