Religión y espiritualidad en Japón

Tres enfoques sobre la visión japonesa de la vida y la muerte

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Yamaori Tetsuo [Perfil]

Uno de los más destacados expertos de la ciencia de las religiones analiza la visión de la vida y de la muerte, y la estructura estratificada de la conciencia religiosa japonesa en el contexto del entorno geográfico, climático, mítico e histórico de este país.

Religiones del creer y del sentir

El segundo enfoque es el del problema de la visión japonesa de la vida y de la muerte cuando la contraponemos o comparamos con los monoteísmos. En otoño de 1995 visité por primera vez Israel. Mi viaje consistió en tratar de seguir las huellas de Jesucristo, pero allá donde iba no encontraba más que desierto, lo cual acabó debilitando mis nervios. Experimenté de forma muy real que en este mundo no hay nada en lo que confiar. Una impresión radicalmente diferente a la que recibe uno cuando se limita a leer la Biblia.

Ocurrió cuando me dirigía hacia la Ciudad Santa, Jerusalén, bordeando el río Jordán. Creí de pronto entender el sentimiento de un pueblo del desierto obligado a buscar  más allá del cielo aquello que era único y valioso. El anhelo de un pueblo del desierto que no tenía otra opción sino creer en la existencia de un dios único en un más allá totalmente separado del desierto que era para ellos la superficie de la tierra. Es la aguda conciencia de que sin creer en ese dios no es posible vivir ni un solo día. Me sentí compelido a pensar que así era como había nacido el monoteísmo, esa forma religiosa consistente en “creer”.

Cuando, concluido mi viaje por Israel, el avión se aproximó al archipiélago japonés, me quedé asombrado. Bajo mi mirada se extendía interminablemente un paisaje de verdes bosques, con ríos que llevaban sus aguas al mar, y frondosos árboles. Inconscientemente, imaginé la gran cantidad de frutos con que están bendecidos nuestros mares y montes. Hasta me parecía oír el arrullo de las cristalinas aguas de los ríos y percibir los aromas de las variadas flores de cada estación.

Revivió en mi memoria el sentir de los antiguos poetas cuyas creaciones quedaron recopiladas en la colección Manyōshū, y en mis oídos resonaba, me pareció, hasta el latido del corazón de los primitivos habitantes de estas montañas. Esta tierra y no otra es el lugar de solaz de todas las criaturas vivientes, no hay ninguna necesidad de buscar en el otro mundo nada supuestamente único y valioso, pensé. En bosques, en montañas y llanos, se siente por doquier la presencia de los kami [dioses sintoístas], los ecos de las voces de los hotoke [budas o manifestaciones del Buda]. Así debió de ser como el politeísmo, esa forma religiosa consistente en sentir, echó raíces en el archipiélago japonés.

Ko versus hitori

Puede hablarse, pues, de un contraste entre la religión del creer y la del sentir. Acerca de la primera, la del creer, diríase que ninguna palabra casa con esa forma de vida tan perfectamente como ko [español: individuo]. Se alzan ante nosotros las imágenes de individuos independientes, cada uno de los cuales cree en la existencia de un valor absoluto en el más allá. Quizás pueda decirse, incluso, que el signifciado original de palabras como “individuo” o “individualidad” procede de ahí.

Por el contrario, advertimos que en el caso de la religión del sentir, la palabra más propiamente japonesa que corresponde aproximadamente a ko, era hitori [español: una (sola) persona], que puede escribirse con diversas grafías, cada una con su propio matiz. Desde las alusiones a la tristeza inherente a la soledad, al énfasis en el disfrute de la misma, pasando por los lamentos que inspira la propia pequeñez y por los excesos de una conciencia del yo de dimensiones cósmicas, diríase que siguiendo la pista dejada por esta expresión en tradiciones orales y narraciones podemos sobrevolar cómodamente una historia milenaria.

Las hondas resonancias, la amplitud y riqueza de sentidos, que encierra este familiar vocablo se hacen todavía más palpables cuando comparamos hitori con el referido ko, del que nos servimos para traducir al japonés ese otro concepto importado de las lenguas europeas modernas. Y la conciencia que tan bien expresa la palabra hitori ha sido siempre inseparable del sentido de no permanencia que han tenido siempre las personas que habitan este archipiélago.

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Especialista en ciencia de las religiones y crítico, nació en 1931 en San Francisco (Estados Unidos). En 1954 se licenció en Filosofía India por la Universidad de Tōhoku. Es profesor emérito del Centro Internacional de Estudios Japoneses, institución de la que fue previamente director, así como del Museo Nacional de Historia de Japón, y de la Escuela Universitaria de Posgrado de Estudios Avanzados. Entre sus numerosas obras destacan Shi no minzokugaku (Folclore de la muerte; 1990, Iwanami Shoten), Kindai nihonjin no shūkyō ishiki (Conciencia religiosa en el Japón moderno; 1996, Iwanami Shoten), Ōjō no gokui (Secretos del viaje al otro mundo; 2011, Ōta Shuppan) o Haha naru Gandhi (Madre Gandhi; 2013, Ushio Shuppansha)

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