La factura del declive demográfico
La época de la brecha familiar
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Baja natalidad en Japón y en Europa, dos fenómenos diferentes
El fenómeno del descenso de la natalidad, tal como se da en Japón y en otros países de Asia Oriental, no es equiparable al que se da en los países desarrollados de Occidente. Dicho de forma muy escueta, mientras que en Occidente el fénomeno puede explicarse por una ampliación en el abanico de opciones de estilos de vida al alcance de los jóvenes, en Japón nacen menos niños precisamente porque a los jóvenes no se les dan esas opciones.
Aproximadamente hasta 1960, también en los países desarrollados de Occidente la familia típica era aquella en la que el marido trabajaba fuera y la mujer permanecía en la casa, criando a los hijos. Sin embargo, a partir de los años sesenta, ocurrió en Norteamérica y en muchos países del Noroeste de Europa (Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda, los países nórdicos, etcétera) algo que bien puede llamarse una “revolución en el estilo de vida”. Con el auge del feminismo y otros movimientos sociales, se pusieron en práctica y aceptaron diversos estilos de vida, la gente se apartó del esquema familiar tradicional y se abrieron posibilidades como las relaciones prematrimoniales, la convivencia de hombre y mujer fuera del matrimonio o la continuidad de la mujer en el puesto de trabajo después de casarse. Como consecuencia, aumentó el número de jóvenes que decidían no tener hijos o tener solo uno, dando así origen al fenómeno social del descenso de la natalidad. Ello se relaciona con la elevada conciencia de autorrealización a través del trabajo que desarrollaron las mujeres, con el hecho de que los jóvenes se independizaran de sus padres y vivieran su propia vida, y también con la activación que experimentaron las relaciones entre ambos sexos.
En Japón la situación es muy diferente a la de Occidente, especialmente a la de Europa Noroccidental. A pesar de que la sociedad está en continua transformación, incluso entre los jóvenes sigue predominando una mentalidad tradicional en los temas relacionados con la familia (el marido debe trabajar y la mujer, principalmene, hacer las labores domésticas y criar a los hijos), siendo esta mentalidad la causa del descenso en el número de hijos.
Las relaciones prematrimoniales han llegado a ser aceptadas también en Japón, de modo que en ese punto puede decirse que ha habido algún avance en la liberación sexual. Sin embargo, no han calado demasiado hondo ni la revolución en el estilo de vida, ni el feminismo. Por ejemplo, actualmente las parejas que viven juntas sin estar casadas no alcanzan el 2% del total (2010: 1,6%). Los niños nacidos de padres no casados representan también cerca del 2% (2008: 2,1%), lo cual es un porcentaje extremadamente bajo, y aunque algunas mujeres siguen una carrera profesional estable, tanto entre las casadas como entre las solteras son muchas las que tienen un empleo inestable, sea un trabajo a tiempo parcial o a través de agencias de empleo temporal (en Japón “agencias de envío de personal”).
Como consecuencia de ello, se ha perpetuado una situación en la que la mujer, que no puede obtener su autonomía a través del trabajo, solo puede vivir dependiendo económicamente del marido. Las relaciones entre los sexos tampoco han recibido impulso, ya que la mayoría de las personas que, habiendo llegado a la madurez, permanecen solteras, siguen viviendo con sus padres –son los que yo llamé en su día parasite singles (solteros parásitos)–. A ello se suma otro importante aspecto, y es que entre los solteros hay un elevado porcentaje de personas que desean casarse. La proporción de adultos no casados comenzó a ascender en los años ochenta, pero de ellos, quienes desean casarse siguen siendo a lo largo de estos años, con ligeras subidas y bajadas, cerca del 90%, lo cual es un porcentaje elevado. Es decir, que son ahora más las personas que, aspirando a formar una familia tradicional (en la que el marido trabaja fuera y la mujer se dedica a su casa y a los niños), ni se casan ni tienen hijos al no darse las condiciones necesarias para que se cumplan sus deseos. Esto es lo que lleva, finalmente, a que aumente el número de solteros y se reduzca la natalidad. Ahora tenemos menos niños en Japón porque está aumentando el número de jóvenes que fracasan en la formación de una familia.
La falta de cambios sustanciales en la forma de concebir la familia en Japón ha causado lo que podríamos llamar “brecha social en la constitución de la familia”. Existe un estrato social que, como hasta ahora, construye una familia de tipo tradicional, y otro estrato que, incapaz de construirla, se queda bloqueado en su estado de soltería. Esta división de la juventud en dos grandes grupos es uno de los rasgos que caracteriza a la familia japonesa de nuestro tiempo.
Analizaré a continuación las características de la constitución de la familia en el Japón actual, centrándome en los puntos en que difiere de los países occidentales.
Debilitamiento de la capacidad de formación de parejas
En primer lugar, la baja natalidad en Japón viene causada por el aumento del número de personas que no se casan. Últimamente se aprecia también un descenso en el número de hijos que tiene cada matrimonio, pero más acentuada todavía es la tendencia a permanecer soltero o a casarse a edad más avanzada. Según el censo nacional de 2010, el porcentaje de soltería en edades comprendidas entre los 30 y los 34 años era del 46,5% entre los hombres y del 33,3% entre las mujeres.
Además, en Japón las relaciones entre hombres y mujeres pasan por un bajo momento, y eso significa que cuando hablamos de más solteros, estamos hablando de más personas que no tienen ningún tipo de pareja. Entre los adultos jóvenes solteros, la proporción de quienes tenían novio o novia se situaba en 1990 por debajo del 40%, pero en 2010 bajó al 25% entre los hombres y al 35% entre las mujeres. No habrá que decir que sin constituirse parejas, no es posible que nazcan niños. Pero es que en el Japón actual a las dificultades para casarse se suma la escasa capacidad para constituir una pareja.
Una de las razones del bajo momento que atraviesan las relaciones de pareja es que todavía hay una fuerte conciencia de que, como extensión lógica de un noviazgo, debe haber un matrimonio y una vida familiar. Hay una clara tendencia a buscar una relación solo con una persona con la que cabría imaginarse casado y viviendo junto a ella.
Amplia aceptación de la dependencia económica de la mujer
Es también característico de la sociedad japonesa que la mayoría de las mujeres solteras piensen todavía que, una vez casadas, lo normal es vivir de los ingresos del marido. Por supuesto, existe también la idea de que los ingresos del marido deben ser suficientes, independientemente de que la mujer trabaje o no después de casada. Pero en todo caso son mayoría las mujeres que consideran la cuantía de los ingresos o una profesión promisoria como condiciones más importantes a la hora de elegir marido, y algunos estudios afirman que esta tendencia se ha acentuado durante los últimos años (Instituto Nacional de Investigaciones Demográficas y de la Seguridad Social).
Está muy extendida la idea de que la soltería está en auge porque cada vez hay más mujeres que quieren continuar trabajando sin contraer matrimonio, pero en el caso de Japón esto no es aplicable más que a una pequeña parte de las mujeres. Esto queda de manifiesto en el hecho de que las mujeres que responden a las encuestas de opinión que no quieren casarse para poder seguir así con su trabajo son una minoría, pero también en la intención manifestada por muchas de depender económicamente de su marido. Por otra parte, a partir de 2000, hay varios estudios que indican que el deseo de convertirse en amas de casa se está fortaleciendo entre las veinteañeras.
En un estudio sobre personas solteras que realicé conjuntamente con el Instituto Meiji Yasuda de Vida y Bienestar, a la pregunta de qué nivel de ingresos le pediría a su cónyuge, los hombres respondieron mayoritariamente que no tenían preferencias al respecto, mientras que entre las mujeres se vio una fuerte tendencia a decir que preferían hombres con altos ingresos. Quienes fijaron en cuatro millones de yenes los ingresos anuales mínimos que le pedirían a un hombre llegaban al 68% de las mujeres. Sin embargo, solo uno de cada cuatro hombres solteros disponía de esos ingresos. Observando los dos gráficos que se adjuntan, puede comprobarse hasta qué punto se apartan de la realidad las aspiraciones femeninas en cuanto a los ingresos de su futuro marido.
Jóvenes con menos ingresos, bipolarización y precarización del trabajo
Así pues, puede decirse que la escasez de hombres que satisfacen los requisitos de ingresos anuales expresados por la mujeres solteras es la principal causa del aumento de la soltería. Ha disminuido el número absoluto de hombres capaces de hacer posible lo que para esas mujeres es la forma de familia tradicional, es decir, una familia en la que el marido se dedica principalmente a ganar dinero y la mujer, principalmente, a hacer las tareas domésticas y criar a los hijos, con lo que está aumentando la proporción de jóvenes que, queriendo construir una familia tal y como la han conocido hasta ahora, no pueden hacerlo.
Esta situación se debe, por una parte, a la disminución relativa de los ingresos en los hombres jóvenes, fenómeno constatable desde 1974, y a la bipolarización de los ingresos que se da desde 1997. A la disminución relativa de los ingresos de los hombres jóvenes que viene ocurriendo desde la crisis del petróleo de 1973 se ha sumado, a partir de la segunda mitad de los años noventa, como resultado de las transformaciones estructurales de la economía, un aumento en la proporción de trabajadores no fijos, especialmente patente entre los jóvenes. A consecuencia de ello, se ha abierto una brecha entre los jóvenes con empleo fijo en compañías estables y los que tienen un empleo inestable, que ha dado origen a una brecha social en la constitución de la familia. En conclusión, los hombres con empleo fijo e ingresos estables se casan fácilmente y constituyen familias tradicionales en las que “el marido trabaja y la mujer hace las tareas domésticas y cría a los hijos”, mientras que los hombres con empleos no fijos e ingresos inestables son eludidos como cónyuges y quedan solteros. El engrosamiento de este segundo grupo es una causa directa de la disminución en el número de matrimonios durante los últimos veinte años.
Como se aprecia en los siguientes gráficos, desde 1992 está descendiendo la proporción de solteros con empleo fijo. Además, el desempleo ha aumentado entre los hombres. Uno de cada nueve solteros de entre 30 y 39 años no tiene trabajo.
El fenómeno de los “solteros parásitos”
Es característico de Japón que la mayor parte de los solteros sigan viviendo con sus padres incluso llegada la edad adulta (se calcula que ocho de cada diez adultos solteros se encuentran en esa situación). Yo bauticé con el nombre de “solteros parásitos” a las personas de bajos ingresos que piensan que podrán desarrollar su vida viviendo junto a sus padres. Las cosas serían diferentes si ocurriera como en Occidente, donde la mayoría de los adultos solteros de ambos sexos viven independientemente. Dejar la casa paterna significa afrontar dificultades económicas, pero si dos personas unen sus ingresos, esas dificultades pueden superarse. Así se logra aumentar el número de matrimonios y de uniones de hecho y, paralelamente, impulsar la incorporación de la mujer al mundo laboral. Sin embargo, en el caso de Japón, aunque los ingresos que se obtienen con un empleo no fijo puedan resultar insuficientes para iniciar una vida independiente o en pareja, viviendo con los padres permiten satisfacer algunas necesidades o caprichos personales y dar una cierta holgura a la vida.
Especialmente las mujeres pueden permitirse permanecer con los padres hasta encontrar la pareja ideal. Antes que convivir con un hombre de ingresos inestables, prefieren adoptar la estrategia de continuar en la casa paterna y esperar hasta encontrar a un hombre que obtenga ingresos suficientes para que se convierta en su marido. Por supuesto, una cierta proporción de esas mujeres encuentran realmente a ese hombre con ingresos estables y se casan con él, dejando de vivir con sus padres. Sin embargo, dado que el número de hombres con ingresos estables es limitado, la mayoría de las mujeres siguen viviendo con sus padres. Por su parte, los hombres con ingresos inestables, probablemente, seguirán viviendo con sus padres y solo se decidirán a casarse cuando sus ingresos se hayan elevado y aparezca una mujer que se conforme con su nivel económico. Pero eso es algo que rara vez se consigue y así sigue aumentando el número de hombres que viven con sus padres. Puede inferirse que esa es una de las razones del bajo momento que atraviesan las relaciones entre los dos sexos en Japón.
El gráfico que aparece a continuación muestra la evolución en el número de personas jóvenes y maduras que viven con sus padres, y de su proporción con respecto al total de las personas de su edad. Entre los años 1980 y 1995 se aprecia un aumento tanto en los números absolutos como en los relativos. En el caso de los jóvenes, el pico en los números absolutos se alcanzó en 2003, con casi doce millones de personas en esa situación. Conforme la población de esa edad va descendiendo, el número de personas en esa situación desciende también, pero su proporción con respecto al total de personas de la misma edad continúa subiendo hoy en día.
El modelo de división de las tareas según los roles de cada sexo llega a su punto crítico
Este auge de la soltería muestra que el modelo familiar popularizado en Japón entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la época de crecimiento económico acelerado (1955-1972) está llegando a un punto crítico. Es la crisis de un modelo familiar en el que cada sexo tiene un rol determinado, en el que “el marido principalmente trabaja y la mujer principalmente se dedica a las labores domésticas y a la crianza de los hijos para alcanzar juntos un buen nivel de vida”. Ahora, lo que se siente ante todo es esa brecha entre quienes pueden construir su familia según este modelo y quienes, no pudiendo hacerlo, quedan solteros.
Durante el referido periodo de crecimiento económico acelerado casi todos los hombres jóvenes encontraban un empleo fijo y disponían de ingresos estables que aumentaban progresivamente, de modo que casi todos ellos eran capaces de formar una familia según el modelo tradicional. Sin embargo, como consecuencia de la crisis del petróleo, el incremento de los ingresos de los hombres jóvenes fue haciéndose cada vez más lento. Ante este hecho, las mujeres jóvenes, imaginando su vida una vez casadas, fueron posponiendo el momento de su matrimonio a la espera de que los salarios de los hombres aumentasen, dando así origen al fenómeno del retraso en la edad de matrimonio. Posponer el matrimonio era posible gracias a que los padres de esos jóvenes, cuyo nivel económico era comparativamente mejor que el que tenían antes, les permitían seguir viviendo en su casa aun después de llegar a la mayoría de edad. Este es el nacimiento de los “solteros parásitos”. Por su parte, las mujeres casadas respondían al lento aumento de los ingresos de su marido trabajando a tiempo parcial para sostener la economía familiar. Esto ayudó a que las mujeres se sumaran a la fuerza laboral del país, pero los fundamentos del modelo de familia en el que las tareas se dividen según los roles asignados a cada sexo no estaban destruidos, de modo que todo quedó, diríamos, en una pequeña rectificación de ese modelo.
Sin embargo, en la segunda mitad de los años noventa, especialmente a partir de la crisis financiera que azotó a Asia en 1997, se experimentó un repentino aumento de los llamados furītā (personas, normalmente jóvenes, que se conforman con trabajos ocasionales y no aspiran a colocarse en una empresa, o bien que no pueden obtener un empleo estable). La economía entró en una etapa de transformaciones estructurales y muchos jóvenes experimentaron dificultades para acceder a trabajos fijos, lo que no hizo sino evidenciar más la brecha entre los jóvenes con trabajos fijos para toda la vida y los que tenían trabajos más precarios. Y mientras que los hombres con trabajo fijo pudieron seguir constituyendo familias tradicionales en las que las tareas se dividían según los roles atribuidos a cada sexo, quienes no lo tenían ya no pudieron planificar una vida familiar desahogada contando solo con su salario para mantener a su esposa y a sus hijos. La consecuencia ha sido el auge de la soltería y el decenso de la natalidad.
Medidas para frenar la ruptura social
¿Qué futuro nos espera? Las familias en las que el marido dispone de ingresos estables tampoco están totalmente libres de problemas, pero podrán, en todo caso, seguir un género de vida similar al que vienen llevando.
Los solteros que siguen viviendo con sus padres y han llegado ya a la madurez seguirán aumentando en número. Se formarán familias nucleares compuestas por padres de edad avanzada e hijos maduros, y otras familias monoparentales similares a estas. Como se ve en uno de los gráficos, los solteros de entre 35 y 44 años que siguen viviendo con sus padres sumaban 2.950.000 personas en 2010, el 16,1% de la población en esa franja de edad. El porcentaje de desempleo en este colectivo es mayor que el de los casados de las mismas edades. Los hombres solteros que viven con sus padres no resultan buenos candidatos al matrimonio en razón de su inestabilidad económica. Y las mujeres suelen tener, en cualquier caso, un porcentaje de precariedad laboral superior al de los hombres. Por el momento podrán sustentarse gracias a las pensiones que reciben los padres o al patrimonio familiar, pero es difícil predecir qué va a pasar con ellos tras la muerte de los padres. Actualmente abundan los casos de violencia familiar y malos tratos a ancianos, y en muchos casos los agresores son los hijos solteros que viven con ellos, lo cual es un fenómeno que ocurre como consecuencia de la proliferación de esta nueva forma de familia.
Hay, finalmente, otros problemas que afectan a las familias con hijos. Hasta ahora, muchos matrimonios jóvenes con bajos ingresos se beneficiaban de la holgura económica de sus padres, que los ayudaban, pero en adelante hay muchas posibilidades de que vaya profundizándose la brecha entre los padres que pueden ayudar a sus hijos y los que no pueden hacerlo. Puede preverse que muchos jóvenes con empleo inestable cuyos padres no pueden ayudarlos caigan en la pobreza. Estamos, pues, ante la aparición de un tipo de joven que, aunque desearía seguir parasitando a sus padres, ya no puede hacerlo. Habrá que ver qué efectos tiene el surgimiento de este tipo de jóvenes sobre la siguiente generación.
Si continuamos por este camino, es evidente que irán extremándose muchas formas de ruptura y abriéndose muchas grietas en la sociedad. Es preciso tomar rápidamente medidas para facilitar el empleo y dar cobertura social no solo a estos jóvenes, sino también a las personas de edad madura que he denominado “solteros parásitos”.
(Traducido al español del original en japonés)
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