¿Qué impide a los estudiantes japoneses salir al extranjero?
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Una reducción del 30 % en siete años
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y otras fuentes, el número de japoneses que cursaron estudios en el extranjero, que alcanzó su pico de 82.945 personas en 2004, bajó en 2011 hasta los 57.501, lo que significa que se redujo un 30 % en siete años. Dado que, según estadísticas demográficas del Ministerio de Interior y Comunicaciones de 2013, la población de 18 años se redujo en dicho periodo un 20 %, puede deducirse que hay una clara tendencia entre los jóvenes japoneses a perder su deseo de estudiar en el extranjero. Si esta tendencia continúa, es de temer que ocasione una crisis nacional comparable, si no superior, a la del fin de la economía de la burbuja, que acarreó aquellas “dos décadas perdidas”. Si Japón pierde su voz y su presencia en una comunidad internacional en la que la internacionalización y la globalización siguen su avance, los japoneses corremos el riesgo de convertirnos en figuras olvidadas sin ningún reconocimiento en el mundo. ¿Por qué la tendencia continúa pese a la preocupación existente y a los esfuerzos por poner en marcha medidas que se han venido realizando conjuntamente en círculos industriales, académicos y administrativos? Presentaré aquí algunas reflexiones al respecto y una perspectiva de lo que nos espera.
Si exceptuamos los siete años de ocupación aliada que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial, Japón nunca ha estado bajo dominio extranjero. Siempre ha mantenido su independencia y desarrollado en su territorio insular una cultura y una sociedad propias. Pero ha habido tres momentos en su historia en los que, como país, ha puesto proa al exterior. Han sido momentos en que se demandaba enviar a los jóvenes a estudiar en el extranjero para aprender los nuevos sistemas sociales o las tecnologías más punteras, cuando el país afrontaba crisis de supervivencia sin precedentes, o inminentes transformaciones sociales de gran calado. Hablo de las embajadas enviadas por Japón entre los siglos VII y IX a la China de las dinastías Sui y Tang, o las que, a caballo entre el periodo Edo (1603-1867) y principios de la era Meiji (1868-1912) recorrieron los países occidentales, y también de los estudiantes que fueron a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial aprovechando los fondos para la rehabilitación económica de las áreas ocupadas o las becas Fulbright. Desde una perspectiva moderna, podrían considerarse booms de los estudios en el extranjero. El ocurrido después de la guerra en dirección a Estados Unidos no respondió a una política propia del Gobierno de Japón, pero en todos estos casos, a su regreso, estas personas que viajaron afrontando no pocos riesgos pusieron su grano de arena en la reconstrucción de Japón o en su desarrollo en los más variados campos.
Cuatro razones que explican el declive
Hoy en día, estudiar en el extranjero ya no es una actividad promovida por políticas estatales, sino una iniciativa individual que parte de intereses puramente personales. Impulsado por la burbuja económica de la segunda mitad de los años 80, el número de japoneses que marchaban a estudiar al extranjero fue subiendo hasta alcanzar su pico en 2004. Desde 2005, el descenso es sostenido. Los medios de comunicación suelen citar la introversión de los jóvenes japoneses como uno de los rasgos que obstaculiza su salida al extranjero, pero yo veo otros factores que dificultan dicha salida, y en concreto cuatro muy importantes: la razón económica, la prioridad que se atribuye a las actividades de búsqueda de primer empleo, la inseguridad sobre la competencia lingüística y las estereotipadas ideas sobre estudiar en el extranjero que siguen teniendo nuestros responsables educativos.
Comenzaré por la razón económica. Estudiar en el extranjero, incluyendo matrículas, tasas académicas y manutención, implica unos gastos anuales aproximados de entre dos y cinco millones de yenes en el caso de Estados Unidos y otros países occidentales, gastos que no hacen más que subir. Si tenemos en cuenta que en Japón los ingresos disponibles medios no han dejado de bajar durante los últimos 20 años, será fácil imaginar el sacrificio económico que supone enviar a un joven al extranjero para cualquier hogar japonés de hoy en día.
En la universidad, el interés existente en ir a estudiar al extranjero se manifiesta en la gran cantidad de alumnos que tratan de obtener una plaza en programas de intercambio en los que no es necesario pagar tasas adicionales. Los estudiantes son mucho más remisos a participar en los programas que exigen esos pagos, porque simultáneamente tienen que seguir pagando las tasas de la universidad japonesa en la que cursan estudios.
Según estudios realizados por el Ministerio de Educación y por la Organización de Servicios a los Estudiantes de Japón (JASSO, por sus siglas en inglés), en los últimos años se está fortaleciendo la tendencia a realizar estancias cortas, principalmente en países asiáticos, para hacer cursillos de lengua o de cultura. No todos aceptan que estos planes queden equiparados a los que tienen por objeto cursar asignaturas de currículo, pero el hecho es que, mientras que aumenta la participación en estos otros planes que, si bien de corta duración, llevan a los jóvenes al extranjero, no se está consiguiendo poner freno a la tendencia a la baja de las largas estancias, y cabe pensar que en esto las razones económicas tienen un peso muy importante.
En segundo lugar, están las actividades de búsqueda de primer empleo. En Japón, son las empresas las que salen a buscar a los recién egresados de las universidades, y tanto el periodo del año durante el que se hacen públicas las ofertas como el de realización de entrevistas pueden variar según cuál sea la coyuntura económica, todo lo cual tiene sus efectos sobre la manera en que cada estudiante planifica sus estudios. En Japón se considera que, en caso de continuar estudios en el extranjero, lo ideal es hacerlo como parte de la especialización del alumno, cuando este se encuentra ya en el tercer o cuarto año de la licenciatura (grado), pero las actividades de búsqueda de empleo interfieren en gran medida, dificultando la salida al extranjero de los alumnos de los cursos superiores. Desde el año escolar 2018, las empresas ofrecen información de empleo a los alumnos de tercer curso (marzo) y aceptan entrevistas de alumnos de cuarto curso (junio). Teóricamente, este esquema debería permitir que los alumnos de tercero salieran al extranjero. Sin embargo, hay muchas empresas que comienzan a filtrar información a alumnos antes de la fecha acordada y que organizan internados durante las vacaciones de verano del tercer año de carrera, y esto explica que las cosas no hayan cambiado demasiado, y que la búsqueda de empleo siga primando sobre los planes de estudiar en otros países.
En tercer lugar, veremos la cuestión lingüística. Los alumnos japoneses que acceden a la universidad han aprendido inglés durante al menos seis años y han tenido que demostrar sus conocimientos compitiendo en duros exámenes. Aun así, no tienen demasiada confianza en su competencia lingüística en inglés, ni a la hora de cursar asignaturas oficiales u obtener créditos, ni a la hora de afrontar el día a día en un país extranjero. Nunca han usado el inglés en la vida real e, independiente de cuáles sean los resultados de sus exámenes, no se sienten seguros al manejar la lengua.
Y en cuarto y último lugar, está esa idea latente, difundida entre los responsables educativos, de que continuar los estudios en el extranjero es algo reservado a las elites. Se sigue asumiendo, pese a ser un anacronismo, que todo esto consiste en que los alumnos aventajados deben cursar en universidades de cuatro años las asignaturas oficiales de las que reportan créditos, o que estudiar en el extranjero es un privilegio reservado a las elites. Cuanto más numerosos sean los educadores que comparten esta mentalidad, se seguirá produciendo la paradoja: pese a que muchos jóvenes quieren estudiar fuera, el número de quienes lo consiguen no aumenta. Y cambiar esta mentalidad es extremadamente difícil.
Experimentar en el extranjero la convivencia intercultural
Aunque existan todas estas dificultades, para que los japoneses seamos más internacionales y más “globales”, estudiar en el extranjero no solo es necesario, sino que es también la forma más eficaz y la más eficiente. Esa falta de confianza en la competencia lingüística a la que me refería es también una falta de confianza en nuestra capacidad de adaptarnos a otras culturas. Muchos japoneses lo son totalmente por nacimiento y por educación, lo cual produce un cierto aislamiento cultural. Podemos entender qué significa eso de “otras culturas”, pero no somos demasiado conscientes de las dificultades que entraña la convivencia intercultural. No puede descartarse la posibilidad de que, en el futuro, Japón se vea obligado a girar hacia una sociedad multicultural a raíz de un cambio en la política migratoria que podría venir de la mano de la globalización económica o del proceso de envejecimiento social y escasos nacimientos que padecemos. Cuanto mayores y más acelerados sean los cambios, más difícil será adaptarse a ellos. Para que no nos ocurra que, siendo miembros de la mayoría nacional, quedemos descalificados en el proceso de adaptación que se avecina, debemos ir transformándonos de forma que desarrollemos una cierta tolerancia a la multiculturalidad. Por lo tanto, la experiencia de haber estudiado en el extranjero, que favorece la adaptación a otras culturas y la convivencia multicultural, va a ser un requisito indispensable para la nueva generación de líderes. También se requiere la colaboración entre los sectores industrial, administrativo y académico.
Internado retribuido en el Walt Disney World
Últimamente las necesidades de los estudiantes se han hecho más variadas y vemos que las universidades están tratando de responder a ellas. Si bien los cursillos de lenguas de corta duración están en declive, cada vez despiertan más interés los programas de estudios en el extranjero que siguen los modelos tradicionales de adquisición de conocimientos y las experiencias laborales en un ambiente multicultural. Los estudiantes están profundizando, a través del continuo intercambio de personas, su comprensión de otras culturas y mejorando su capacidad de comunicación intercultural, y así tratan de responder a las expectativas sociales de que se conviertan en recursos humanos adecuados a esta era de la globalización. Y las universidades tratan de responder a su vez a las demandas de estos estudiantes. La Escuela de Estudios Japoneses Globales de la Universidad de Meiji, a la que pertenezco, comparte ese mismo empeño. Al ya existente internado retribuido de cinco meses en el Walt Disney World de Florida, ha sumado internados de entre seis y ocho meses en empresas de lugares como Hawái o Bali, además de promover el acceso de los estudiantes a los community colleges, que ofrecen tasas escolares más económicas que las universidades. En colaboración con asociaciones japonesas de educación e intercambio internacionales, se están ofreciendo cerca de 800 formas de realizar actividades de voluntariado en el extranjero, que sirven para ganar créditos. De esta forma, se hace un esfuerzo por ampliar el abanico de fórmulas para estudiar en el extranjero y por reducir los gastos que supone esta experiencia, con lo que se ha conseguido elevar el número de alumnos que toman ese camino. En muchas universidades se empieza a ofrecer programas elaborados con flexibilidad, que ya no responden a las viejas y estereotipadas ideas sobre el tema.
La escasez de nacimientos y la regresión demográfica son ya de por sí factores que nos restan presencia en la sociedad global. Si, además, los jóvenes siguen encerrados en Japón, sin contactar con otras culturas, quizás llegue el día en que la gente de otros países bromee sobre nosotros calificándonos de “especie extinguida”. Creo que es el momento de promover de verdad una educación internacional mediante los estudios en el extranjero.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: cursillo de orientación de universitarias participantes en el Disney Internship. Fotografía cortesía de la Escuela de Estudios Japoneses Globales de la Universidad de Meiji)