Uminchu Saburō, el pescador salvaje de las islas Yaeyama
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La isla de Ishigaki se halla a unos 400 kilómetros al suroeste de la isla de Okinawa y a unos 270 kilómetros al este de Taiwán. Forma el archipiélago Yaeyama junto con otras islas como Taketomi e Iriomote, y es la isla subtropical rodeada del mayor arrecife de coral de Japón.
El arrecife de coral y el mar abierto son el lugar de trabajo de los uminchu, pescadores tradicionales. La isla de Ishigaki cuenta con unos 300 y presume de uno de los mayores volúmenes de captura de la prefectura de Okinawa.
En la isla sobreviven hasta 20 modalidades de pesca tradicional, lo que sugiere la diversidad del entorno marino y la abundancia de recursos acuáticos de la región. La industria pesquera existente en la isla desde la era moderna hasta nuestros días se originó gracias a los pescadores de temporada procedentes de Itoman (isla de Okinawa), que desarrollaron métodos de pesca submarina como el oikomi amiryō. La elevada transparencia y temperatura del agua del mar hacen que sea posible practicar la pesca submarina todo el año.
Usuarios de arpones tradicionales
Shimoji Seiei es un popular pescador submarino de la isla de Ishigaki. Se lo conoce por el apodo Uminchu Saburō (Saburō el pescador). El Saburō le viene de ser el tercer hijo varón de una familia agricultora. Pesca peces y pulpos con arpones fabricados por él mismo desde niño y a los 17 ya era todo un pescador que llevaba su propia barca.
Hoy en día Saburō se dedica también a la pesca del atún con caña y del calamar diamante en mar abierto, pero aquello en lo que está más curtido y es claramente superior a los demás pescadores es la pesca submarina con arpón y fusil subacuático en los arrecifes de coral. Es el último pescador que domina el llamado nagaīgun, un arpón tradicional de más de 5 metros de largo.
Las presas principales que se atrapan con el nagaīgun son los irabuchā (especie de pez loro), cuyos bancos suelen reunirse por los arrecifes de coral en verano. La pesca en sí es bastante simple. El pescador se sumerge con el arpón, se acerca a los peces y los atrapa uno a uno; se pasa casi 6 horas nadando.
“Parezco un cavernícola, ¿verdad?”, comenta Saburō entre risas cuando saca la cabeza del agua con un pez clavado en el arpón.
El despliegue constante de técnicas virtuosas hace que desde fuera parezca una tarea sencilla. Pero, si intentamos sumergirnos arpón en mano, comprobamos lo difícil que es acercarse a los peces lo suficiente para poderlos atrapar. Los peces saben interpretar la distancia entre ellos y la punta del arpón, así como los movimientos de las personas. Aunque, con suerte, uno logre acercarse al pez, hay que apuntar solo a la parte de la cabeza. Si se hiere el cuerpo, el precio de venta en subasta cae a menos de la mitad. Por más grande que sea el pez que se quiere atrapar, hay que hacer diana en una superficie de solo cinco centímetros de diámetro. Para colmo, el arpón, que mide más de 5 metros, gira dentro del agua y ha de vencer una gran resistencia. Por eso un arpón lanzado por manos inexpertas como mucho pasará cerca del costado del pez.
Saburō es parco en las explicaciones sobre su trabajo: “Te acercas al pez mirándole fijamente a los ojos y sin hacer movimientos innecesarios. Por los ojos sabes su nivel de alerta”. Ningún artesano revela fácilmente los secretos que ha descubierto tras años y años de experiencia y de fijarse en los veteranos del oficio. Aunque ha valido la pena dedicar estos 18 años a captar su realidad con la cámara, siento que apenas me he asomado a las puertas de ese hondo universo.
Calcular al instante la velocidad y el sentido de las corrientes
Una vez acompañé a Saburō en una expedición a Nakano-ugan, una isla solitaria en medio del océano, a unos 15 kilómetros al suroeste de Iriomote. Alrededor de la isla hay varios montículos submarinos y es una zona de pesca que promete la presencia de grandes peces y otras especies. Sin embargo, las corrientes son tan intensas que se arremolinan en la superficie del mar, por lo que bucear allí es peligroso.
Ese día la corriente también era rápida y nos sumergimos en el mar con el plan de bajar 25 metros, pescar rápido y volver a la superficie. En el agua nos comunicábamos con gestos de manos y miradas.
“Hay un mero celestial enorme. Lo cazamos y volvemos a la barca”, nos dijimos con los ojos tras captar la situación y decidir el plan de acción. No obstante, la corriente era más rápida de lo que pensábamos y solo lográbamos avanzar agarrándonos a las rocas del lecho marino. Las cosas no estaban como para tomar fotos, ni mucho menos para pescar. La cámara que llevaba me molestaba, por lo que me preparé para soltarla si me veía muy apurado. Uminchu Saburō mantenía la calma y buscaba el momento adecuado para subir a la superficie. Si no calculábamos bien la velocidad y el sentido de la corriente, no íbamos ni a poder volver a la barca. Al separarnos del fondo de forma totalmente coordinada, el lecho marino debajo de nosotros pasaba a toda velocidad. Llegué a la barca luchando por mi vida.
“Nos ha ido de un pelo, ¿eh? ¿Se te han aparecido las caras de tu familia? ¡Ja, ja, ja!”. Me quedé impresionado por esa fortaleza de carácter que le permitía mostrarse imperturbable ante una situación de peligro y la capacidad de echarse unas risas para quitarle importancia. Me pareció haber vislumbrado la esencia de un pescador de mar que lleva una vida salvaje.
Buen ojo para los negocios
Bajo el agua, Saburō usa las aletas de buceo como si fueran las que tienen los peces en los costados y la cola. Lanza el arpón usando todos los músculos del cuerpo para impulsarse como un muelle.
La lucha con un gran pez que pesa varias decenas de kilos es la caza de un animal salvaje en la que se enfrentan dos fuerzas de la naturaleza.
Por otro lado, al elegir una presa, hay que tener en cuenta el precio por el que se espera subastarla y la eficiencia del trabajo, tomando decisiones instantáneas sobre la especie a perseguir entre las que se encuentran buceando. Un buen ojo para los negocios resulta imprescindible en el contexto cada vez más difícil de la industria pesquera, con el estratosférico aumento de los costes del combustible y el abaratamiento del precio del pescado. Hoy en día los pescadores no pueden sobrevivir solo con talento y maestría del oficio.
Los pescadores de Ishigaki vienen incorporando activamente la tecnología moderna a su trabajo desde siempre. Usan aletas de buceo y trajes de neopreno. Practican el buceo snuba, en que se bombea aire desde un compresor de la barca, y el submarinismo, en que se lleva el oxígeno en depósitos atados a la espalda. Hay muchas técnicas de pesca tradicionales que han cambiado en la forma, pero siguen vivas actualmente gracias a que la innovación tecnológica les ha permitido adaptarse a los tiempos y las exigencias del mercado.
Con todo, hay prácticas tradicionales de pesca que se han perdido en Okinawa en los últimos 20 años y cada vez se reducen más los métodos pesqueros que se utilizan. En estos días, los pescadores jóvenes se centran en actividades más rentables y técnicamente establecidas como la acuicultura de algas mozuku y la pesca del atún con caña.
Por eso destaca Uminchu Saburō. A mi entender, encarna la forma primitiva del ser humano. Quisiera resucitar esa esencia salvaje que ha degenerado en el entorno urbano y continuar siguiendo a este pescador tan especial para captar sus hazañas más épicas.
Fotografías y texto: Nishino Yoshinori.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Pescando un mero ensillado de 25 kilos en una cueva submarina.)