Escándalos sexuales y castigo social en Japón
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¿Es realmente inexcusable causar revuelo social?
Recién entrado el año 2016, los medios de comunicación japoneses bullían con la noticia, aventada en primer lugar por una revista semanal, de las supuestas relaciones entre la artista televisiva Becky (32 años, soltera) y Kawatani Enon (27), fundador y vocalista de la banda musical pop Gesu no Kiwami Otome. El escándalo le acarreó a la popular actriz, cantante y modelo la anulación de varios contratos publicitarios y la obligó a interrumpir “voluntariamente” su carrera profesional, situación en la que continuaba a principios de abril.
En otro caso paralelo, el entonces parlamentario del Partido Liberal Democrático (PLD) Miyazaki Kensuke (35), que se había hecho famoso por ser el primer miembro de la Dieta (legislativo nacional) en pedir el permiso de baja por paternidad, fue descubierto citándose con una actriz mientras su esposa, la también parlamentaria del PLD Kaneko Megumi (37), se preparaba para dar a luz. Devolver el carné del partido no fue suficiente penitencia para Miyazaki, que finalmente hubo de renunciar también a su acta de parlamentario.
El serial continúa. En marzo, otra revista semanal descubrió los múltiples affaires extramatrimoniales de Ototake Hirotada (40), un hombre nacido sin brazos ni piernas que comenzó a desarrollar una gran actividad pública como escritor y conferenciante a partir del prodigioso éxito editorial alcanzado por su libro autobiográfico Gotai fumanzoku (inglés: No One’s Perfect, 1998). Tras disculparse en su sitio web personal, Ototake se comprometió a “abstenerse voluntariamente” de realizar actividades públicas. Lo llamativo del caso fue que, junto a las disculpas de Ototake, aparecieron también las de su esposa, si bien esta se limitaba a pedir perdón por el revuelo ocasionado. Pero surge entonces la pregunta de si tanto escándalo tiene alguna razón de ser, estando el matrimonio en cuestión en tan buenos términos.
Lo que expresan las reacciones a las infidelidades ajenas
En el Japón contemporáneo la infidelidad matrimonial no constituye una infracción penal. Por otra parte, las acusaciones de discriminación sexual que suelen formularse tampoco tienen base legal.
El periódico británico The Guardian, en su edición digital, recogió el primero de los tres escándalos referidos destacando el hecho de que, en un primer momento, el castigo mediático recayera sobre Becky, lo que le sirvió al rotativo para señalar el sexismo de la farándula japonesa. En Japón, desde hace algún tiempo, también suele alegarse ese supuesto sexismo o desprecio hacia la mujer cuando se saca a colación el tema de la infidelidad pero, como explico más adelante, este discurso no es aplicable al Japón contemporáneo. Por lo que respecta al caso concreto de Becky, personalmente creo que lo que ha pasado es que la parte más famosa es la que lleva la peor parte.
No tratándose, pues, de delitos ni de casos de discriminación sexual, la sociedad no tiene por qué castigar estos comportamientos. Estos personajes no deberían sufrir rescisiones de sus contratos publicitarios, ser despojados de sus cargos públicos ni ser objeto de ningún otro tipo de castigo o linchamiento social.
Las relaciones sexuales extramatrimoniales, en sí mismas, ocurren en todo tipo de sociedades. Y cómo son entendidas esas relaciones es un problema que atañe a cada una de esas sociedades. Desde ese punto de vista, me propongo analizar aquí por qué la infidelidad se problematiza hasta este punto dentro de la sociedad japonesa, comparando los sistemas actuales con los que existían antes de la Segunda Guerra Mundial.
El adulterio como delito y el afán posesivo de los hombres
El derecho penal que se aplicaba en Japón en la época anterior a la guerra tipificaba el delito de adulterio (kantsūzai), que se basaba en la premisa de un sistema poligámico. Incurrían en el delito de adulterio tanto la mujer casada que mantenía relaciones fuera de su matrimonio, como su amante. En aquella sociedad patrilineal anterior a la guerra, que se regía por la inamovible institución tradicional del ie (casa y, en sentido estricto, unidad familiar), desde el punto de vista de la familia del esposo la infidelidad de la esposa abría la puerta a la posibilidad de criar un niño al que no le unía ningún lazo de sangre, por lo que ese comportamiento debía ser controlado estrictamente. Ese código que exigía solo a la mujer virtudes como la virginidad o la fidelidad conyugal puede explicarse en ese contexto.
Por el contrario, que el marido mantuviese a una amante o concubina era tolerado desde planteamientos como la necesidad de asegurar la pervivencia del linaje familiar.
De este modo, en el antiguo derecho penal japonés, no se consideraban delictivas las relaciones sexuales que el marido pudiera mantener con una mujer soltera. Además, la persecución del delito de adulterio exigía la presentación de una denuncia por parte del marido engañado, algo fundamentado en la idea de que el sexo de la esposa es propiedad del esposo. Era una combinación de conservadurismo sexual y sistema patrilineal que daba origen a códigos diferentes para cada uno de los sexos. Un típico doble estándar.
El articulado relativo al adulterio, claramente sexista, fue objeto de revisión tras la guerra. Se planteó entonces la disyuntiva de hacer extensivo el delito a ambos sexos o despenalizar ese comportamiento en todos los casos. Japón se decidió por la segunda opción y la figura del adulterio como delito penal quedó abolida, mientras que en las antiguas colonias de Corea y Taiwán se optó por lo primero. En estas dos sociedades este hecho ha sido duramente criticado como una intromisión del Estado en las relaciones entre hombre y mujer.
Conviene decir aquí que en Corea del Sur el Tribunal Constitucional emitió el 26 de febrero de 2015 sentencia declaratoria de inconstitucionalidad contra el delito de adulterio, con lo que se puso fin a una larga controversia. El conservador Chosun Ilbo, uno de los principales periódicos surcoreanos, divulgó opiniones vertidas en internet por ciudadanos anónimos que expresaban su preocupación de que, con la publicidad que se le estaba dando a la abolición de este delito, Corea del Sur se convirtiera en la “república de la infidelidad”.
Una monogamia que ya no encaja en la sociedad
En el sistema monogámico moderno de Japón, vinculado al matrimonio por amor (en oposición al matrimonio arreglado por los padres) que se generalizó después de la guerra, se restringe el sexo al ámbito matrimonial, acompañándolo de un código que compromete por igual a ambos sexos. Desde este punto de vista, si bien en una dimensión ya no delictiva, el sexo extraconyugal o el recurso a la prostitución, que en el viejo sistema del ie se le permitía solo al marido, pasan a ser considerados inaceptables.
Indudablemente, había razones para criticar que dentro de la familia moderna se incurriera en la infidelidad conyugal, cuando esa crítica se hacía desde una reivindicación de la igualdad entre los sexos, como opuesta al código o modelo sexual que caracterizaba al sistema del ie. Dicho de otro modo, tenía sentido una crítica que denunciaba la discriminación sexual que suponía ese doble estándar según el cual se permitía solo a los hombres tener aventuras extramatrimoniales.
En el derecho civil japonés, la infidelidad matrimonial se considera una deslealtad hacia el cónyuge y puede alegarse como razón en un proceso de divorcio. Este enfoque participa de un código sexual propio de una visión moderna de la familia, según la cual los dos sexos deben guardarse fidelidad. Si se detecta infidelidad en el cónyuge, esto puede conducir a la solicitud de una indemnización más cuantiosa en un proceso de divorcio.
Sin embargo, aunque pueda decirse que se ha formado ya una moral propia de un sistema monogámico, un código propio, la conducta sexual de los japoneses de nuestra época excede evidentemente el ámbito matrimonial y, como luego referiré, la infidelidad conyugal, en cierta medida, se ha convertido en algo común. Y el sujeto activo de esa infidelidad no es solo el hombre.
Desde 1998 y durante 18 años consecutivos el número de divorcios viene superando cada año la tercera parte del número de matrimonios. Hoy en día, cuando el matrimonio atraviesa un momento de grandes cambios, que existan relaciones sexuales fuera del mismo ya no puede considerarse inusual.
Según una encuesta que efectuó la cadena pública de televisión NHK en 1999, dentro de las personas que decían haber mantenido relaciones sexuales durante el último año, un 13 % de las mujeres de entre 20 y 29 años, un 10 % de las de entre 30 y 39 y un 25 % y 15 % de los hombres situados en esas dos mismas bandas de edad dijeron haberlas tenido con alguien que no era ni su cónyuge ni su novio o pareja estable (Dēta bukku NHK Nihonjin no seikōdō, seiishiki, NHK Shuppan, 2002). Es un estudio de hace más de 15 años, pero es el único realizado en Japón sobre el tema que, con un muestreo elegido por azar aleatorio, ofrece algún grado de fiabilidad.
Muchos de los participantes en la encuesta dejaron sin responder ese apartado y quizás esto explique que el porcentaje de quienes dijeron no haber mantenido relaciones fuera de esa relación estable se situó en torno al 70 %, pero posiblemente haya que pensar que hoy en día el porcentaje de personas que sí mantienen ese tipo de relaciones es algo más elevado.
Puede decirse que la concepción moderna de la familia entrañaba una idea de dedicación sexual exclusiva que comprometía a ambos cónyuges, y que la infidelidad conyugal es una manifestación de una falta de coincidencia con la moral sexual anexa a esa concepción de la familia.
El aspecto moral de la infidelidad: una comparación internacional
Un estudio comparativo internacional publicado en 2013 por el instituto norteamericano Pew Research Center recoge datos de diversos países sobre los escrúpulos morales que plantea la infidelidad. En el conjunto de los 40 países que fueron objeto de estudio, destaca por su permisividad Francia, país que presenta el porcentaje más bajo (47 %) de personas que consideran que las aventuras sexuales fuera del matrimonio son moralmente inaceptables. A gran distancia, el segundo país con un porcentaje más bajo es Alemania (60 %). El porcentaje arrojado por Estados Unidos (84 %) parece hablarnos de una mentalidad conservadora al respecto, pero hay que tener en cuenta que junto a la mentalidad propiamente conservadora que predomina en amplias zonas del Medio oeste y del Sur, coexiste otra, diferente, de quienes entienden que la respuesta automática a una situación familiar semejante es el divorcio. Aunque Egipto es el único país musulmán que aparece en la tabla adjunta, el resto de los países musulmanes comprendidos en el estudio arrojaron porcentajes similares, por encima del 90 %.
En Japón un 69 % de los encuestados consideraron la infidelidad moralmente inaceptable, frente a un 12 % de la opinión opuesta. En cuanto a Corea del Sur, los porcentajes respectivos fueron del 81 % y del 8 %.
En Japón se tienen a dar continuidad al matrimonio, a mantener las formas, aunque se haya detectado un cierto grado de infidelidad y, por esta razón, el nivel de permisividad podría parecer elevado. Habrá, por tanto, división de opiniones en torno a si ese 69 % de quienes no consideran aceptable ese comportamiento es alto o más bajo de lo que cabría esperar.
¿Son moralmente aceptables los affaires sexuales en las personas casadas? (%)
Inaceptables | Aceptables | No es una cuestión moral | |
---|---|---|---|
Egipto | 93 | 2 | 4 |
Estados Unidos | 84 | 4 | 10 |
Corea del Sur | 81 | 8 | 8 |
China | 74 | 8 | 12 |
Rusia | 69 | 12 | 14 |
Japón | 69 | 7 | 9 |
España | 64 | 8 | 27 |
Alemania | 60 | 11 | 26 |
Francia | 47 | 12 | 40 |
Fuente: Global Views on Morality (estudio de 2013), del instituto Pew Research Center.
No impongamos al prójimo nuestras ideas sobre el sexo
Desde el punto de vista del derecho civil, la infidelidad conyugal puede dar origen a una petición de indemnización. Desde una perspectiva penal, en cambio, partiendo del respeto al derecho de autodeterminación sexual, es únicamente la existencia o inexistencia de un acuerdo entre las partes implicadas lo que decide la legitimidad de la relación sexual, por lo que si esa relación se produce dentro o fuera del matrimonio tal como queda definido en la ley, debería ser indiferente. Por lo tanto, de suyo, debería entenderse que, por una parte, incluso dentro del matrimonio podría existir la violación sexual, y que, por la otra, la infidelidad conyugal no debería ser motivo de crítica pública.
No pretendo decir que la infidelidad sea buena. Solo puede calificarse de desgracia que, por ejemplo, por culpa de la infidelidad del parlamentario Miyazaki ya no sea posible ni siquiera plantear el problema de la baja maternal de los parlamentarios. Por cierto, hay que explicar que en Japón la ley reconoce el derecho a tomar la baja maternal de todos los empleados con un año o más de antigüedad en la empresa en situación de trabajar después de que el bebé cumpla el año de vida, y que ese derecho lo ostentan también los hombres. Sin embargo, la proporción de hombres que obtienen el permiso de baja es muy inferior a la de las mujeres. Los parlamentarios no son empleados y en su caso la baja por maternidad no está regulada.
Sin embargo, por su propia naturaleza, el problema de la infidelidad debe ser resuelto entre los cónyuges, que son los implicados, y no es algo en lo que terceras personas deban interferir a la ligera. Tampoco debería imponerse, por ese mismo razonamiento, ningún castigo social.
Que en las relaciones amorosas, o en la vida matrimonial, se respete o no se respete el principio de exclusividad sexual es un problema que debe ser resuelto por el individuo o, en todo caso, entre las personas afectadas, según sea su mentalidad. Del mismo modo en que alguien que no encuentra problema en comer carne de cerdo no por ello tiene derecho a atacar a los creyentes de religiones que prohíben esa costumbre, que uno respete la exclusividad sexual en las relaciones de pareja no significa que tenga derecho a extender ese mismo principio de cualquier manera a los demás.
Es muy preocupante que por asuntos relacionados con sus ideas sobre el sexo o su vida privada, un artista sea objeto de tal acoso que se vea obligado a interrumpir su carrera, o un político reciba presiones para abandonar un cargo público.
¿Quiénes son las verdaderas víctimas de estos escándalos?
Por supuesto, no hay ningún problema en seguir respetando una vida regida por un espíritu de observancia u obediencia según el cual “las relaciones sexuales son para las personas casadas”. El problema, repito, es esa actitud de tratar de imponer eso al prójimo, como si fuera un estándar. Pero es probable que estos innecesarios castigos sociales sigan repitiéndose mientras no haya un reconocimiento de la diversidad sexual y un respeto hacia las diferencias en este tema.
En el caso de la infidelidad conyugal del parlamentario Miyazaki, la principal víctima, más todavía que su esposa, es la criatura que acaba de nacer. Por la sola razón de que sus padres son personajes públicos, este bebé nace ya con un estigma que lo acompañará toda su vida. Pero, ¿qué derecho tienen los medios de comunicación a endilgar toda esa carga a un niño inocente por un asunto que podía haber quedado en una riña entre esposos? Pediría a los medios japoneses un poco más de racionalidad al tratar estos asuntos.
(Escrito el 4 de abril de 2016 y traducido al español del original en japonés)
Fotografía del encabezado: el miembro de la Cámara Baja Miyazaki Kensuke (Partido Liberal Democrático), que hizo público en una rueda de prensa celebrada en Tokio el 12 de febrero de 2016 que abandonaría su escaño a consecuencia del escándalo que causó la divulgación por un semanario de su infidelidad conyugal. (Jiji Press)medios de comunicacion NHK corea del sur matrimonio Sociedad infidelidad matrimonial discriminación sexual Código Civil