Los cerezos de Shōkawa: recuerdos del pueblo que desapareció en el fondo de un embalse
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Cerezos que sustituyen a una tierra natal
Al norte de la prefectura de Gifu, en el valle que forman las montañas de Hakusan y Hida, se encuentra la presa de Miboro. En el lugar que ocupa esta construcción de sólido hormigón se yerguen dos enormes cerezos de la variedad edohigan. Estos árboles tienen al menos 450 años, una altura de aproximadamente 20 metros y un contorno de unos 6 metros. Todos los años sus ramas florecen plenamente durante los primeros días de mayo.
Por supuesto, estos árboles no han estado en el mismo lugar durante cuatro siglos. El sitio originario de estos cerezos era el fondo de la presa que está al lado. En 1961 se completó la construcción de la presa de Miboro, obra tras la que quedaron sumergidos bajo el agua los templos del pueblo de Shōkawa, el Kōrin-ji y el Shōren-ji, en cuyos recintos habían estado los árboles más antiguos y representativos del lugar.
Presas para la supervivencia de Japón
El proyecto de construcción de la presa de Miboro fue propuesto en 1947.
Durante el período en el que Japón aún sufría el caos de la posguerra, los niveles del suministro energético eran desesperadamente bajos, a pesar de que no cesaban de aumentar las demandas para la reconstrucción, lo que se tradujo en una escasez continua de electricidad y en cortes frecuentes de electricidad tanto en la industria como en los hogares. La situación energética de la región de Kansai era especialmente adversa, por lo que garantizar una nueva fuente de energía para esta región se convirtió en un asunto nacional de urgencia. En 1952 se estableció la Ley para la Promoción del Desarrollo Energético con la que se fundó una Corporación Especial para el Desarrollo Energético que sería un ente responsable de la construcción de la presa de Miboro. Esta presa de escollera tendría una altura de 131 metros y una capacidad de almacenaje de 370 millones de metros cúbicos.
En ese mismo período la Compañía Eléctrica de Kansai estaba desarrollando paralelamente un plan para la cuarta presa de Kurobe, en el valle del mismo nombre en la prefectura de Toyama, al otro lado de la sierra Hida. La construcción de la presa de Kurobe se tuvo que realizar bajo unas condiciones ambientales de una adversidad sin precedentes, y en el periodo que duró la obra entre 1956 y 1963 un total de 171 trabajadores perdieron la vida en ella. En el Japón actual no sería extraño que esto provocase la destitución en pleno de uno o dos Gobiernos, pero en aquel momento en el que había que asegurar el suministro de energía se trataba de una seria cuestión de vida o muerte para un país sin recursos.
Árboles antiguos que protegían al pueblo
No obstante, a pesar de los sacrificios para la supervivencia de Japón, por aquel entonces los lugareños no iban a aceptar fácilmente perder el hogar en el que habían vivido desde tiempos ancestrales. Hubiera sido necesario el traslado de al menos 1.200 habitantes, y unas 230 viviendas quedarían bajo el agua. Naturalmente hubo un gran movimiento que se oponía a los planes para cubrir de agua esa zona. Se constituyó una asociación en contra de la construcción de la presa de Miboro que mostró una actitud completamente intransigente con las negociaciones. Por parte de la Corporación para el Desarrollo Energético, su primer presidente, Takasaki Tatsunosuke (entonces Secretario de Planificación Económica del Gobierno de Hatoyama Ichirō), optó por la negociación directa, bajo la premisa de que debía insistir hasta obtener la aprobación de los ciudadanos. Esto se tradujo en 7 años de negociación de las indemnizaciones. En noviembre de 1959, tras alcanzar una serie de acuerdos, esta asociación se disolvió en una ceremonia a la que asistió el propio Takasaki.
Tras la ceremonia Takasaki acompañó a los líderes de la asociación en un paseo para ver el pueblo, momento en el que se percató de los grandes cerezos edohigan. Fue entonces cuando Takasaki mencionó de improviso que había decidido conservar esos cerezos replantándolos, algo que pidió al personal de la corporación que lo acompañaba. Puede que comprendiera los sentimientos de los lugareños que habían aceptado que su pueblo quedase sumergido en el fondo de la presa.
"Aquel que poda los cerezos está tan loco como el que no poda los ciruelos"
La replantación no fue una tarea sencilla. El peso de estos dos viejos árboles juntos era de 73 toneladas, y había que levantarlos 50 metros y moverlos unos 600. Pero el problema no era únicamente el peso. Los cerezos son árboles muy delicados propensos a sufrir daños externos, tratándose además de árboles viejos. Aunque se trasplantasen en otro lugar, no había garantías de que fuesen a arraigar ahí. No existía ningún precedente.
Por ese motivo Takasaki decidió acudir a un especialista en cerezos privado, Sasabe Shintarō, con el que charló directamente hasta convencerle para que dirigiera la replantación. Al año siguiente, en noviembre de 1960, se llevaron a cabo las tareas de replantación que conllevaron la tala de ramas y raíces de ambos árboles y el traslado de ellos por un bulldozer, una labor que dejó a los cerezos un aspecto horrible, atrayendo numerosas críticas contra Takasaki y Sasabe. Sin embargo, en la primavera de 1961 surgieron hojas nuevas y algunos brotes en los dos cerezos, lo que demostraba que habrían arraigado sin problemas en el nuevo emplazamiento. En poco menos de 10 años los árboles habían recuperado todo su vigor para florecer en plenitud.
Los habitantes del pueblo de Shōkawa, que quedó sumergido, se reúnen cada año alrededor de estos dos viejos árboles a la orilla de la presa cuando llega la época de la floración de los cerezos. Se cuenta que ha habido personas que han llorado abrazadas al tronco de estos árboles.
No habría sido lo mismo sin los cerezos
Cuando uno vuelve la vista atrás se da cuenta de que esta historia continúa recordándose. Desde la reconstrucción y durante el periodo del “milagro económico”, muchos japoneses perdieron su tierra natal o la abandonaron. En estos casos los esfuerzos para materializar de cualquier forma los recuerdos de la tierra natal son un asunto muy sensible para los japoneses.
¿Por qué Takasaki eligió estos viejos cerezos, los más difíciles de trasladar y cuya posibilidad de fracaso era más alta? ¿No podría haber elegido un edificio o alguna otra cosa? Probablemente para él lo que mejor expresaba el significado de la existencia de esa “tierra natal” eran los cerezos. Y es probable que los habitantes del pueblo pensasen igual. Medio siglo después, puede que a los japoneses que por aquel entonces no eran capaces de imaginar que el país alcanzaría estos niveles de éxito y prosperidad la floración plena de los cerezos cada año les traiga recuerdos del paisaje nostálgico que perdieron. Sin duda la flor del cerezo está cincelada en el corazón de los japoneses.
Fotografía del encabezado: cerezos de Shōkawa (Mainichi/Aflo)