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Campanas que suenan en el corazón japonés: Oigo Seisakusho

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Un único fabricante se ha hecho con el 70% del mercado nacional de campanas colgantes o bonshō para templos budistas. Es una empresa de solo 25 trabajadores, pero con una trayectoria de dos siglos. Les presentamos esta singular compañía cuyos productos llegan directamente al corazón de los japoneses.

La no permanencia, un concepto budista transmitido por solemnes ecos y resonancias

Numerosas creaciones se exhiben en el hall de entrada de la sede de Oigo Seisakusho, que nada tienen que envidiar a los tesoros artísticos expuestos en los museos.

Las campanas colgantes o bonshō que podemos contemplar en los templos budistas de todo el país servían, en su origen, para expresar con la potencia de su sonido el poder benefactor de la enseñanza de Buda. Al tañerlas con el percutor de madera llamado shumoku, retumba un sonido de peculiar pesadez y ricas resonancias. Son estas campanas las que se encargan de señalar las horas y las que, cada fin de año, aventan con sus sones las pasiones humanas, en el popular rito llamado joya no kane. A diferencia de lo que ocurre en Occidente, donde las campanas colocadas en iglesias y otros lugares llaman a las gentes a la oración, comunicando sentimientos como la gratitud, la esperanza o la alegría, en Japón los solemnes ecos de las campanas llenan los corazones de paz.   

En la ciudad de Takaoka (prefectura de Toyama) se asienta la sociedad anónima Oigo Seisakusho, regentada por Oigo Shūhei, que se enorgullece de ser la más importante fabricante de campanas bonshō del país. A partir del periodo Edo (1603-1867) Takaoka ha albergado una próspera industria de fabricación de artículos de cobre, que se desarrolló bajo el auspicio de los señores del antiguo clan de Kaga. Fue aquí donde los predecesores de la actual compañía Oigo comenzaron su actividad.

La Campana de la Paz de Hiroshima (Fotografía cortesía de Oigo Seisakusho).

Si contamos también las de pequeño tamaño, son ya más de 20.000 las campanas que ha servido a templos diseminados por todo el país esta empresa, que acapara aproximadamente el 70% del mercado nacional. Acogen su arte los más afamados y añejos templos del país: Nishi Honganji, Sanjūsangendō, Naritasan Shinshōji, Ikegami Honmonji... La Campana de la Paz de Hiroshima fue fundida también en sus talleres.  

La fabricación de campanas bonshō en Japón se remonta al periodo Asuka, cuando se introdujo el budismo. Desde entonces, el número de campanas no dejó de crecer. El periodo Edo marca la cúspide de esta industria y es también la época en que quedan fijadas la forma y la peculiar acústica de estas campanas. En China, Corea y otras áreas continentales donde también se fabrican campanas bonshō, no se exige a estas que resuenen largamente, pero lo que caracteriza a las japonesas es precisamente eso, una larga resonancia y el justo acoplamiento de sonidos de diversas frecuencias denominado unari. “La campana de Gionshoja se hace eco de la transitoriedad de las cosas”, reza en sus primeras líneas el clásico de la literatura japonesa Heike Monogatari, una muestra de que el sonido de estas campanas está penetrado también del pensamiento budista de la no permanencia.      

Su evolución hasta adaptarse al gusto japonés

Así lo explica Motoi Hideharu, director gerente de la compañía.

“Los elementos que determinan el sonido de una campana son muy numerosos: su forma, el equilibrio de espesor entre sus partes, la proporción de cobre y estaño, la temperatura de la colada, el material del que está hecho el percutor, la ubicación del templo… En especial, en las campanas japonesas se valora que tengan una resonancia larga en las bandas más bajas de frecuencia (bajos profundos), y que produzcan un acoplamiento en la justa medida, y así es como han ido evolucionando hasta convertirse en campanas muy peculiares, de la mano de un pueblo que gusta de la cultura del wabi y el sabi. Para nuestra empresa, este timbre de la campana ha sido siempre la máxima prioridad”.  

Resulta de especial interés saber que en los últimos años se ha demostrado científicamente que el “ruido rosa” contenido en la resonancia de las campanas bonshō produce un efecto de relajación tanto física como psicológica. “Ahora sabemos que este sonido, al igual que el murmullo de un arroyo o los trinos de los pájaros, tiene un efecto reconfortante sobre la mente, y que esa sensación de sosiego que teníamos cuando oíamos tañer una campana no era ninguna casualidad”, reflexiona Motoi.

Fundidos cobre y estaño en el horno de fusión alimentado por gas, se procede a verter la aleación en los moldes de fundición.

El sonido de las campanas bonshō es tanto más bajo cuanto mayor sea su diámetro externo. Dicho de otra forma, a un menor diámetro externo corresponde un sonido más alto. Si el espesor de la campana no es el suficiente, esta puede rajarse, así que este es otro elemento que hay que ajustar cuando se fabrica una atendiendo a los deseos de cada templo.

El proceso comienza con el modelado del molde de fundición, que se fabrica con una mezcla de arena y arcilla. El cobre y el estaño se funden en un horno de fusión alimentado por gas, tras lo cual la mezcla se vierte en el molde. Luego hay que esperar hasta que la aleación se enfría. Entonces, se rompe el molde y se extrae el objeto, que será pintado de negro antes de entrar en la fase del acabado.

La campana en bruto recién sacada del molde es bruñida a mano por el artesano. Al fondo, otro operario trabaja en una figura de Buda.

En japonés, idioma que utiliza clasificadores numerales (contadores) diferentes según la forma o naturaleza del objeto cuantificado, se aplica a las campanas el clasificador kō, lo que equivale a contar las campanas por “bocas”. Pues bien: en esta labor manual, no hay dos bocas iguales. Para conseguir esa larga resonancia y ese acoplamiento tan peculiares se siguen métodos de fabricación transmitidos desde el periodo Nara (710-784), a los cuales se han ido sumando técnicas de repujado para las diversas partes de la campana, prestándose muy especial atención al tipo de arena utilizado en la fabricación de los moldes. El resultado es que el proceso de elaboración de cada una de estas exigentes ¨bocas” se extiende a lo largo de tres o cuatro meses. Mediando un encargo, se pueden facturar también campanas de gran tamaño. La institución religiosa taiwanesa Fǎgǔ Shān pidió a Oigo para su templo de Taipei una campana de veinticinco toneladas, que se convirtió en la mayor de la isla; un templo situado en la prefectura de Hyōgo encargó y recibió otra de cuarenta y ocho toneladas, la mayor de Japón. También en la fabricación de estas colosales campanas aventaja esta empresa a sus competidoras.    

La campana de veinticinco toneladas entregada a un templo de Taipei (foto de la izquierda) y la encargada por un templo de la ciudad de Katō, en la prefectura de Hyōgo, que con sus cuarenta y ocho toneladas de peso es la más grande de Japón. Ambas son obra de Oigo Seisakusho.

 

Aumentan las demandas de campanas en la posguerra

Muchas de las campanas bonshō de Japón desaparecieron de sus templos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron requisadas para fabricar con ellas armas. La consecuencia fue un gran crecimiento de la demanda de campanas en la posguerra. Durante el medio siglo posterior al fin de la contienda el número de campanas volvió al nivel del periodo Edo. La Era Shōwa (1926-1989) marcó, pues, un periodo productivo sin precedentes. 

En los años de posguerra, Oigo Seisakusho aprovechó la técnica de sus experimentados artesanos para crear productos estandarizados y fue pionera en la mecanización de labores que, antes de la guerra, venían realizándose con métodos artesanales en régimen de producción familiar. De esta forma logró ponerse en condiciones de responder a la gran demanda de la posguerra y ampliar su cuota de mercado. 

Sin embargo, como corresponde a un producto tan peculiar como este, el sector no vive un momento precisamente dulce. En los últimos años dos fabricantes de campanas bonshō se han retirado del negocio. Incluyendo a Oigo, son ya solo cinco los fabricantes que perseveran en Japón. Si durante el boom de la posguerra Oigo llegó a facturar 200 campanas al año, tras el boom vino una prolongada cuesta abajo y hoy en día la producción anual suele rondar las 40 “bocas”.  

Una campana estándar cuesta lo mismo que un coche de lujo

Motoi precisa que el precio de una campana bonshō estándar equivale aproximadamente al de un automóvil de la gama alta, que en Japón suele situarse entre los cuatro y los cinco millones de yenes. La diferencia estriba en que, una vez han sido fabricadas, estas campanas pueden usarse por un periodo prácticamente indefinido. No en vano se dice que, cuidadosamente usadas, resisten 1.000 años. Se estima que la campana bonshō en uso más antigua de Japón (la del templo Myōshinji, en Kioto), fue fabricada en torno al año 698, lo que significaría que ha sido tañida durante 1.300 años.     

La facturación anual de Oigo Seisakusho es actualmente de entre cuatrocientos y quinientos millones de yenes de promedio, pero de esta cantidad solo una tercera parte corresponde propiamente a las campanas bonshō. La empresa está tratando de estabilizar sus finanzas potenciando también la fabricación y venta de otros artículos, entre ellos estatuas de personajes como el insigne monje budista Shinran, otros objetos de culto y obras para monumentos, en la elaboración de todo lo cual Oigo aprovecha el know how que ha venido cultivando en sus obras de fundición.  

No quiere decir esto que la demanda de campanas bonshō vaya a extinguirse. La reconstrucción de un pabellón, o la designación de un nuevo superior que propone renovar la campana o el templete que la aloja representa para empresas como Oigo una nueva oportunidad de negocio. “Las campanas que hemos logrado colocar por todo el país”, explica Motoi, “se convierten en muestras expuestas de nuestro producto. A veces recibimos peticiones de información de parte de personas que han escuchado cómo suenan nuestras campanas”. Las cosas que van de boca en boca y se oyen por ahí también tienen su importancia. Y también hay quien se pone en contacto con la empresa tras haber descubierto su existencia en Internet.   

Vale decir lo mismo con respecto a las peticiones de información que se reciben del extranjero. Este verano llegó a las instalaciones de Oigo en visita de negocios un grupo de diez personas procedentes de Taiwán. Estas peticiones han recibido un impulso de la bajada del yen derivada de la política económica del primer ministro Abe Shinzō, que permite al comprador extranjero importar de Japón a un menor precio. Una circunstancia esta, la de la depreciación del yen, que no resultaba previsible. La empresa nunca se ha planteado seriamente extender sus negocios al ámbito internacional, pero cuenta ya con un sólido expediente exportador a países como China, Brasil, Australia o Nueva Zelanda.

Campanas de réquiem también en las zonas afectadas por el gran terremoto

Después del Gran Terremoto del Este de Japón ocurrido el 11 de marzo de 2011, Oigo fabricó la Campana de la Reconstrucción a petición de un grupo ciudadano de la ciudad de Kamaishi (prefectura de Iwate). Su tamaño es idéntico al de la Campana de la Paz de Hiroshima. Fue colocada frente a la estación de ferrocarril de dicha ciudad. En marzo de 2013 otra creación de Oigo, bautizada esta vez Campana de Réquiem del Amor, fue colocada en un lugar cercano al mar en la ciudad de Ōfunato (prefectura de Iwate). Vecinos de la zona la hacen sonar todos los días a las 2.46 de la tarde, en recuerdo del cataclismo.

A la izquierda, la Campana de la Reconstrucción de Kamaishi, frente a las estación de ferrocarril de dicha ciudad. A la derecha, la Campana de Réquiem del Amor, colocada en la ciudad de Ōfunato. (Fotografías cortesía de Oigo Seisakusho)

Motoi, al igual que el presidente de la firma, se ha dedicado durante largos años a la fabricación de campanas. Pero todavía transmite emoción cuando dice que, para él, no hay alegría que iguale a la de escuchar un comentario elogioso de un cliente que acaba de oír el tañido de una campana recibida a prueba, facturada con todo esmero en sus talleres. Como empresa creada y sostenida por y para los trabajos de fundición, Oigo Seisakusho aspira ahora a renovarse para poder continuar transmitiendo las técnicas de una tradición ancestral.  

Ficha de la empresa:
Razón social: Kabushikigaisha Oigo Seisakusho (Oigo Seisakusho S.A.)
Domicilio social: Takaoka Dōki Danchinai, 47-1 Toidesakaemachi, Takaoka City, 939-1118 Toyama Prefecture
Representante: Oigo Shūhei (presidente), de la 13ª generación de propietarios. Empresa fundada a mediados del periodo Edo.
Campos de actividad: Fabricación y venta de campanas bonshō, esquilas, imágenes de culto (de budas y maestros budistas), estatuas de bronce, otros objetos de culto, recipientes de agua para jardines, linternas decorativas, etc.   
Capital social: 12.500.000 yenes.
Número de empleados: 25
Número de teléfono: 0766-63-6336
Sitio web: http://www.oigo.jp/

Texto y fotografías del reportaje: Kazuyoshi Harada (Editor senior de Nippon.com)