¿Hasta el color de la ropa interior? Excesos reglamentarios que oprimen a profesores y alumnos
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Una alumna de un instituto público de bachillerato de la prefectura de Osaka interpuso en octubre de 2017 una demanda por daños y perjuicios contra el Gobierno prefectural por los sufrimientos que le había ocasionado la insistencia de su escuela en que se tiñera de negro su cabello, cuyo tono castaño era natural. ¿Qué razones pudo haber para que, en nombre de la educación, se cometiera un sinsentido tan evidente como esta negación de una característica física innata? Este tipo de reglamentos escolares cuyas abusivas exigencias empujan a los alumnos a iniciar procesos judiciales están siendo objeto de una gran atención.
El reglamento escolar del instituto de bachillerato en el que estudia la alumna prohibía teñirse o decolorarse el cabello. Por eso, antes de su ingreso en el centro, su madre avisó de que el color del cabello de su hija era natural, para evitar malentendidos. Sin embargo, la joven fue instada a ennegrecérselo repetidas veces, diciéndosele que algunas zonas del cabello eran de otro color o que no estaba suficientemente teñido, y exigiéndole que repitiera la operación de teñido. Se le prohibió también, por este incumplimiento, participar en festivales escolares y viajes de estudios. La joven acabó dejando de acudir al instituto pues este le conminó a no hacerlo si no se teñía el pelo de negro. Esto le dio pie para llevar su caso a los tribunales, alegando ijime (hostigamiento, acoso), por parte del centro.
Estudio a nivel nacional destapa abusos en reglamentos
Vista objetivamente, la postura del instituto es aberrante, pero este centro educativo prefectural no es el único que se guía por reglamentos tan descabellados e irracionales. Este caso dio pie a la creación del “Proyecto ¡Erradiquemos los reglamentos escolares abusivos!”, impulsado principalmente por miembros de grupos cívicos comprometidos en la lucha contra el ijime y otras lacras. Dentro de este proyecto, se ha llevado a cabo un estudio para dar a conocer cómo son estos reglamentos escolares abusivos y tratar de encontrar alguna vía para terminar con ellos.
El estudio se realizó durante febrero de 2018 y en él se entrevistó a 2.000 personas de entre 15 y 59 años, que respondieron a una encuesta sobre los reglamentos vigentes en su época de secundaria obligatoria (12-15 años) y bachillerato (15-18). Como cabía esperar, las personas de la generación que completó dichos ciclos escolares durante la segunda mitad de los años 70 o durante los años 80, cuando la violencia y la agitación en las aulas se convirtieron en graves problemas sociales, dijeron haber padecido reglamentos escolares muy duros. El estudio ha revelado que, si bien la época que sucedió a aquella fue de reglamentos más permisivos, estos han vuelto a endurecerse durante los últimos años, con severas normas sobre la longitud de las faldas o el color del cabello, a las que han venido a sumarse otras como la que establece un determinado color para la ropa interior, la que prohíbe depilarse las cejas, o la que veta el uso de fijadores de cabello. Existen incluso algunos reglamentos que prohíben el uso de artículos para mantener la salud o el buen estado del organismo, como las cremas de protección solar o los bálsamos labiales. Son muchos los testimonios recogidos según los cuales, en algunos centros, profesores de sexo masculino se encargan de comprobar la longitud de las faldas o el color de la ropa interior de los alumnos, poniendo de manifiesto que se dan verdaderos casos de acoso sexual, que se pretenden justificar siempre por la necesidad de guiar o monitorear a los alumnos.
Para conocer más a fondo el tema, conversamos con Sunaga Yūji, vicepresidente de la organización sin ánimo de lucro Stop Ijime! Navi, que lucha contra el ijime, y una de las personas que pusieron en marcha el proyecto.
Cuando, en el sitio web del proyecto, habilitaron un espacio para que los visitantes compartieran sus experiencias de reglamentos abusivos, consiguieron más de 150 testimonios: “Para muchos fue una forma de liberarse de un sufrimiento acumulado. Algunos nos contaron con todo el sentimiento lo que habían vivido 30 años atrás. Se sentía ira y exasperación”.
Un estrés que afecta por igual a alumnos y profesores
Según Sunaga, el problema va más allá de que ciertos reglamentos abusivos no se atengan a razón. Hay que considerar también otros efectos. No solo se practican castigos físicos inaceptables escudándose en los reglamentos: hay casos en que se exige a los alumnos por encima de lo reglamentado y, a consecuencia de esto, los alumnos sufren un gran estrés.
Por ejemplo, cuando un alumno incumple el reglamento, se extiende la responsabilidad a toda la clase o se le reprende aparatosamente delante del grupo. Los alumnos que han tenido estas experiencias pueden desarrollar una verdadera obsesión por el cumplimiento incondicional del reglamento y comenzar a vigilarse unos a otros. Opera entonces un instinto de autoprotección para no apartarse de la norma y al mismo tiempo nace el afán de eliminar a las minorías que se separan de ella. A veces esto desencadena casos de ijime y no son pocos los alumnos que dejan de acudir a las clases, incapaces de aguantar un ambiente tan tenso.
Entre los testimonios recogidos en una encuesta realizada por Sunaga está el de una mujer que recuerda que siempre estaba con los nervios de punta, tratando de no incumplir las muchas normas relativas al uniforme y a otros aspectos, y que llegó a faltar a menudo a las clases al no aguantar el ambiente asfixiante de mutua vigilancia entre alumnos excesivamente concienciados sobre las normas. Se recoge también el caso de un hombre hijo de japonesa y norteamericano que, si bien no tuvo que soportar nada de parte de la escuela en relación con el color de su pelo, sí que sufrió de estrés ante la alarma que creaba entre sus compañeros, todos imbuidos de la mentalidad reglamentista, la posibilidad de que dicho color fuese “antirreglamentario”. El estrés acabó siendo la causa de que dejase de ir a las clases.
De todos modos, Sunaga es consciente de que limitándonos a criticar a las escuelas no vamos a conseguir nada. De hecho, en su sitio web, el proyecto no solo recibe testimonios de alumnos que se sienten esclavizados por los reglamentos. Le llegan también voces de socorro de muchos profesores. “Tengo que decirles a los alumnos que respeten el reglamento pese a que ni yo mismo sé en qué se basa y soy incapaz de explicar su necesidad”; “aunque nosotros veamos que hay contradicciones, al final siempre se imponen las opiniones del director, del responsable de hacer cumplir los reglamentos y de los otros cargos que tienen voz en las reuniones del consejo escolar”; “hay profesores que son apartados de sus funciones por ponerse del lado de los alumnos”. Estas y otras muchas voces nos hablan de la incómoda situación del profesorado, enfrentado a múltiples dilemas entre la organización y los alumnos.
Buscando nuevas vías a través de la crítica constructiva
Sunaga advierte de que no se conseguirá nada apretando todavía más las tuercas a unos profesores que ya en la actual situación lo están pasando mal. “No se trata de ver solo lo negativo en los profesores, en las escuelas o en el ministerio. Lo que necesitamos son ideas positivas para llevar a cabo mejoras”.
Los impulsores del proyecto se plantean ahora aprovechar las leyes de apertura informativa para obtener de las escuelas los reglamentos, reunirlos y oír también las opiniones de los profesores. “Hasta ahora, en la práctica no existía ningún sistema para valorar e inspeccionar los reglamentos escolares. ¿Con qué fin se emiten normas sobre el peinado? ¿Se están obteniendo los frutos educativos esperados? Si estas normas no están dando frutos, revisándolas ¿no podría rebajarse la carga tanto para quienes controlan como para quienes son controlados? No pretendemos abolir los reglamentos de la noche a la mañana, sino tratar de abrir nuevas vías haciendo propuestas que estén basadas en una probación de estos reglamentos”, explica Sunaga.
Sunaga ha experimentado el ijime en carne propia. Cuando cursaba el cuarto grado de primaria tuvo que renunciar a seguir yendo a las clases por este problema. Durante dos años y medio lo pasó realmente mal, pues cualquier pequeña salida de casa lo ponía nervioso y le producía una sensación de ahogo. Luego, recuperó las ganas de vivir asistiendo a las clases ofrecidas por una escuela libre regentada por la organización sin ánimo de lucro Tōkyō Shure. Y fue la fórmula de la escuela libre, no la de la escuela regular, la que le permitió, a través de sus actividades, rehacer su relación con la sociedad.
Sunaga tomó parte en la creación de Stop Ijime! Navi y actualmente ejerce como vicepresidente y como secretario general, encargándose de las relaciones externas y dando conferencias por todo el país. Con ocasión de la redacción de la Ley de Promoción de Medidas contra el Ijime, una iniciativa parlamentaria que cuajó en junio de 2013, en calidad de persona que había luchado contra el ijime Sunaga envió sus propuestas a diversos parlamentarios, consiguiendo que el proyecto de ley diera cabida también a los sentimientos de las personas que sufren el ijime y a sus familiares.
Sunaga estima que el ambiente asfixiante que se respira en Japón está causado por la escasez de alternativas reales a la educación escolar. “Se educa metiendo contenidos en la cabeza de los alumnos, estando en posesión de la respuesta correcta y con métodos de valoración incuestionables. Se nos induce a buscar la uniformidad mediante estrictos reglamentos. Pero no es cierto que no haya alternativa. Tenemos derecho a que se nos garantice un futuro aunque elijamos otro camino. Y aunque sigamos en la escuela regular, no se trata de cumplir a rajatabla el reglamento o exigir su abolición. Tiene que haber otra manera de hacer las cosas”, sostiene.
“Lo que podemos conseguir nosotros, desde un grupo tan pequeño, es muy limitado. Pero si hay personas que desean cambiar alguna cosa, podemos unir fuerzas”, concluye Sunaga.
(Redactado el 2 de mayo de 2018 a partir de una entrevista y traducido al español del original en japonés.)
Reportaje y texto: Takagi Kyōko (nippon.com)
Fotografía del encabezado: Kazpon / PIXTA