Escándalos sexuales y castigo social en Japón

Sociedad Cultura

Las infidelidades conyugales de los famosos siguen despertando el morbo popular. Es un hecho que, además, vienen acompañadas de un severo castigo social. Pero, ¿qué justificación tiene ese castigo? Una mirada en profundidad a la mentalidad que subyace bajo las reacciones causadas por estas informaciones sobre la intimidad ajena.

El adulterio como delito y el afán posesivo de los hombres

El derecho penal que se aplicaba en Japón en la época anterior a la guerra tipificaba el delito de adulterio (kantsūzai), que se basaba en la premisa de un sistema poligámico. Incurrían en el delito de adulterio tanto la mujer casada que mantenía relaciones fuera de su matrimonio, como su amante. En aquella sociedad patrilineal anterior a la guerra, que se regía por la inamovible institución tradicional del ie (casa y, en sentido estricto, unidad familiar), desde el punto de vista de la familia del esposo la infidelidad de la esposa abría la puerta a la posibilidad de criar un niño al que no le unía ningún lazo de sangre, por lo que ese comportamiento debía ser controlado estrictamente. Ese código que exigía solo a la mujer virtudes como la virginidad o la fidelidad conyugal puede explicarse en ese contexto.

Por el contrario, que el marido mantuviese a una amante o concubina era tolerado desde planteamientos como la necesidad de asegurar la pervivencia del linaje familiar.

De este modo, en el antiguo derecho penal japonés, no se consideraban delictivas las relaciones sexuales que el marido pudiera mantener con una mujer soltera. Además, la persecución del delito de adulterio exigía la presentación de una denuncia por parte del marido engañado, algo fundamentado en la idea de que el sexo de la esposa es propiedad del esposo. Era una combinación de conservadurismo sexual y sistema patrilineal que daba origen a códigos diferentes para cada uno de los sexos. Un típico doble estándar.

El articulado relativo al adulterio, claramente sexista, fue objeto de revisión tras la guerra. Se planteó entonces la disyuntiva de hacer extensivo el delito a ambos sexos o despenalizar ese comportamiento en todos los casos. Japón se decidió por la segunda opción y la figura del adulterio como delito penal quedó abolida, mientras que en las antiguas colonias de Corea y Taiwán se optó por lo primero. En estas dos sociedades este hecho ha sido duramente criticado como una intromisión del Estado en las relaciones entre hombre y mujer.

Conviene decir aquí que en Corea del Sur el Tribunal Constitucional emitió el 26 de febrero de 2015 sentencia declaratoria de inconstitucionalidad contra el delito de adulterio, con lo que se puso fin a una larga controversia. El conservador Chosun Ilbo, uno de los principales periódicos surcoreanos, divulgó opiniones vertidas en internet por ciudadanos anónimos que expresaban su preocupación de que, con la publicidad que se le estaba dando a la abolición de este delito, Corea del Sur se convirtiera en la “república de la infidelidad”.

Una monogamia que ya no encaja en la sociedad

En el sistema monogámico moderno de Japón, vinculado al matrimonio por amor (en oposición al matrimonio arreglado por los padres) que se generalizó después de la guerra, se restringe el sexo al ámbito matrimonial, acompañándolo de un código que compromete por igual a ambos sexos. Desde este punto de vista, si bien en una dimensión ya no delictiva, el sexo extraconyugal o el recurso a la prostitución, que en el viejo sistema del ie se le permitía solo al marido, pasan a ser considerados inaceptables.

Indudablemente, había razones para criticar que dentro de la familia moderna se incurriera en la infidelidad conyugal, cuando esa crítica se hacía desde una reivindicación de la igualdad entre los sexos, como opuesta al código o modelo sexual que caracterizaba al sistema del ie. Dicho de otro modo, tenía sentido una crítica que denunciaba la discriminación sexual que suponía ese doble estándar según el cual se permitía solo a los hombres tener aventuras extramatrimoniales.

En el derecho civil japonés, la infidelidad matrimonial se considera una deslealtad hacia el cónyuge y puede alegarse como razón en un proceso de divorcio. Este enfoque participa de un código sexual propio de una visión moderna de la familia, según la cual los dos sexos deben guardarse fidelidad. Si se detecta infidelidad en el cónyuge, esto puede conducir a la solicitud de una indemnización más cuantiosa en un proceso de divorcio.

Sin embargo, aunque pueda decirse que se ha formado ya una moral propia de un sistema monogámico, un código propio, la conducta sexual de los japoneses de nuestra época excede evidentemente el ámbito matrimonial y, como luego referiré, la infidelidad conyugal, en cierta medida, se ha convertido en algo común. Y el sujeto activo de esa infidelidad no es solo el hombre.

Desde 1998 y durante 18 años consecutivos el número de divorcios viene superando cada año la tercera parte del número de matrimonios. Hoy en día, cuando el matrimonio atraviesa un momento de grandes cambios, que existan relaciones sexuales fuera del mismo ya no puede considerarse inusual.

Según una encuesta que efectuó la cadena pública de televisión NHK en 1999, dentro de las personas que decían haber mantenido relaciones sexuales durante el último año, un 13 % de las mujeres de entre 20 y 29 años, un 10 % de las de entre 30 y 39 y un 25 % y 15 % de los hombres situados en esas dos mismas bandas de edad dijeron haberlas tenido con alguien que no era ni su cónyuge ni su novio o pareja estable (Dēta bukku NHK Nihonjin no seikōdō, seiishiki, NHK Shuppan, 2002). Es un estudio de hace más de 15 años, pero es el único realizado en Japón sobre el tema que, con un muestreo elegido por azar aleatorio, ofrece algún grado de fiabilidad.

Muchos de los participantes en la encuesta dejaron sin responder ese apartado y quizás esto explique que el porcentaje de quienes dijeron no haber mantenido relaciones fuera de esa relación estable se situó en torno al 70 %, pero posiblemente haya que pensar que hoy en día el porcentaje de personas que sí mantienen ese tipo de relaciones es algo más elevado.

Puede decirse que la concepción moderna de la familia entrañaba una idea de dedicación sexual exclusiva que comprometía a ambos cónyuges, y que la infidelidad conyugal es una manifestación de una falta de coincidencia con la moral sexual anexa a esa concepción de la familia.

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