La obra de Kitano Takeshi, el hombre que aúna el humor con el arte
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Dos nombres para una misma cara
En octubre de 2016 Kitano Takeshi recibió la Legión de Honor, el premio francés de mayor prestigio en las artes, en reconocimiento por su carrera hasta la fecha. La razón aducida por el Gobierno francés es que Kitano ha “superado los límites entre géneros artísticos, revolucionando las reglas de campos como el teatro, la televisión, el cine y la literatura e influyendo en gran manera en la escena artística actual”. Aunque esa frase demuestra un profundo conocimiento sobre las actividades del expresivo director, quizá para los extranjeros, que solo lo conocen como cineasta, resulte difícil comprender su alcance en Japón. La fama de Kitano no fue algo repentino; ya era el humorista más famoso a nivel nacional desde casi diez años antes de que dirigiera Sono otoko, kyōbō ni tsuki (Violent Cop) en 1989. Tras su primera película no abandonó ninguna de sus dos caras, y ha sido capaz de llegar hasta el presente manteniendo en equilibrio durante cerca de 30 años la faceta del humorista de éxito en una mano y la del aclamado cineasta en la otra.
Kitano Takeshi no solo es director de cine y humorista. Antes de comenzar a escribir películas (en la mitad de las cuales ha participado también como actor) ya actuaba y era apreciado tanto en Japón como en el extranjero, en una larga lista de obras de las cuales se debe mencionar en primer lugar Merry Christmas Mr. Lawrence (Feliz Navidad, Mr. Lawrence, 1983) del maestro Ōshima Nagisa, lista que incluye cintas de todo tipo y género, tanto japonesas como extranjeras, en las que Kitano trabajó como actor de fuerte interpretación personal, y series nacionales de televisión por las que recibió estupendas críticas. Además ha trabajado como disc-jockey en la radio y artista publicitario, y ha participado como comentarista en programas educativos y de noticias, mientras escribía novelas y realizaba exposiciones de pintura.
Citar todos los trabajos que Kitano ha desempeñado de forma temporal es una tarea imposible, pero sí es posible delimitar su actividad en dos grandes grupos: el caracterizado por su trabajo como humorista, que representa su vertiente más popular, y su arte, las obras que ha realizado como cineasta. Se suele llamar “Beat” Takeshi al humorista, y Kitano Takeshi al artista (aunque hay casos en los que la distinción no está tan clara), hecho del que se puede colegir claramente que Kitano es una persona que se ha valido tanto de esa parte humorística como de la artística a lo largo de su carrera. Si una de las dos le hubiera fallado a lo largo del camino, quizá no habría podido llegar hasta donde se encuentra hoy día.
Un deseo latente de escapar de la fama televisiva
Ni que decir tiene que el trabajo de humorista se consume en un contexto nacional. Prácticamente solo Estados Unidos produce humoristas de fama mundial, y eso solo se debe a que su contexto nacional es algo compartido con el resto del mundo (aunque, por supuesto, los humoristas estadounidenses que se apoyan extensamente en su contexto nacional no tienen mucha salida en el extranjero). El comienzo de la carrera de Kitano Takeshi, como ascensorista en un teatro de striptease de Asakusa en la primera mitad de los setenta, era el contexto menos internacional que ha tenido hasta el momento.
En los ochenta Kitano saltó a la fama como uno de los integrantes del duo Two Beat, representativo del gran auge del manzai (diálogos humorísticos tradicionales similares al stand-up comedy occidental) en ese momento. Para hablar de él como humorista es necesario enfatizar que desde el principio de esa década -es decir, cerca de diez años antes de debutar como cineasta- Kitano se colocó en la cumbre del mundo televisivo. El hecho de estar en la cumbre del mundo televisivo en el Japón de la época, en la que la influencia de televisión era muchísimo más fuerte que la de otros medios como el cine o la música, significaba encontrarse en la cima de la cultura nacional.
En 1987 Kitano provocó, junto con algunos amigos suyos, el llamado “Incidente Friday” (nota de los editores: este incidente se refiere al juicio que se llevó a cabo contra Kitano por haber atacado en grupo la redacción del semanario FRIDAY que supuestamente lo perseguía), y en 1994 un accidente nocturno en motocicleta, que muchos consideraron casi un suicidio frustrado, quizá movido por la frustración y el dolor de haberse sentido el “rey de un reino minúsculo” durante tantos y tantos años, algo que en parte corroboran las declaraciones del propio Kitano en años posteriores.
Dependiendo del punto de vista, para alegría o dolor de Kitano sus dos intentos de suicidio, en 1987 de forma metafórica, laboralmente, y física en 1994, terminaron fallando. Tras cada uno de los incidentes se vio obligado a descansar durante largo tiempo, pero tras esas pausas Kitano regresaba a su puesto en la cumbre del mundo de la televisión japonesa.
Teniendo esto en cuenta, se puede decir que Kitano a partir de los noventa, comenzó como cineasta a buscar un lugar más allá de la televisión, e incluso al otro lado del mar. Del mismo modo que John Cassavetes conseguía dinero para dirigir sus películas más artísticas trabajando en obras comerciales como actor (cosa que muchos directores hacen hoy día), Kitano Takeshi utiliza plenamente su “Beat”, su aspecto comercial en televisión para poder hacer también sus trabajos artísticos como director en una especie de santuario audiovisual en el que nadie pudiera coartar su creatividad. El hecho de que le permitan grabar varias semanas seguidas de sus programas estrella por anticipado y usar el tiempo así ganado para rodar sus películas se debe sin duda a que se trata de una de las figuras más importantes de la televisión japonesa, y a que produce sus obras principalmente con el dinero de su propia productora.
Kitano se hace internacional
En un principio las películas de Kitano fracasaron en taquilla, y los críticos también le dieron la espalda (algo que él mismo lamenta a veces, aunque incluso desde esos comienzos tuvo un sector muy favorable hacia la frescura de sus obras, también a nivel nacional), pero en 1997 Hana-bi (Flores de fuego), su séptima película, recibió el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y la suerte del director cambió bruscamente. Kitano seguía en posesión de su trono televisivo, pero además se había convertido en un “Kitano internacional”, admirado también en su propio país.
En aquella época, además de Kitano, el cine japonés contaba con un buen número de creadores en diversos campos -músicos, escritores y demás- que también dirigían, pero en su mayor parte se retiraban de la industria audiovisual tras rodar una o dos cintas y quedar desencantados. Las obras de Kitano poseen un contenido artístico muy superior a esas otras películas, pero a esto se debe sumar el hecho de que desde el principio el director facilitó un ambiente de trabajo en el que pudiera continuar con su labor televisiva al tiempo que iba produciendo sus obras cinematográficas. Kitano siguió dedicándose a hacer trabajos fuertemente personales y sin compromiso hasta el punto en el que el mundo entero fue consciente de su presencia.
Aunque raramente habla en público de sus influencias, en la obra de Kitano perviven las huellas de haber investigado a conciencia una gran cantidad de películas, incluyendo clásicos de los maestros de Hollywood y Europa. Por mucho que se mantenga en la cumbre de la televisión japonesa (o quizá precisamente por eso), Kitano muestra una gran humildad hacia la historia del cine. Esa también ha sido una diferencia crucial entre él y todos esos otros “directores creadores” venidos de otros campos.
A medida que profundizaba sus conocimientos sobre el cine, Kitano se iba haciendo cada vez más consciente de la importancia del carácter del autor en una obra; uno de estos elementos en un principio nació por casualidad durante el rodaje, y los aficionados al cine de todo el mundo han denominado posteriormente el “Kitano blue”; consiste en imprimir a todas sus películas, hasta un cierto punto, una gama de tonos distintivos que favorece el azul. A partir de Dolls (2002) Kitano ha tratado conscientemente de quitarse esa marca de autor. Quizá sea esta precisamente la prueba de que Kitano se ha obligado a crecer como director, sin llegar nunca a contentarse con la opinión de la crítica internacional.
Cómo aunar al humorista y al artista
No corresponde a este artículo desgranar los cambios en la obra de Kitano a través del tiempo, aunque creo que el profundo pesimismo y el deseo de desaparecer constituyeron la base común de su trabajo hasta el punto medio de su carrera. Es probable que haya llegado a tener esos sentimientos precisamente por haber sido durante tantos años una figura clave en el mundo de la televisión. El público y los críticos de extranjero, que por supuesto no sabían nada de ese contexto nacional y carecían por ello de prejuicios sobre Kitano, sentían de pronto sus pechos atravesados con violencia por la vívida poesía de sus imágenes.
Recientemente Kitano anunció que había terminado de rodar Autoreiji saishūshō, la tercera y última entrega de la trilogía “Outrage”, nacida quizá de un encuentro entre el Kitano humorista y el cineasta, mencionados en este artículo. Seguramente el Kitano de los noventa nunca habría imaginado que iba a dirigir la secuela de una película de gran éxito, y mucho menos la tercera parte. Kitano Takeshi, que en enero de 2017 cumplió setenta años, se encuentra al final de un largo viaje realizado gracias tanto a su faceta humorística como a la artística, y quizá haya alcanzado la capacidad de expresarse a la perfección aunando ambas.
(Artículo traducido al español del original en japonés, escrito el 18 de diciembre de 2016)
Imagen del encabezado: “Beat” Takeshi canta Asakusa Kid en el concierto “Beat” Takeshi Respect Live, de la octava edición del Festival de Cine de Humor Shitamachi (22 de septiembre de 2015, Tokio, Taitō, Asakusa - Jiji Press)