Hayashi Michiko: en busca del lobo japonés y su culto
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Hubo un tiempo en el que había lobos en Japón. El archipiélago japonés cuenta con muchas montañas onduladas, sin grandes llanuras. Aquellos que vivían en las aldeas de esas montañas temían a los lobos, que a veces atacaban tanto a personas como a caballos, pero al mismo tiempo los adoraban como gokenzoku sama (mensajeros o avatares), una fuerza sobrenatural protectora de los montes que además se alimentaba de ciervos y jabalíes, dañinos para las cosechas.
Con posterioridad a la captura registrada de un lobo japonés en el pueblo de Higashiyoshino, en la prefectura de Nara, el 23 de enero de 1905, no se ha podido volver a comprobar científicamente la presencia del animal. A pesar de ello, en las zonas montañosas aún se cuentan muchas historias de avistamientos y rugidos, y hay quienes, creyendo que siguen viviendo en el país, continúan buscando lobos.
Me resultó también sorprendente saber que se han dado muchos avistamientos de lobos en las montañas entre Okuchichibu y Okutama, en el área occidental de Tokio, zona que desde la antigüedad ha estado fuertemente vinculada al culto al lobo. Si existe la posibilidad de que los lobos, símbolo de vitalidad salvaje, existan aún junto a la urbe, quizá podamos encontrar en ellos una oportunidad para reconectarnos con algo importante que los habitantes de las ciudades modernas están perdiendo.
Por desgracia nunca he tenido la suerte de encontrarme con un lobo, y todavía busco a esas bestias invisibles, con un sentimiento cercano a la reverencia, con la esperanza de que de alguna manera sigan sobreviviendo en las montañas de Japón.
De las leyendas del okuri ōkami que persisten en muchas áreas del país se desprenden tanto las emociones de las personas que apreciaban a los lobos por ser protectores ante los monstruos de la noche como el pavor de quienes con el mínimo tropiezo eran asaltados y devorados por ellos. ¿Qué clase de bestia era el lobo japonés? ¿Qué clase de relación mantenían los antiguos japoneses con él?
Me gustaría poder tratar de transmitir un poco sobre el sentir de aquellos japoneses de antaño, quienes se veían obligados a coexistir con el misterioso lobo japonés, así como sobre esta bestia, objeto de temor y adoración.
Debido a que los lobos se comen a sus presas con parte de su piel y sus huesos, a veces se les atora un hueso en la garganta; en esas ocasiones se presentan ante los humanos para pedir ayuda. Si un amable aldeano mete la mano en la garganta del lobo y le saca el hueso atascado, el animal inclina la cabeza como en agradecimiento y desaparece. Más adelante regresa al lugar para ofrecerle al aldeano presas -pájaros salvajes, o patas de venado- como agradecimiento. (Cuento popular)
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Cuando alguien cruza las montañas por trabajo y vuelve a casa tarde, a menudo los lobos lo siguen por lo más oscuro del camino. La gente cree que si uno se cae lo atacan, y por eso se apresuran a regresar con gran cuidado para no caer. Al llegar sanos y salvos a su aldea u hogar piensan que quizá se salvaron de los monstruos en el camino gracias a los lobos, que los habían seguido y protegido, y suelen dejarles un poco de sal o gachas de judías como agradecimiento, diciendo “Hasta aquí está bien, gracias.” (Cuento popular)
Cráneos como medicina y para alejar los malos espíritus
En una casa privada en Shinazawa, ciudad de Chichibu, en la prefectura de Saitama, se conserva el cráneo de un lobo japonés. Los antepasados de la familia actual, cinco generaciones atrás, capturaron ese lobo a finales de la época Edo usando armas de fuego. Debido al arrepentimiento de haber matado a un lobo, sirviente de un dios, comenzaron a transmitir la idea de que la caza quedaría prohibida en las generaciones venideras.
Al parecer, la razón por la que el cráneo está completamente pelado es que a lo largo del tiempo se fue prestando a otras familias, desde la era Taishō hasta el comienzo de la era Shōwa, para deshacerse de espíritus malignos como los kitsune (zorros; se creía que este animal poseía poderes mágicos que a veces usaba contra los humanos) o fabricar infusiones medicinales, para las cuales se usaba el pelaje del animal.
La historia de Yagi Hiroshi
Una noche de luna llena, en el verano de 1969, el cuidador de un refugio de montaña en Naeba (prefectura de Niigata) Yagi Hiroshi, de tan solo diecinueve años, subía desde el refugio en una ladera hasta otro refugio en la cima de una montaña, cargando con una bolsa de arroz de 30 kilogramos. En ese momento escuchó el rugido de una bestia que sonaba como un lobo, y se asustó tanto que corrió de regreso a la cabaña de la ladera, donde pasó la noche.
A la mañana siguiente cargó de nuevo con el arroz hasta el refugio en la cima de la montaña, pero no pudo llegar a tiempo al autobús con el que pretendía bajar hasta el pie de la montaña. Aquel autobús, sin embargo, tuvo un accidente y cayó por un precipicio en el camino. Al oír la noticia, Yagi sintió que aquel aullido de lobo lo había salvado. Desde aquella noche de verano y durante casi cincuenta y cinco años ha seguido creyendo que los lobos japoneses sobreviven en el país e investigando sobre ellos.
El 14 de octubre de 1996, alrededor de las cuatro de la tarde, en las montañas de Chichibu, Yagi finalmente se encontró con la bestia que había estado buscando, y logró sacarle una foto. La foto fue identificada por el difunto Imaizumi Yoshinori, una autoridad en la investigación del lobo japonés, quien describió doce similitudes con el espécimen del lobo japonés que se halla en Leiden, Holanda, y le puso el nombre de “perro salvaje de Chichibu”.
A raíz de eso, y tras publicar la foto que había realizado, Yagi recibió informes y experiencias de más de doscientos testigos. En 2010 fundó la organización sin ánimo de lucro Asociación Japonesa de Búsqueda de Lobos y, junto con otros miembros, tiene hoy día instaladas entre ochenta y noventa cámaras, principalmente en las montañas de Okuchichibu, y acude a las montañas semanalmente para realizar sus investigaciones.
Un fotolibro en dos volúmenes con imágenes del santuario donde había un cráneo de lobo
En mayo de 2016 participé en el taller de producción de libros de fotos hechos a mano “Photobook as Object 2016”, realizado en la galería de fotos Reminders Photography Stronghold de Tokio, durante el cual aprendí y profundicé en la forma de transmitir a los lectores historias sobre estas bestias invisibles. En enero de 2017 comenzó la venta anticipada de mi libro artístico Hodophylax: The guardian of the path (Hodophylax: el guardián del sendero). Publicamos la obra, de dos volúmenes en caja de madera, en una edición limitada de 111 ejemplares, en honor al 111 aniversario de enero de 1905, fecha en que se capturó el último lobo japonés.
Los recientes avances en tecnología de análisis de ADN antiguo llevaron el año pasado a la publicación de nuevos resultados de investigaciones que aclaran el origen del lobo japonés. En otoño de 2018 Yagi Hiroshi y sus colegas hallaron el rugido de un lobo entre los datos que había recogido una de sus cámaras instaladas en las montañas. Llevaron la grabación al Instituto de Investigaciones Acústicas de Japón, donde los análisis mostraron que el sonido poseía un gran parecido con el rugido de un licaón, o lobo rojo canadiense: se trataba de un rugido un tanto bajo, y denotaba una alta posibilidad de que fuera un lobo pequeño. Ojalá podamos contar con avances similares en el futuro.
Mi fotolibro ya se encuentra agotado, pero espero poder publicar algún día una edición regular.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Parte de la quijada superior de un lobo macho conservada cuidadosamente como reliquia en una casa privada en Kashiwara, ciudad de Sayama, Saitama ©Michiko Hayashi)