Mis profesores: la televisión y el "manga"
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Los idiomas son como el alma: respiran y evolucionan. Sirven para expresar los cambios que se producen con el paso del tiempo y propician el nacimiento de nuevas emociones; viven un proceso constante de transición para adecuarse a las necesidades de los usuarios, de ahí que ni los expertos en Lingüística puedan decir que dominan una lengua en su totalidad.
Esto no se reduce a los idiomas extranjeros, sino que se aplica también a la lengua materna de uno; en mi caso, el persa. Aunque no tengo problema alguno para leer libros y revistas, o conversar en persa, en cuanto me pongo a leer poesía, las palabras se me hacen incomprensibles. Mi incapacidad para captar el significado de algo escrito en mi propia lengua materna hace que me desanime profundamente.
Además de vivir un proceso constante de transición, los idiomas se componen de diversas variantes. En el caso del japonés, existe el lenguaje literario de los clásicos, pero también la jerga moderna que hablan las estudiantes; los aforismos formados por cuatro kanji (ideogramas chinos) procedentes del chino clásico, en contraposición a un sinfín de neologismos derivados del inglés; las formas honoríficas propias del lenguaje formal y los juegos de palabras con los que disfruta el oficinista de turno. Cada una de estas variantes es rica y dinámica por sí misma; intentar dominar cualquiera de ellas en su totalidad supone un desafío enorme.
Es por esto por lo que no puedo decir que domino el japonés. No obstante, he aprendido a expresar fielmente mis opiniones e ideas en este idioma, el tercero en mi lista. Me gustaría explicar aquí qué es lo que más me ha ayudado en mi aprendizaje.
Programas de televisión con subtítulos
Para mí, la televisión ha desempeñado un papel fundamental a la hora de aprender comunicación verbal. Las series, los documentales y los noticiarios no son lo que más me ha servido; lo más útil han sido los programas de humor y variedades, en los que cómicos y otros artistas, que a menudo compiten los unos con los otros en concursos de preguntas u otras pruebas, bromean constantemente.
Los programas japoneses de variedades presentan características singulares; una de ellas es la interacción cómica entre los dos personajes típicos del manzai, un tipo de diálogo cómico: el tsukkomi, "el serio", y el boke, "el gracioso". En mi opinión, lo más interesante de estos programas es que están subtitulados; se puede leer lo que dicen los participantes. El uso dinámico y creativo de los subtítulos que se hace en estas emisiones me fascinó, ya que siempre había pensado que el subtitulado era algo limitado al cine extranjero. En los programas de variedades, aparecían de repente en el televisor palabras que cambiaban de forma y de color, se deslizaban torcidas pantalla abajo, se desvanecían e incluso explotaban y quedaban hechas pedazos. Al principio, disfrutaba de estos subtítulos como si se tratara de una nueva manifestación artística, pero al cabo de un tiempo me di cuenta de la influencia que estaban ejerciendo sobre mí.
Primero me percaté de que el color, la forma y el movimiento de los subtítulos se correspondían con diferentes reacciones y estados de ánimo: diversión, decepción, risas, los malentendidos humorísticos del boke, la retórica airada del tsukkomi... Gracias a estas claves, los programas de variedades me ayudaron a comprender reacciones y muestras de emociones propias de los japoneses, pero ajenas a mi cultura.
En aquel entonces, mi cerebro no era capaz todavía de procesar el japonés de manera adecuada. Primero, reaccionaron mis ojos; me di cuenta de los cambios de aspecto de los subtítulos. Después, mis oídos se quedaron con los sonidos; noté las variaciones en el tono de voz de los interlocutores. Finalmente, mi cerebro consiguió unir todas estas claves de manera que yo pudiera entender en qué situaciones se utilizaban determinadas palabras.
Los subtítulos sirven, además, para aclarar el significado de lo que alguien dice, en gran parte porque están escritos en caracteres kanji. El japonés es un idioma en el que abundan las palabras homófonas difíciles de distinguir sólo por su pronunciación. Sin embargo, en el lenguaje escrito se utilizan ideogramas con significado propio que permiten diferenciar claramente unos homófonos de otros. Con el tiempo, fui capaz de memorizar una gran cantidad de vocabulario viendo programas de variedades. Primero veía los kanji en los subtítulos; luego buscaba la reacción de los participantes correspondiente. Así fue como aprendí un sinfín de palabras y expresiones idiomáticas, algunas poco apropiadas, y que hacían que pareciera una artista o una presentadora cuando hablaba. Gracias a que mis amigos y conocidos japoneses me corregían con frecuencia, mi entendimiento del sentido común japonés y mi dominio del vocabulario se fueron poniendo poco a poco al mismo nivel.
Saber caracteres kanji facilita todo. La lectura se vuelve mucho más rápida, ya que se puede captar el significado visualmente sin necesidad de ir letra por letra. Por ello, cuando uno pasa en coche cerca de un supermercado en Japón, obtiene enseguida toda la información que necesita mirando los carteles que están colocados fuera; en ellos se anuncian las ofertas, como leche, arroz o huevos a mitad de precio. Tiene sentido que los subtítulos de los programas de variedades fueran de gran ayuda en mi aprendizaje del japonés, dado que la memoria visual funciona mucho mejor que la auditiva.
La magia del manga
La televisión desempeñó un papel fundamental a la hora de aprender cómo expresarme en japonés y entender a los demás. Sin embargo, para la lectura y la escritura mi principal aliciente y aliado fue el manga.
El manga es capaz de crear un mundo prácticamente irresistible a través de una combinación única de dibujos, texto e imaginación; también resulta una herramienta de aprendizaje increíble. Ya de niña me encantaban los cómics, al igual que los dibujos animados para televisión. Los que leía no eran de la misma calidad que los japoneses, dignos de exponerse en un museo; el manga se caracteriza por un dibujo fino, una reproducción vívida del movimiento y una presentación creativa y variada. Sin embargo, la mayor parte de los que yo leía eran europeos; estos suelen tener dibujos simples, pero las historias son interesantes. Constituyen una parte fundamental de mi contacto con la lectura durante mi infancia; por ejemplo, Las aventuras de Tintín, del dibujante belga Hergé, y la serie de Astérix el Galo, de los franceses René Goscinny (guión) y Albert Uderzo (ilustraciones).
El cariño que sentía por los cómics terminó convirtiéndose en una verdadera historia de amor cuando fui a estudiar a Japón, meca del manga. Fueron muchas las veces que me acerqué a uno de los denominados manga café en busca de conexión a Internet y acabé quedándome allí ocho horas para leerme una serie de cómics completa. El manga tardó poco en cautivarme con su magia: su hábil técnica para contar historias, su arte dinámico y minucioso, y su espíritu travieso (incluyendo el uso de caricaturas cómicas intercaladas con dibujos más realistas).
Los subtítulos de los programas de variedades me condujeron por el camino de la comunicación verbal eficaz, mientras que el manga interpretó el papel de la musa que hizo que me adentrara en el mundo de la ficción en Japón. En resumen, mi proceso de aprendizaje de la lengua japonesa ha sido divertido y emocionante; ha estado lleno de nuevos descubrimientos que me han permitido toparme con unos profesores de lo más peculiares.
(Artículo publicado en japonés el 7 de mayo de 2013 y traducido al español del inglés. Imagen principal de un hombre entre estanterías llenas de manga, cortesía de Aflo)