Los festivales en Japón: rogar por el favor divino en cada estación del año
Guíade Japón
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Los festivales de cada estación marcan el ciclo de la vida
La fe religiosa en Japón ha sido muy tolerante desde tiempos antiguos. La coexistencia entre budismo y sintoísmo, a veces sincrética, ha hecho que los espíritus que habitan por doquier se veneraran junto a las almas de los antepasados. Incluso se rinde culto a terroríficos espíritus vengativos y ogros como si fueran dioses para ganar su favor y lograr que nos protejan de calamidades como epidemias y desastres.
No solo se venera a los dioses que habitan permanentemente en cada lugar, sino también a divinidades y espíritus que acuden en los cambios de estación. A lo largo de todo el año se despliegan festivales muy diversos —en los que se ruega por buenas cosechas o para conservar la salud, por ejemplo— que se integran en el ciclo de la vida.
Los espectáculos de artes escénicas que se representan para los dioses en los festivales se fueron diversificando y adquiriendo un carácter propio en cada zona. A los mikoshi (santuarios portátiles) se añadieron las carrozas y los desfiles con disfraces para entretener no solo a los seres divinos, sino también a los humanos.
Koshōgatsu: plegarias por una buena cosecha en Año Nuevo
En la prefectura de Aomori, en el extremo norte de la isla de Honshū, existe un ritual llamado enburi en el que se golpea la tierra congelada con bastones que simbolizan rastrillos para arar mientras se ejecuta una danza que ahuyenta a los espíritus malignos del subsuelo. Muy lejos de allí, en Kagoshima, una prefectura del sur de Kyūshū, se celebra un festival muy similar con un ritual llamado harameuchi en el que los niños del lugar golpean el suelo con la punta del bastón mientras cantan para atraer fertilidad y prosperidad a las familias de recién casados.
Setsubun: ahuyentar a los ogros
El término setsubun solía hacer referencia a todos los cambios de estación, pero el ritual del mamemaki (lanzar legumbres) hizo que popularmente pasara a designar el día anterior al inicio de la primavera (habitualmente, el 3 de febrero).
Antiguamente se creía que en los cambios de estación había malas vibraciones que fomentaban los desastres y las epidemias, y que eso sucedía por la llegada de malos espíritus descarriados del otro mundo. En el setsubun de la primavera, en todo Japón se expulsa a los ogros arrojándoles legumbres a los enormes ojos para rogar por la buena salud.
Primavera: pedir una cosecha generosa en la época de la siembra
Los festivales de siembra del arroz, a los que se atribuye una historia de más de dos mil años, proliferan por todo Japón desde que se abren las flores hasta la estación de lluvias. Son celebraciones en las que la gente suele ataviarse con vistosos adornos florales y se basan en la idea de que una floración plena en primavera promete buenas cosechas en otoño. En el Fujimori no Ta Asobi del santuario Ōi Hachimangū de Yaizu, Shizuoka, los jóvenes llevan coronas florales de más de un metro de alto y bailan mientras ruegan a la divinidad local que haga florecer las flores.
Hubo un tiempo en que la agricultura se basaba en el concepto de yui, la colaboración de la aldea. Los festivales en torno al cultivo del arroz parten de la misma idea: toda la comunidad se junta para cantar canciones sobre la plantación y expresar su agradecimiento a los dioses de los arrozales. La imagen de las saotome (plantadoras) labrando los campos es especialmente representativa del paisaje tradicional idealizado de Japón.
Estación de lluvias (tsuyu): proteger el campo de las plagas
Cuando llega la estación de lluvias, se ejecuta el ritual del mushi okuri (expulsar a los bichos) para exterminar a las plagas que merodean por los arrozales. En el Este de Japón elaboran grandes insectos de paja, atraen a los bichos a los caminos entre arrozales y los queman en las afueras del pueblo o bien los tiran al río o al mar.
En el Oeste de Japón, los rituales para proteger de las plagas guardan relación con una anécdota atribuida a Saitō Sanemori, general del clan Heike. El samurái falleció porque su caballo tropezó con paja de arroz durante las guerras Genpei (1180-1185) y se cuenta que amenazó: “Me convertiré en una plaga e invadiré los arrozales”. De ahí que en los rituales de esta zona del país se paseen muñecos que representan al general montado en un caballo de paja por los arrozales para exterminarlos junto a las plagas.
Verano: evitar las epidemias que traen los malos espíritus
El verano japonés, caluroso y húmedo, es una estación en que proliferan las bacterias y antaño solían extenderse las epidemias. Se pensaba que los causantes de las enfermedades eran los espíritus malignos, por lo que en todo el país se celebraban exaltados festivales para ahuyentarlos. El ejemplo más antiguo es el festival de Gion de Kioto, que data del periodo Jōgan (859-877), una era en que las enfermedades contagiosas causaban estragos. En los inicios se erigían 66 lanzas —una por cada dominio— y se paseaba un mikoshi de la divinidad de las pestes Gozu Tennō desde el santuario de Gion (actual santuario de Yasaka) para rezar por la salud de todo el país. Con el tiempo, las lanzas pasaron a ser carrozas espléndidas y el Gion se convirtió en uno de los festivales más importantes y elegantes de Japón.
La tradición veraniega de los fuegos artificiales también surgió como medida de protección ante calamidades. El Festival de Fuegos Artificiales del Río Sumida, en Tokio, que es el que tiene una tradición más prolongada, nació en el periodo Kyōhō (1716-1736), cuando las hambrunas y las epidemias diezmaban la población. Los fuegos se lanzaban durante el festival Ryōgoku Kawabiraki para rogar por el descanso de las almas de los difuntos y alejar las epidemias.
En la región de Tōhoku, los festivales veraniegos son ocasiones para liberar toda la energía contenida durante el largo invierno. El festival Nebuta de Aomori y el festival Hanagasa de Yamagata, famosos por sus espectaculares bailes y desfiles, atraen a multitud de espectadores desde todos los rincones del país.
Otoño: agradecer la cosecha ofrendando sus frutos
En la época de la cosecha, se obsequian los primeros granos para dar gracias por la cosecha y desear una recolección generosa para el año siguiente. El festival agrícola Niiname-sai, que se celebraba en el palacio imperial, es tan antiguo que aparece en el Nihon Shoki, un libro de historia publicado en el año 720.
Los santuarios portátiles en que viajan los dioses y las carrozas son los protagonistas de las procesiones. En las zonas rurales se muestra a las deidades el hazagake, que consiste en poner a secar arroz cosechado y espigas aún cargadas de granos. Es la época del año en que se celebran los festivales más animados, como el de Kawagoe, en Saitama, donde se pasean 29 hermosas carrozas por la pintoresca ciudad, antiguamente llamada Koedo (‘pequeña Edo’).
Invierno: resucitar las almas
En invierno, los lugareños ofrendan yokagura (actuaciones nocturnas de música y danza sagradas) a las deidades de los arrozales, que regresan a las montañas. Se cree que el alma humana se debilita en el solsticio de invierno, cuando el día se acorta, por lo que también se celebran actos para regenerar la energía vital.
En el ritual de Yudate Kagura, que se ejecuta en el festival Shimotsuki de Tōyama de la ciudad de Iida (prefectura de Nagano) y el Hana Matsuri de Okumikawa, en el noroeste de la prefectura de Aichi, se hierve agua en una olla y se esparce el vapor —que representa el aliento de los dioses— sobre los asistentes para que sus almas se fortalezcan y entren en el nuevo año con buena salud.
*Fechas estimadas a partir de las de años anteriores.
Fotografía: Haga Library.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: El Sannō Matsuri del santuario Hie, que se celebra en Takayama, en la prefectura de Gifu, el 14 y el 15 de abril, se conoce también como el festival de primavera de Takayama. En él desfilan 12 carrozas lacadas de tres niveles, tres de las cuales ofrecen espectáculos de muñecas mecánicas karakuri.)