El conejo de Amami, rareza y tesoro natural
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Un encuentro que cambió una vida
Comencé a pensar en serio en el conejo de Amami (Pentalagus furnessi) a raíz de la visita del príncipe Felipe de Edimburgo a mi isla en octubre de 1984. Felipe, que era presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza, vino con el solo propósito de ver el raro lepórido con sus propios ojos. Los periódicos de la época informaron de que, antes de regresar a su país, el príncipe había dejado unas palabras sobre la importancia de seguir conservando el entorno natural que había permitido sobrevivir a este “conejo prehistórico”, una rareza incluso a nivel mundial. Y si me enteré también de que, allá por 1921, el conejo de Amami había sido la primera especie en ser declarada en Japón monumento natural, fue también gracias a aquella visita.
Pero… ¿tan increíble era la criatura? No del todo convencido, me propuse verlo yo también con mis propios ojos. Corría el verano de 1986 cuando puse a circular mi vehículo por las pistas forestales de Amami. Ocurrió una noche en que, con mi familia, había recorrido durante cosa de una hora uno de los caminos transversales, llenos de baches que suben hasta lo alto de los montes. En medio del camino apareció algo así como una masa negruzca en la que brillaba un ojo rojo como un rubí. Detuvimos el vehículo, nos apeamos y nos acercamos lentamente. Lo que veíamos ahí, inmóvil, era un conejo de color pardo oscuro. No pude ahogar la exclamación: “¡El conejo de Amami!”. Recuerdo que se me puso la carne de gallina. El momento de nuestro encuentro me dejó una fortísima impresión.
Una especie envuelta en un halo de misterio
Aunque habían pasado ya seis años desde mi regreso de Tokio a Amami Ōshima, por aquel entonces llevaba una vida bastante deprimente, pues seguía sin encontrar un tema que me llenase como fotógrafo y tenía cada vez menos expectativas de poder hacerme un hueco en mi isla natal. Pero desde aquel encuentro de una noche de verano comencé a frecuentar los bosques, como si hubiera caído bajo el embrujo del conejo de Amami.
Entre las leyendas sobre los kenmun, unos duendes que habitan los bosques, y el miedo al terrible veneno de las habu o víboras, a nadie se le ocurría adentrarse en la espesura por la noche. Del conejo de Amami se sabía que vivía en huecos entre las rocas o dentro de la tierra, que tenía patas y orejas cortas y pelaje marrón oscuro y poco más. Se conocía también su costumbre de salir por la noche a los caminos de montaña. Más allá de aquello, no había estudios ni investigaciones serias. Era una criatura de costumbres nocturnas y rodeada de un halo de misterio.
Mis primeros pasos fueron muy torpes, ya que carecía del know-how necesario para fotografíar animales, pero en cuanto empecé a salir tras los conejos, diciéndome a mí mismo que había encontrado el trabajo de mi vida, me di cuenta de que tenía que acercarme más a su hábitat. En el mes de diciembre, medio año después de iniciar mis salidas, pude dar por fin con una de sus madrigueras.
Después de muchos intentos fracasados, el 9 de enero de 1987 conseguí por primera vez fotografiar a un conejo saliendo de su madriguera. Asistir a aquella escena despertó en mí un vivo deseo de conocer más sobre su vida. ¿Cómo era su día a día? ¿Cómo hacían la crianza? Intrigado por todos estos aspectos fui internándome en el denso bosque subtropical de Amami. Descubrí que a lo largo de las cuatro estaciones del año estaba habitado por muy variadas criaturas, formando un mundo que me había sido desconocido hasta entonces.
El primero en fotografiar la crianza del conejo de Amami
La costumbre de adentrarme cada día en el bosque tuvo el efecto de agudizar mis sentidos. En el otoño de 1996 descubrí una porción de ladera pelada que parecía haber sido recubierta por alguien con tierra prensada. Enseguida me di cuenta de que ocultaba una madriguera de cría del conejo de Amami, pues los viejos del lugar ya me habían advertido de que ese era su aspecto.
Para registrar gráficamente la crianza del conejo de Amami, de la que casi nada se sabía, tuve que pasar en el bosque dos meses con sus días y sus noches. Durante ese periodo me las arreglé para captar todo el proceso, que quedó así esclarecido.
Al llegar el otoño, la coneja elige un lugar distinto a aquel en el que vive, cava un agujero, pare en él y cierra completamente la abertura. Una vez cada dos días vuelve al lugar, siempre de noche, y abre el agujero de nuevo. Como si estuvieran esperando el momento, los gazapos salen para mamar durante unos dos minutos. Luego vuelven a meterse en el agujero, tras lo cual la madre regresa a su propia madriguera, no sin antes haber obturado una vez más el agujero. Lo hace con mucho cuidado, invirtiendo en la operación unos 20 minutos. El proceso se repite a lo largo de 40 días. Una vez que los gazapos están ya criados, se los lleva a su propia madriguera.
Los vídeos y fotografías del proceso de crianza del conejo de Amami que tomé en diciembre de 1998 dieron la vuelta al mundo y sirvieron también para situar Amami Ōshima en el mapa. Luego, conseguí que mis materiales gráficos fueran publicados en revistas como Wild Life o National Geographic y mis trabajos vieran también la luz en revistas especializadas.
Una especie de gran valor que ha logrado sobrevivir con grandes dificultades
En 2021, la isla de Amami Ōshima, junto a las de Tokunoshima, Okinawa, Iriomote y otras, fue incluida en la lista del patrimonio natural de la humanidad de la UNESCO, una posibilidad en la que yo no pensaba 36 años atrás, cuando tuve mi providencial primer encuentro con el conejo. Yo me limitaba a fotografiar y a filmar, pues todo mi interés se centraba en elucidar cada uno de los aspectos de su vida y del rico entorno natural en el que había sobrevivido.
En otros tiempos, el bosque que cubre la isla de Amami fue objeto de talas indiscriminadas pues no se le concedía el menor valor. El ecosistema de la isla había caído también en una situación crítica con la introducción de la mangosta, un depredador que no existía en la isla y con el que se quiso poner a raya a las víboras. Sin embargo, el conejo de Amami y algunas otras rarezas autóctonas han logrado sobreponerse a todas estas necias intervenciones humanas y salir adelante. En mi opinión, lo que nos cabe hacer a nosotros de aquí en adelante es construir un futuro en el que todos estos seres puedan vivir en paz. Me gustaría que mis fotografías sirviesen al menos para transmitir ese mensaje.
Conejo de Amami
- Taxonomía:
Especie: Conejo de Amami. Género: Pentalagus. Familia: Leporidae. - Nombre científico: Pentalagus furnessi
- Distribución: Islas de Amami Ōshima y Tokunoshima (prefectura de Kagoshima, Japón)
- Longitud (sin incluir la cola): 41-51 centímetros.
- Peso: 1,3-2,7 kilogramos.
- Pelaje: Marrón oscuro.
- Estado de conservación (Lista Roja del Ministerio de Medio Ambiente de Japón): Grado de peligro de extinción IB (engloba a las especies en riesgo de extinción en estado silvestre).
- Población estimada: Entre 12.400 y 34.429 ejemplares (en Amami Ōshima, 2021) y entre 1.525 y 4.735 (en Tokunoshima, 2021).
Fotografías, vídeos y texto de Hamada Futoshi.
Fotografía del encabezado: Conejo de Amami apoyando las patas delanteras en un tocón. Además de apoyarse graciosamente en el tocón, como pretendía el autor de la instantánea, el fotografiado tuvo la gentileza de mirar a la cámara.