Medio ambiente en Japón: 50 años de destrucción y rehabilitación
Concepciones japonesas sobre la vida (2)
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Los japoneses y el consumo de carne
El emperador Tenmu, creyente budista, promulgó en 675 un edicto que prohibía matar animales y consumir su carne. Los animales protegidos fueron la vaca, el caballo, el perro, la gallina y el mono. Esta prohibición se respetaría en Japón durante cerca de 1.200 años.
La relajación de las costumbres y tradiciones que acompañó al final del periodo Edo (1603-1867), afectó también a la de no matar animales. Tokugawa Yoshinobu, el último shōgun, era tan aficionado a la carne de cerdo que se la hacía enviar desde el lejano han (señorío feudal) de Satsuma (actual prefectura de Kagoshima). Su predilección le ganó el apodo de “señor Ton´ichi”, ingenioso compuesto que funde su apellido y la palabra “cerdo”.
La Restauración Meiji supuso el fin para esta forma de pensar. En 1872, el emperador Mutsuhito (o emperador Meiji) promulgó un edicto que levantaba expresamente la prohibición de comer carne. Se sabe que él mismo la comió. En una charla con el estadista Ōkubo Toshimichi, el emperador explicó su postura diciendo que el consumo de carne era necesario no tanto para la salud como para mantener una buena relación con los extranjeros. Pero el levantamiento de la prohibición tuvo una contestación que nadie preveía. Un mes después, no pudiendo consentir que se permitiera el consumo de carne, 10 monjes penitentes o ascéticos del monte Ontake, envueltos en sus blancos hábitos, penetraron en el Palacio Imperial en señal de protesta. Esta se saldó con cuatro monjes abatidos a tiros por los guardias, uno herido grave y cinco detenidos.
Una invitación al consumo de carne
A petición de una empresa de venta de carne de vacuno que se había establecido en la zona de Tsukiji (Tokio), el intelectual y escritor Fukuzawa Yukichi publicó un escrito titulado Nikujiki no setsu (“Sobre el consumo de carne”), en el que afirmaba que la falta de carne en la dieta japonesa de la época estaba perjudicando la salud de la gente y restándole vitalidad. Fue, pues, un impulso al consumo de carne similar al que el mismo autor consiguió para el estudio y la actividad académica gracias a su obra más famosa: Gakumon no susume (“Una invitación al estudio”). Y la carne pasó a servirse también en el comedor de la Universidad de Keiō, creada por el propio Fukuzawa.
Incluso después de permitirse abiertamente su consumo, perduró entre las clases populares la idea de que la carne de vacuno era impura. Se dice que muchos se tapaban las narices y cerraban los ojos cuando tenían que pasar por delante de un gyūnabeya (restaurante donde se servía ese alimento). Pero ya para 1877 había en Tokio 550 de estos establecimientos, lo que indica que estaban ganando popularidad.
Pero el mayor impulso al consumo de carne llegó con ocasión del Gran Terremoto de Kantō de 1923. Fueron muchos los países que enviaron a Japón víveres y materiales de ayuda. Entre ellos se encontraba Estados Unidos, donde se realizó una colecta a nivel nacional y se utilizó un destructor de la Armada para hacer llegar alimentos. Entre estos, había grandes cantidades de latas de corned beef (carne en conserva), que fueron consumidas gustosamente por los afectados, moderándose así la resistencia nacional al consumo de carne.
Este tipo de carne en conserva se consideraba especialmente indicada para las tripulaciones de los barcos y se dice que Japón es actualmente el único país donde su consumo se ha extendido más allá de ese grupo social. La forma rectangular de las latas se explica por la necesidad de aprovechar al máximo el espacio limitado que ofrecen los barcos.
Consideración japonesa hacia los seres vivos
Los japoneses han tenido una peculiar consideración hacia las diversas formas de vida. Por todo el país encontramos, por ejemplo, lápidas o figuras budistas colocadas en recuerdo de las almas animales de diversas especies que han convivido con los seres humanos. En épocas en las que todavía no existían fitosanitarios y la única forma de librarse de ciertos insectos era acabar con ellos uno a uno, se elevaban en honor de estas criaturas los mushizuka (de mushi: bicho, insecto, y tsuka: montículo). Los agricultores tenían sobradas razones para odiar a los insectos dañinos, pero al mismo tiempo tenían estos detalles con las almas de los pequeños seres a los que habían quitado la vida. Antiguamente, las rogativas para librar las cosechas de las plagas se realizaban en todo el país y cada aldea organizaba sus propias ceremonias mushioi para espantar a los insectos dañinos.
Lápidas y figuras budistas en recuerdo de las almas de los animales que trabajaron para el ser humano, las hay en abundancia por todo el país. Caballos y perros que sirvieron al ser humano tienen su recordatorio en forma de las figuras llamadas Batōkannon y Kentōkannon. Otras especies, como el cerdo, la gallina, el jabalí o el ciervo, así como los pájaros y bestias salvajes que han servido como alimento, son también homenajeados en muchos lugares de parecida forma, con figuras o torrecillas. Entre los monumentos de piedra dedicados a perros y gatos, algunos fueron erigidos por los artesanos que utilizaban sus pieles en la elaboración del shamisen, un instrumento de cuerda tradicional de Japón. En el municipio de Nasu (prefectura de Tochigi) encontramos una de estas torrecillas en memoria de los grillos cebolleros que el shōgun hacía recoger a los agricultores para cebar sus aves de cetrería.
Ceremonias budistas por las ballenas capturadas
En algunas aldeas pesqueras que practicaban la caza de la ballena han quedado, en recintos de templos budistas, lápidas indicativas de que allí se daba enterramiento a los restos de estos cetáceos. Se los llama kujirabaka (de kujira: ballena, y haka: tumba) y son exponentes de una cultura muy propia de este país. Hace poco, cuando, siguiendo los pasos vitales de la poetisa Kaneko Misuzu, visitaba el Centro de Documentación de la Ballena de Nagato, en la ciudad homónima de la prefectura de Yamaguchi, me emocioné ante la vista de una de estas tumbas de ballenas en el cercano templo de Kōganji.
Se dice que estas tumbas de ballenas se construían con un sentimiento de compasión hacia las crías o fetos de ballena que perdían la vida al ser cazada la ballena madre. En las tumbas de Nagato reposan los restos de algo más de 70 cetáceos. Incluso ahora, cuando se ha impuesto una veda internacional sobre la caza de la ballena, se siguen haciendo ofrendas sobre estas tumbas. Además de enterramientos, en el templo de Kōganji hay también tablillas mortuorias budistas en su memoria y un pormenorizado registro escrito que incluye gran cantidad de datos (fecha, lugar, barco que hizo la captura, etc), incluso los nombres póstumos budistas aplicados a las 242 ballenas cazadas durante un determinado periodo. Puede decirse que las ballenas eran enterradas en pie de igualdad con los humanos.
El barrio de Senzaki, en esa misma ciudad de Nagato, fue en otros tiempos puerto ballenero y uno de los principales puntos de la caza de cetáceos de bajura. Fue allí donde nació Kaneko Misuzu (1903-1930), quien pese a su prematura muerte dejó una amplia producción poética. Entre sus obras más destacadas, está la titulada Kujira hōe (“Los fieles se congregan por la ballena”), que da testimonio del sentimiento de gratitud del pueblo japonés hacia estos mamíferos marinos. Hōe es una reunión de monjes y fieles budistas para hacer una ofrenda póstuma o alguna otra ceremonia religiosa. El poema reza:
Kujira hōe wa haru no kure / umi ni tobiuo toreru koro
Hama no otera de naru kane ga / yurete minomo wo wataru toki
Mura no ryōshi ga haori kite / hama no otera e isogu toki
Oki de kujira no ko ga hitori / sono naru kane wo kikinagara
Shinda tō-sama, kā-sama wo / koishi!, koishi! To naite masu
Umi no omote wo kane no ne wa / umi no doko made, hibiku yara(La ceremonia por la ballena es al final de la primavera / es la temporada de pesca del pez volador / Cuando la campana que suena en el templo de la playa / temblando, cruza las aguas / Cuando los pescadores de la aldea, vestidos de fiesta / se apresuran en dirección al templo / En alta mar una cría de la ballena / oyendo el sonido de la campana / a su padre muerto, quizás a su madre muerta / echa de menos y llora / Y el tañido resuena y resuena / hasta los últimos confines del mar.)
Fusión del ser humano con la naturaleza
El ya fallecido profesor emérito de la Universidad de Risshō Nakamura Teiri, en su obra “Los cuentos de Grimm”, destaca el hecho de que frente a 67 casos de personas que se convierten en animales que encontramos en la colección, solo hay seis de animales que se conviertan en personas. Sin embargo, en la colección Cuentos tradiciones de Japón, frente a los 42 casos del primer tipo de transformación, encontramos 92 del segundo. En los cuentos alemanes, la transformación exige el poder de la magia, pero en los japoneses no es así. Partiendo en su análisis de este hecho, Nakamura concluye que en Japón existe una continuidad entre humanos y animales, mientras que en Occidente no hay relación entre ambos, existiendo una clara línea que los distingue.
En Japón el tanuki (especie de mapache) se convierte en un ser humano, el mítico Yamato Takeru aparece tras su muerte en forma de cisne y en muchos cuentos, como en el titulado Tsuru no ongaeshi (“El favor devuelto por la grulla”) la transformación se hace en ambas direcciones sin presuponer una relación jerárquica. Posiblemente, subyace aquí una mentalidad en virtud de la cual los japoneses han favorecido su incorporación, fusión o identificación con la naturaleza.
Los huskies de Sajalin y la forma de entender la vida animal
Un episodio histórico sirvió para reavivar la conciencia sobre la relación que los japoneses han mantenido con los animales. Se trata de lo ocurrido a partir de 1956 con los perros que acompañaban a los miembros de una expedición científica japonesa a la Antártida. El primer equipo llegó al continente blanco en 1956 a bordo del buque Sōya, acompañados de 22 perros de tiro, de la raza husky de Sajalin. Cuando, en 1957, un segundo grupo de investigadores trató de alcanzar la estación científica, llamada Base Shōwa, para hacer el reemplazo, hubo de desistir de su empeño debido a las duras condiciones atmosféricas. Los miembros del primer grupo tuvieron que ser evacuados en pequeños aviones que imposibilitaban el transporte de estos grandes perros, de forma que, sin otro remedio, los 15 fueron dejados allí.
En enero de 1959, los miembros de la tercera misión, que llegaron a la Base Shōwa en helicóptero, descubrieron desde el aire a dos de los perros. Según narraron ellos mismos, temieron que los animales, asilvestrados, pudieran atacarles, y al principio se acercaron a ellos con mucho temor. Comprendieron pronto que los dos perros, que resultaron ser los llamados Taro y Jiro, eran los únicos que habían logrado sobrevivir. Una ola de emoción recorrió Japón cuando se difundió la noticia. En muchos lugares se erigieron monumentos a los perros de esta poco común raza e incluso se popularizó una canción que ensalzaba su proeza.
La película Nankyoku monogatari (inglés: Antarctica), con los dos canes por protagonistas, se estrenó en 1983 y arrastró a las salas de cine a más de 12 millones de personas, batiendo todos los récords de taquilla de un film japonés. Posteriormente se hizo en Estados Unidos un remake de la misma.
¿Qué es más cruel?
En su ensayo Inutachi no Nankyoku (“La Antártida de los perros”, Chūkō Bunko), el miembro de la expedición Kikuchi Tōru refiere que en el buque Sōya se recibieron gran cantidad de telegramas en que se instaba al equipo científico a salvar la vida de los perros. “No podéis matar a esos compañeros que no tienen voz”. “Tenéis que rescatarlos así caigan chuzos de punta”. “¿Ya habéis olvidado lo que han hecho los perros por vosotros?¡Si los dejáis allí no se os ocurra regresar!”, eran algunos de los mensajes.
Hubo también quien dijo, en tono crítico, si no habría sido mucho mejor aplicarles la eutanasia antes que abandonarlos de aquel modo a su suerte. Especialmente entre los extranjeros y entre los japoneses con larga experiencia de residencia fuera de Japón se argumentó que eso habría sido lo mejor. De hecho, parece ser que la eutanasia fue una posibilidad barajada hasta el último momento, que no pudo llevarse a la práctica por falta de tiempo. Sin embargo, en Japón muchos se posicionan en contra de la eutanasia y se muestra una gran resistencia al propio hecho de matar animales. En islas de Okinawa y del archipiélago de Ogasawara ha ocurrido que conejos, cabras, gatos y otros animales abandonados por los humanos se hayan asilvestrado y reproducido a gran escala poniendo en peligro la existencia de especies animales y vegetales autóctonas raras o valiosas. Es muy común que en estos casos se reclame que los animales invasores no sean sacrificados, sino recogidos y criados en otros lugares.
Por el contrario, en Occidente se piensa que un sufrimiento prolongado es peor que la muerte. En el caso concreto de los perros de la Antártida, la eutanasia se considera una solución mejor que causar la muerte de estos animales por hambre. Personalmente, fui testigo de cómo se disparaba sin la menor compasión contra los asnos que habían invadido una de las islas Galápagos, y me costó mucho esfuerzo asimilarlo.
Protección legal y sacrificio de animales abandonados
Desde que, en 1822, promulgó su primera ley para evitar los malos tratos a los animales, el Reino Unido se ha pertrechado de una amplia legislación de protección animal. En Alemania la primera ley se promulgó durante la época nazi, en 1933, y hoy en día esa ley tiene su continuación. En Japón, la primera ley similar, surgida de la cámara legislativa, fue la de Protección y Control de los Animales de 1973, cuyo nombre fue retocado posteriormente.
La imagen existente sobre la legislación japonesa de protección animal es la de una legislación propia de un país subdesarrollado, al menos si se la compara con la de los países occidentales. Ciertamente, Occidente está más avanzado en cuestiones como cobertura legal, instalaciones de recogida, capacidad de actuación de las autoridades, acompañamiento de animales en servicios de transporte público, etc. Pero el ritmo de mejora de la legislación japonesa es muy rápido.
Por ejemplo, solía ser en Japón motivo de crítica la gran cantidad de perros y gatos abandonados que eran sacrificados tras ser recogidos por las autoridades. Sin embargo, según datos del Ministerio del Medio Ambiente, mientras que en 1974 se sacrificaron 1,22 millones de animales, en 2015 solo lo fueron 83.000, marcando así un descenso muy pronunciado. La proporción de animales que encuentra un nuevo criador es otro dato que muestra una gran mejoría, pues ha ascendido del 2 % al 39 %. Las cifras de sacrificios anuales varían mucho de un país a otro. En Alemania, por ejemplo, se ha conseguido llegar a una situación de 0 sacrificios, mientras que en Reino Unido se sacrifica unos 7.000 animales. En Estados Unidos se calcula que son unos dos millones.
La cría de mascotas está experimentando un boom sin precedentes, tras el cual se esconden fenómenos sociales como el descenso en el número de hijos y el envejecimiento de la población, que han ocasionado un aumento del número de familias nucleares y unipersonales, lo cual a su vez agrava problemas como la soledad o el aislamiento social. Más de la mitad de las personas que tienen mascotas reconocen que las crían porque su compañía mitiga estas situaciones. En ese sentido, ya no deberíamos hablar de mascotas, sino de nuevos miembros de la familia o de compañeros de vida.
Sin embargo, la vejez afecta por igual a humanos y animales, y el problema que afrontan muchos ancianos que se ven obligados a cuidar de otros ancianos tiene su reflejo también en esa relación entre especies. En 2016 una reforma de la ley de protección estableció la responsabilidad moral que tiene los criadores de responsabilizarse de su animal hasta el último momento. Han surgido también residencias para la tercera edad perruna, pero no todos pueden permitirse una solución similar y no es raro que algunos criadores de edad avanzada opten por liberarse definitivamente de la carga. Otro arduo problema que sumar al complejo cuadro de las relaciones entre humanos y animales.
Fotografía del encabezado: Estatuas de bronce de Taro y Jiro, los famosos perros superviviente de la Antártida, frente al buque de observación antártica Fuji, amarrado permanentemente en una zona turística del puerto de Nagoya. (Fotografía: Aflo)