Religión y espiritualidad en Japón

Tres enfoques sobre la visión japonesa de la vida y la muerte

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Yamaori Tetsuo [Perfil]

Uno de los más destacados expertos de la ciencia de las religiones analiza la visión de la vida y de la muerte, y la estructura estratificada de la conciencia religiosa japonesa en el contexto del entorno geográfico, climático, mítico e histórico de este país.

El sincretismo búdico-sintoísta y el nacimiento del sintoísmo de estado

Pero tengo que referirme también a otra característica más de esa “religión del sentir” que ha parido este país, porque en él se ha creado un sistema en el que coexisten el budismo, de origen foráneo, y el sintoísmo vernáculo, y se ha ido dando forma a ese sincretismo o armonización búdico-sintoísta que venimos llamando shinbutsu shūgō. Los kami o deidades sintoístas, los dioses de Japón, tenían un carácter diferente al dios de los países cristianos. La idea originaria era la de que los dioses japoneses habitaban bosques y campos, ríos y mares, encontrando su morada en lo más recóndito de la naturaleza. Eran carentes de individualidad y de soporte físico. Su poder sobrenatural los llevaba a “poseer” o manifestarse a través de multitud de seres, de manera que en muchos casos ni siquiera se les concedía un nombre concreto. Por esta razón, más que hablar de un dios, se ha tendido siempre a hablar de los dioses, en plural.

Posteriormente se transmitió a Japón el budismo, con lo que los budas comenzaron a coexistir o a cohabitar con los dioses, comenzando así la “budificación” de los kami, que luego dio paso a la expresión shinbutsu shūgō a la que me he referido antes. Lo interesante es que, a fuerza de persistir en esa cohabitación o fusión de dioses y budas, surgió una fe que, prácticamente, iguala a unos y otros.

Este estado de cosas se prolongó hasta la Era Meiji (1868-1912), cuando por primera vez la enseñanza del cristianismo se hizo oficial. Comenzó entonces la cristianización de los dioses de Japón, que dio paso a su vez, con el paso intermedio de la creación de un estado moderno, a un movimiento hacia el monoteísmo. De entre los dioses del archipiélago japonés se eligió a uno, que fue elevado a una posición de deidad suprema. Nació así el kokka shintō o sintoísmo de estado.

En Japón la muerte convierte a todos en budas

Este es el proceso que ha conducido en Japón a la formación de un panteón de tres plantas, estando la inferior ocupada por los primitivos dioses de la naturaleza, la intermedia por los dioses “budificados” y la tercera por la cristianización de los mismos. Conviene percatarse de que esta estructura es la misma a la que me refería al principio, al hablar de la forma en que la conciencia de los japoneses está estructurada en tres estratos.

Junto al budismo, como religión foránea, se produjo otro cambio más de gran importancia. Es una de las claves a la hora de pensar sobre la visión japonesa de la vida y la muerte, así que lo trataré aquí. “Buda” se dice en japonés butsu o hotoke. En su origen, esta palabra alude al Buda histórico, que en la antigua India alcanzó el satori o iluminación a través del ascetismo. Buddha es, en sánscrito, el iluminado que ha alcanzado el satori. Esta palabra se transmitió al japonés mediante mediante ideogramas que leemos budda o butsuda. Butsu no es más que una simplificación de esa palabra.

En el proceso de transmisión a Japón de las enseñanzas de Buda, y bajo la influencia también del sintoísmo, se confirió a las mismas un nuevo sentido. En algún momento se pasó a considerar que cualquier persona, al fallecer, se convierte en un hotoke, un buda. En el pensamiento sintoísta, al morir nos convertimos en kami. Argumentaciones al margen, el hecho es que hoy en día los japoneses, con  toda naturalidad, seguimos llamando hotoke a nuestros muertos. Nuestro cerebro japonés reserva siempre un hueco para el buda ortodoxo de la antigua India, pero al mismo tiempo el budismo japonés ha creado la idea de que cualquier persona se convierte en un buda al morir.

Mito e historia: una continuidad muy japonesa

El tercer y último enfoque es la peculiar visión que tenemos los japoneses del mito y de la historia. Como es de sobra conocido, entre los antiguos griegos y romanos mito e historia se desarrollaban en dimensiones distintas. Se consideraba que no era posible encontrar una continuidad coherente entre los acontecimientos narrados en los mitos griegos y romanos, y los escritos históricos de un Herodoto o de un Tucídides. Para la mitología y la historia occidentales, esto ha sido un hecho evidente.

Sin embargo, la relación que se establece entre el mundo mítico del antiguo Japón y los escritos históricos difiere notablemente de esto. Esto es así porque el nacimiento de los dioses y el origen del mundo humano se conciben prácticamente dentro de un mismo ritmo, de una misma dimensión. Por eso, también la visión que se tenía de la fundación del país, de su génesis, distaba ampliamente de las concepciones occidentales.

Como vemos en los mitos de los dos grandes libros de la antigüedad japonesa, el Kojiki (712) y el Nihon Shoki (720), en el mundo representado se distinguen dos tipos de dioses. Los dioses que viven indefinidamente y los que mueren y son enterrados. Así pues, hay unos dioses eternos y otros de la no permanencia.

Representan al primer grupo los amatsukami (dioses del cielo), que desarrollan su actividad en Takama-ga-hara, y al segundo los kunitsukami (dioses de la tierra o del país) posteriores al tenson kōrin (descenso a la tierra).

Los dioses del cielo pueden ocultarse durante un periodo, pero no mueren. En cambio, sus descendientes que actúan en la tierra todos acaban muriendo y siendo enterrados. Miembro de esta progenie de dioses mortales es el emperador Jinmu, primero de la larga lista de emperadores japoneses. Puede decirse que ese mismo sino que arrastraban los dioses con sus vidas y sus muertes lo heredan los humanos. Y sin ninguna interrupción, el relato de los mitos se conecta con la historia de los humanos.

Sobre este trasfondo es más fácil entender una tradición como el shikinen sengū del santuario sintoísta de Ise, que se realizó por última vez en otoño de 2013. Se trata de un rito consistente en la reconstrucción periódica, cada 20 años, del edificio, en la que es necesario “trasladar” al dios de su antigua morada a la nueva. Si nos preguntamos cuál es el verdadero significado de ese “traslado”, hemos de concluir que no es otra cosa que la muerte del viejo dios y el nacimiento del nuevo. Al menos, esa es mi opinión. Sería, pues, un rito de muerte y renacimiento de un dios.

Es precisamente la creencia de que los dioses, como los hombres, mueren, la que ha dado lugar en Japón a la aparición de una peculiar visión del mundo, de la vida y la muerte, y del ser humano, según la cual la historia es continuación del mito. Y, por otra parte la no permanencia contenida en la muerte de los dioses quedó así estrechamente ligada a la no permanencia de la vida y la muerte de las personas.

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Especialista en ciencia de las religiones y crítico, nació en 1931 en San Francisco (Estados Unidos). En 1954 se licenció en Filosofía India por la Universidad de Tōhoku. Es profesor emérito del Centro Internacional de Estudios Japoneses, institución de la que fue previamente director, así como del Museo Nacional de Historia de Japón, y de la Escuela Universitaria de Posgrado de Estudios Avanzados. Entre sus numerosas obras destacan Shi no minzokugaku (Folclore de la muerte; 1990, Iwanami Shoten), Kindai nihonjin no shūkyō ishiki (Conciencia religiosa en el Japón moderno; 1996, Iwanami Shoten), Ōjō no gokui (Secretos del viaje al otro mundo; 2011, Ōta Shuppan) o Haha naru Gandhi (Madre Gandhi; 2013, Ushio Shuppansha)

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