La abdicación y el futuro de la casa imperial
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La sucesión, fuente de gran ansiedad para el Emperador
El día 8 de agosto, por medio de un videomensaje(*1) dirigido al pueblo de Japón, el Emperador Akihito expresó, si bien de forma muy indirecta, su deseo de abdicar el Trono del Crisantemo en su hijo, el príncipe heredero.
La Ley de la Casa Imperial establece que, a la muerte del Emperador, lo sucederá en el cargo el príncipe heredero, pero no reconoce la posibilidad de que tal traspaso se haga como una abdicación, en vida del primero. Esto explica la sorpresa que produjo la difusión del estado de ánimo del Emperador, una sorpresa solo comparable a la que acompañó la histórica alocución radiofónica del 15 de agosto de 1945 en la que su predecesor en el cargo y padre, Hirohito, anunció a su pueblo la rendición incondicional del país a los aliados.
El primer ministro, Abe Shinzō, reaccionó diciendo que reconocía el peso implícito del mensaje, pero su postura parece ser la de estudiar detenidamente el asunto, más que la de lanzarse ipso facto a una reforma legal. En la constitución que se estableció después de la Segunda Guerra Mundial, el Emperador tiene prohibido inmiscuirse en asuntos políticos, y si se da a entender que ha sido un deseo de este lo que ha movido la maquinaria gubernamental, podría haber dudas sobre su constitucionalidad. Podemos conjeturar que si, consciente de lo delicado del problema, su majestad ha optado por expresar su voluntad de abdicar el trono como un “pensamiento expresado a nivel individual”, lo ha hecho debido a la gran ansiedad que le produce, sintiéndose ya mayor a sus 82 años, que la trayectoria seguida por su padre después de la guerra y por él mismo como símbolos de un “Estado pacífico” sea correctamente heredada por las generaciones venideras.
¿Influyó la serie de abdicaciones en la realeza europea?
La Casa Imperial japonesa, en cuyo seno, según se dice, la sucesión por línea masculina se ha llevado a cabo en 125 ocasiones sucesivas, se rige por una ley que establece que los miembros femeninos deben abandonar dicha casa al contraer matrimonio. Sin embargo, a partir de 1969 se produjo una situación en la que el Emperador carecía de nietos varones en la línea sucesoria, con una serie ininterrumpida de nueve nacimientos de mujeres. En 2006 el nacimiento de Hisahito, hijo varón del segundo hijo del actual emperador, el príncipe Akishino, puso fin a una larga época de 41 años sin nuevos miembros varones en la Familia Imperial. Pero si nada cambia seguirá al acecho el peligro de que la estirpe acabe consumiéndose.
Por si fuera poco, la princesa Masako, esposa del heredero Naruhito, apenas se deja ver en actos públicos, víctima de un “trastorno adaptativo” con respecto a una Casa Imperial plagada de viejos usos y costumbres, lo que ha afectado seriamente a las funciones públicas de este matrimonio. Durante muchos años, el Emperador soporta la preocupación de si el papel “simbólico” que se le atribuye a su cargo será correctamente heredado.
El príncipe heredero tiene ahora 56 años, uno más de los que tenía su padre al acceder al trono. Es natural que el Emperador desee abdicar en vida y permitir así que su hijo y sucesor acumule experiencia con esa pesada carga a cuestas, para ir despejando el horizonte.
Por otra parte, procediendo de esta forma y estableciendo un periodo de traspaso de funciones dentro de la línea sucesoria del Emperador al príncipe heredero, de este a su hermano y de su hermano al hijo de este, sería posible preparar un equipo humano con el que afrontar con garantías el desempeño de las funciones públicas ejercidas por los miembros de la Casa Imperial, que no hacen más que aumentar año a año, y cualquier crisis de Estado derivada de un gran terremoto u otra catástrofe similar. Esto supone al mismo tiempo crear, en una primera etapa, un esquema de “troika”, en el que el actual emperador y su hijo segundo complementarían al nuevo emperador en el ejercicio en sus funciones.
En Europa, ocurrieron en 2013 dos abdicaciones reales: la de Beatriz de Holanda en el príncipe Guillermo Alejandro, y la de Alberto II de Bélgica en el príncipe Felipe. Un año después, Juan Carlos I de España cedió el trono a su hijo Felipe. Es posible que ver cómo los monarcas europeos con los que había mantenido una larga amistad cedían de esta forma sus respectivos tronos le haya hecho al Emperador ser consciente de que la era de su generación llega inevitablemente a su fin y de que se inicia ahora la era de sus hijos.
Sin soluciones a la vista para asegurar la sucesión
En el discurso que pronunció con ocasión de la ceremonia de duelo por los fallecidos en la guerra en todo el país (15 de agosto) del año pasado, cuando se cumplía el 70 aniversario del fin de la contienda, el Emperador habló de profundo arrepentimiento (fukai hansei) en relación con dicha guerra, una expresión que nunca había utilizado en discursos previos. Se ha interpretado que, en un momento en el que el actual Ejecutivo muestra una fuerte tendencia hacia un revisionismo histórico de corte nacionalista, el texto leído por el Emperador refleja un sentimiento de alarma frente a la forma en que se está tambaleando el pacifismo, que ha sido el fundamento de la política nacional desde el fin de la guerra.
Por cierto, precisamente en esa ceremonia, el Emperador tuvo que rectificar después de haber dado inicio a su discurso en el momento en que debía haber dado paso al minuto de silencio. Es probable que este error haya contribuido también a despertar en él una viva conciencia sobre su propio envejecimiento y sobre el hecho de que ya no le resta mucho tiempo.
Durante estos últimos 10 años, poco más o menos, el Gobierno ha hecho algunos intentos por sacar adelante reformas legales para hacer frente a la crisis latente que amenaza a la estirpe imperial, bien extendiendo el derecho sucesorio a las mujeres de la familia, bien permitiendo que estas puedan al menos permanecer en dicho marco después de su matrimonio. Pero todos estos intentos se han estrellado contra el discurso según el cual, introduciendo la posibilidad de la línea femenina, “se interrumpiría la sucesión directa por línea masculina, de tan larga historia”. El actual Gobierno de Abe, que tiene en gran estima esa tradición de sucesión por línea masculina, es poco proclive a impulsar este tipo de reformas y hasta el momento no ha tomado ninguna iniciativa al respecto.
Otro aspecto del problema es que, en caso de que el Gobierno de Abe se moviese en ese sentido, hay quien sostiene que entonces debería también permitirse la reintegración a la familia imperial de los descendientes por línea masculina de aquellos miembros que fueron excluidos de la misma con motivo de la derrota japonesa en la guerra. Y no parece que al Emperador le resulte demasiado atractiva la perspectiva de que el trono acabe recayendo en unos lejanos parientes que salieron de la Casa Imperial hace 70 años.
La seguridad de haberlo dado todo en el ejercicio de su cargo
En un Japón reducido a escombros tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, el Emperador dejó de ser un “jefe de Estado” para comenzar una nueva andadura como “símbolo de la unidad del país y del pueblo de Japón”, dentro de un sistema en el que la soberanía reside en el pueblo.
Entre los países aliados, no pocos defendían que el Emperador Hirohito debía ser juzgado como criminal de guerra, pero el general Douglas MacArthur, comandante supremo de las fuerzas aliadas, quien deseaba llevar a cabo sin contratiempos su política de ocupación, se decidió a protegerlo. Obligando a los japoneses a aceptar un proyecto de nueva constitución que acompañaba la protección al Emperador con un artículo de renuncia perpetua a la guerra, y que convertía al Emperador en un “símbolo” ceremonial y espiritual, sin atribuciones políticas, MacArthur logró convencer a los países que mostraban actitudes más duras. De esta forma hizo posible la continuidad de la institución imperial japonesa, la más antigua del mundo.
Del Emperador de Japón, una dignidad que en su origen tiene un carácter sacerdotal cimentado en una mitología de realeza que le atribuye la condición de descendiente de la deidad solar, se esperaba después de la guerra que cumpliera la función de rezar por la paz y el bienestar del pueblo. Y, en su trayectoria, la propia Casa Imperial ha encontrado en ello su razón de ser.
El actual emperador, que subió al trono a la muerte de su padre en 1989 y que ha asumido desde su ascensión su papel de “emperador-símbolo”, ha recorrido los países asiáticos y occidentales que sufrieron las terribles consecuencias de las guerras de agresión de Japón en una serie de “viajes de reconciliación”, en los que ha transmitido su sentimiento de pesar. Estos viajes por el extranjero lo han llevado también a los escenarios de las batallas entabladas durante la guerra. En 2005 estuvo en Saipán; el año pasado, en Palao, y en enero de este año visitó Filipinas, donde tuvo lugar el capítulo más decisivo de la Guerra del Pacífico. En Japón, el Emperador ha repetido sus visitas a Okinawa, Hiroshima, Nagasaki y el resto de los lugares que en mayor medida sufrieron la guerra, y ha llorado a sus víctimas. Igualmente, ha tratado siempre de llevar la luz de la esperanza a las personas en situación más débil o desprotegida, como las víctimas de desastres naturales o las personas con discapacidad.
Aquejado de un cáncer y de una dolencia cardiaca, el Emperador recorrió las extensas áreas afectadas por el tsunami desencadenado por el Gran Terremoto del Este de Japón del 11 de marzo de 2011 y oró por las almas de las cerca de 20.000 víctimas mortales. Alentó también con su presencia a quienes se vieron obligados a abandonar sus tierras, contaminadas por las radiaciones del accidente nuclear de Fukushima, y continuaban sin poder regresar a ellas. Toda esta actividad ha contribuido a ganarle el respetuoso afecto del pueblo.
No es, pues, de extrañar, que el mensaje del Emperador en el que dejaba entrever su voluntad de abdicar, emitido precisamente entre las fechas clave de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto) causase un gran impacto en los japoneses. La situación actual es, por una parte, de comprensión hacia ese imperial sentimiento, pero al mismo tiempo de desconcierto en cuanto a la correcta forma de encajarlo.
En las palabras del Emperador se siente la seguridad de quien ha tratado de asumir el papel simbólico que, si bien de forma extremadamente abstracta y abstrusa, le atribuye la Constitución, y se ha entregado a su cumplimiento en cuerpo y alma. “Es importante ir adonde está la gente, prestarle oído, acompañarle en sus sentimientos”, ha manifestado después de visitar todos los rincones del país, incluyendo las islas más apartadas. Y ha hecho también evocaciones como la que sigue:
“Fui consciente de la existencia de ciudadanos de a pie que aman su tierra y sostienen en el anónimo día a día sus comunidades, y así fue como pude, mediante esa conciencia, cumplir con mi función de pensar en el pueblo, que me es tan querido como Emperador, y rezar por él, con confianza y profundo respecto en la gente, lo cual me ha hecho feliz”.
Y sintiendo que la edad se le echa encima, ha confesado llanamente que le preocupa que cada vez se le haga más difícil cumplir con sus obligaciones en cuerpo y alma, como lo ha venido haciendo hasta ahora.
¿Alguna relación con el destino de la “constitución pacifista”?
En la historia de Japón no son pocos los casos de emperadores que han transmitido el trono en vida, debido a que el poder político estaba en sus manos. Por eso, alegando que la potestad de abdicar podía acarrear complicaciones a la sucesión involucrando, por ejemplo, a la Casa Imperial en la política o dando origen a abdicaciones forzosas, a partir de la era Meiji (1868-1912) la abdicación quedó prohibida por ley.
Pero durante un periodo mucho más largo, hasta el final del periodo Edo (1603-1867), abdicar era incluso más común que no hacerlo, y haciendo un recuento desde la antigüedad vemos que hay tantos casos de una modalidad de transmisión como de la otra. En ese sentido, si pensamos en las reformas legales que serían necesarias, el listón de la abdicación se sitúa muy por debajo del de la sucesión por línea femenina, de lo cual no hay un solo precedente. Sin embargo, si se introdujera la figura de un emperador retirado o exemperador (dajō y jōkō son denominaciones empleadas históricamente) en la Ley de la Casa Imperial, que ha mantenido su solidez y coherencia sobre la premisa de que el Emperador se mantiene en el trono hasta el final, esto exigiría otras muchas reformas en leyes relacionadas. El asunto sería peliagudo pues habría que resolver numerosas cuestiones, como qué criterios utilizar a la hora de reconocer una abdicación, qué relación se establecería entre el emperador retirado y el que ejerce, o cómo habría que replantear el ceremonial tradicional del Palacio Imperial y el protocolo internacional. Es de temer que todo se alargase más de la cuenta, pues acabaría haciéndose una renovación integral de las leyes y reglamentos que rigen la Casa Imperial.
Para responder al mensaje imperial, cabría esperar que el primer ministro Abe convocara para el otoño un consejo de expertos para abordar el tema. Lo que ocurre es que el primer ministro desea vehementemente reformar una constitución que, en sus palabras, “nos fue impuesta por el ejército de ocupación”. Tras las elecciones a la Cámara Alta de julio de 2016, en que los partidos que forman la coalición gubernamental resultaron vencedores, el Gobierno dispone en el conjunto de las dos cámaras de la Dieta (Parlamento) de los dos tercios necesarios para plantear la reforma constitucional. Algunos observadores señalan que Abe debe de estar desconcertado ante la perspectiva de que, con esta propuesta del Emperador, tan inesperada y de tanto peso, que surge justo en el momento en que se disponía a iniciar la reforma constitucional, se vaya al traste toda la agenda política que se había trazado a fin de poder llevar a cabo la reforma antes de que concluya su mandato al frente del Partido Liberal Democrático, en 2018.
Al parecer, los debates en torno a la posible abdicación del Emperador, vinculados de esta forma al destino de una “constitución pacifista” que no ha sido modificada ni una sola vez durante los 70 años transcurridos desde el final de la guerra y que ha calado en el pueblo japonés, van a seguir siendo foco de atención dentro y fuera de nuestras fronteras.
(Escrito el 10 de agosto de 2016 y traducido al español del original en japonés)
Fotografía del titular: La gente atiende con interés al videomensaje imperial reproducido en una gran pantalla en el barrio de Dōtonbori (distrito de Chūō, Osaka) el 8 de agosto de 2016. (Fotografía: Jiji Press)