Los virus: grandes enemigos de la humanidad
El virus, enemigo natural de la humanidad: una interminable carrera armamentística
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En la Tierra desde hace 4.000 millones de años
El temor que han infundido siempre en la humanidad las enfermedades infecciosas, antes llamadas enfermedades contagiosas, ha impulsado el desarrollo de la medicina y la mejora de la salud pública. A estos avances humanos, los virus y el resto de los microorganismos han reaccionado adquiriendo una mayor resistencia a los fármacos. Un eventual refuerzo en el sistema inmunológico por parte de los humanos ha venido seguido de una mayor toxicidad por parte de los virus. Y el desarrollo de nuevas vacunas ha tratado de ser burlado mediante la aparición de nuevos tipos de virus.
“Es una verdadera carrera armamentística”, dice Ishi Hiroyuki (79 años), periodista especializado en temas medioambientales y autor de Kansenshō no sekaishi (“Historia mundial de las enfermedades infecciosas”, editorial Yōsensha).
“Somos descendientes de ‘ancestros afortunados’ que en el pasado sobrevivieron a muchas epidemias. Pero es que también lo son los virus, porque también sus ancestros se las arreglaron para continuar vivos a lo largo de 4.000 millones de años, adoptando mil y una formas”, continúa.
Según Ishi, existen decenas de millones de tipos de virus, pero la forma original o primitiva del coronavirus responsable de la presente pandemia debió de nacer aproximadamente 8.000 años antes de Jesucristo. Después, se desconoce si permaneció inactivo o causó infecciones que no han sido detectadas, pero debió de estar latente en animales salvajes y en el ganado. Entre 2002 y 2003, atacó al ser humano infligiéndole el SARS (siglas inglesas del síndrome respiratorio agudo grave, con origen en China), que produjo en todo el mundo más de 8.000 infectados, 774 de los cuales murieron.
Años después, en 2012, dirigió un nuevo ataque a los humanos, esta vez en forma de MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio, confirmado primero en Arabia Saudí, extendido más tarde a Corea del Sur y otros países; 2.500 infectados, 858 muertos). “Se cree que el SARS nos llegó a través de la civeta de las palmeras enmascarada (Paguma larvata)”, explica Ishi, “y el MERS a través de los camellos. Que los transmisores fueran los camellos era algo que no podíamos imaginar”.
Las hábiles metamorfosis del nuevo coronavirus
Fue en la década de 1960 cuando se dio a conocer la relación existente entre el coronavirus, cuyo tamaño es la diezmilésima parte de un milímetro, y la raza humana. Al principio, se lo vio como uno de los virus causantes del resfriado común y no se le dedicó gran atención. “En solo 60 años”, comenta Ishi, “el coronavirus ha seguido una inteligente evolución, transformando sus genes”.
El nuevo coronavirus entra en escena como tercer “avatar” de un mismo virus, después del SARS y del MERS. Fue posible tomar medidas rápidamente contra el virus del SARS de 2002 porque la infección era fácil de detectar: casi todos los afectados sufrían un agravamiento de los síntomas y desarrollaban neumonía. Sin embargo, esta nueva forma, para no ser detectada, produce una gran cantidad de infectados con síntomas leves y asintomáticos, dificultando mucho su contención. Además, continúa propagándose mediante una “argucia” temible: dota de capacidad de contagio incluso a los infectados asintomáticos.
Para los virus y otros microorganismos, los seres humanos y el resto de los mamíferos ofrecen unas condiciones óptimas, pues mantienen una temperatura constante y son ricos en sustancias nutritivas. Por eso, los virus tratan de penetrar y de reproducirse en ellos.
Ishi grafica así la lucha entablada entre virus y humanos: “Buscando siempre los puntos débiles del bateador, el lanzador ensaya uno tras otro diferentes modos de lanzamiento. Y el bateador trata de repeler de la mejor manera cada bola”.
O, usando un símil muy actual: “Es la lucha por tratar de impedir que un hacker se cuele en nuestro sistema informático. Las células humanas tratan de cerrar el paso al virus poniendo contraseñas, pero el hacker (virus) utiliza todos sus conocimientos para descubrir las contraseñas y penetrar en el sistema. El virus va produciendo a gran velocidad mutaciones, y cuando produce una cuya forma, por casualidad, coincide con el ojo de la cerradura, abre la puerta y penetra. Frente a esto, nada puede hacer el ser humano. Pero sí que podemos tratar de obturar el ojo de la cerradura para impedir una invasión. Así es nuestra lucha”.
Ishi augura un final a la batalla contra el nuevo coronavirus: “Ahora se ha declarado la pandemia y eso significa que vamos perdiendo, pero dentro de un año la situación estará controlada. Eso sí: dentro de 10 o 20 años lo tendremos otra vez encima, bajo otra forma”.
En cuanto a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2020, Ishi no las tiene todas consigo. “A juzgar por los casos que se han dado hasta ahora, desde la declaración de pandemia hasta la declaración de su extinción pasan entre seis meses y un año aproximadamente. Aun en el supuesto de que se consiguiera tener 0 infectados en Japón, me preguntó si sería posible dar inicio a unos juegos que congregan a gente de todo el mundo, estando todavía vigente la declaración de pandemia”.
Una ruta que no solo lo fue “de la seda”
Las infecciones víricas han tenido un importante papel en la historia de la humanidad. Mientras que los virus surgieron hace 4.000 millones de años, la aparición, en África, de los humanos modernos es muy posterior, pues solo data de hace unos 200.000 años. Se cree que nuestros antepasados solo salieron de aquel continente hace ahora unos 125.000 años y que su gran expansión por el resto de los continentes solo se consiguió hace 50.000 o 60.000 años.
¿A qué se debió aquella gran migración? ¿Estuvo motivada por la necesidad de encontrar alimento, o quizás por algún cambio climático o ambiental? “Existe la teoría de que emigraron para alejarse de las infecciones que les producía la fauna africana”, señala Ishi. Se piensa, pues, que la migración pudo comenzar por el deseo de alejarse de un lugar donde las infecciones producían una gran mortandad.
La Ruta de la Seda, que conectaba ambos extremos del continente euroasiático, es conocida como una gran vía de intercambio comercial, pero junto a las personas viajaron las enfermedades malignas, que también fueron objeto de intercambio. La peste viajó de este a oeste; la viruela y el sarampión, en sentido contrario. Al no encontrar defensas inmunitarias en los lugares adonde llegaba, estas plagas alcanzaron una gran difusión.
En nuestras andanzas, los humanos hemos tenido compañeros de viaje “no deseados”. Nos han acompañado ratas, cucarachas, pulgas y otros parásitos, e infinidad de bacterias y virus. Esto ha sido causa de la propagación de las enfermedades infecciosas. Por eso, tanto la China de la dinastía Han como la Roma imperial, de las que cabría pensar que en aquella época de intercambios comerciales gozasen de una gran prosperidad, vieron descender sus respectivas poblaciones. Incluso puede decirse que las plagas estuvieron entre los factores que explican la decadencia de ambos imperios.
También cuando Colón llegó al Nuevo Continente, a finales del siglo XV, se produjo un intercambio de enfermedades. Los conquistadores españoles introdujeron en el Nuevo Mundo las enfermedades europeas. Causaron grandes estragos entre los pueblos indígenas la viruela y el sarampión. Y de aquellas tierras pasó a Europa la sífilis, que no tardó en expandirse por todo el continente.
Capaz de detener la Primera Guerra Mundial
La que se cree primera pandemia de la historia, también la que más catastróficos efectos ha tenido hasta el momento, es la llamada “gripe española”, que se declaró en 1918, durante la Primera Guerra Mundial. Todo comenzó con una serie de muertes entre los soldados de una base militar de Kansas, Estados Unidos, origen de la infección. Entre los soldados que partieron de aquella base a los campos de batalla europeos había muchos contagiados y la gripe (influenza) se expandió por Europa como un reguero de pólvora. Los contagios pronto alcanzaron África a bordo de los barcos europeos que arribaban a sus puertos. El virus de la influenza fue de puerto en puerto, alcanzando también las regiones del interior mediante el ferrocarril. Utilizando las redes de transporte recientemente construidas, la infección se expandió por el mundo.
“Arrasó todo el globo, hasta el punto de que, según se dice”, recuerda Ishi, “entre las regiones pobladas del mundo solo se salvaron del contagio zonas como Nueva Guinea, en el Pacífico Sur, o algunas islas de la desembocadura del Amazonas. El nuevo coronavirus que estamos sufriendo ahora entraña un mayor riesgo para los ancianos, pero la ‘gripe española’ tenía la particularidad de afectar a personas todavía jóvenes, de entre 20 y 50 años”.
El virus de aquella gripe se cebó con los soldados que, metidos como sardinas en lata en estrechas trincheras, luchaban en la Primera Guerra Mundial. Muchos de ellos enfermaron y murieron. Esta situación causó un gran debilitamiento del poder militar de los países, que tuvieron grandes dificultades para continuar adelante con el esfuerzo bélico, pues la enfermedad causaba enfermos y muertos también entre los reclutas. Esto adelantó el fin de la contienda.
Un virus que detiene una guerra. Así dicho, suena irónico. Pero el hecho es que, según algunos cálculos, la “gripe española” causó en el mundo más de 100 millones de muertes (incluidas unas 450.000 en Japón), un número varias veces superior al total de 16 millones de muertes que causó directamente la guerra. Una prueba más de que el virus es más mortífero que el azote de la guerra, y el verdadero “enemigo natural de la humanidad”.
Fotografía del encabezado: imagen del nuevo coronavirus tomada con microscopio electrónico. (NIAID-RML / AP / Aflo)